Sabemos que los
magos de Oriente siguieron el camino que les mostraba una estrella, a la que
vieron salir. Y, si la vieron salir, es porque era una estrella nueva o, al
menos, desconocida para ellos. Imagino que la siguieron como se sigue la
estrella Polar, pero no quiero entrar en esta cuestión tan sencilla para los
montañeros o los astrólogos, y tan complicada para la gente de ciudad como yo.
Mi pregunta es ¿por qué acabaron en Jerusalén y no en Belén?
Quizás sea fácil de
responder para aquellos que han seguido alguna vez una estrella, pero ya he
dicho que no es mi caso. Puedo pensar que desapareció al entrar en Jerusalén,
pues dice san Mateo que “después de oír al rey, se pusieron en camino, y de
pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos”. Y digo al entrar
en Jerusalén y no antes porque ellos seguían la estrella y estaban convencidos
de que habían llegado a su destino pues, en caso contrario, no hubieran preguntado
“¿dónde está el Rey de los judíos?”, ni afirmado su propósito: “venimos a
adorarlo”. Así pues, confirmada la ciudad, ya sólo querían saber en qué lugar
de esa enorme población se encontraba el Rey de los judíos.
Dejando a un lado estas
especulaciones, imagino que a la vista de Jerusalén quedaron deslumbrados por el
esplendor de su Templo, la fortaleza romana o la visión del palacio de Herodes.
Además, esa era la capital de los judíos, su ciudad santa, por lo que parecía
el lugar más adecuado para el nacimiento de su Rey. No lo dudaron y entraron en
ella. Excesiva confianza que ni advirtieron que la estrella había desaparecido.
O, bien, sí lo advirtieron, pero pensaron que ya no la necesitaban, que ésta
había cumplido su cometido.
Tú y yo, que hemos
seguido la estrella hasta aquí, la estrella que recibimos con el Bautismo y que
conduce a ese Rey que buscan los magos, también hemos quedado muchas veces
deslumbrados por las apariencias o por lo que parece adecuado en el momento,
que no siempre coincide con lo correcto. Por el consumismo desenfrenado, por palabras
atractivas de vendedores de humo, por el deseo de quedar bien, por el éxito, por
el bienestar, por el desprecio a lo que nos rodea, incluso a la propia vida. Y,
como los magos de Oriente, hemos creído que dejar de ver la estrella no era una
mala señal. Al contrario, que con su desaparición había llegado nuestro
momento, que éramos más libres, que habíamos completado el camino.
Los magos
preguntaron. Recorrieron toda Jerusalén repitiendo la misma pregunta, hasta conocer
la respuesta: “En Belén de Judea”. Se habían equivocado de lugar. No mucho,
claro, unos diez kilómetros. Un error relativo pequeño si tenemos en cuenta la
distancia recorrida desde que empezaron a seguir la estrella. Pero tuvo
consecuencias. Porque hasta los errores pequeños o involuntarios tienen
consecuencias. Alertaron del nacimiento del Hijo de Dios al rey oficial de
Judea, a Herodes, con la trágica consecuencia de la matanza de los inocentes. Que,
si a nuestro parecer resultó una acción inhumana, no podemos juzgar su alcance sin
tener presente que la Providencia divina tiene sus propios caminos,
incomprensibles muchas veces, como velados, que forman parte del misterio en el
que viven los hombres, enanos ante la sabiduría de Dios, pero también hijos
suyos muy queridos.
También nosotros, cuando
allí donde estamos no encontramos lo que hemos ido a buscar, hemos preguntado: “y
la felicidad, ¿dónde está esa felicidad prometida?” Lamentablemente, no siempre
obtenemos una respuesta clara. Unos dicen que aquí, otros que allá. Y vamos de
aquí para allá probándolo todo, buscando la felicidad lejos de la estrella, sin
advertir que es imposible y que no hay otra respuesta que la de Jesús: “yo soy
el camino, la verdad y la vida”. Un camino que conjuga perfectamente dolor y
felicidad.
Los magos
reaccionaron con prontitud: “se pusieron en camino”. Deslumbrados, sin luz, incapaces
de pensar que algunos de los pueblos de alrededor pudiera ser el lugar del
nacimiento, fueron al lugar más glamuroso. Como nosotros, a veces. Pero
supieron rectificar a tiempo, con premura, “y de pronto la estrella que habían
visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba
el niño”. También nosotros, si rectificamos, volveremos a ver la estrella, lo
hemos experimentado. Y, puestos en el camino, veremos maravillas como nunca
podremos imaginar.