domingo, 7 de noviembre de 2021

Generaciones que sabrán menos que sus padres

 

 

                Se dice que las nuevas generaciones serán las primeras que vivan peor que sus padres. Esto mismo le preguntó, por WhatsApp, Ana Iris Simón a su padre. Le escribía que si consideraba que ella vivía peor que ellos a su edad. A lo que su padre le contestó que “no dijera gilipolleces”. Así lo cuenta Ana Iris en su libro autobiográfico Feria, libro revelación de esta joven manchega (Campo de Criptana, 1991) en el que se hace un retrato magnífico de la sociedad actual, a la vez que se exalta el valor de la familia, la de siempre, la que un 95% hemos conocido y a la que un 5% se quiere cargar.

                No sé quién lleva razón, si el padre de Ana Iris o lo que se dice. Pero de lo que estoy convencido es que las nuevas generaciones serán las primeras que sepan menos que sus padres. Y en esto coincido con mi amigo Vidal, además de en otras cosas. Ahora bien, no señalaré como causa a estas generaciones. No, al menos, como causa primera. Más bien, señalaré a sus mayores y, en especial, a mi quinta y a las siguientes.

Podemos excusarnos con eso de la “presión social”, pero lo cierto es que olvidamos enseñar que “el saber no ocupa lugar”, que “no hay tiempo para todo”, que hay que escoger, que “si cuidas el orden, el orden te cuidará”, que el esfuerzo es el principio de la virtud, que la formación es autoformación y, por tanto, exigencia y disciplina, que “la confianza da asco”, que la educación en las formas ayuda a convivir, que el respeto es exigible de cara a los mayores y a la autoridad, que no todo vale, que no siempre se trabaja en lo que a uno le gusta, que “no hay mal que por bien no venga”, que la vida no es diversión continua y que la felicidad no depende tanto de lo material como de la interioridad, de conocer el sentido de la vida y de redirigir el rumbo cuando se ha perdido.

Más aún, hemos olvidado enseñar aquello que nos ayudó a seguir hasta donde ahora nos encontramos. Quizás porque no lo hemos sabido discernir, quizás porque pusimos en ello tanta confianza que ahora nos parece engañoso. “E igual -escribirá Ana Iris- ahí está la clave”, que lo que tuvimos claro y ahora nos parece engañoso no lo es tanto. Cada uno sabe.

Ciertamente que las leyes educativas no ayudan, que la enseñanza desciende como por un plano inclinado, que la memoria y los conocimientos han sido ridiculizados. Pero, al decir de la filósofa Edith Stein, “en la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos”. También los sabios, también. Que no es la esperanza lo que parezco haber perdido, sino que es la realidad lo que me duele. La realidad de nuestra contribución al deterioro del conocimiento.

domingo, 22 de agosto de 2021

La nueva estrategia del aborto

  

Es difícil entender que todavía haya personas que crean que nuestro planeta está superpoblado. El modelo de Malthus no tenía en cuenta las catástrofes naturales, las guerras, las hambrunas y, menos aún, las epidemias. En la actualidad, cualquier planteamiento científico describe un crecimiento asintótico, que se estabiliza en torno a un determinado valor, muy alejado del planteamiento casi decimonónico de aquél. Pero las grandes fortunas mundiales, empezando por los primeros Rockefeller, siguen alimentando aquella teoría.  Es la política del miedo que une factores ideológicos y económicos para promover la contracepción, el aborto y la eutanasia. Capitalismo y extrema izquierda aliados, cada uno por motivos propios y distintos, en la destrucción de la vida humana. Alianza que sólo conduce al absurdo, si no a la aberración.

Centrémonos en el aborto. Un debate que parece olvidado. Lo decía un amigo cuando propuse una tertulia sobre los derechos concurrentes de madre e hijo y, así mismo, de los derechos concurrentes de madre y padre. ¿Cuál de ellos prevalece? ¿El de la madre sobre el hijo? ¿El de la madre sobre el padre? Eso parece o, al menos, eso dice la praxis. El niño es mudo y al padre, en el supuesto de que defienda la vida del niño, lo enmudecen. Una vida, la del niño, que en algunos países es posible arrebatar incluso después de que éste haya visto la luz.

Pero, dirán, ¿dónde aparece aquí la problemática demográfica? En 2019 hubo más de noventa y nueve mil abortos en España, con lo que suman dos millones y medio desde 1986. Vayan sumando los que se realizan en el resto del mundo y obtendrán la respuesta. No obstante, como he dicho, el argumento poblacional es falaz. Algo así como una tapadera para otros fines. Pues, si el derecho al aborto es para algunos un dogma ideológico, para otros es un negocio. Por lo que no es de extrañar que, ante la oposición de gran parte de profesionales sanitarios, el informe Matic’ proponga la negación del derecho a la objeción de conciencia. O, como pretende el grupo socialista en España, condenas a cárcel para aquellos que merodean por las clínicas abortistas con el fin de salvar vidas.

Ante tales dificultades, la política abortista empieza a moverse en otro sentido. En concreto, los defensores del aborto están usando las recientes directrices de “autocuidado” de la OMS para promover los abortos médicos domésticos. ¿No hay médicos para practicar abortos o hay quienes públicamente los pretende evitar?, pues -se dicen- encontremos una solución que prescinda de los médicos y de la cara al descubierto. Y la solución es: recomendar la autoadministración de drogas inductoras del aborto sin la supervisión directa del médico. El objetivo es desmedicalizar el aborto, tal como ya sucede con la contracepción. Que es también la forma para introducirlo en aquellos países donde está restringido o es ilegal. Para ello, como pueden imaginar, el laboratorio elegido ha sido la población más vulnerable de algunas naciones africanas. Después, cuando esté perfeccionado, lo exportarán al resto del planeta.

        Así progresa este negocio que se apoya en la mentira de la superpoblación y en la ceguera de una “autonomía” que no se corresponde con la realidad.

sábado, 1 de mayo de 2021

San José Obrero

 Si convenimos que el primer mayo reivindicativo fue en 1889, la fiesta de San José Obrero cumple este año la mitad de los que tiene aquél.  Ahora bien, si aquel mayo fijó la fecha de la Fiesta del Trabajo como momento para reivindicar los derechos de los que carecían los trabajadores, la segunda fue instituida para recordar a partir de un modelo el significado cristiano del trabajo.

                Así pues, la institución de la fiesta de San José Obrero no fue un intento de ahogar las justas reivindicaciones laborales, sino una iniciativa del Papa Pío XII dirigida a los trabajadores cristianos para que, en una época en la que la ideología marxista pretendía imponer su visión alienante del trabajo, conocieran su valor como medio para acercarse a Dios, para participar en su misión salvífica y para profundizar en la amistad con Cristo.

                Como afirmó el propio Papa aquel memorable 1 de mayo de 1955: “Durante mucho tiempo, lamentablemente, el enemigo de Cristo ha estado sembrando la discordia especialmente en la clase trabajadora, haciendo todo lo posible para difundir ideas falsas sobre el hombre y el mundo, sobre la historia, sobre la estructura de la sociedad y la economía”.

                Fue esta situación, que buscaba resolver los problemas sociales con sistemas que no derivan de Cristo, agravada por la posible indefensión de los trabajadores cristianos, lo que llevó al Papa a ponerlos bajo la protección de “S. Giuseppe artigiano”, nombrándolo “Patrono de los trabajadores” e instituyendo el 1 de mayo como fiesta litúrgica de San José Obrero. Así justificó su elección: “Porque estamos seguros de que el humilde artesano de Nazaret no solo personifica ante Dios y la Santa Iglesia la dignidad del trabajador manual, sino que es también el guardián providente de ustedes y sus familias”.

                San José, escribirá san Juan Pablo II, es un modelo accesible a todos y, con palabras de san Pablo VI, “modelo de los humildes, prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan grandes cosas, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas”.

                 

Algunos dirán con razón que aquellas insidiosas circunstancias siguen siendo actuales y que sigue siendo necesario profundizar en el sentido cristiano del trabajo. Quizás por eso el Papa Francisco instituyó el “año de san José” y escribió la carta “Patris corde” con el “deseo -dirá- de que crezca el amor a este gran santo, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su resolución”. Y, es que, debemos ser conscientes de que san José fue el primer trabajador cristiano. A su banco de trabajo se acercaría Jesús y de este modo “José acercó el trabajo humano al misterio de la redención”.

viernes, 9 de abril de 2021

San John Henry Newman

 

            Hoy deseo comentaros este libro. Ya no pensaba leer ninguna otra biografía del Cardenal Newman o, a lo más, consideraba releer alguna. Y, es que, la vida y obra de Newman tiene tal riqueza que es casi insondable. Recordarla hace bien al espíritu y a la razón. Por eso pensaba releer algo de él, pero -como he dicho- nada que no estuviera ya en las estanterías de mi biblioteca. Esta, con muy buen criterio, me la dio a leer un amigo.


       Empezaré por el autor, Víctor García Ruíz, a quien conocí siendo universitario. De las pocas veces que le traté retengo una anécdota que he contado muchas veces a mis hijos, ya no sé cuántas veces pues la edad hace que me repita. Sucedió en el Colegio Mayor Albalat (Valencia) una tarde de domingo, al finalizar una película en 35 mm que tuve que proyectar. Al salir de la cabina, en la puerta me esperaba Víctor para hacerme la corrección oportuna: no se puede cortar la película hasta que haya finalizado la música de los créditos. Sólo me llevaba un año, pero denotaba una formación integral envidiable.

      Tres de los libros que tengo de Newman son traducciones suyas al castellano, así que no me extrañó que fuera autor de un ensayo biográfico. Esto es, conoce las fuentes desde su origen, las maneja en su original. A lo que hay que añadir que ha trabajado con José Morales, uno de los primeros biógrafos del Cardenal en lengua castellana. Todo esto sitúa, en mi opinión, a Víctor García Ruíz como autor idóneo de esta biografía. Más aún si tenemos en cuenta su currículum.

                En cuanto al libro, leído en los ratos libres de las dos últimas semanas, os diré lo que escribí por WhatsApp a un amigo mientras lo leía: me lo estoy pasando muy bien. Desde luego que lo inicié con la curiosidad de saber qué novedad podría aportarme, qué espacio iba a ocupar entre las biografías anteriores y a qué público iba dirigido. Aunque ya, desde la primera palabra del título, presentaba una novedad: “San”. Iba a leer la biografía de un santo. Ya no era el converso, maestro, doctor, cardenal o beato Newman, sino San John Henry Newman.

Sin embargo, no es un escrito piadoso, sino una continua narración de hechos bien argumentados que dan frescura y hacen amena su lectura. Se nota que el autor se siente cómodo escribiendo, que disfruta al hacerlo y que le gustaría extenderse más. Sus guiños y referencias a la actualidad, tanto social, literaria, cinematográfica o local (la Inglaterra que bien conoce, la Valencia en la que vivió), muestran lo mucho que tiene interiorizado a su personaje.

        Se trata pues de una biografía completa, con su cronología, obras de/y sobre el biografiado, referencias bibliográficas e índice onomástico. Nada de una semblanza, una aproximación o libro de lectura espiritual. En ella aparece la sombra alargada de Newman con sus alegrías y penas, con sus amigos y enemigos, con sus proyectos exitosos y sus fracasos. El Newman que busca la Verdad, que desea cumplir la voluntad de Dios (también -o sobre todo- por medio de la obediencia debida), que cuida la amistad con una delicadeza exquisita y que no tiene miedo a polemizar cuando es malinterpretado. Intelectual de proyectos a largo plazo, amante del silencio y el recogimiento, estudioso, reflexivo, disciplinado, puntilloso, reservado, confidente de/y con sus amigos, de rica vida interior que manifiesta con su vida, predicaciones y escritos. Pero, a la vez, un hombre de gran actividad exterior, viajero a su pesar, que no hace ascos de tratar con libras y guineas con el fin de sacar adelante los proyectos que se le encomiendan y que hace propios. 

              Aquí todo es Newman. Un Newman rodeado de nombres propios y acontecimientos al servicio de su desarrollo intelectual, que es deslumbramiento y aceptación de la Verdad, en su peregrinación hacia el catolicismo. Todo está puesto con este objetivo: conocer a Newman. Quizás por ello, el autor ha prescindido de profundizar en los personajes que le rodearon. Sobre todo, en aquellos más amados. Sí aporta datos sobre ellos, muchos datos, pero no logra darles el brillante resplandor que se merecen. He echado de menos el retrato sereno de un Keble o de Hurrell Froude. Pero quizá esta sea otra historia.

                Así queda claro a qué público va dirigido, más aún si se tiene en cuenta que no deja de aportar pistas para seguir profundizando. Resulta pues una lectura recomendable para quienes desconozcan a este personaje de cuyas ideas se nutrió el Concilio Vaticano II y que, con el tiempo, será nombrado Doctor de la Iglesia. Pero, a su vez, por su completitud, es un libro que conviene tener a mano.

              En particular, en este libro he descubierto la devoción que tenía por el Ángel de la Guarda y, con palabras del propio Newman, me ha hecho ver su vida como “un compuesto singular de cielo y tierra”, como “una vida hecha de espíritu y de barro”.

            El libro se articula en siete capítulos, que yo hubiera dejado en dos para mayor claridad del lector que se aproxima a Newman por vez primera. Sin quitar nada, los dos capítulos hubieran sido: el Newman no católico y el Newman católico, dejando como secciones de estos todo lo demás. También hubiera prescindido de frases en latín o inglés si no hay intención de traducirlas. Así como de paréntesis que podrían haberse añadido como referencias al final del libro. Pero, ¿quién soy yo para proponer minucias ante algo tan bueno?

                Finalmente, debo felicitar a la Editorial SAN PABLO por la buena edición de este libro, por la claridad de sus páginas, por el tamaño de su letra, por su estructura y fácil manejo. Y, sobre todo, por haber tenido la genial idea de dar a conocer la inmensa figura de San John Henry Newman.

domingo, 10 de enero de 2021

"La que llora"

 

                 Supe de Léon Bloy por las notas a pie de página de algunos libros y por las palabras de algunos conferenciantes, sabía que era uno de esos famosos escritores conversos que dio Francia en el siglo XX, pero nunca había leído ninguno de sus libros. Por eso, al descubrir este en las estanterías de una librería no dudé en adquirirlo. Después de leerlo, reconozco que debo leer más para captar su persona y pensamiento. Aquí escribe con vehemencia, con indignación, como látigo que desgarra. No obstante, el tema que trata se las trae, llena de indignación y, si es tal como lo cuenta, clama al cielo. Hasta el punto de que me veo obligado a sacar a la luz un detalle de su contenido, aun convencido de que alguno de mis lectores ya lo conozca.

                El libro gira en torno a uno de los dos pastorcillos, Melanie Calvat, a los que se apareció la Virgen María en el pueblo de La Salette-Fallavaux (Alpes franceses) el 19 de septiembre de 1846. Bloy visitó el lugar treinta años después, pero no fue hasta 1908 cuando publicó este libro. Argumentando con las palabras oídas por los pastorcillos y sendos mensajes privados que les fueron encomendados, fustiga la forma con la que algunas autoridades religiosas comerciaron con la aparición, maltrataron a los pastorcillos e hicieron caso omiso a muchas de sus indicaciones. Pero no es mi propósito comentar el libro, ni siquiera narrar este hecho extraordinario aprobado por el Papa Pío IX. Para ello, basta leerlo o pinchar aquí:  https://virgensantamaria.org/nuestra-senora-de-la-salette/ .

                Escribo para darles a conocer que “La que llora” es la Virgen. Ella, con la cabeza entre las manos, llora. Después, levantada ya, “empieza a hablar y también empiezan a brotar lágrimas de sus hermosos ojos”. Esto quería transmitir, que la Virgen llora, nada más. Cada lector concluya.

No obstante, voy a seguir. ¿Por qué llora Nuestra Señora? De sus palabras se sigue que sufre por nosotros, que ruega sin cesar a su Hijo que no nos abandone pues “no le hacéis caso”. Mediante su aparición intenta parar la “grave” y “pesada” mano de su Hijo. Y, entre otras, cita dos de las cosas que “hacen pesado el brazo de mí Hijo”: que los cristianos no santifican el domingo y que blasfeman de ordinario. “Os he dado seis días para trabajar, me he reservado el séptimo, y no quieren concedérmelo”; “Los que conducen los carros no saben hablar sin meter por medio el Nombre de mi Hijo”.  ¡Qué actuales siguen siendo estas ofensas!

Así pues, apremiados por el dolor de Nuestra Madre, “debemos preguntarnos siempre -escribe el Papa Francisco- si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia”[i].

Convencido de que “de la mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre, de nuestro Padre”[ii], he querido compartir con mis lectores esta abominable realidad: “hacemos llorar a la Virgen”.



[i] S. S. Papa Francisco. Carta apostólica Patris corde. Ediciones San Pablo, 2020; pág. 22.

[ii] San Josemaría Escrivá. Vía Crucis. Ed. RIALP, 1983; pág. 50.


sábado, 9 de enero de 2021

"La piedad peligrosa"


 

Stefan Zweig escribió un libro con este título. Un hombre que muestra piedad por una inválida, que ésta malinterpreta, se casa con ella -también por piedad- dando lugar a un matrimonio fracasado.

La reciente Ley de Eutanasia, pedida por una reducida minoría y aprobada con mayoría en el Congreso, que dejará sin presupuesto a la especialidad médica de cuidados paliativos, basó su propaganda en uno de los obstáculos que impiden captar el valor profundo de toda vida humana: una errónea comprensión de la “compasión”. Para no sufrir es mejor morir: es la llamada “eutanasia compasiva”. Y así empieza el plano inclinado de esta inhumana ley: matando al prójimo por amor al prójimo. Un plano que acaba: matando al prójimo porque no es como nosotros queremos que sea. Cuando, en realidad, la compasión es acoger al enfermo, ofrecerle afecto, atención y medios para aliviar su sufrimiento. Esto es, cuidarlo aunque no pueda ser curado.

Siguiendo con los libros, compartiré una escena de “Job o la tortura de sus amigos”, breve y jugoso librito del filósofo Fabrice Hadjadj. Los protagonistas de esta escena quinta son Job y su mujer: descansa Job en la cama cuando es visitado por su mujer que le habla así: “dentro de mí, tu dolor es peor que el mío”, “el grito que brota de tus labios me desgarra las entrañas”, “¿cómo soportar verte en este estado?”, “yo sufro demasiado al saberte sufriente”. Responde Job: “Estás junto a mí, querida mujer, y este hospital se transfigura en palacio. Esos vendajes son adornos de fiesta”. Hasta que aquella dice: “He venido para proporcionarte el remedio,…, Esta inyección, …, Es el pinchazo de la bella durmiente, …, Despertarás en un mundo donde no existe ya dolor, …, Es absolutamente indoloro”. Entonces, replica Job: “El hecho de que tú pretendas para nosotros una separación indolora no puede sino aumentar más mi dolor”.

Esta mujer puede representar a familiares, amigos o personal sanitario que en vez de saber estar, velar o consolar (ser-con en la soledad), transformándose así en presencias llena de esperanza, se niegan a aceptar a los que sufren, incapaces de contribuir mediante la verdadera compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado. Prefieren manipular la vida del otro y, es que, estas leyes provocan una gran insensibilidad hacia el cuidado de los enfermos. Con palabras de Job: ¡qué abismal puede llegar a ser la abominación!

miércoles, 6 de enero de 2021

Adoración de los Magos de Oriente (Mt 2) (I)

 

 

                Tendría Jesús casi dos años cuando llegaron a Belén los Magos de Oriente, pues el rey Herodes “mandó matar a todos los niños de Belén y sus alrededores, de dos años para abajo”. Pero no podemos concretar más. Lo cierto es que la Sagrada Familia no vivía ya en la gruta sino en una casa; de lo contrario, no hubiera escrito Mateo: “Y entrando en la casa, vieron al niño con su madre”. Pasados los días del censo quedarían libres algunas casas o habitaciones que, a tenor de la buena nueva de los pastores, ofrecerían gustosos a la joven familia.

Es curioso que, en un tiempo en el que el varón recibía la mayor consideración, no se mencione a san José, el esposo, el hombre de la casa. Podemos suponer que no estuvo presente. Más aún porque no lo omite Lucas al narrar la adoración de los pastores: “encontraron a María, a José y al niño reclinado en el pesebre” (Lc 2, 16). Estaría fuera cumpliendo algún encargo o más adentro o aserrando algún tronco de madera ya en la terraza o en un local vecino. O quizás, sencillamente, sí estaba pero Mateo, también escribiente de Dios, no lo menciona. Y si me dejo llevar por el espíritu, me inclino por esto último. Sí estaba, pero apartado de ellos, más atrás, cumpliendo su papel de “sombra del Padre”[i].    

                Muchos vecinos serían testigos de esta escena, tanto los primeros en verlos llegar al pueblo como otros tantos que irían añadiéndose de camino a la casa de la Sagrada Familia. Sorprendidos y curiosos por la exótica visita se fueron agrupando alrededor de la puerta de aquella santa casa dando muestras de asombro cuando “postrándose le adoraron”. ¿Quién era ese niño?, se dirían. Y algunos recordarían lo que, tiempo atrás, los pastores habían “dicho acerca de este niño” (Lc 2, 17).

 Dejemos a los vecinos y centrémonos en los Magos. Hemos dicho que entraron, vieron al niño con su madre, se postraron y le adoraron. Es tal la naturalidad con la que proceden que no podemos dejar de hacernos algunas preguntas. Desde luego que alcanzaron su objetivo: ¡adorar “al rey de los judíos que ha nacido”! Pero, el trato a un rey ¿es de adoración o, más bien, de pleitesía? Y si pensaban que estaban ante un dios, ¿qué tipo de conocimiento permitió que no dudaran de la divinidad de un niño que habita una modesta casa?

¿Qué información tenían? Bastó que le vieran para postrase. Ni siquiera se echaron atrás a la vista del pequeño pueblo de Belén. Pudieron pensar que Herodes les había engañado enviándolos allí, que su larga peregrinación había sido en vano. Sin embargo, postrándose, le adoraron. ¿De dónde procedía tan grande confianza?

Sabemos que a los pastores les habló un ángel, pero desconocemos la forma del mensaje dado a los Magos. Ahora bien, tanto unos como otros recibieron una señal. El ángel dijo a los pastores: “encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre” (Lc 2, 12). Los magos, por su parte, seguían a una estrella “y la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos”.

 Puede sorprender la manera de actuar de Dios, cómo pone las cosas más fáciles a unos que a otros para obtener el mismo premio. Los pastores pernoctaban al raso por aquellos contornos, los Magos en cambio vivían lejos. Ese “vayamos a Belén y comprobemos este mensaje” (Lc 2, 15) era relativamente fácil para los pastores, no así para los Magos que venían de lejanas tierras. “Presurosos”, por caminos y sendas,  los pastores comprobaron en poco tiempo la veracidad del mensaje, mientras que los Magos debieron recorrer caminos peligrosos, infectados de ladrones, en pleno esplendor del imperio romano donde sólo cabía un rey: César Augusto. Y aun así lo consiguieron: “al ver la estrella se llenaron de alegría”. Pero la diferencia no está sólo en la distancia, sino también en el mensaje. Una imagen con palabras es explícito, claro, pero una estrella … No obstante, pensar que “pone las cosas más fáciles a unos que a otros” es desconocer el modo de actuar de Dios, su pedagogía para con los hombres.

Primeramente, porque se olvida su capacidad de elección y su justicia[ii]. Hasta ese momento tenía una alianza con un pueblo al que eligió porque quiso. Y los pastores formaban parte de ese pueblo, no así los Magos. Les había hecho una promesa y la cumplía. Y por la promesa nació en Belén, cerca de los pastores, lejos de los Magos. Antes les había hablado por los profetas, ahora les hablaba con claridad, sin sombras, mediante la carne. Y desde ese momento, “al llegar la plenitud de los tiempos” (Gal 4, 4), preparó una nueva alianza que sería para todos los pueblos, significados éstos en los Magos. En segundo lugar, porque es precisamente en la forma diferente del mensaje donde descubrimos la sabiduría de Dios que habla a cada cual según su lenguaje, según sus entendederas. A los pastores mediante la palabra, a los Magos mediante las estrellas: “hemos visto su estrella en el Oriente”.

 Pero, dejemos a los pastores. Nuestros protagonistas son los Magos. Volvamos al mensaje, que desconocemos, y a la señal, una estrella. Y preguntémonos otra vez: ¿por qué tan grande confianza?

 Empecemos por la señal. Bien conocemos los matemáticos que, dos mil años antes de la Natividad, los pueblos mesopotámicos poseían elevados conocimientos en astronomía y astrología. Los grados sexagesimales son una de sus más conocidas aportaciones. Por eso, es fácil imaginar que nuestros Magos de Oriente eran expertos en ellas. Antes de que Dios dijera a Abrahán: “mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas” (Gen 15,5), las tenían como objeto de estudio. Las miraban, las contaban y estudiaban sus desplazamientos. Y cuando en el mismo diálogo Dios añade: “así será tu descendencia”, cabe entender que refiere cantidad, pero no es de extrañar que para quien busque algo más pueda significar también venida: “nos visitará naciendo de lo alto” (Lc 1, 78). Y nuestros Magos, indudablemente, buscaban algo más en su estudio de las estrellas. Entonces, ¿fue este significado, el de venida, el que movió a los Magos? Benedicto XVI cita una profecía del pagano Balaam que es posible que circulara fuera del judaísmo[iii] y que, por tanto, pudo ser conocida por los Magos: “lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza una estrella de Jacob, y surge un cetro de Israel…” (Nm 24, 17).

En cualquier caso, tanto este texto como otros que manejaran los Magos no son tan decisivos como la inspiración y la actitud que manifiestan. De hecho, también los príncipes de los sacerdotes y escribas del pueblo hallaron la profecía de Miqueas por la que interpretaron que era Belén de donde “saldrá un caudillo que regirá mi pueblo Israel”. Pero, por mucho que conocieran las escrituras sólo fueron capaces de ubicar el lugar de la venida, que no el tiempo, después de ser reunidos por Herodes. Y esto fue así porque no recibieron inspiración alguna, ni mostraron la actitud de los Magos. Aquellos esperaban sin esperar, eran eruditos, pero no sabios. Estos, en cambio, …

 No parece suficiente la condición de astrónomo para entender el pasaje de san Mateo. Muchos astrónomos había en el Oriente, ya en Mesopotamia, Arabia, Persia o la India e, incluso en el Occidente, en Grecia; sin embargo, sólo unos participan en esta historia, sólo “unos Magos procedentes del Oriente entraron en Jerusalén” aquellos días.

Desde luego que lo eran, me reafirmo al comprobar que Mateo los llama magos, nombre por el que eran conocidos. Magos, astrónomos, hombres de ciencia que quizás vivían de sus predicciones astrológicas -hechas a reyezuelos, comerciantes o sacerdotes- que no de sus teoremas, pues la teoría da luz pero sólo su aplicación da de comer. Tenían pues un oficio por el que eran conocidos, lo que introduce un elemento atemporal que los hace próximos: el trabajo.

Pero no eran únicamente astrónomos, porque sólo sigue una estrella el “hombre de una cierta inquietud interior, un hombre de esperanza, en busca de la verdadera estrella de la salvación”[iv]. Y en aquella época, marcada por los dioses, el aire estaba impregnado de espera. Se esperaba algo que volviera a dar “al género humano el frescor de un nuevo comienzo”[v]. Las profecías judías, extendidas a lo largo y ancho del Imperio, habían creado tal expectación que era difícil no percibirla. El Imperio iba a “dar cabida a otra cosa mayor y mejor”[vi]. Y entre los hombres que “oyen venir” este cambio están nuestros Magos.

Por eso hemos dicho que no eran sólo astrónomos, sino que también eran hombres de profunda vida interior, buscadores de la verdad, filósofos de antaño. Vida interior a la sombra de una Presencia que les inquietaba con sus preguntas acerca del sentido de la vida, del misterio escondido en la Naturaleza: ¿azar o necesidad?, ¿libres o determinados?, ¿por qué hay mayor satisfacción al dar?, ¿existe la justicia?, ¿qué será de los pobres y humildes?, ¿somos juguetes de los dioses? ¿Quién o qué eres, oh, Presencia oculta?

 Los imagino rodeados de tablillas de arcilla con sus singulares letras cuneiformes, de textos enrollados, ya de piel o papiro, provenientes de los lugares más diversos del Imperio. Contemplo el paciente trabajo de investigación que alternan con una perseverante observación celeste. Y concluyo: trabajo bien hecho en medio de una intensa inquietud interior a causa de la esperanza en una venida. La ciencia de la Naturaleza en busca de la “ciencia de la salvación” de la que hablará con posteridad Zacarías (Lc 1, 77). Conocer para saber, saber para ser.

Sigamos imaginando: mientras mantenían esta actitud de trabajo y oración ante la sombra de la Presencia, algo sucede en los cielos. ¿La conjunción de Júpiter, Saturno y Marte? No sabemos, hay muchas hipótesis, pero me decanto por la más sencilla, la más textual: apareció una estrella. Apareció significa que no la vieron llegar, que no estaba allí antes. ¿Una nueva estrella? Lo cierto es que debió darse algo excepcional. Pero ya dijimos que esto no era suficiente para ponerse en camino. Lo más extraordinario se debió producir después, mientras intentaban interpretar aquel fenómeno cuya coordenada temporal siempre recordarán con “exactitud”. No fue nada exterior, sino interior, por eso resulta difícil describir. ¿Era la señal que estaban esperando?

He dicho que lo extraordinario vino después, pero pudo ser simultáneo. En cualquier caso, es el proceso de la vocación, de la llamada, del “llamado” que gusta decir al Papa Francisco. Una luz interior que clarifica y simplifica a la vez. Con ella, todo lo exterior se recompone, se renueva, adquiere sentido. Así, lo que no es significativo para algunos se convierte en señal para otros. Deslumbramiento, moción interior del Espíritu que anima a la voluntad a elegir generosamente. Después viene el miedo ante la conciencia de la propia pequeñez, la duda razonable que no lleva razón: “¿cómo vamos a creer que nuestros oídos han sido dotados precisamente para recibir el mensaje que espera la humanidad desde hace miles de años?”[vii]. Le sigue el “no temas”, el “no temáis” (Lc 2, 10). Y, por fin, la decisión confiada: puesto que ha surgido un “cetro en Israel”, sigamos la estrella, la estrella de Jacob que ya avanza. Y, ante la pregunta “¿cómo será?”, Su respuesta: “venid y veréis” (Jn 1, 39). Y se pusieron en camino. (Continuará)  

 



[i] Así llama Jan Dobraczynski a san José en su obra La sombra del Padre, Ediciones PALABRA, 2017.

[ii] “¿O es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero?” (Mt 20, 15).

[iii] Benedicto XVI. La infancia de Jesús. Editorial Planeta, 2012; pág. 95-112.

[iv] Benedicto XVI. La infancia de Jesús. Editorial Planeta, 2012; pág. 101.

[v] Vintila Horia. Dios ha nacido en el exilio. Ediciones Destino, 1960; pág. 112.

[vi] Vintila Horia. Dios ha nacido en el exilio. Ediciones Destino, 1960; pág. 76.

[vii] Vintila Horia. Dios ha nacido en el exilio. Ediciones Destino, 1960; pág. 140.