miércoles, 21 de noviembre de 2012

Excelencia (20-11-2012)


En su España Invertebrada, dice Ortega que “existe en la muchedumbre un plebeyo resentimiento contra toda posible excelencia”. Afirmación que sigue siendo válida en un país donde sólo pronunciar dicha palabra hace arquear las cejas o mirar con sospecha al que la emplea.
“Y luego de haber negado a los hombres mejores –continúa Ortega- todo fervor y social consagración, se vuelve a ellos y les dice: No hay hombres.” Que es lo que pasa todavía, que después de descalificar la superior calidad o bondad de alguien o de algo que lo hace digno de aprecio tenemos el cinismo de quejarnos de que “no hay hombres”. ¿Cómo va a haberlos si han sido degradados precisamente por su excelencia o por aspirar a ella? Gracias debemos dar porque, a pesar de las trabas, surgen jóvenes y menos jóvenes con alguna excelencia. Y mucho tenemos que pensar sobre el esfuerzo de éstos, sobre lo que habrán pasado en sus vidas para lograrla o mantenerla. Ellos sabrán, porque facilidades no han tenido, ni tienen.
En este último año, no obstante, el Gobierno ha hablado sin tapujos de excelencia en la enseñanza. La propone entre sus fines. Quizás porque el Informe Pisa nos la niega continuamente, quizás porque están convencidos de que no hay manera de enseñar cuando las metas y objetivos propuestos no son lo suficiente elevados. Que para quedarse cortos siempre hay tiempo. Quizás porque se habla demasiado de nuestras carencias, que “no hay hombres” para esto o para aquello, quizás porque el tiempo urge la aparición y emulación de los mejores, de las mejores.
Dice el profesor Antelo Montero en su artículo “En búsqueda de excelencia académica” (tecleen en internet excelencia académica) que la excelencia humana adquiere básicamente cuatro formas: “Excelencia en el desempeño, que es físico; excelencia en la creación o realización, que es arte; excelencia en el pensamiento, que es intelectual; y excelencia en el carácter o integración social, que es moral”.
Y, después de leer esto, me sorprendo cuando algunos manifiestan su estupor al oír hablar de excelencia. ¿Qué padres no desearían proponer a sus hijos las formas de excelencia citadas? Más me sorprendo cuando quienes exigen calidad no tienen rubor en denostarla, sin advertir que la excelencia y la calidad están estrechamente ligadas. Esto es, piden calidad y niegan la excelencia, que es lo mismo que intentar comer sin querer abrir la boca. Quizás porque temen que sus hijos se queden fuera, quizás porque miden a sus hijos por lo que ellos son, quizás porque los temen perder si la persiguen y alcanzan, quizás porque no comprenden su significado, quizás.
He dicho que la excelencia y la calidad están estrechamente relacionadas, pero esto no significa que sean equivalentes. La excelencia implica calidad, pero no lo contrario. La excelencia es la suprema calidad. Es como el turrón, hay de calidad y de calidad suprema, que es el excelente. Pero no todos entienden de turrones. Y esto mismo sucede con la excelencia, que no todos entienden de ella. Que hay quienes no son capaces de entenderla porque no forma parte de su vida, porque por las razones que sean nunca se la han planteado. Algo que sería lógico en el caso del turrón pues a mayor calidad mayor precio. Pero que no es lógico cuando lo que se plantea es una enseñanza pública guiada por la idea de excelencia. Porque una de las exigencias de la misma será la igualdad de oportunidades. Que todos los jóvenes puedan aspirar a ella. O que, al menos, cada uno alcance su propia excelencia. Que es lo que el Gobierno está planteando. Que desde un conjunto de valores de distinta índole los jóvenes alcancen su individual excelencia para que, de entre los que lo consigan, surja la excelencia objetiva que permita a la sociedad tener modelos a los que imitar y en los que apoyarse.
Ejemplos de honestidad, de trabajo intelectual, de entrega a los demás. Unamuno hablaba de héroes, poetas y santos. Llámenlos como quieran, pero como decía Galileo en el prólogo a uno de sus Diálogos, “quien más altas tiene las miras en mayor grado se diferencia”. Y aquí, en este tiempo, se necesita gente diferente a la mediocridad acostumbrada. Gente que tire para arriba sin espectáculo, que genere como piedra echada al agua círculos concéntricos de excelencia. Negar esta realidad es quedarnos como estamos y permitir que sean los hijos de otros y no los nuestros los que se beneficien de ella. Y permitir que las diferencias se perpetúen por la cerrazón de algún plebeyo resentido sería inadmisible. 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

"Llámeme sor Benedicta" (13-11-2012)


Los hitos que, como faros, jalonan el camino de la Humanidad son combinación de hechos y personas. Y, sin duda, una de ellas es Edith Stein. De origen judío y conversa al catolicismo, discípula y colaboradora predilecta de Husserl en la filosofía fenomenológica, luchó por los derechos de la mujer en la vida pública, ejerció de enfermera durante la primera Guerra Mundial e intentó en vano conseguir una cátedra universitaria –debido a la arraigada costumbre de negar la docencia universitaria a las mujeres-  por lo que tuvo que dedicarse la enseñanza secundaria, a la vez que escribía artículos para revistas internacionales e impartía conferencias incluso en universidades.
Gran defensora de su intimidad, silenciosa observadora, sincera y leal, siempre dispuesta a prestar mediación cuando se la solicitaban, Edith combatió las dificultades con una brillante inteligencia que supo acompañar de un esfuerzo continuo y de un carácter sencillo y servicial con el que atraía a aquellos que trataba, enseñaba o a los que, simplemente, participaban como oyentes en sus frecuentes conferencias, llenas de público hasta rebosar. Cinco años duraría su actividad de conferenciante, que se añadió a su intenso trabajo diario y le llevó a viajar por Alemania, Austria y Suiza.
Excelente profesora de la que se valía el propio Husserl para acercar hacia sí a los jóvenes universitarios, tuvo que replegarse poco a poco de toda su actividad ante la emergencia del nazismo que fue acorralándola hasta su muerte por asesinato en la cámara de gas el 9 de agosto de 1942, día de su llegada al campo de concentración de Birkenau, cuando contaba 51 años.
Pero si hoy recuerdo su figura no es por las trabas debidas a su condición de mujer, ni tan siquiera por haber sido víctima de una de las ideologías totalitarias del momento, sino porque su vida y escritos traen al presente algunas de las esencias olvidadas por nuestra generación. Razón por la que animo a mis lectores a que conozcan alguna de sus obras o biografías que, traducidas al castellano, pueden encontrar en las editoriales Monte Carmelo, BAC y Palabra.
Con todo lo dicho, he guardado para el final lo que llamó primeramente mi curiosidad: el tratarse de una intelectual que por medio de su ciencia llega a la fe católica. Buscó como filósofa –mediante un estudio serio y científico- la más profunda significación de este mundo, el sentido de la vida, y la encontró en que es hechura de un Creador que sacrifica a su Hijo en la Cruz por amor a los hombres, a cada uno de ellos.
Los estudios de psicología con el profesor Stern le mantuvieron en el ateísmo hasta el encuentro con Max Scheler que le mostró que los fenómenos religiosos contribuyen esencialmente a la comprensión de la persona humana. Con palabras de Edih: “nos recomendaba continuamente considerar cada cosa con mirada libre de prejuicios, expulsar cualquier tipo de anteojeras. Me puso por vez primera en contacto con un mundo que, hasta entonces, desconocía por completo. Me desveló un campo de fenómenos ante los que yo no podía permanecer ciega. Cayeron las limitaciones de los prejuicios racionalistas en los que me habría criado sin saberlo, y de repente el mundo de la fe apareció ante mi”. Aunque sería el profesor Adolf Reinach el que acabaría influyendo decididamente sobre ella. (…)

La vida de Edith Stein fue -como la de muchos hombres- un vivir a los pies de la Cruz, pero sólo cuando se atrevió a levantar la mirada hacia el crucificado cambió su vida. El día de Año Nuevo de 1922 recibió el bautismo, tenía 31 años, lo que no le impidió seguir con todas sus actividades a las que sumaba ahora la Misa diaria. 

El 14 de octubre de 1933 ingresó en el Carmelo de Colonia, pero la persecución nazi le hizo cambiar dos veces de Carmelo, hasta que el 2 de agosto de 1942 fue arrestada en el de Echt (Holanda). Durante todo ese tiempo siguió investigando y carteándose con otros filósofos. En una de esas cartas, con lenguaje sencillo, incluso elemental, se lee: “¿Podría decidirse a llamarme sor Benedicta, tal como ahora estoy acostumbrada? Cuando oigo que me llaman señorita Stein, debo pensar de quién se trata”. Toda una lección de alta espiritualidad de quien será conocida por sor Benedicta Teresa de la Cruz, doctora de la iglesia. 

jueves, 8 de noviembre de 2012

El ministro Wert y el esfuerzo (06-11-2012)


Cuando hay y ha habido tantas cosas reprobables, me subleva la pretendida reprobación al ministro Wert. Los mismos que nos han metido en un Sistema Educativo –y ya es el segundo- que se ha demostrado un fiasco, poniendo trabas a un nuevo intento por mejorarlo. Ridículo. Los que han llevado a la enseñanza pública al borde del precipicio, pretendiendo que todo siga igual. E incapaces de criticar con argumentos válidos la nueva reforma, la toman con la persona del ministro. El intelecto rebajado al insulto, la racionalidad oscurecida por el instinto. Querían reprobarlo por sus formas, pero faltaron a ellas.
Si nuestros congresistas fueran serios, le deberían haber exigido más. Pero, más en la misma dirección emprendida por él. Deberían haberle felicitado y expresado su apoyo, a la vez que solicitado una mayor reforma. Ensalzado, que no reprobado. Pero no fue así, sino al contrario. Por suerte, tenía a su lado a su partido, que es mayoría en la cámara.
Durante años hemos oído hablar a los gobernantes de la importancia del esfuerzo, pero eran incapaces de concretar medidas que avalaran sus palabras. Por fin, llega uno que acompaña lo que dice con las medidas que propone y todos se ponen las manos en la cabeza. Cinismo, puro cinismo el que destilaba la pretendida reprobación.
Digámoslo claro, en esta sociedad falta espíritu de sacrificio –de manera singular en nuestros gobernantes- y tal actitud ha calado en las aulas. ¿Qué pensábamos cuando para salir de la crisis se decía que había que tomar medidas duras? ¿Pensábamos que eran palabras para los otros? ¿Qué otros?
Lo mismo sucede en las aulas. ¿Cómo puede comprender un niño que hay que esforzarse cuando su compañero que no pega palo al agua pasa igualmente de curso o titula con dos materias suspensas? ¿Cómo puede darse el mismo título a aquel que se deja dos materias desde el principio que al que va a por todas?  ¿Y cuándo fue esto reprobado? ¿Cómo puede mantener la beca un universitario con sólo una asignatura aprobada? ¿Por qué hay que conceder becas al alumnado de un PCPI y no hay dinero para el alumnado que persevera con su esfuerzo en la ESO?
Pero también los padres tenemos nuestra culpa. ¿Cómo decir que es cara la matrícula en la Universidad cuando ha comprado a su hijo un iPhone? ¿Quién está extendiendo por ahí la mentira de que no hay becas? Lo que sucede es que ahora, como debía haber sido siempre, las becas se darán al que pruebe su esfuerzo. Qué cara de escepticismo se les pone a algunos padres cuando se les dice que su hijo debe estudiar todos los días aproximadamente tres horas. Y ¿qué decir de esos padres en huelga porque “dicen” que a sus hijos les ponen muchos deberes? (…)
Todos nos hemos contagiado de esta falta de exigencia. Lo académico se ha deteriorado en beneficio del sentimentalismo. Los conocimientos a favor de las actitudes. ¿Sabían que hubo un tiempo en el que se aconsejaba que para titular en la ESO bastase la opinión de una mayoría, independiente de los resultados académicos, que pensara que el niño o la niña podía ser un buen ciudadano? Todo lo objetivo al traste, sólo importaba la vaga impresión personal, lo subjetivo.
Y, por fin llega un ministro que dice que hay que valorar el esfuerzo de una manera concreta y todos a la calle. Pero, ¿quién se esfuerza si nunca pasa nada? Ojalá usted sea de esos, pero no sucede en general. Menos aún entre niños.
Tengo para mí que la reforma del ministro Wert se queda corta; entre otras cosas, todavía se mantiene en su borrador la titulación en la ESO con dos suspensas. Pero creo que también él es consciente de ello, como creo que tiene en frente a un lobby muy potente que no le permite ir más allá, tal como se ha podido comprobar estos días en el Congreso. Tiempo que hubiera sido bien empleado de haberle exigido una reforma menos light. Una reforma que ahora, y desde aquí, yo le suplico. Con todo, agradezco su trabajo por recuperar el sentido del esfuerzo. Los hombres valoramos más lo que más cuesta y ya es tiempo de valorar el estudio, la enseñanza, y, en general, el saber.