lunes, 11 de abril de 2022

Europa

 

Europa es y será siempre un tema de análisis y preocupación. Pero, cuando todo parece ir bien (¿todo?), cualquier pretensión de corregir su deriva suele sentar mal. Sucede también con otros temas. Por eso, lo que voy a escribir aquí no era “noticia” decirlo antes. Hoy, sin embargo, la guerra que tiñe de rojo a Ucrania obliga a volver la mirada hacia Europa, su origen, su historia, su identidad. ¿Cuál es su presente y hacia dónde camina?, he aquí la cuestión.

                Quizás esta pregunta debiera ser respondida por especialistas y hasta fuera necesario organizar un congreso para contestarla. Lloverían ponencias y comunicaciones, pero ¿sacaríamos algo en claro? Quizás sí, quizás no, quizás hasta dependiera de quién ponga el dinero para su organización o para el posterior desarrollo de sus conclusiones.

                Desde luego que, en solo un mes, el presente de Europa parece haberse distanciado grandemente de su pasado inmediato. En efecto, la aparición efectiva y real de un posible enemigo ha estrechado los lazos entre los 27 países que componen la UE. Hasta la tan denostada Polonia es hoy bendecida, subvencionada y celebrada por su acogida a los refugiados de la guerra.

                La amenaza ha llegado a las fronteras de Europa y puede servir de excusa para despertar en ella algunas cuestiones que se mantenían aletargadas. La alianza atlántica, tan criticada por los progres de nuestro país, ha vuelto a ser deseada y aplaudida. Algunos suspiran ahora por ver a Sánchez junto a Biden y Jonhson en algún yate. Miramos a EEUU de nuevo. Ni los atentados y amenazas islamistas, ni la crisis del 2008, ni la crisis migratoria, ni la pandemia, habían unido tanto.

                Hasta ayer, Europa había conseguido la unidad económica y casi monetaria, disponía de un Parlamento y un sistema judicial que imponía. Todo parecía ir sobre ruedas. Se deleitaba en sí misma. Pero, como diría André Frossard, le faltaba un alma, que es el principio de unidad de todo ser vivo. O, más bien, había renegado de su alma y, en consecuencia, estaba construyendo una unidad ficticia.

                Esa alma tiene que ver con la cultura, y la cultura europea actual ha descarrilado (Habermas). Más aún, no ha salido de la vía en busca de un cambio, sino de una “ruptura” con todo lo anterior. No ha sido un simple cambio de agujas, sino un descarrilamiento intencionado.

                Entre los elementos que han influido en esta ruptura está el relativismo cultural, la negación de la posibilidad de conocer la verdad y, por tanto, la afirmación de que todo vale o todo tiene el mismo valor. Le acompaña el positivismo jurídico que no legisla teniendo en cuenta lo que es bueno y lo que es malo, sino en función del número, de la mayoría. O, peor aún, en función de la ideología del momento impuesta por una minoría. Los Derechos Humanos se han convertido en derechos personales a la carta, cada cual los reinterpreta según sus necesidades, su bienestar o sus propias debilidades.

                Se da la paradoja de exaltar la Naturaleza y, a la vez, negar al hombre su verdadera naturaleza. La ideología de género se encarga de ello. Una ideología marxista que cambia obrero por mujer, empresario por varón. Biología y ciencia por ideología, que se impone en el sistema educativo desde la más tierna infancia. El paradigma de la defensa a ultranza del inocente ha sido sustituido por “el cuerpo es mío y yo decido”. La vida en el vientre de la madre no tiene valor. Incluso hay vientres de alquiler, todo puro comercio. La vida del enfermo y del anciano se ha puesto en manos del criterio de otro. El suicidio es aceptado so capa de eutanasia. La familia y el matrimonio ya no se entienden de manera única, toda unión acordada la suple, la duplicidad de sexos ya no conforma su esencia. Se ha cambiado el significado de las palabras, éstas se han vuelto locas y, cuando las utilizas, no sabes ya a qué atenerte.

                Durante los últimos años, Europa -tan centrada en la cuestión económica- ha frivolizado sobre el hombre, su antropología y su esencia. Incluso profetiza sobre la extinción de la raza humana tal como la conocemos, y se entusiasma con la aparición de un nuevo tipo de hombre (¿les suena?). También lo hizo sobre la guerra, haciendo partícipes a una mayoría de un pacifismo ingenuo e infantil. Ha coqueteado con el comunismo, e incluso hay países como España en los que gobierna. Se ha hecho una política agraria y energética de tiempos de paz, desaprovechando los propios recursos y haciéndose dependiente del exterior, como si del exterior no pudiera venir nada malo. En fin, parece que lo económico lo invade todo, sólo se puede dialogar sobre ello, dejando a un lado lo que hace posible un alma común.

                Por todo esto y más hay quien habla de la decadencia de Occidente con acierto. Pero, como vemos, los enemigos de Europa -como en toda civilización- no están sólo fuera, sino también en su interior. Ésta se había construido sobre los pilares de las culturas griega, romana, judía, germánica y eslava, todas ellas traspasadas por la Cristiandad. Y apoyadas sobre valores cristianos surgieron las revoluciones de siglos atrás contra el propio cristianismo, que fue como pegarse un tiro al propio pie, a su propio cimiento. Por eso digo que el mal está dentro. Falla el concepto de libertad, falta la idea de un Creador, hasta la confianza en la razón ha sido sustituida por ideologías.

                Acabo.

                Si me preguntan por su futuro, sólo me atrevo a decir que no basta con ponerse en pie de guerra, no basta la unidad frente al enemigo exterior, es necesario no romper con la cultura que convirtió a Europa en una gran civilización, unirse en la defensa de los valores que la llevaron a progresar. Defender al ser humano, biológica y espiritualmente, su razón y su trascendencia. Repensar lo que hace libre al hombre -varón y hembra-, así como el origen de esta libertad. Reconocer los límites del hombre, los límites del obrar. Insuflar en cada ciudadano europeo un auténtico sentido de la vida que le permita esperar de ella algo valioso. Recobrar la esperanza, volver a ambicionar el compromiso de extender la cultura que la hizo grande. Hace falta volver a la sabiduría sin dejarse embaucar por un plato de lentejas.