miércoles, 29 de agosto de 2012

Escuelas diferenciadas y mixtas (27-08-2012)


Por mucho que le doy vueltas no encuentro ningún tipo de perversión o trauma en estos chicos y chicas –de más de cincuenta años- con los que hoy comparto mesa. Todos ellos estudiaron en escuelas diferenciadas; los chicos en colegios de chicos y las chicas en los correspondientes a su sexo. Nada raro si pensamos en la edad que tienen. Era lo normal en aquella época, como ahora lo es la educación mixta (coeducación la llaman). Antes había muchos colegios diferenciados y pocos mixtos, mientras que ahora sucede lo contrario.
Nada tendría que comentar si no fuera porque desde hace algún tiempo hay quienes pretenden dejar fuera del modelo público -el subvencionado y gratuito- a la escuela diferenciada. Una discusión que se plantea, como todo en España, precisamente cuando en muchas de las grandes democracias se está promocionando la escuela diferenciada. Y, es que, en España siempre llegamos tarde, cuando los demás están de vuelta.
En el caso de la educación, esta polémica se debe quizás a la razón de origen que algunos quisieron imponer a la educación pública, como alternativa enfrentada a la educación religiosa, algo que los años debía de haber borrado pero que algunos mantienen por creerse poseedores de tal educación, pues es la única forma de que la aplicación de sus ideas les salga gratis.  No obstante, ahora, la mayoría de los colegios religiosos son mixtos, como lo son gran parte de los privados. Entonces, ¿qué argumentos quedan para mantener la polémica? Más aún, si como se sabe, los centros concertados resultan tan económicamente rentables al Estado, ¿qué motivos hay para no subvencionar con fondos públicos a los centros de educación diferenciada?
Siempre ha habido una gran reticencia a subvencionar los centros que no son de iniciativa estatal, precaución lógica y necesaria e, incluso, justa si se permitiera la desgravación fiscal a aquellas familias que eligen libremente otro tipo de centros. Una reticencia que se subsanaría, como en otras naciones, mediante una evaluación periódica de los resultados académicos de los centros que soliciten la subvención. Pero la cuestión va más allá, no es sólo cuestión económica, lo es ideológica principalmente. Tiene que ver con la ideología de género.
No hay estudios pedagógicos serios que justifiquen la preferencia por la escuela mixta. Más bien, al contrario, recientes investigaciones y, sobre todo, experiencias concretas, están llevando a muchos países desde Estados Unidos hasta Australia a la vuelta de la escuela diferenciada. Tampoco la UNESCO ve discriminación en este tipo de centros siempre que “ofrezcan facilidades equivalentes en el acceso a la enseñanza". Y esto tampoco es problema pues todos conocemos el riguroso proceso de admisión que se lleva a cabo en los centros financiados con fondos públicos.
Sobre el papel, la única pega es la vigente ley de educación (LOE, 2006) cuyo legislador profesaba la ideología de género. Tan obsesionado estaba que llegó a crear un Ministerio de Igualdad. Pero esto no es más que un formalismo para impedir que echen por tierra su dogma de la escuela mixta. Tampoco es una pega contundente pues hoy hay otra mayoría absoluta que quizás piense que, ante lo opinable, es mejor no poner puertas a la libertad. ¿Por qué impedir la oferta de los dos tipos de escuelas? ¿Por qué imponer una y no otra?
Miro de nuevo a mis contertulios. Alegres, sencillos, sin complejos, cada cual con sus problemas, ellos y ellas, poseedores de los mismos derechos, respetuosos con los demás –si no se ponen pesados-. Todos estudiamos en escuelas diferenciadas, era lo normal.

miércoles, 22 de agosto de 2012

"¡Qué buena es la vida!" (21-08-2012)


Así, con la exclamación que encabeza este artículo, finaliza el libro de Philippe Pozzo di Borgo, Intocable (Ed. Anagrama), que ha inspirado la película con el mismo título. Una exclamación que no tendría el mismo valor si no fuera porque el que la realiza es tetrapléjico. “Tetra”, se llama a sí mismo. Y, es que, Philippe Pozzo di Borgo, vástago de los duques Pozzo di Borgo y de los marqueses de Vogué, quedó tetrapléjico en junio de 1993 por un accidente en parapente. Tres años después moría de cáncer su esposa Béatrice a la que amaba con locura. “Después del accidente me asaltan los pensamientos. Después de la muerte de Béatrice, los dolores”, se lee en el libro. Y más adelante: “Casi veinticinco años de vida en común, una dicha increíble”.
El libro no tiene desperdicio. En tono desenfadado, lleno de humor, con reflexiones profundas -nada de moralina-, a veces con lenguaje poético, Pozzo di Borgo va narrando su vida y desentrañando sus sentimientos. Unos sentimientos que son consecuencia del descubrimiento de “un mundo que nunca había mirado de muy cerca, el del sufrimiento”. Porque, como nos sucede a muchos, “nunca habíamos pensado en el desastre”. Pero lejos de hundirse en el desastre surge en él un nuevo modo de mirar la vida. Contempla hasta lo más pequeño con ojos distintos y encuentra en los otros, en la familia de manera especial, el motivo para vivir. El libro es, por tanto, un libro que lleva a la esperanza que él define como “el puente que nos lleva de la bóveda luminosa de los recuerdos a la eternidad”.
He recordado este libro después de leer que la justicia británica ha rechazado la petición de “suicidio asistido” efectuada por T.N., tetrapléjico como Pozzo di Borgo. Los jueces que han visto el caso han estimado que la ley es clara: “La eutanasia voluntaria –es decir, buscada intencionalmente- es un asesinato”. La foto de T.N. me ayudó a imaginar a Pozzo di Borgo en su silla, aunque ya tenía una idea por las veces que había visto en televisión al físico Hawking, tetrapléjico como ellos, para promocionar unos libros que muchos han comprado y pocos han entendido. Pero al contrario de lo que sucede con las imágenes de ambos, las palabras de T.N. (“me entristece que la ley quiera condenarme a una vida de creciente indignidad y miseria”) representan el polo opuesto de Pozzo di Borgo. Nada tienen que ver con el sentido esperanzador con el que éste ve la vida, metido hasta el cuello –como aquél- en el dolor.
Al traer aquí estos casos paralelos no es mi intención realizar un juicio comparativo -¿quién soy para hacerlo?-. Sólo me mueve el deseo de mostrar dos actitudes diferentes ante una misma realidad en la que la carga emocional es tan fuerte que puede hasta nublar el entendimiento. Lo que sí pretendo es llamar la atención sobre el hecho de que la petición de T.N. no pasaría de ser una llamada desesperada más de alguien que lo está pasando mal –muy mal, si se quiere- y que, en lugar de muerte, lo que necesita es cariño, algo en lo que los humanos son expertos cuando se lo proponen, si no fuera porque detrás de esta petición hay gente interesada en aprovecharse de su estado para sacar adelante una ley permisiva con la eutanasia. Estos casos extremos, ya divulgados por la filmografía española en aquella película protagonizada por Javier Bardem, calan en la opinión pública obnubilando la razón frente al sentimentalismo predominante, ayuno de principios, reflejo de sus propias omisiones, incapaz para encontrar significado al dolor, desorientada ante el lugar que éste ocupa en la vida.
La eutanasia –como bien saben los holandeses- da pie a la eugenesia, algo que refleja con exactitud el siguiente chiste de Luc Tesson, que encajaría muy en el libro de Pozzo di Borgo. En la primera viñeta, una afectuosa enfermera pregunta a un hombre de edad que guarda cama: “¿Quiere que aliviemos sus sufrimientos?, ¿quiere acabar su vida con dignidad?, ¿con asistencia médica?” El enfermo responde con un sí a las tres preguntas. En la viñeta adjunta se ve a la enfermera comentar al médico: “Quiere la eutanasia”. La cara del enfermo que les está oyendo es, como no podía ser de otro modo, de chiste, todo un poema. Él no se refería a eso.
¡Qué miedo me da esa sensiblería popular! Para salvar la dignidad deciden quitar la vida cuando es ésta, precisamente, la cuna de aquella, Por favor, menos “piedad peligrosa” y más amor y dedicación a los demás. 

jueves, 16 de agosto de 2012

Herida en la noche (14-08-2012)


Paso la velada en un chalet de una urbanización privada donde, en otro chalet próximo, se graba un programa para la MTV. Un reality-show con alcohol, sexo y drogas, versión española cuyo correspondiente norteamericano ha tenido gran audiencia. Me entero porque me lo cuenta uno de los invitados a la velada. El mismo al que hace unos minutos se le ha presentado su hija de dieciséis años, con unos zapatos de tacones que la colocan a la altura de Pau Gasol, para decirle que se iba a la discoteca. La niña, toda de bonita, ha dicho que no le apetecía ponerse tacones, pero “como todas sus amigas se los iban a poner…”. ¿Verdad que les suena el argumento?
De vuelta a casa, cruzo por lugares que me recuerdan a la niña bonita. Un parque abarrotado de coches con los maleteros abiertos cuyos jóvenes propietarios, medio tumbados en los capós o sentados en el bordillo de la acera, sostienen vasos de plástico con bebidas alcohólicas. Chicos y chicas que confraternizan con un poco de ginebra entre sus labios. Y que, minuto tras minuto, irán perdiendo un poco de sensatez y mucho de voluntad. Los chicos con el torso al descubierto, las chicas casi. Más adelante, decenas de jóvenes se agrupan a la entrada de una discoteca. En las escaleras de los edificios contiguos se repiten escenas como las anteriores. Me permito añadir la del joven que vomita o la de las niñas que consuelan a otra que llora desesperada. Son las primeras horas de la madrugada. “Como todas sus amigas”, algunas llegarán a casa al amanecer. Pero no me pregunten cómo.
Esta “herida en la noche” es una de las caras de nuestra sociedad del bienestar, una de las pocas que persisten. Imagino al grupo de niñas bonitas, con sus tacones, en el interior de la discoteca. En grupo, así entran; con risas que delatan que se sienten miradas. La música, una música estridente hace que tengan que levantar la voz. Y, mientras buscan algún lugar en el que situarse, la mirada se cruza con otras miradas; curiosas unas, interesadas otras. ¿Qué tomamos?, se dicen. ¿Una Coca-Cola?, no digas tonterías, apunta alguna. Aparecen los primeros moscones a los que saben quitarse rápidamente de encima. Trae una de ellas a uno que acaba de conocer y que tiene unos amigos, dice. Es un juego que durará toda la noche. La primera que se incomode, la primera que quiera irse será borrada de la agenda del móvil. Es una experiencia, dicen. No es más que eso, una experiencia. Aunque algunas de ellas no tendrán oportunidad de más porque hay experiencias que engullen a la persona, que la marcan. Mientras que una es dueña de sí misma, la sensación de libertad es clara. Pero hay otras voluntades que superan la nuestra. Otros elementos que enturbian la propia voluntad, la debilitan. Es el momento de escoger entre el grupo o yo. Un grupo que se hizo en la orilla de la mar, con los castillos de arena, con las primeras olas; que se fue forjando a la sombra del edificio jugando al pillao; que empezó pidiendo permiso a los padres para salir a la heladería. ¡Qué años tan felices han pasado mientras se convertían en mujeres! ¿El grupo o yo?
Sin dejar de tener en cuenta la propia miseria, esa parte de la condición humana que nos tira para abajo, y precisamente por ello, se me ocurre que vivimos un tiempo –quizás todo tiempo fuera igual- en el que nos movemos grupalmente. En el que resulta difícil encontrar una persona como tal, no sólo con libertad y entendimiento, sino también con voluntad. Una voluntad que surja de un pensamiento fuerte capaz de decir no a lo que no le conviene. Pero para que así sea debe tener motivos, principios. Pero ¿qué principios puede haber en un mundo en el que todo vale? ¿Dónde está el entendimiento que es capaz de ver los límites de la libertad?
En un mundo en el que se ha pervertido lo natural, no hay manera de encontrar esos límites, porque esos límites los impone la propia naturaleza de persona. Y este es el error de nuestro tiempo, que se ha extendido la voz de que es la cultura y las tradiciones los que imponen los límites para actuar, cuando es la propia naturaleza ahora y siempre la que los impone. Hasta el próximo martes.

miércoles, 8 de agosto de 2012

La clase política (07-08-2012)


El verano es tiempo de reencuentros, conversaciones y tertulias con gente que vemos de año en año y, al final, por mucho que lo posterguemos, siempre acabamos hablando de la crisis. Nos reunimos funcionarios, autónomos, empleados, empresarios, amigos y familiares que tienen suficientes cosas para contar, pero siempre acabamos hablando de la crisis. Y, en algún momento, cuando ya parece que se ha dicho todo, todavía queda hablar de la clase política. Con ella, la conversación se eleva de tono. Cada cual pone ejemplos de políticos de su tierra, cuyo currículum es más bien un “ridículum”, provocando exclamaciones entre los oyentes. Por fin, alguien dice que “todos son iguales”, se queda tan ancho y reconduce la conversación por otros derroteros.
No creo que todos los políticos sean iguales, ni tampoco que ellos tengan la culpa de todo lo que está pasando. Los hay ineptos, pero también los hay preparados. Y aunque es opinión común que abundan más los primeros, siempre queda la duda. Pero aun cuando fueran minoría, la pregunta es ¿por qué? ¿Por qué esa gente llega a ocupar cargos de responsabilidad? ¿Qué méritos los avalan? ¿Cómo llegan ahí?
Pero no es sólo la falta de calidad profesional y humana lo que se achaca a los políticos, es también su número, su sueldo, su cohorte de asesores y algunos de los derechos que adquieren cuando se retiran de sus funciones. Sin embargo, yo no lo tengo todo tan claro. Es cierto que Fulanito, Menganito y Zutanita no dan la talla, pero hay dos motivos por los que no se debe extender los errores de esos políticos a toda la clase política (lamento lo de “clase”). El primero es que no responde a la verdad. El segundo tiene que ver con el propio sistema democrático en cuanto son representantes del pueblo. Menoscabar de manera general la condición de político es, en el mejor de los casos, ahuyentar de ese oficio a aquellos que podrían hacerlo bien dejando campo abierto a los ineptos. Y es, en el peor de los casos, abogar por la desaparición de los mismos y, en consecuencia, por la destrucción del sistema democrático. Ahora bien, aunque destruir la democracia siempre es posible, no hay forma de hacer desaparecer a los políticos, estos siempre volverían aunque fuera bajo el sobrenombre de “indignados” o “perros flauta” y esto sería peor.
Conocí a un hombre mayor que ocupó altos cargos con la UCD. Se asombraba de que muchos de los políticos actuales no tuvieran otro oficio o beneficio que la propia condición de político. “Cuando perdimos las elecciones, dijo, todos volvimos al trabajo anterior porque todos teníamos una profesión”. Afirmó también que no había asesores en la Administración. Esto es, se pueden hacer las cosas de otra forma. Y esto es lo que está pidiendo la sociedad a su clase política, que se hagan las cosas de otro modo.
No quiero descender a detalles porque el espacio de que dispongo no da para más. Es evidente que tiene que descender el número de políticos y esto afecta al Estado de las Autonomías y a las mal llamadas empresas públicas, que no son más que empresas de enchufados que realizan de manera paralela las tareas que ya tiene otorgadas la Administración. Tampoco es normal el sueldo de algunos que hasta duplican con las dietas. No entiendo que, por ejemplo, se les compre un iPad a cada parlamentario, cuando cobran lo suficiente para comprase diez al mes y todavía les sobran dosmil euros. No entiendo que con un sueldo tan grande todo se les de gratis. Ni por qué necesitan tantos asesores. El número de asesores por político es directamente proporcional a su ineptitud para el cargo que desempeña. ¿Es que la Administración no tiene técnicos superiores y medios?
Con todo, hay algo que sí que entiendo, la necesidad de los políticos, de los buenos políticos. Gente capaz de arriesgar su cómoda situación profesional para servir a la nación. De dejar temporalmente su floreciente trabajo para servir al bien común. Capaz de pasar por alto la envidia de los que no siendo capaces de arriesgar nada son los más críticos con ellos.
Entiendo también que hay que cambiar el sistema de votación, que eso de la Partidocracia no es bueno y que esas escuelas de políticos, jóvenes de este u otro partido que nunca conocerán las situaciones por las que atraviesa el hombre de la calle, son reminiscencias totalitarias que pretenden la longevidad en el poder, cuando lo auténtico del político es -además de la representación popular- la condición temporal del encargo recibido. 

miércoles, 1 de agosto de 2012

Dios en la familia (31-07-12)


El año pasado, por estas fechas, preparaba una conferencia que llevó por título “Emergencia educativa”, expresión tomada de Benedicto XVI. Un año después, en estos días, he leído sendos artículos periodísticos de Olegario González de Cardenal (Dios, ¿un juguete roto?) y Juan Manuel de Prada (La gloria de la carne) que me han llevado a repensar algunas de las notas de aquella conferencia para el presente artículo.
No concibo una educación completa sin la presencia de lo sagrado, sin la posibilidad de Dios. Negar u omitir esta posibilidad es un fraude hacia el educando. Es dejarlo inerme en un mundo en el que lo material se demuestra siempre insuficiente. Es decidir por él, cerrarle los oídos y los ojos a una realidad –la espiritual- sin la que la vida se queda coja. Más cerca o más lejos, Dios debe ser la referencia de todo educando.
En esta fundamental tarea, son los padres -educadores tanto por derecho como por obligación- los primeros responsables. Después vendrán los maestros y profesores, cuya elección no puede ser neutra, no es indiferente. Pues, del mismo modo que se busca a aquellos que mejor puedan enseñarles matemáticas o historia, por citar dos saberes, también se debe cuidar la elección de quienes van a continuar las enseñanzas religiosas de la familia. Por eso cabe siempre preguntarse: ¿en manos de quién está la educación?, ¿en qué manos hemos dejado a nuestros hijos?
Con todo, es en el hogar donde el educando debe comprobar el valor de la creencia religiosa. Una creencia que se torna testimonio no puede ser nunca rechazada. Y aunque, en ocasiones, pueda parecer que no se tenga en cuenta, el tiempo acaba convirtiéndola siempre en un arma poderosa para vivir la vida. Más pronto o más tarde se busca a ese Dios al que se rezó en el hogar, se anhela su consuelo y se precipita el diálogo. Y, es que, el Dios de los hogares españoles no es un dios distante, ajeno a los problemas y alegrías de los hombres, no es el mero relojero que se desentendió de él, sino un Dios que se hizo hombre, padeció y murió por a los hombres, fue sepultado y resucitó.
Hoy se escriben con éxito muchos libros sobre testimonios. Su fuerza radica en dos aspectos: la calidad del testimonio y la calidad de la narración. Pues bien, en lo que nos afecta, tenemos el testimonio más sorprendente de la historia: un Dios que se hace hombre para hacer felices a los hombres. De manera que para el éxito ya sólo queda que lo narremos bien, pero no por escrito, ni de palabra, sino narrarlo en nuestra vida.
Hay que saber contar la historia. Tenemos que saber contar La mayor historia jamás contada, como rezaba el título de aquella película. Tenemos que mantener a nuestros hijos maravillados. En permanente asombro, como gustan en decir los grandes científicos. No es magia, es misterio. Y, es que, como decía Gustave Thibon, sin el misterio la vida se hace insoportable. Nosotros y nuestros hijos necesitamos del misterio.
Por suerte, todo esto sucede en el hogar, donde la pedagogía es en gran parte invisible. Porque nosotros, los cristianos de a pie, llevamos a Cristo a la familia cuando somos otros Cristos. Es decir, cuando actuamos como Él nos enseñó, pero nadie da lo que no tiene y hay que conocer bien la historia, el misterio. No son nuestras palabras sobre Cristo lo que nos hace cristianos, sino nuestro actuar como Él. Algo que no se puede lograr sin oración, sin vida de piedad, sin lectura meditada del Evangelio, sin la lectura espiritual de tantos textos que hoy nos ofrecen los Papas.
      Parece que los cristianos dejan inadvertidamente al Espíritu Santo la educación de sus hijos: Lo del Espíritu Santo es por decir algo, pues bien hubiera podido escribir “abandonan al viento”. Olvidan que para educar, hay que aprender de Él que es el único maestro.