sábado, 30 de diciembre de 2023

Para Teófilo

 

 

Hoy quisiera proponer un libro: “Para Teófilo”, de Francisco José Ruíz Sánchez, (Algezares, 1963). No es el primero que escribe; aunque sí el primero que firma con su nombre completo. Su anterior obra, “El sitio”, publicada en 2019, la firmaba como Fran Ruíz, y ya di cuenta de ella en un anterior artículo. Era una novela histórica sobre un hecho de armas de la pasada guerra civil española. Un libro no políticamente correcto. En su lectura descubrí a un autor que sabía contar historias, que “enganchaba”, y que disponía su conocimiento de forma ordenada, lógica y profunda, sin descuidar los detalles.

                He tenido la suerte de acompañar la construcción de este libro casi desde sus orígenes. Todo empezó cuando me propuso la lectura de un borrador al que siguieron otros tantos borradores. Por suerte, entre borrador y borrador, me invitaba a un café de trabajo. En estos encuentros descubrí cómo lee el Nuevo Testamento y la profundidad con la que lo conoce. Se mete como un personaje más que se interroga y busca relaciones para tener una visión global a la vez que detallista. Cuando vi su tabla de convergencias entre los evangelios sinópticos, entendí el trabajo realizado. Disfrutaba contando sus pequeños descubrimientos, las relaciones encontradas, describiendo la ley de Noé, la de Moisés o el mundo judío, entre otras cosas.

                Me causa gran satisfacción saber que este libro haya sido incluido en una colección donde aparecen autores clásicos como Louis de Wohl, Marcel Auclair, Jan Dobraczynski o José Luis Olaizola, entre otros. Este hecho, junto a la noticia de que se lee ya en Argentina, Colombia, Puerto Rico, Ecuador, …, es prueba de que estamos ante un gran libro.

                La novela arranca en el año 45 de nuestra era, en “un mundo sin esperanza y sin Dios”, que dirá san Pablo. Un mundo como el nuestro, vamos. Un recorrido por los grandes focos culturales del momento, desde Roma a Jerusalén, pasando por Alejandría y su universidad, Antioquía o lo que queda de Grecia, ayuda a entender la acción desarrollada. Coincide con la extensión del cristianismo, pues entre Jerusalén y Roma se desarrolla la Iglesia primitiva.  

                Su personaje central es san Lucas, toda una figura sobre la que se han celebrado congresos, de la que existe toda una iconografía y de la que se deriva una gran espiritualidad. Autor de un evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, san Lucas nos introduce en la interioridad de María, nos recuerda el compromiso misionero y nos acerca a la presencia y la acción del Espíritu Santo.

                El libro, en cuanto novela, te engancha y, en cuanto contenido evangélico, te hace pensar y volver a los primeros tiempos del cristianismo, al concepto de Mesías, a la fracción del pan, al Hijo de Dios. A la vez que te aproxima a aquellos personajes que hicieron la primera Iglesia: María, Pablo, los apóstoles y aquellos primeros cristianos cuyos nombres pueden leerse en los evangelios y que son también protagonistas en esta novela.  

                Finalmente, he de decir que me parece un libro que puede ayudar a recristianizar la cultura. En un tiempo en el que los jóvenes buscan modelos a seguir, es oportuno mostrarles que los mejores ejemplos de vida se encuentran entre los santos. Los hay de todo tipo, con muchos y variados carismas, seguro que cualquier joven podrá descubrir que uno de ellos es el modelo que le atrae, la vida que desea seguir, el camino cierto que añoraba. Ofrezcamos buenas lecturas a nuestros jóvenes. Aquí tienes un buen libro.

sábado, 28 de octubre de 2023

Transmitir esperanza

 

 

                Si presencia una junta de evaluación, observará que gran parte del tiempo se lo lleva el alumnado con problemas psicológicos, si no psiquiátricos. Problemas derivados, en su mayoría, de situaciones familiares que menoscaban la necesidad de seguridad que precisan a esas edades o de fallidas relaciones de amistad. Situaciones que generan desconfianza junto a una sensación de desafecto. Más allá de las aulas, las estadísticas hablan de un aumento de suicidios y de violencia juvenil. Y uno se pregunta, ¿cómo, en una sociedad tan próspera, hay tanto desamor y tan pocas ganas de vivir? ¿Qué estamos enseñando a las nuevas generaciones?

                Una cosa está clara, no les enseñamos a vivir. Pero ¿de qué viven los hombres? Para los que tenemos vida, y los jóvenes la tienen en abundancia, cabe decir que vivimos de esperanza. Algo que en estos días tenebrosos resulta más que evidente. Sólo el que tiene esperanza puede esperar. El optimismo es esperar que las cosas mejoren, pero tiene el inconveniente de que no sea así, que el presente fatigoso continúe. La esperanza, la esperanza que da vida, supera al optimismo. ¿Cómo debe ser, pues, esa esperanza? Primeramente, debe ser una esperanza que lleve hacia una meta. En segundo lugar, debemos estar seguros de que esa meta existe. Por último, esa meta debe ser tan grande que justifique el esfuerzo del camino, que mantenga las ganas de vivir aun en esos días que más que vivir parece que es sobrevivir. ¿De qué género es esa esperanza y qué certeza proporciona?

                No puede ser algo material, que con el tiempo se descompone. Debe ser algo que trascienda el tiempo y el espacio. Tampoco puede ser una idea, no puede venir de una elucubración, por muy consoladora que parezca. Debe proporcionar luz continuamente, sin espacio para las sombras, sin dudas. Debe ser roca firme a la que poder agarrarse en medio de tantos pesares, acogedora y tierna ante tanto desafecto e individualismo. Debe ser así y no de otro modo, nada de relativo. Sí, digámoslo ya, Jesucristo es esa esperanza. No es una idea, es una Presencia. Él es el único fundamento que resiste, el único que proporciona certeza absoluta. Un fundamento que no se nos puede quitar ni siquiera con la muerte.

                Charles Péguy lo dice con palabras más hermosas: “La esperanza ve lo que aún no es, pero será. Ama lo que aún no es, pero será. Por un camino empinado, arenoso, difícil. Por una carretera empinada. Arrastrada, colgada de los brazos de sus hermanas mayores [fe y caridad], que la toman de la mano, avanza la pequeña Esperanza”.

                 Lamentablemente, de esta esperanza firme no se habla hoy a los jóvenes. Lo he dicho muchas veces, en privado y en público: el silencio, si no la mofa, que esta sociedad mantiene sobre esa esperanza es causa del desgarramiento humano, de la tristeza de tantos jóvenes. Por eso, siempre he recordado a los padres que no basta con dar a sus hijos amor, comunicación y tiempo, que es importante, deben darles también la esperanza cierta que viene de la buena noticia que predicó Jesucristo. Darles a conocer a Jesucristo. No basta con darles una carrera o enseñarles un oficio. Han de enseñar con su vida y su palabra de qué viven los hombres (varones y mujeres). Dichosos los que han puesto su confianza en el Señor.

 

sábado, 15 de abril de 2023

Formar

 

 

                Formar, enseñar, educar, son palabras que se toman como sinónimas, pero no lo son. Pensando en mi ciencia, pregunto: ¿es lo mismo formar matemáticos que enseñar matemáticas o educar en las matemáticas? Concluyo que no, pero no expondré las razones por estar fuera de contexto. Aunque es pensando en ellas como entiendo mejor que no es lo mismo formar a un niño que enseñarle o educarlo. La enseñanza tiene que ver con el entendimiento, la educación con la voluntad y la formación, en cambio, abarca a toda la persona, es la que configura su personalidad. Es cierto que no son conceptos totalmente separados, pero también es cierto que son distintos.

                Formar a un niño es darle forma. Pero ¿qué forma? La respuesta dada marcará la diferencia entre los formadores, llámese padre, madre o, más en general, maestro. Porque ésta depende del principio; esto es, de la antropología aceptada. No se da la misma respuesta si aceptamos que hemos sido creados, que si pensamos lo contrario. Menos aún si pensamos que hemos sido creados a imagen del creador. Porque esto último lleva -entre otras cosas- a que la vida tiene un sentido y, a la vez, que somos limitados, lo que tiene consecuencias en la formación.

                Por mi parte, sigo el concepto clásico, el medieval, el del maestro Eckhart, que tan bien explicó la filósofa Edith Stein. Según éste, Dios imprime su imagen en los seres humanos, y es tarea de estos y de sus formadores descubrirla y hacerla salir hacia afuera. Se trata pues de una doble tarea: formarse y autoformarse. ¿Qué forma? La que Dios le da.

                Me aparto así del concepto moderno en el que la subjetividad ocupa el lugar de Dios. Ya no es Dios quien da la forma al ser humano desde dentro del alma, sino que es el mismo individuo el que se cultiva a sí mismo, en una autoconstitución de la propia subjetividad.

Permítanme un símil para ver la diferencia. Recurramos al alfarero ante un bloque de barro. Según la interpretación de Edith Stein, el alfarero debe retirar el barro hasta descubrir la forma interna que ya está impresa en él. Su trabajo consiste pues en exteriorizar esa forma interna. Mientras que, para el moderno, el alfarero quita el barro necesario hasta conseguir la imagen deseada, la subjetiva, la que tiene en su mente. Así pues, el punto de partida es muy distinto. Para unos, el niño o niña nace con una imagen plasmada que hay que descubrir. Para otros, es un recipiente vacío, nace como una tabula rasa sobre la que hay que construir.

En consecuencia, lo primero que debe hacer todo formador es conocer con qué cuenta, conocer el interior del hijo o discípulo. Porque no vale “el café para todos” al que tan acostumbrados estamos últimamente. Cada uno tiene su propia individualidad; unos serán encina, que necesita poca agua; otros, álamos con necesidad de agua.

Lamentablemente, algunos piensan que formar es dirigir según unos planteamientos personales influidos en demasía por los estados de ánimo de la época en la que vivimos, cada vez más exigentes. Y, en vez de preguntarse ¿qué va a ser de este niño?, planean qué queremos que sea, siguiendo los requerimientos que se oyen en la calle.

Concretando: ¿cómo conocer esa forma interior? Con amor, comunicación y tiempo, que son los tres pilares fundamentales. Con todo, sepamos que nunca lograremos entender perfectamente su naturaleza; entre otras cosas, porque con cada generación aparece algo nuevo, no enteramente comprensible para la generación anterior. Al fin y al cabo, individuum ineffabile est.

Deconstruir desde el poder

 

 

Era la noche del lunes, en el Carlos Belmonte, durante el descanso del partido. Mientras se formaba una larga cola para entrar en los lavabos de hombres, justo en la puerta de al lado, la del aseo de mujeres, ellas entraban o salían sin necesidad de formarla. Entonces me dije: ¿qué pasaría si dijera que me siento mujer y me meto en este aseo?, así no tendría que hacer cola. Pero acaso ¿alguien se atrevería a decirme algo? El atrevido que lo hiciera ¿no sería tachado de facha u homófobo por alguno o alguna? Más aún, ¿quién se arriesgaría a invadir el espacio de uno que se siente mujer teniendo en cuenta la ley del sí es sí?

El ejemplo puede parecer trivial, pero algunas de las leyes aprobadas por nuestro parlamento sólo traen desorientación. En naciones más trasparentes que la nuestra se conocen casos reprobados por la mayoría de sus ciudadanos. Como la ley sobre la autodeterminación de género aprobada por el Parlamento escocés en diciembre, que reduce la edad para poder cambiar de género a los 16 años y elimina la necesidad de un diagnóstico médico. Una ley que tuvo consecuencias pues, recién aprobada, Isla Bryson era condenada por violar a dos mujeres cuando se llamaba Adam Graham, y, debido a las quejas, tuvo que ser trasladada de la prisión de mujeres de Cornton Vale, donde permanecía mientras era juzgada, a una prisión masculina para cumplir su condena. También tuvo consecuencias políticas: la dimisión de la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, y el bloqueo por primera vez en la historia de una ley por parte del gobierno de Gran Bretaña. Como aquí, que nadie dimite y se llevan las manos a la cabeza cuando se aplica el 150 ante un golpe de Estado.

Toda ideología presenta una visión de la realidad que aspira a propagar mediante la conquista del poder. La auténtica realidad importa poco, es la imposición de su visión lo que pretende y, para ello, necesita el poder. Lo que está sucediendo en España, conejillo de indias de todas las ocurrencias, es clara muestra de ello. Desde el Gobierno, un grupo minoritario de ciudadanos está imponiendo su propia ideología mediante una legislación bien arropada por una acción pedagógica que dispone de todos los instrumentos del Estado.

Sus desbaratadas ocurrencias hacen crujir el suelo firme sobre el que se ha cimentado esta civilización. Han deconstruido la familia, la maternidad y la paternidad. Y pretenden deconstruir al varón y a la mujer. Han dado el mismo rango al matrimonio entre varón y mujer que a la unión entre dos varones o dos mujeres. Han extendido artificialmente la disforia de género entre los niños facilitándoles la hormonación, la mutilación y las prótesis gratuitas, como sucede en Navarra.

Y, frente a un celo aparente por la infancia, pretenden emanciparla de sus padres para que sólo atiendan al Estado. Pronto la patria potestad será el Estado potestad. De hecho, han deconstruido el concepto de Estado, que ha pasado a ser la larga mano de un Gobierno que se erige en maestro y juez. Otra vez la función pedagógica del Gobierno. No es un lugar común decir que esta imposición de las costumbres de una minoría para desarraigar las costumbres de la mayoría es una auténtica ingeniería social que va calando acríticamente en una ciudadanía cuyas nefastas consecuencias sufrirán las inmediatas generaciones posteriores.