jueves, 19 de agosto de 2010

Globalización (17-08-10)

Globalización

Cuando un chulo comprueba que su chulería le lleva a conseguir lo que pretende, se vuelve más chulo. Lejos de desistir en su actitud, la potencia e incrementa. Ser chulo se convierte para él en garantía de éxito, un tesoro al que se aferrará mientras perdure su recompensa. Por eso, un pueblo que respeta a los chulos está condenado a vivir en la esclavitud. El mundo occidental, incapaz de ser intolerante con la chulería, será pronto un mundo de siervos. La grandilocuencia de los gestos del mundo libre es siempre interpretada por sus adversarios como signo de debilidad. O se pone un límite a estos gestos o la debilidad será una realidad. Si la Ley no está hecha para los chulos, ¿para quién está hecha? Si en mi casa sólo los invitados están exentos de seguir unas normas, ¿no habré perdido mi casa? (…)

Estoy harto de la palabra globalización porque sólo veo globalizarse lo malo. Cuando las empresas se globalizan traen a unos el paro y a otros la esclavitud. Hasta ahora hemos repetido hasta la saciedad que hay que crear empleo. Ahora toca hablar de dónde se ha reubicado el empleo que había. Parece de sentido común que las empresas se instalen en aquellos lugares donde la elaboración de sus productos resulte más económica, ya por la proximidad de la materia prima, por ventajas fiscales o porque la mano de obra resulte más barata. Lo que no es lógico es que las empresas de los países democráticos, aquellos que luchan por la extensión de los derechos humanos, se instalen en lugares donde la mano de obra es barata por la sencilla razón de que no se respeta la dignidad del trabajador, ni siquiera la dignidad humana.

Pensemos en China a donde algunos de nuestros compatriotas se han llevado multitud de fábricas. Sus actuales trabajadores lo hacen de sol a sombra, sin condiciones dignas y con un salario pésimo. Mientras, muchos de nuestros vecinos han perdido la oportunidad de trabajar. Y si a lo anterior añadimos que a cambio de ellas el Gobierno de España ha tenido que dar ventajas fiscales para la apertura de comercios chinos en nuestro territorio, cabe hablar de la injusta competitividad a la que son sometidas nuestras pequeñas empresas de servicio. Hablo de China como podría hacerlo de Marruecos donde se instalan muchas de nuestras empresas agrícolas, pero el ejemplo de China es más conocido. Por otro lado, nada tengo contra aquel país maravilloso ni contra sus habitantes que ya deben sufrir bastante ante la esquizofrenia de un gobierno que se muestra capitalista o marxista según convenga. Además, los acuerdos están para cumplirse. La cuestión es otra, la cuestión es si hay que mantener unos acuerdos que perjudican claramente la oferta de trabajo en un país que bate los récords del paro. Más aún si se tiene en cuenta que esta globalización beneficia a unos pocos y perjudica a muchos. Si la globalización fuese el triunfo del bien común otra cosa diría.

Me asusta también ese deseo de un gobierno universal al que algunos apuntan con la excusa de la globalización. Algo que parece imposible con sólo observar a nuestra fragmentada España, pero al que nos acercamos mediante diversas estructuras de apariencia democrática. Estructuras que nadie controla y que son pensadas por gente que vive de ellas. Gente no necesariamente infalible. Recuerdo a la antigua Atenas con sus quince mil habitantes con derecho a voto, voto presencial, y me digo que esto no es lo mismo. El camino actual se aproxima más al de una novela en la que un grupo de iluminados pretende hacer un mundo a la medida de sus valores.

Y qué decir de la globalización del cambio climático cuando leemos que Rusia y Estados Unidos se acusan mutuamente de ser causantes de sus catástrofes naturales, o que China –otra vez China- reconoce que generó la última nevada de Pequín. Había tanta sequía, dijeron. Experimentos climáticos de las grandes potencias, a las que se pueden sumar otras tantas pruebas nucleares, que hace preguntarnos sobre la realidad de que sean nuestros aires acondicionados o las flatulencias de las vacas australianas los únicos motivos del aumento del ceodos.

Hipótesis, todo hipótesis. Quizás lo único real sea que la crisis económica actual ha sido una crisis bancaria en la que los bancos, paradójicamente, no han perdido nada.

viernes, 13 de agosto de 2010

Año dos mil y pico (10-08-2010)

Año dos mil y pico

Ya no se recuerdan las huelgas de los controladores aéreos, ni los mortales accidentes de la aviación civil; las mareas negras causadas por el hundimiento de barcos petroleros son ya cosa de la historia, ni siquiera se tiene memoria del tiempo en el que el petróleo fue la materia prima por excelencia. Una nueva energía, natural toda ella, mueve a los seres humanos sobre el planeta y realiza los transportes comerciales. La ingravidez del espacio ha sido trasladada localmente a la Tierra. Una partición del macrocosmos realizada a base de entornos ha sido aplicada puntualmente sobre la superficie terrestre dejando invariantes las geodésicas y, con ellas, el camino más corto para trasladarse sin necesidad de energía. El macrocosmos ha sido copiado en un microcosmos que se extiende de norte a sur, de este a oeste. Los matemáticos demostraron su posibilidad, los físicos ajustaron las constantes y los ingenieros lo hicieron posible. De esta forma, la Naturaleza ha sido dominada y nada hace mención al peligro climatológico temido por los hombres de comienzos del siglo XXI. De hecho, aquellos siglos que lo continuaron son considerados ahora como una segunda Edad Media.

La humanidad goza de bienestar material y la salud psicológica se ha logrado evitando las posibles comparaciones entre los hombres. Todos visten igual, todos poseen los mejores medios de transporte, todos tienen las mismas casas con idénticos jardines y comodidades. No hay mendigos en las calles, no hay dolor ni sufrimiento en los rostros que nos rodean. La enfermedad ha sido aislada como aislados han sido sus protagonistas. Un chip prodigioso, insertado en el cuerpo humano en su nacimiento, pone fin a la vida cuando su análisis diagnostica que todavía no hay remedio para la enfermedad en cuestión. Nadie sufre por los que sufren porque estos ya no existen. Nadie tiene que preocuparse de los demás porque todas las necesidades están satisfechas. La palabra amor ha desaparecido.

Para evitar contagios no hay relaciones sexuales entre cuerpos. La cibernética suple las pasiones y los tubos de ensayo de los grandes bancos embrionarios son los encargados de aportar las criaturas necesarias para preservar el bienestar. Hay un número fijo de habitantes y sólo cuando alguno desaparece se ponen en marcha los mecanismos de procreación artificial cuyo único objetivo es mantener constante el citado número. Todo está controlado, lo que obligó en un tiempo a determinar las acciones que podían realizar los habitantes del planeta. No trabajan, se entretienen con muchas cosas que les mantiene ilusionados.

La familia es, por tanto, un concepto anticuado. La humanidad es hoy una gran amalgama de hombres y mujeres, niños y menos jóvenes, que habitan lugares comunes. Que se relacionan sin ninguna discriminación de afectos o intereses. La memoria del pasado ha sido sustituida por la acción inmediata. Cada generación olvida lo que aprendió la anterior porque carece de utilidad. Un futuro conocido y monótono suple las inseguridades que producía su desconocimiento. Se desconocen las palabras fe y esperanza.

La religión, tal como era concebida hasta aquella segunda Edad Media, ha desaparecido. No hay nada que una al hombre con Dios, porque este no existe. La religión ahora es un re-ligare a los hombres que dirigen los designios del planeta. Hombres y mujeres que han hecho posible el bienestar alcanzado y que se perpetúan en sus hijos, pues son los únicos que tienen derecho a una procreación no artificial. Porque para que todos fueran iguales algunos tenían que ser diferentes. Pero no son causa de envidia porque pasan por la vida como desconocidos.

El bienestar ha sido conseguido a base de ceder en los principios, a costa de alterar la propia naturaleza, su único precio ha sido el de la libertad individual. Casi nada.

martes, 3 de agosto de 2010

De vacaciones (03-08-2010)

De vacaciones

Por fin, las vacaciones. Vida en familia en la que priva ocupar el tiempo libre de los hijos a la vez que se buscan las colas de tiempo para la lectura, el estudio y la escritura de aquello que uno no ha leído, no ha estudiado o no ha escrito a lo largo del curso. Tiempo de paseos y de encuentros con amigos que casi no se han visto en todo un año. Conversaciones que dejamos sin acabar y que hoy continúan en el mismo punto en el que fueron abandonadas. Baños en el mare nostrum que alivian las vías respiratorias, suavizan las durezas del cuerpo y nos devuelven al tiempo perdido de la infancia con sus juegos en la arena, la lucha con las olas y la recogida de pechinas con las que preparar un plato sabroso, pero escaso, para el aperitivo. Efecto, todo ello, de una sociedad de bienestar de la que hoy participan algunos menos. Tiempo de ocio al que se accede, paradójicamente, mediante el trabajo y que lo convierte en una cuestión esencial. Más aún cuando éste no garantiza las necesidades básicas y se hace difícil de conseguir.

¡Qué lejos están aquellos tiempos en los que Adán y Eva se paseaban por el paraíso sin hacer nada! Hoy no se puede vivir sin hacer nada. ¡Qué lejos también aquella idea de que el trabajo es un castigo! Pues hoy millones de hombres y mujeres luchan por conseguirlo. ¡Bendito castigo!, dirían algunos. La cuestión del trabajo es paradójica. Los que lo tienen se quejan, los que no lo tienen se afanan por encontrarlo. De manera que a la cuestión esencial del trabajo se suma hoy la de crear empleo. Empleo para sobrevivir y, si es posible, para alcanzar el bienestar perdido. Lo que nos devuelve a una realidad: las cosas buenas no son imperecederas por sí mismas. Hay que luchar continuamente por su mantenimiento.

Crecimos en la sociedad del bienestar y llegamos a pensar que podíamos vivir como ricos, que teníamos crédito suficiente para tirar siempre hacia delante, cuando la realidad ha resultado distinta e, incluso, cruel. Sólo los ricos pueden vivir como ricos. Lo que teníamos había sido producto del sacrificio y sólo con el sacrificio se puede mantener. El problema, ahora, está en que no se sabe hacia dónde dirigir el sacrificio. Hacen falta hombres y mujeres con ideas e iniciativas capaces dirigir la capacidad de esfuerzo tan propia tanto de las nuevas generaciones como de los nuevos parados. Propuestas novedosas e inversiones arriesgadas que apuesten por nuevos tipos de empresas y oficios para ocupar mercados vírgenes.

Y el papel del Estado es el de subsidiar, colaborar para que todo ello vaya adelante. No podemos permitir que el Estado, y donde dice Estado cabe leer Ayuntamiento, sea la más poderosa empresa. Es lamentable que el mayor número de empleos generados en este año sea el de empleados públicos. De esta forma no se sale de la crisis. Al fin de vacaciones. Tiempo de conversaciones que dejamos sin acabar el verano pasado y que hoy continúan en el mismo punto en el que fueron abandonadas: creación de empleo, aumento del número de parados, asesores que dejan el Ayuntamiento para pasar a pertenecer a otras empresas públicas. ¿A ver quién torea estos toros? No serán los catalanes, desde luego.