viernes, 26 de julio de 2024

Fe y fútbol

  

                La pasada Eurocopa trajo a escena, además de buen fútbol, la fe. Fue viral el vídeo en el que Luis de la Fuente afirmaba que no se santiguaba por superstición, sino por fe. “La fe es algo personal y transferible -dijo-, nada tiene que ver con la superstición”. Lo mismo podrían afirmar decenas de futbolistas que se santiguan antes de salir al campo. Un signo ante el que más de uno se habrá formulado la pregunta con la que otro periodista interrogó al victorioso entrenador: “los que somos ateos respetamos, pero no acabamos de entender, la relación de los que tienen fe con Dios, ¿dónde queda Dios y la fe cuando hay una final y se requiere absolutamente de todo para ganarla?”.

                Si entendemos el fútbol como un trabajo, que eso es para los que lo practican, es fácil entender que un hombre de fe se santigüe al comenzar un partido. Lo mismo hacen infinidad de cristianos en las más diversas profesiones. Porque para el cristiano el trabajo no es sólo el medio natural para cubrir sus necesidades económicas, sino también el gran instrumento que Dios ha puesto en sus manos para encontrarle y extender su buena noticia. El trabajo ocupa casi todo su día, es por tanto uno de los lugares ordinarios para encontrarse con el creador. No se puede desaprovechar. Ofrecer el trabajo a su comienzo y dejar en sus manos el resultado es aceptar su voluntad. Intentar jugar bien, con elegancia y nobleza, con rectitud de intención, es tratar de imitar a aquel que “todo lo hizo bien”. Que esto es el cristianismo, imitar y seguir a una persona: Cristo. Lo mismo para un periodista que para un futbolista. Desde luego que es también una forma de pedir la victoria, convencido de que Dios todo lo puede y que, él mismo, dijo “pedid y se os dará”, como también sentenció “mi Padre sabe lo que os conviene”.

                Pero en el fútbol, además de jugadores y entrenadores, está el jugador número doce: los aficionados, ya en el campo o ante pantallas. Y, entre ellos, hay siempre quien se pregunta lo mismo que miles de niños educados en la fe: “papá, ¿está bien que rece para que gane España?”

                He de confesar que durante algún tiempo tuve mis reticencias a decir que sí. Hay mucho en el mundo por lo que pedir, y puede parecer trivial hacerlo para ganar una final de la Eurocopa. Fue leyendo al filósofo Dietrich von Hildebrand, cuando comprendí lo equivocado que estaba. En efecto, el primer milagro que hizo Jesús fue convertir el agua en vino. A primera vista, sorprende que Cristo, que tanto habría de insistir en “buscar lo único necesario”, manifestara un interés tan grande para que unos novios no sufran ninguna humillación ni molestia por la escasez de vino. Pero, como dice Hildebrand, “aquí nos encontramos ante una prodigalidad divina, ante una caridad sin límites que llega hasta el último detalle; es una ternura que no excluye nada que pueda beneficiar a la persona, desde lo más alto hasta aquellos bienes agradables que son simplemente legítimos”. En Caná se trataba de la alegría y el vino era un símbolo de esta alegre celebración.

                Ganar la Eurocopa era motivo de alegría, la alegría del niño, la alegría de cada aficionado, la de cada persona. De aquí la respuesta: “sí, hijo, es bueno que reces para que gane España”, por si conviene. No es superstición, es fe.

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