domingo, 6 de octubre de 2024

Para entender el mundo de hoy (IV)

 

 

En los anteriores artículos hemos visto la necesidad de intentar entender el mundo de hoy para poder transformarlo, la pretensión institucional de olvidar la aportación del cristianismo a la construcción de Europa y, por último, la contribución de la fe como guarda de la razón. Llega ahora la necesidad de poner fecha y contenido al origen de las ideas que hoy prevalecen.

Aunque nada surge de modo espontáneo, de hoy para mañana, que todo necesita de un periodo de incubación, si hubiera que poner fecha al origen de las ideas actuales no dudaría en situarlo en el siglo XVIII. Ideas que se acentuarán en el siglo XIX, que se desestabilizarán en la primera mitad del siglo XX y que, reconvertidas en su segunda mitad, son las que dominan este comienzo del siglo XXI.

Es a finales del siglo XVIII cuando dos acontecimientos, la independencia de EE. UU. y la revolución francesa, devolverán al presente un sistema de gobierno ausente durante más de dos mil años: la Democracia. Pero es también el siglo de la Ilustración (hija del Renacimiento y de la Reforma alemana). Con ella surge el liberalismo político y la creencia en el progreso indefinido de la humanidad, como efecto directo e inmediato de la “ilustración” del pueblo [RCG]. Es también el origen de las religiones políticas y la base de la modernidad ideológica (liberalismo, nacionalismo, marxismo, positivismo y cientifismo) que hoy padecemos. Por todo esto, como escribió Yepes Stork, entender el presente es entender la Ilustración. Y al revés, no entender la Ilustración es no entender el presente.

No es aventurado afirmar que el presupuesto fundamental del que derivan las ideas ilustradas es la pérdida del sentido trascendente de la vida, o sea, la secularización del pensamiento [RCG]. Ya, Blake, en aquel tiempo, afirmará que la Ilustración es un oscurecimiento del espíritu. No olvidemos que el encuentro del cristianismo con el filosofar griego (al que cristianizó), invirtió los términos haciendo del hombre una criatura de Dios y como tal, llamado a la trascendencia [LS], sustituyendo así el inmanentismo clásico por el pensamiento trascendente.

Esta secularización tiene doble cara: por un lado, la positiva desclericalización del mundo teocrático medieval, es decir, la autonomía del poder político con respecto a la religión; y, por otro lado, la secularización fuerte, es decir, el proceso por el cual el hombre rompe con Dios y se erige como centro de todo, y rechazando el culto a Dios erige el de la Humanidad, lo que Mariano Fazio llama “religiones sustitutivas”, recordando la tesis del historiador británico Christopher Dawson: toda civilización se sustenta en los pilares de la religión [POS]. De hecho, la revolución francesa, como más tarde Compte, sustituirá a Dios por la Razón, la Cruz por el árbol de la Libertad, la Gracia de Dios por la Razón del Hombre y la Redención por la Revolución. Toda una nueva religión.

Con este punto de partida (el olvido de Dios), es fácil comprender que el pensamiento moderno se centre en el hombre, en la antropología. Pero es un hombre que, al vivir su vida, no cuenta ya con un criterio objetivo, una norma o un fin que le oriente. Que es el drama del hombre actual. (Continuará).

sábado, 3 de agosto de 2024

Para entender el mundo de hoy (III)

 

Pero ¿de dónde salen estas ocurrencias?

Volviendo a la perspectiva de un europeo, no es arriesgado afirmar que el mencionado preámbulo de la fallida Constitución europea muestra la dirección que ha tomado el mundo actual o, al menos, la dirección que pretende.

En ese preámbulo se hablaba de herencia griega, romana e Ilustración, descartando las posibles raíces cristianas en un intento de silenciar que, durante siglos, desde el VIII hasta el XV, Europa llegó a ser conocida como la Cristiandad (Christianitas o Universitas christiana). Analicémoslo por separado.

 

La sabiduría cristiana al rescate de Grecia

Cuando a tantos que desean prescindir de las raíces cristianas de Europa se les llena la boca idealizando a Grecia, es bueno recordar que fue el cristianismo quien rescató la razón de en medio de tanta superchería.  

La razón no es algo secundario en la fe cristiana. Ya san Juan, comienza su Evangelio modificando el primer versículo del Génesis (“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”) con las palabras: “En el principio era el Logos”. “Logos significa tanto razón como palabra: una razón creadora y capaz de comunicarse, pero precisamente como razón”. El cristiano opta por la creación y la racionalidad (Dios es creador y razón del Universo). Y deberá “dar razón de vuestra esperanza al que os lo pida” (1 Pe 13, 15). Así, tras el Logos con mayúscula, viene el logos con minúscula [BXVI]. La razón humana y la racionalidad del mundo creado es también instrumento de evangelización.  

No es aleatoria la visión que tuvo San Pablo: “Ven a Macedonia y ayúdanos” (Hch 16,6-10). No responde sólo a la necesidad de expansión del cristianismo, sino que puede interpretarse también como “la necesidad intrínseca de un acercamiento entre la fe bíblica y el filosofar griego” [BXVI].

La Iglesia va a rescatar el saber griego como instrumento de evangelización y con el fin de entender mejor al hombre. Y lo hará desde sus comienzos. Así, la pregunta de Tertuliano: «¿Qué tienen en común Atenas y Jerusalén? ¿La Academia y la Iglesia?», es claro indicio de la conciencia crítica con que los pensadores cristianos, desde el principio, afrontaron el problema de la relación entre la fe y la filosofía [JPII].

Siglos más tarde, ante el peligro de que la razón quede absorbida por la fe, Tomás de Aquino subrayará la responsabilidad propia de la razón, la necesidad de que ésta se interrogue basándose en sus propias fuerzas. Con este impulso, la razón se convertirá también en una de las dimensiones fundamentales del hombre y el saber se convertirá en virtud cristiana, vía para la Eternidad [LS].

Este siglo, el XIII, está marcado también por el origen de las Universidades. Hubo 13 en este siglo y tuvieron un gran protagonismo en la construcción de Europa pues en ellas nacen los modernos sistemas jurídicos occidentales. Las primeras disciplinas universitarias nacieron por una clara demanda social: Medicina (para curar el cuerpo), Teología (para salvar el alma), Filosofía (para comprender el mundo) y Derecho (porque la sociedad precisa de un orden). La Universidad fue, desde sus orígenes, la casa común donde se busca la verdad propia de la persona humana [JRA].

Y al hablar de la Universidad, no puedo menos que mirar la actual, donde han florecido ideologías intolerantes y se practica la cancelación ante opiniones diversas. Al comparar la Universidad de Salamanca de finales de siglo XVI y principios del XVII, donde se enseñaba a la vez la teoría Tolemaica y la nueva de Copérnico, con algunas universidades actuales en la que son expulsados profesores por afirmar que el hombre nace mujer o varón, deduzco que se ha perdido la razón, vivimos en el siglo de la sinrazón (el XXI).

A la vez, hoy, el hombre de la calle, que se dice tan racional, tiene opiniones sobre la mayoría de las cuestiones, pero si le preguntas en qué basa sus afirmaciones responde: “yo no sé nada personalmente, pero se dice que, se piensa que …” [GT]. ¿Dónde ha dejado su razón?

No es que el cristianismo tenga o haya tenido una filosofía, sino que se ha servido de la filosofía, comenzando por la griega. Basta recordar el uso que hace el Aquinate de la Aristóteles o, más recientemente, cómo se ha servido de otras filosofías, como, por ejemplo, de la fenomenología de los discípulos de Husserl.    

Resumiendo: la Iglesia desde el principio se sirvió de la razón y hasta tuvo que defenderla. También lo hace ahora frente al hombre vulgar que, además de ignorar la historia, a lo más se sirve de la razón para el desarrollo de la tecnología y, en esto, además son pocos lo que la utilizan. De todas formas, volveremos sobre ello.

viernes, 26 de julio de 2024

Fe y fútbol

  

                La pasada Eurocopa trajo a escena, además de buen fútbol, la fe. Fue viral el vídeo en el que Luis de la Fuente afirmaba que no se santiguaba por superstición, sino por fe. “La fe es algo personal y transferible -dijo-, nada tiene que ver con la superstición”. Lo mismo podrían afirmar decenas de futbolistas que se santiguan antes de salir al campo. Un signo ante el que más de uno se habrá formulado la pregunta con la que otro periodista interrogó al victorioso entrenador: “los que somos ateos respetamos, pero no acabamos de entender, la relación de los que tienen fe con Dios, ¿dónde queda Dios y la fe cuando hay una final y se requiere absolutamente de todo para ganarla?”.

                Si entendemos el fútbol como un trabajo, que eso es para los que lo practican, es fácil entender que un hombre de fe se santigüe al comenzar un partido. Lo mismo hacen infinidad de cristianos en las más diversas profesiones. Porque para el cristiano el trabajo no es sólo el medio natural para cubrir sus necesidades económicas, sino también el gran instrumento que Dios ha puesto en sus manos para encontrarle y extender su buena noticia. El trabajo ocupa casi todo su día, es por tanto uno de los lugares ordinarios para encontrarse con el creador. No se puede desaprovechar. Ofrecer el trabajo a su comienzo y dejar en sus manos el resultado es aceptar su voluntad. Intentar jugar bien, con elegancia y nobleza, con rectitud de intención, es tratar de imitar a aquel que “todo lo hizo bien”. Que esto es el cristianismo, imitar y seguir a una persona: Cristo. Lo mismo para un periodista que para un futbolista. Desde luego que es también una forma de pedir la victoria, convencido de que Dios todo lo puede y que, él mismo, dijo “pedid y se os dará”, como también sentenció “mi Padre sabe lo que os conviene”.

                Pero en el fútbol, además de jugadores y entrenadores, está el jugador número doce: los aficionados, ya en el campo o ante pantallas. Y, entre ellos, hay siempre quien se pregunta lo mismo que miles de niños educados en la fe: “papá, ¿está bien que rece para que gane España?”

                He de confesar que durante algún tiempo tuve mis reticencias a decir que sí. Hay mucho en el mundo por lo que pedir, y puede parecer trivial hacerlo para ganar una final de la Eurocopa. Fue leyendo al filósofo Dietrich von Hildebrand, cuando comprendí lo equivocado que estaba. En efecto, el primer milagro que hizo Jesús fue convertir el agua en vino. A primera vista, sorprende que Cristo, que tanto habría de insistir en “buscar lo único necesario”, manifestara un interés tan grande para que unos novios no sufran ninguna humillación ni molestia por la escasez de vino. Pero, como dice Hildebrand, “aquí nos encontramos ante una prodigalidad divina, ante una caridad sin límites que llega hasta el último detalle; es una ternura que no excluye nada que pueda beneficiar a la persona, desde lo más alto hasta aquellos bienes agradables que son simplemente legítimos”. En Caná se trataba de la alegría y el vino era un símbolo de esta alegre celebración.

                Ganar la Eurocopa era motivo de alegría, la alegría del niño, la alegría de cada aficionado, la de cada persona. De aquí la respuesta: “sí, hijo, es bueno que reces para que gane España”, por si conviene. No es superstición, es fe.

viernes, 12 de julio de 2024

Para entender el mundo de hoy (II)

                 Antes de analizar los hechos que permiten entender la situación actual de nuestro mundo, conviene destacar una realidad que no deja de ser paradójica y preocupante.

 ¿De verdad que no ha habido nada antes?

 Si tenemos en cuenta que nuestro análisis se realiza desde la perspectiva de un mundo civilizado, la paradoja surge de inmediato: nos sabemos en un mundo civilizado, pero socavamos sus cimientos para construirlo desde cero. Olvidamos todo un tiempo anterior, como si nuestro mundo hubiera “aparecido de repente”, civilizado de repente. ¿Qué son esos valores tan extendidos hoy sino el resultado de siglos esforzados?

            ¿Nos damos cuenta de que intentan vendernos una moto usada como nueva? Pero no es nueva, ha recorrido ya muchos kilómetros. Muchos siglos nos sustentan, muchas vidas y pensamiento hasta llegar aquí. También muchas ideas equivocadas, con muchos efectos nocivos que se palparon de inmediato y que continúan, pero que el sistema considera daños colaterales necesarios para conseguir la gran meta: el progreso, el paraíso en la tierra.

           Ejemplo: Recuerdo un estudiante marxista que, al visitar Ámsterdam, afirmaba que su propósito era arrasar todo. Y a aquel orador laicista que gritaba: “¡Somos los hombres de las rupturas, de todas las rupturas con el pasado!”, sin advertir que él mismo es fruto de ese pasado [GT].

        Ejemplo: ¿Por qué, al hablar de las raíces de Europa en el preámbulo de la fallida Constitución europea, sólo se mencionaba la herencia griega y romana, pasando después directamente al siglo de las luces, saltándose toda la tradición cristiana?

                ¿Por qué aquel agosto de 2004, en el que el presidente francés Chirac iba a coincidir con san Juan Pablo II en Lourdes, envió previamente a su embajador preocupado de que el papa sacara la cuestión de las raíces cristianas de Europa? ¿Por qué Chirac no recibió en Paris al enviado del Papa que portaba una carta personal que hacía referencia a esta cuestión? [JN-V]

Ante estas actitudes, ¿quién se sorprendería de que, en las próximas décadas, la actual Francia atea, que renegó de sus raíces, se convierta al islam? ¿Sería el punto de partida para una nueva civilización… europea? [POS]

Pero no sólo Francia. En Bruselas se han desacralizado 40 iglesias por desuso. En Alemania, unos maestros no dejan beber agua a sus 25 alumnos porque deben solidarizarse con los 2 que viven el Ramadán. Y en un IES de CLM, un cartel anuncia en inglés: feliz Ramadán 2024. Y todo esto mientras que se persigue y se intenta deconstruir toda una cultura secular impregnada de virtudes y valores. Y esto es lo preocupante.

Pero nada debe sorprendernos. Como escribió Paul Valéry, “las civilizaciones ya sabemos que somos mortales” [GT].

Permitidme un inciso: si cambiamos de perspectiva, si miramos el mundo desde otra latitud geográfica, descubrimos otros mundos distintos (no sólo el tercero), con los que cometemos tres errores: 1) quererles imponer nuestro modelo, lo que sin duda hacemos mediante imposiciones económicas y no otras (como la imposición de la planificación familiar); 2) despreciarlos en su totalidad, sin advertir que en ellos sobreviven valores que nosotros hemos perdido, como son el amor a la vida, la importancia de la familia y el saber que la vida es esforzada (Recientemente he oído la protesta de un AMPA porque los niños andaban 1 km para llegar al comedor y me acordaba de la carta recibida de unos niños de Mali que andaban 6 km para llegar a la escuela andando y saliendo de noche); 3) menospreciamos la posibilidad de que puedan emerger e, incluso, superarnos.

                Llegados a este punto, al releer los dos primeros posts de este extenso artículo me viene a la cabeza ese libro de Chesterton cuyo título es “Lo que está mal en el mundo” (una colección de ensayos) porque parece que he hecho lo mismo en pocas líneas. Pero pretender entender requiere que haya unos motivos previos. Evidentemente, hay muchas cosas positivas en este mundo con las que intento interiormente equilibrar la balanza, pero hasta las más esenciales precisan ser discutidas (discutir: remover algo para que caiga la verdad, cribar).

                Pienso también en aquellos que no estén de acuerdo con lo escrito hasta ahora. Sin embargo, hay algo que nos une a todos: el deseo de esforzarnos e ilusionarnos en la solución de los grandes problemas, conflictos y tareas que definen nuestra época [JMEB]. Busquemos esos puntos de encuentro.

miércoles, 10 de julio de 2024

Para entender el mundo de hoy (I)

 (Una justificación del título)

 

Si tenemos en cuenta que se suele decir “este mundo no hay quien lo entienda”, puede parecer un título pretencioso; yo mismo puedo parecerlo. Pero creo que podemos entenderlo. Algunos, incluso, afirman que pueden llegar a ver hacia dónde vamos. Yo, desde luego, no. Lo que nadie podrá confirmar es ese final que intuyen; pues la historia, salvo en lo que respecta al tiempo -el eje X-, no es lineal. Intervienen, además de los acontecimientos imprevisibles, otras fuerzas que no contempla el pensamiento actual, tan acostumbrado al reduccionismo y a la sistematización absoluta de las ideas. Por ejemplo, 5 panes y 2 peces son 5 panes y 2 peces, pero de ellos comieron 5000 hombres, sin contar mujeres y niños (Mt, 14, 13). Siete panes y algunos pececillos son 7 panes y algunos pececillos, pero de ellos comieron 4000 personas, sin contar mujeres y niños (Mt15, 34).

           

¿Por qué dedicar tiempo a entenderlo?

                Acaso, ¿no estamos viendo cómo cualquier ocurrencia puede convertirse en ley? ¿No sería este un buen motivo? Lo cierto es que tengo también un motivo previo. Considero que nuestra relación con el mundo debe ser doble: guardarlo y cultivarlo. Guardarlo: haciéndonos responsable de él, no usándolo de modo despótico. Cultivarlo: que es tanto como decir trabajar por él y dar culto a su Creador. Aristóteles decía que “el hombre engendra al hombre”, y añado “el hombre cuida al hombre” y, si puede, lo cura.

Me choca lo que veo, me rechina lo que oigo; y huelo un ambiente de desesperanza que contrasta con la calidad humana que hay a mi alrededor. Contemplo al hombre demasiado pegado a la tierra, demasiado en sus cositas, atado a obligaciones rutinarias que le impiden ver su grandeza, conocer su dignidad y mirar más allá. Andamos polarizados, sin querer encontrar un punto de encuentro. Divididos, cuando tendríamos que estar unidos.

      En definitiva, debemos dedicar tiempo a entenderlo porque debe preocuparnos el hombre presente, el que suma años, que careciendo de una sólida base interior es llevado y traído de una cosa a otra sin disfrutar, sin ser feliz en ninguna. Viajero sin hogar que, sin embargo, tiene.

 

¿Qué tenemos que entender? Concretemos sin ser exhaustivos.


·         ¿Por qué está en crisis el sentido de la vida, y en el aire el primer Derecho Fundamental, el derecho a la vida? (Se legisla en función de unos casos límites que dejan la puerta abierta para los casos que no lo son; véase el aborto y la eutanasia. El aborto quieren convertirlo en derecho comunitario, sin respetar siquiera el derecho a la objeción de conciencia de los médicos que no quieran practicarlo. Este año, en Inglaterra, el 90% de los bebés con síndrome de Down fueron abortados. Y todo revestido de una ética de la convivencia.)

·         ¿Por qué se está deconstruyendo a la persona, a la familia y, especialmente, a los niños? (Se tiene un concepto de dignidad de la persona que no comparto. Hacen desaparecer la figura del padre y del varón; casi parece que se desea que no existan varones y mujeres, sino una cosa intermedia -medio varón, medio mujer, progenitores A y B- que lleve a la eliminación de la procreación natural -granja de bebés-. La imposición de un modelo de feminidad que intenta deslegitimar a las que no piensan igual -el otro día en la 6ª, ataque de la periodista Cristina Gallego-; y ¿qué decir de la familia? “Lo que produce personas es la familia” [Remí Brague]. ¿Qué decir de la intromisión de los poderes públicos en la educación? “Los niños no son de los padres”; la profe que dice que lo importante es lo que sientes; los bloqueadores de hormonas, etc.)

·         ¿Por qué las palabras ya no significan lo mismo para unos y otros?, lo que dificulta el diálogo y los puntos de encuentro. Y ello afecta también a la moral, a lo que es bueno y malo. No tiene la misma carga moral decir “fantasía sexual” que “pensamiento impuro”, o “interrupción voluntaria del embarazo” que “aborto”. Como consecuencia, se da toda una degradación moral o, al menos, una gran desorientación.

o   ¿A qué suena hoy la palabra apostolado -ya no digo proselitismo-? (¿Estás haciendo apostolado conmigo?) ¿Por qué? ¿Se atreven los cristianos a hablar de “pescadores de hombres”, cuando es una frase evangélica y fue el pez el símbolo que distinguía a los primeros cristianos?   

o   ¿Qué significa hoy la palabra libertad? ¿No parece que hay una idea ilusoria de que no tiene límites? Libertad-perdón-creación (La fe en la creación hace que la libertad pueda comprenderse como libertad para el bien, y a la inversa, la experiencia de libertad hace que la fe en la creación sea una elección significativa. La libertad es lo que nos permite alcanzar el Bien y solicitar y pedir el perdón [RB].) ¿No hay naturaleza y normas a las que atenernos? Y, como consecuencia, ¿qué es eso de la obediencia sino un mal medieval? Obediencia, autoridad, mandar, ¿qué es eso?

o   ¿Y la palabra igualdad, que sobre el papel lo resiste todo? Pero la realidad natural es desigual. Sólo los que se quieren se sienten iguales porque usan sus diferencias para el servicio mutuo y desinteresado, que los iguala. ¿Cómo organizar una sociedad de iguales y libres cuando cada uno se tiene a sí mismo como absolutamente libre? ¿Anarquía o poder soberano absoluto que calcula el equilibrio?

·                      ¿Por qué prospera el pesimismo ante el futuro? Los avances tecnológicos y las posibilidades de la IA dibujan un mundo sin ser humano o, al menos, sin el ser humano que conocemos. (La aparición de ciborgs y la fabricación de robots llena de incertidumbre; la máquina que lo sabe todo amenaza la sabiduría humana. Ya en Corea del Sur, la tecnología sustituye las relaciones humanas. “Fabriquemos el robot para que el hombre no esté solo”, dijo otro hombre.)

·            ¿Por qué mientras la gente ordinaria intenta sobrevivir en un presente laborioso, lleno de actividad y nuevos retos, los poderes públicos se dedican a organizar su futuro? Esto es, pretenden organizar la vida de los demás a espaldas de la gente común. (¿Qué es eso del nuevo orden mundial? ¿quién lo ha inventado? ¿y a usted quién le ha dado permiso? ¿Qué es eso de la Agenda 2030? ¡Déjeme hacer mi propia agenda! Al final, como decía alguno, “habrá que cogérsela con papel de fumar”, con perdón).

·         ¿Por qué hoy presentan a nuestros padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, … como seres crueles, rígidos e intolerantes, con la pretensión de que olvidemos sus enseñanzas y, como he dicho anteriormente, el rol del hombre (varón)? Decía Dostoievski (En el epílogo a los hermanos Karamazov): “no hay nada más noble, más fuerte, más sano y más útil en la vida que un buen recuerdo, sobre todo cuando es un recuerdo de la infancia, del hogar paterno. (…) El que hace una buena provisión de ellos para su futuro, está salvado. E incluso si conservamos uno solo, este único recuerdo puede ser algún día nuestra salvación”.

·         ¿Por qué se ha sustituido a Dios por el Estado y a la religión por una democracia individualista que nada tiene que ver con el amor? ¿No es cierto que existe una extralimitación estatal que invade tanto el campo judicial como ético? ¿Es el Estado el que define el orden moral, no hay nada previo? ¿Para qué sirve el Estado? Respuesta: para “mantener la convivencia humana en orden”. Tiene la misión de gobernar y de que su gobierno no sea un simple ejercicio de poder sino protección del derecho que asiste al individuo y garantía del bienestar de todos. No es misión del Estado traer la felicidad a la humanidad, ni es competencia suya crear nuevos hombres.

·         ¿Qué ha llevado a sacralizar la naturaleza y desacralizar a la persona y a la familia? (La madre naturaleza puede ser muy madre para el lobo que se come al cordero, pero no para el cordero)

·         Por las numerosas contradicciones de un mundo globalizado donde los más débiles, los más pequeños y los más pobres parecen tener bien poco que esperar [JPII].

·         Porque conviene descubrir tantas realidades buenas que nos rodean y, a la vez, tantos aspectos que no se adecúan a la dignidad de la persona.

·         Porque quiero conocer en qué grado participo de todo ello. Esto es, no sólo preciso conocer las ideas que lo alimentan, sino también cuántas de ellas forman ya parte de mí, y no me ha dado cuenta. (Porque el mal moderno actúa con manos enguantadas; el mal ha sido despojado de sus apariencias más chocantes).  

 Podemos vivir sin entenderlo y, simplemente, dejarnos llevar, dejar hacer, vivir el “carpe diem”, seguir la máxima: “mientras que no me afecte…”, pero quizás -entonces- sea demasiado tarde.

Nos estamos acostumbrando a las reacciones tardías, a ir a remolque, pero eso supone que son otros los que nos llevan, además de ser un desprecio a la libertad (¿de qué sirve la libertad si no la ejerzo o no puedo ejercerla?).

Conviene que seamos propositivos, ir por delante y, en la medida de nuestras posibilidades, ser colaboradores (protagonistas o secundarios) en la transformación del mundo. Como «exploradores» que se dirigen siempre hacia lo que es bello, bueno y verdadero [JPII].

miércoles, 7 de febrero de 2024

¡Que se acabó la linde!

 

 

Un magnífico e irónico WhatsApp decía: “lo importante no es dejar claro que dos más dos no son veintidós, sino profundizar en el heteropatriarcado opresor y la perspectiva de género”. Y recordé un curso de educación de la voz, con un módulo titulado la igualdad de género, que suscitó la pregunta: ¿qué relación hay entre educar la voz y la igualdad de género? Respuesta: estamos obligados. Y, es que, en la escuela de hoy se puede obligar una ideología, la de género, pero no se puede obligar a aprender matemáticas, historia, lengua u otras materias.

Pero no va esto de la ideología de género, que se impone como dogma tanto en escuelas como universidades gracias a sustanciosas subvenciones, sino de la Enseñanza, ésa que es noticia después de PISA, al finalizar una evaluación o tras la estadística de repetidores. Porque hasta ese día, la enseñanza va bien, mi hijo va bien, las estadísticas no incomodan.

¿Hacia dónde va este modelo de enseñanza? ¿Qué fin persigue? Desde luego que no el de los usuarios, ya sean padres, estudiantes, profesores, empleadores o librepensadores. Colectivos que confían en que aquellos que se gradúan, ya a los dieciséis o a los dieciocho años, hayan adquirido los conocimientos adecuados que presupone el nivel alcanzado. Pero esto no es así, hoy se pasa de nivel por edad o por el incumplimiento de alguna minucia que forma parte de una extensa gama de formalismos. Y todo bajo un control burocrático férreo que niega la libertad de cátedra. El conocimiento no es decisivo. Saber o no saber es indiferente, lo único que parece interesar es poder presumir de estadísticas y evitar conflictos esenciales. Y esto, como mínimo, es una injusticia comparativa para los que saben o logran llegar al nivel correspondiente a base de esfuerzo, además de un fraude social, salvo que el usuario esté equivocado sobre lo que espera de la enseñanza y este modelo educativo tenga otro fin. Pero ¿qué fin?  

Daniel Mendelsohn cuenta en uno de sus libros que su padre solía preguntar: “¿cómo podemos recorrer una larga distancia sin llegar a ninguna parte?” La solución de la adivinanza es “viajando en círculos”. Lo que resulta una buena analogía de la enseñanza actual: muchos años escolarizados para llegar al punto de partida, la ignorancia, una y otra vez a la ignorancia. Ni hélices, ni espirales, sino circunferencias. Pero, claro, con un título o certificado académico.

El Bachillerato, el BUP e, incluso, la EGB, estaban cargados de saber, de ese saber que no se aprende por gusto, pero que constituye el bagaje cultural de muchas generaciones. Porque, además de pagar impuestos, hay otras cosas que hay que hacer por obligación, aunque cuesten o no se entiendan los motivos. Sitúan al joven en el mundo y le ayudan a conocerse. Saber por saber, y nada más. Lo contrario es esta enseñanza utilitarista que siempre conjuga el “para” y muy pocas veces el qué o el por qué. Un modelo de enseñanza que están abandonando muchas naciones.

Dice un refrán de estas tierras: “se acaba la linde y el tonto sigue”. Y esto parece que está pasando con los que introdujeron este tipo de enseñanza, que no se paran a analizar o a reflexionar sobre la posibilidad de que no fuera tan guay. Que no es que los responsables de llevarla a cabo lo hayan hecho mal, sino que se acabó la linde.

miércoles, 10 de enero de 2024

Una pregunta sobre la estrella

 

 

                Sabemos que los magos de Oriente siguieron el camino que les mostraba una estrella, a la que vieron salir. Y, si la vieron salir, es porque era una estrella nueva o, al menos, desconocida para ellos. Imagino que la siguieron como se sigue la estrella Polar, pero no quiero entrar en esta cuestión tan sencilla para los montañeros o los astrólogos, y tan complicada para la gente de ciudad como yo. Mi pregunta es ¿por qué acabaron en Jerusalén y no en Belén?

                Quizás sea fácil de responder para aquellos que han seguido alguna vez una estrella, pero ya he dicho que no es mi caso. Puedo pensar que desapareció al entrar en Jerusalén, pues dice san Mateo que “después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos”. Y digo al entrar en Jerusalén y no antes porque ellos seguían la estrella y estaban convencidos de que habían llegado a su destino pues, en caso contrario, no hubieran preguntado “¿dónde está el Rey de los judíos?”, ni afirmado su propósito: “venimos a adorarlo”. Así pues, confirmada la ciudad, ya sólo querían saber en qué lugar de esa enorme población se encontraba el Rey de los judíos.

                Dejando a un lado estas especulaciones, imagino que a la vista de Jerusalén quedaron deslumbrados por el esplendor de su Templo, la fortaleza romana o la visión del palacio de Herodes. Además, esa era la capital de los judíos, su ciudad santa, por lo que parecía el lugar más adecuado para el nacimiento de su Rey. No lo dudaron y entraron en ella. Excesiva confianza que ni advirtieron que la estrella había desaparecido. O, bien, sí lo advirtieron, pero pensaron que ya no la necesitaban, que ésta había cumplido su cometido.

                Tú y yo, que hemos seguido la estrella hasta aquí, la estrella que recibimos con el Bautismo y que conduce a ese Rey que buscan los magos, también hemos quedado muchas veces deslumbrados por las apariencias o por lo que parece adecuado en el momento, que no siempre coincide con lo correcto. Por el consumismo desenfrenado, por palabras atractivas de vendedores de humo, por el deseo de quedar bien, por el éxito, por el bienestar, por el desprecio a lo que nos rodea, incluso a la propia vida. Y, como los magos de Oriente, hemos creído que dejar de ver la estrella no era una mala señal. Al contrario, que con su desaparición había llegado nuestro momento, que éramos más libres, que habíamos completado el camino.

                Los magos preguntaron. Recorrieron toda Jerusalén repitiendo la misma pregunta, hasta conocer la respuesta: “En Belén de Judea”. Se habían equivocado de lugar. No mucho, claro, unos diez kilómetros. Un error relativo pequeño si tenemos en cuenta la distancia recorrida desde que empezaron a seguir la estrella. Pero tuvo consecuencias. Porque hasta los errores pequeños o involuntarios tienen consecuencias. Alertaron del nacimiento del Hijo de Dios al rey oficial de Judea, a Herodes, con la trágica consecuencia de la matanza de los inocentes. Que, si a nuestro parecer resultó una acción inhumana, no podemos juzgar su alcance sin tener presente que la Providencia divina tiene sus propios caminos, incomprensibles muchas veces, como velados, que forman parte del misterio en el que viven los hombres, enanos ante la sabiduría de Dios, pero también hijos suyos muy queridos.

                También nosotros, cuando allí donde estamos no encontramos lo que hemos ido a buscar, hemos preguntado: “y la felicidad, ¿dónde está esa felicidad prometida?” Lamentablemente, no siempre obtenemos una respuesta clara. Unos dicen que aquí, otros que allá. Y vamos de aquí para allá probándolo todo, buscando la felicidad lejos de la estrella, sin advertir que es imposible y que no hay otra respuesta que la de Jesús: “yo soy el camino, la verdad y la vida”. Un camino que conjuga perfectamente dolor y felicidad.

                Los magos reaccionaron con prontitud: “se pusieron en camino”. Deslumbrados, sin luz, incapaces de pensar que algunos de los pueblos de alrededor pudiera ser el lugar del nacimiento, fueron al lugar más glamuroso. Como nosotros, a veces. Pero supieron rectificar a tiempo, con premura, “y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño”. También nosotros, si rectificamos, volveremos a ver la estrella, lo hemos experimentado. Y, puestos en el camino, veremos maravillas como nunca podremos imaginar.