lunes, 28 de febrero de 2011

Cada aula será lo que sea su profesor (01-03-2011)

Cada aula será lo que sea su profesor

Decía san Pedro Poveda que “la escuela será cual sea el maestro”. Lo repito ahora cuando se cumple el primer centenario de la Institución Teresiana por él fundada. Una institución que tomó decidida opción por la mejor preparación profesional de la mujer en un tiempo en el que esta comenzaba a acceder a las aulas universitarias. Que ya en 1911 creó en Oviedo la primera Academia femenina. Y que, años antes, en Guadix, había fundado escuelas para niños y adultos carentes de recursos.

Para conseguir esa escuela y ese maestro, el padre Poveda concibió un amplio proyecto de coordinación y formación del profesorado para todos aquellos que estuvieran dispuestos a mejorar su formación profesional con los nuevos métodos que comenzaban a surgir. Pero esto no fue todo, sino que además se empeñó en “demostrar con los hechos que la ciencia hermana bien con la santidad de vida”, por lo que propuso a sus seguidores la norma segura de la santidad personal. Y esta, y no otra, creo que es la clave del éxito de la Institución Teresiana en sus cien años de vida.

Han pasado muchos años desde que oí hablar del padre Poveda, pero nunca olvidaré aquella ocasión en la que una compañera políticamente correcta manifestó que la enseñanza pública podía copiar a la fundación Teresiana pero que nunca lograría igualarla porque le falta su espíritu. Y con esta cita no pretendo hacer comparaciones. Ni siquiera recuerdo a cuento de qué surgió. Sólo me propongo remarcar eso de “la falta de su espíritu”, que tiene mucho que ver con lo que he dicho que es la clave de su éxito: la lucha de sus miembros por alcanzar la santidad.

Dejando a un lado ese espíritu que, por otra parte y aun pareciéndome atractivo, conozco poco, quiero fijarme en eso de que “la escuela será cual sea el maestro”. Una idea que, desde hace años y sin advertirlo, vengo refrendando cada vez que afirmo que lo más importante en la docencia es lo que “cada profesor hace diariamente en sus aulas”. Y que, ahora que conozco la expresión del padre Poveda, podría quedar del modo siguiente: “cada aula será lo que sea su profesor”. Afirmación que me lleva a no tirar balones fuera y a no buscar excusas al encontrarme con un 10 por ciento de alumnado cuya mala educación es capaz de reventar cualquier clase. Y, es que, a pesar de que nuestro sistema educativo no disponga de medios para ese 10 por ciento, no deja de ser verdad que “cada aula será lo que sea su profesor”. Si los de arriba le dejan, claro. Para bien o para mal.

Y al formular tal afirmación estoy queriendo decir que la calidad de la enseñanza no depende tanto de los medios materiales disponibles como de la calidad del profesorado que cada hora entra en el aula. No solo calidad de conocimientos, sino también calidad humana. Y no lo digo porque falte calidad de profesorado en nuestro sistema educativo, que siempre he dicho que ha sido el profesorado quien ha mantenido a flote el sistema frente a los vientos y mareas de tanta ley educativa. Lo digo porque hay algunos que pretenden medir la calidad de un centro educativo por sus medios materiales y no por los humanos. Hasta el punto de invertir en aquellos y no en estos. Y lo digo también porque hay quienes pretenden ahogar el espíritu del profesorado en un mar de papeles con el único fin de controlar. Como ahogan el espíritu del profesorado mediante una pedagogía única, que ya ni siquiera es aceptada en otros países, como si se tratara esta de una ciencia exacta.

Mientras tanto, los problemas diarios del aula, los verdaderos problemas educativos y de los que no hace eco la opinión pública, sigue resolviéndolos el profesorado. Son problemas humanos de los que nada entienden las máquinas. No son noticia porque no trascienden el aula. No traspasan sus paredes porque hay allí alguien preparado o preparada. No solo humana sino también profesionalmente. Algunos dirán a esto que “para eso les pagan”, otros que “para eso son mis empleados” y algunos, que no durarían ni un minuto en un aula, hasta se atreven a decir que “para eso tienen tantas vacaciones”. Y les respondo: si fuera por eso no tendríamos escuela porque no tendríamos maestros. Y, sin embargo, haberla la hay, y buena, a pesar de los pesares.

jueves, 17 de febrero de 2011

¿Para siempre? (15-02-2011)

¿Para siempre?

Ayer fue el “día de los enamorados” e imagino que los mayores recordarán aquellas medallas que hace años se anunciaban por televisión con la inscripción “hoy te quiero más que ayer pero menos que mañana”. Pero no me pregunten cómo se anuncian hoy porque no veo la televisión. Aquel eslogan significaba “para siempre”, “hasta que la muerte nos separe”. Era la promesa entre los novios, la confirmación del compromiso de amor entre los esposos; era también negocio, ¿cómo no?

Nos reíamos de aquella iniciativa empresarial, de su aspecto superfluo. Pero hoy vemos que ha calado, que la gente participa de la fiesta. Y todos los comercios, aun los más diversos, tienen su forma peculiar –algunos, bastante peregrina- de recordarnos la fecha. Un corazón, una flecha y un angelote son sus ingredientes básicos. El resto, depende de la imaginación de cada comerciante. Mientras que lo esencial, la promesa de amor, el amor perdurable, se deja en manos de cada pareja. Y es esto, precisamente, lo que no ha calado. El día para hacer promesas continúa, lo que ha desaparecido es el tiempo de su cumplimiento.

¿Por qué hay tantos matrimonios rotos ¿Por qué hay tantos jóvenes que se separan al año de casarse? ¿Por qué el mayor porcentaje se da entre aquellos que, antes de casarse, habían ya cohabitado? Si dos enamorados quieren estar todo el tiempo juntos, ¿qué es lo que les lleva al desamor? Quizás la clave esté en la esencia de ese enamoramiento: ¿qué me enamora del otro? ¿Qué hay en el otro que me llena de amor? ¿Qué es? ¿Es tan fuerte como para permanecer unidos hasta que la muerte nos separe? O, en todo caso, eso que veo en el otro y me enamora, ¿vale por una promesa de fidelidad? ¿Vale “eso” el compromiso que voy a adquirir?

Por suerte, el amor no es tan racional. Como decía Antonio Machado, es difícil que el corazón y la razón se pongan de acuerdo; pero han de ponerse de acuerdo, añadía. Y como no es tan racional es más propio de los espíritus jóvenes. De los que no calibran ni miden sus pasos, que es otro tipo de racionalidad. Pero los jóvenes de hoy no están por el compromiso desinteresado, como tampoco lo están sus mayores. ¿Es que, acaso, no se separan tanto mayores como jóvenes?

Creo que la palabra fidelidad nos asusta. Parece que con el tiempo nos pueda obligar a comulgar con ruedas de molino. Pero no es el tiempo un discontinuo y quizá en saberlo esté la clave. Recuerdo que leyendo Momo, de Michel Ende, me impresionó la idea con la que Beppo el barrendero acometía todos los días su tarea. Había toda una avenida inmensa repleta de hojas caídas, pero él no se fijaba en lo que le quedaba sino en lo que iba haciendo. Creo que con la fidelidad pasa algo parecido, no es cuestión de ver lo que queda sino lo que hay cada día. Gustave Thibon, en su libro La Crisis moderna del amor dice algo parecido: “la verdadera fidelidad no consiste en la detención del cambio, consiste en impregnar de eterno el cambio”. Es cada instante lo que cuenta y hay cosas que hay que impregnarlas de eternidad, como hay otras para las que no merece la pena hacerlo. Los caprichos, por ejemplo, llaman al cambio y al olvido, impregnarlos de eternidad conlleva la ruina y el desenamoramiento.

En cualquier caso, plantearse continuamente la fidelidad no es buen síntoma. Es algo así como plantearse diariamente si debo ir al trabajo. Es algo enfermizo, de un egoísmo enfermizo. La cuestión del “para siempre” es algo más sencillo, que no siempre fácil, y creo que el planteamiento que hizo en su día Tomás Moro es bien elocuente: “porque te amé te hice mi esposa y porque eres mi esposa te amo”.
Bueno, les dejo, que vamos a merendar lo que queda de la tarta con forma de corazón que compró ayer mi esposa. Dulces días y hasta el próximo martes.

martes, 8 de febrero de 2011

Muchacha de los mandados (08-02-2011)

Muchacha de los mandados

“Prefiero ser una muchacha de los mandados en el convento que una reina en el mundo”, escribió María Faustina Kowalska en su Diario (Ediciones Levántate ). Preferencia insólita, como raro es hablar hoy de conventos; menos aún en un artículo de opinión de un martes cualquiera. Parece que uno no puede pensar en ellos sin relacionarlos con la Edad Media, esa edad que algunos escritores describen como oscura y sombría. Y en la que, si leemos a Ken Follet o a tipos semejantes, nunca falta un obispo avariento y lujurioso. Parecen algo de otro tiempo, tan lejanos como Teresa de Jesús o, incluso, algo que pudo llegar a su final en aquella triste quema de los años treinta. Y así, sin más, ya como motivo literario, ya como hecho histórico, la vida conventual queda unida a la fantasía o desplazada al pasado. Pero no es así. La tozuda realidad muestra que sigue siendo un modo de vida que no ha perdido vigencia ni fecundidad. Y lo más sorprendente es que perdura sin necesidad de propaganda. Sin vocero ruidoso que la propague. Más bien, voz silenciosa es la que lo anuncia, que sin palabras empuja suavemente. Voz que llama desde dentro, vocación se dice, llamada.

“Una muchacha de mandados”, escribe. Eso prefiere. No como otros que sin quererlo lo serán. “El chico de los recados”, se decía. A los que habiendo desaprovechado el tiempo ya no les queda otra cosa. Y hoy, ni eso. Ella podía haber soñado en otra cosa. Haber aspirado a algo más, pero se conforma con ser “muchacha de mandados”. Como aquella otra gran filósofa, Edith Stein, discípula de Husserl, que en el año 1933 ingresa en el Carmelo de Colonia. Y como tantas otras, de cabeza humilde unas, de inteligencia preclara otras. Como esa “alumna de diez” a la que tuve el gusto de dar clase y que hoy está en un convento de Albacete. Y que he vuelto a ver, después de tantos años, en ese video que hay colgado en Yo Tube donde algunos jóvenes explican el significado de la adoración a Dios con motivo de la reciente creación en nuestra ciudad de la Adoración Eucarística Permanente.

Porque no se puede disociar el ser “muchacha de mandados” de “en el convento”. Porque sólo en un convento se puede preferir ser muchacha de mandados a ser reina del mundo. Quizás porque al estar en él ya, en cierta manera, se es reina del mundo. Están por encima del mundo, pero sin abandonar el mundo. O, al menos, sin desinteresarse por él. Que nada de lo humano les es ajeno. Seguro es que saben del paro, del hambre, de los problemas de los emigrantes, de la enfermedad de muchos, de la soledad de otros tantos. Pero saben algo más, algo que muchos de nuestros jóvenes nunca conocerán porque nadie lo explica, porque no es políticamente correcto hacerlo, saben de Quién se fían y cuán grande es su Misericordia.

Es bello saber que en esta ciudad hay un lugar en el que ser “muchacha de los mandados” no es nada despectivo. Que mientras el mundo lucha por el poder otros luchan interiormente por el Amor. Que en medio del estrés cotidiano hay quien tiene el sosiego suficiente para intentar transformar esta sociedad en unión a su Creador, Redentor y Santificador.

Y esto nos hace pensar. Además de que nos invita a no defraudarlas con nuestras egoístas ambiciones. Ya lo decía santa Teresa de Jesús: “solo Dios basta”. Con Dios hasta se puede preferir ser muchacha de los mandados, por muchas carreras que se posean, antes que reina del mundo. ¿Ustedes lo entienden?