Un magnífico e irónico WhatsApp decía: “lo importante
no es dejar claro que dos más dos no son veintidós, sino profundizar en el
heteropatriarcado opresor y la perspectiva de género”. Y recordé un curso de
educación de la voz, con un módulo titulado la igualdad de género, que suscitó
la pregunta: ¿qué relación hay entre educar la voz y la igualdad de género?
Respuesta: estamos obligados. Y, es que, en la escuela de hoy se puede obligar
una ideología, la de género, pero no se puede obligar a aprender matemáticas,
historia, lengua u otras materias.
Pero no va esto de la ideología de género, que se
impone como dogma tanto en escuelas como universidades gracias a sustanciosas
subvenciones, sino de la Enseñanza, ésa que es noticia después de PISA, al
finalizar una evaluación o tras la estadística de repetidores. Porque hasta ese
día, la enseñanza va bien, mi hijo va bien, las estadísticas no incomodan.
¿Hacia dónde va este modelo de enseñanza? ¿Qué fin
persigue? Desde luego que no el de los usuarios, ya sean padres, estudiantes,
profesores, empleadores o librepensadores. Colectivos que confían en que
aquellos que se gradúan, ya a los dieciséis o a los dieciocho años, hayan
adquirido los conocimientos adecuados que presupone el nivel alcanzado. Pero
esto no es así, hoy se pasa de nivel por edad o por el incumplimiento de alguna
minucia que forma parte de una extensa gama de formalismos. Y todo bajo un
control burocrático férreo que niega la libertad de cátedra. El conocimiento no
es decisivo. Saber o no saber es indiferente, lo único que parece interesar es
poder presumir de estadísticas y evitar conflictos esenciales. Y esto, como
mínimo, es una injusticia comparativa para los que saben o logran llegar al
nivel correspondiente a base de esfuerzo, además de un fraude social, salvo que
el usuario esté equivocado sobre lo que espera de la enseñanza y este modelo
educativo tenga otro fin. Pero ¿qué fin?
Daniel Mendelsohn cuenta en uno de sus libros que su
padre solía preguntar: “¿cómo podemos recorrer una larga distancia sin llegar a
ninguna parte?” La solución de la adivinanza es “viajando en círculos”. Lo que resulta
una buena analogía de la enseñanza actual: muchos años escolarizados para
llegar al punto de partida, la ignorancia, una y otra vez a la ignorancia. Ni
hélices, ni espirales, sino circunferencias. Pero, claro, con un título o
certificado académico.
El Bachillerato, el BUP e, incluso, la EGB, estaban
cargados de saber, de ese saber que no se aprende por gusto, pero que constituye
el bagaje cultural de muchas generaciones. Porque, además de pagar impuestos,
hay otras cosas que hay que hacer por obligación, aunque cuesten o no se
entiendan los motivos. Sitúan al joven en el mundo y le ayudan a conocerse. Saber
por saber, y nada más. Lo contrario es esta enseñanza utilitarista que siempre
conjuga el “para” y muy pocas veces el qué o el por qué. Un modelo de enseñanza
que están abandonando muchas naciones.
Dice un refrán de estas tierras: “se acaba la linde y
el tonto sigue”. Y esto parece que está pasando con los que introdujeron este
tipo de enseñanza, que no se paran a analizar o a reflexionar sobre la posibilidad
de que no fuera tan guay. Que no es que los responsables de llevarla a cabo lo
hayan hecho mal, sino que se acabó la linde.