jueves, 28 de abril de 2011

EEUU, aunque les pese (26-04-2011)

Una de las cosas que admiro en los norteamericanos es su independencia frente al Estado. No solo no esperan que este les saque las castañas del fuego, sino que además prefieren sacarlas ellos. Confían más en su propia capacidad que en la de aquel. Les basta que el Estado garantice el derecho como condición para el ejercicio de la libertad y estar muy pendientes de a dónde van sus impuestos, pues saben –eso creo- que es también misión de este garantizar el bienestar de todos. Mantienen al Estado fuera del ámbito de lo privado, entendiendo por este no solo el hogar sino también sus negocios y la educación moral de sus familias, a la vez que exigen un mínimo de corresponsabilidad a sus conciudadanos.


Junto a lo anterior, y a pesar de las decenas de estados que forman el país, destaca el sentido de nación, su unidad como pueblo, el respeto a los símbolos que les son comunes. Resulta curioso que ese individualismo de que hacen gala no solo no devenga en menosprecio de la generalidad, sino que potencie y estimule su envidiable unidad. Alexis de Tocqueville afirmaba que ello era posible porque en América seguía viva una conciencia moral fundamental alimentada por el cristianismo protestante. Según él, esta conciencia era el fundamento que sustentaba las instituciones y mecanismos democráticos. Y no deja de ser admirable también la existencia de estas convicciones comunes. Más aún cuando en algunas democracias, como la nuestra, se propugna un relativismo radical en el que los valores morales comunes cambian al son del viento que levanta el juego entre mayorías y minorías.


Sí, admiro ese deseo de construirse a sí mismos, de emprender el propio sueño sin que el Estado intervenga, sin esperar de él más allá de lo que le es propio. Y, recíprocamente, admiro también ese Estado porque, en lugar de poner pegas a los ciudadanos, se dedica a crear espacios donde estos puedan ejercer su libertad responsablemente. Como admiro esa conciencia común que los une, con la que superan las diferencias que existen entre ellos.


Admiro todo esto porque es lo que echo en falta en España, donde sucede todo lo contrario. Tenemos metido al Estado hasta en la sopa. Aquí se asfixia a los emprendedores y se ahogan los espacios de libertad que permitan acoger algo distinto y, quizás, mejor. Además de que dejamos que disponga de nuestro dinero como si fuera suyo sin ningún control posterior. Es el Estado el que se arroga la iniciativa empresarial y, para no perderla, sacrifica cualquier posible cambio estructural. Tiene a los ciudadanos sujetos por sus subsidios y los educa para ello. Buscar aquí el propio sueño es tropezarse con una Administración que lejos de darte alas te las corta. Aquí todos los caminos están trazados y son tan grandes las trabas para salir de ellos que solo cabe la medianía. Medianía o chupar del bote.


¡Qué admirables son aquellos que consiguen salir de la medianía sin chupar del bote o … sin salir de España!

martes, 19 de abril de 2011

Semana Santa (19-04-2011)

Hoy es Martes Santo y, desde el domingo, el paso de las cofradías hace que la gente se aglutine en las aceras a la espera. Tradición y devoción, sin saber dónde acaba la una y comienza la otra. Cultura que invoca a nuestras raíces, piedad que llama a la puerta de los corazones. Memoria gráfica de un acontecimiento que cambió la faz de la tierra. Con él se inicia la historia de la Cruz, que el domingo próximo la convertirá en motivo de esperanza.


Una viuda toca con sus nudillos a la puerta de mi casa –porque el timbre no funciona- trayendo cuatro torrijas, uno de los dulces de este tiempo. “Si sois galgueros…”, dice. Y como lo soy se lo agradezco. Pero es más valioso el detalle, que se haya acordado de nosotros mientras las hacía. Me deshago en palabras de agradecimiento, pero a ella le basta la aceptación. Dicen que hay más felicidad en dar que en recibir. Pero, ¿qué se siente cuando lo que se da es la propia vida?


Las imágenes de Cristo y su Madre recorren las calles de Albacete en unos pasos que los años engrandecen. No sé si será por la crisis, pero este año veo más espectadores. Quizá sea una impresión subjetiva, pero lo que no es subjetivo es que hace dos mil años el Cristo entregó su vida por los hombres, por todos. Fray Ejemplo, que dirían mis amigos franciscanos. Y, como en aquellos días, también hay hoy quien le hace burla. Queriendo herir a sus seguidores se ceban en él. Y es verdad que se nos puede pedir más, pero no menos como algunos pretenden. Como escribió recientemente Martín Ferrand, “¿qué energúmenos son esos que, en pleno siglo XXI, propugnan el culto del odio a las creencias ajenas?”


Al fondo de la calle se descubren ya las luces de los coches de policía que abren camino a la procesión. Delante, como avanzadilla, el vendedor de pipas y chuches hace su agosto. El paso de la procesión es lento y los niños que esperan junto a sus padres se inquietan. Pero bastará una bolsa de pipas para entretenerlos. Eso o algunos niños más con los que jugar en la calzada. El redoble de tambores se hace mayor. Las cornetas se turnan. Es la música de siempre, la que mueve corazón y sentimientos, la que predispone al silencio. Aparentemente nada ha cambiado, pero no debe ser así cuando hoy se aceptan las manifestaciones religiosas únicamente si son culturales. Cuando toda una comunidad de convicciones pretende ser alejada de la vida pública. Más aún cuando toda una Constitución defiende esta libertad para participar en la libertad de todos.


Me viene a la cabeza Sajarov, el eminente físico ruso. Había conseguido evidentes avances en armas termonucleares y brindó porque ninguna de esas armas fuera utilizada jamás sobre ciudades. Pero el director de las pruebas, un alto oficial, le respondió que no era asunto suyo el cómo se deberían emplear. “Ningún hombre –respondió Sajarov- puede rechazar su parte de responsabilidad en aquellos asuntos de los que depende la existencia de la humanidad”. Ningún hombre, amigo, ningún hombre.


Rozo las capas de los nazarenos, que custodian el paso. Miro los ojos del Cristo y me digo: hay que continuar cultivando y defendiendo las evidencias morales esenciales como un auténtico bien común. Sin ellas, las instituciones no pueden durar ni surtir efecto.

martes, 12 de abril de 2011

Cosicas por teléfono (12-04-2011)

En análisis matemático hay una letra griega, épsilon, con la que se denotan cantidades pequeñas, tan pequeñas como se quiera. Es clave en el análisis infinitesimal y basta un épsilon para echar por tierra toda una teoría. Pero esto sucede en la matemática que, como sabe, es una ciencia abstracta con la que pocos congenian, a pesar de ser uno de los estudios con más salidas profesionales. Con todo, lo que el épsilon prueba es que hasta las cosas pequeñas son importantes. Es más, son las cosas pequeñas las que hacen valiosas a las grandes. Si usted supera la “prueba del épsilon” es que tiene una buena teoría.

No sucede lo mismo en la vida, donde lo importante es tener una teoría, sea correcta o falsa. Preséntela con un reportaje gráfico, con letras de tamaño 24 y deje que la repita alguien con la imagen apropiada para lo que se pretende. No olvide nunca de emitirla por algún telediario o algún programa televisivo ad hoc. Si además la puede colgar en alguna reda social el éxito está garantizado.

No se preocupe por la posibilidad de que se la echen atrás porque aquí nadie va a hacerle la “prueba del épsilon”. A lo más, lo intentarán algunos de los que fácilmente se deshará diciendo que son unos fachas retrógrados o algo por el estilo, ¡que si se van a creer ellos que son los únicos hombres de buena voluntad! Además, ¿por qué decir hombres y no mujeres?

¿Ha conseguido su propósito? Sí, ¿verdad? Ahora viene la parte difícil, pero no tanto para que se preocupe. Ahora viene la parte en que se descubre que su teoría era falsa.

No se apee de lo que venía afirmando. Haga como que analiza sesudamente el motivo por el que su teoría no ha dado el fruto esperado. ¿Quizás los poderes fácticos? Que, ¿cuáles son esos? No se preocupe, ya le digo, usted pronuncie la frase y quédese tan pancho. ¿Han hablado ya suficientemente de los poderes fácticos en sus medios de comunicación? ¿Cómo que no lo sabe? ¡Ah!, ¿que le dicen que sí? Vale, entonces viene la segunda parte. Hágales que miren al bulto, que comparen lo bien que están ahora con lo mal que estaban en el siglo pasado. ¿Que le parece un tiempo desmedido? Pues compare con veinte años atrás. Pero no olvide ir siempre al bulto, no caiga en el error de ir al detalle, porque ya sabe que la “prueba del épsilon” no es superable, al menos no por su teoría. Ya sé que la realidad seguirá siendo tozuda y que ni así ve las cosas fáciles, pero hay una tercera parte. Hábleles de sus esperanzas, exíjales un poco de fe en su persona. No le exijo que usted la tenga, pero sí que sea capaz de exigirla a los demás. Póngase sentimental, evoque su niñez, …, invente, por favor, invente. Esto le dará un tiempo.

Y cuando haya pasado un tiempo es el momento de dividir. Recuérdeles a unos el mal que han hecho los otros, y a los otros el mal que han hecho los unos. ¿Los tiene divididos? Pues ya casi todo está ganado.

Pero no se confíe, llegará el momento en que esa teoría hará polvo los bolsillos y habrá que pasar a otra estrategia. La estrategia de marear la perdiz. Arme follones donde no los hay, que se entretengan discutiendo en cosas insustanciales. Es fácil, ¿verdad? Más aún si tiene mano en los medios de comunicación. ¿Que no sabe si la tiene? ¡Ah!, ¿que le dicen que sí? Vale. Nos damos un tiempo de respiro y pasamos al penúltimo punto. Digo el penúltimo, porque imagino que cuenta con el aval de todo el feminismo autodenominado progresista. ¿Sí? Bueno, pues pasamos al penúltimo punto, no sin volverle a recordar que nada de ir al detalle, siempre al bulto. Nada de épsilon que eso es para las mentes sesudas y abstractas. ¿De acuerdo? Bien, pues el paso siguiente es convencer que la culpa de todo la tienen esos retrógrados que decían que esta teoría era mala. ¿Que no le parece un buen argumento? Pruebe, pruebe y verá. ¿Qué me dice? Esto nos da otro respiro. Por cierto, ¿seguimos sin ver brotes verdes? No se preocupe, si mantiene los tiempos, llegarán. Ha tenido un tempo de respiro, ¿verdad? Es el momento de decir que esos retrógrados no tienen otra teoría. No digo otra teoría mejor, sino que no tienen teoría alguna que pueda sustituir la suya. ¿Me dice que sí la tienen? Bueno, no se preocupe, lo importante es decir que no la tienen. Haga que sus adeptos repitan esa frase muchas veces, no vaya a ser que a alguno se le ocurra buscarla y la encuentre. Hay que ser precavidos.

Me despido, ya me contará. Por cierto, si todo lo anterior falla, diga que usted se queda porque para eso le pagan. Un saludo.

lunes, 4 de abril de 2011

Frente a la librería (05-04-2011)

Me entretenía mirando los libros expuestos en los anaqueles de una librería, cuando alguien interrumpió mi concentración. Me trató de usted. No tendrá menos años que yo, nos conocíamos. Y, sin embargo, no me apeó del tratamiento. Tiene su empresa, nada me debe, nada necesita de mi o, al menos, eso pienso. Su respeto y sencillez, a la vez, pues me habló de cosas personales, casi me dejan mudo. También es verdad que andaba yo un poco bloqueado mentalmente. Había salido a dar una vuelta por ver si se disipaban las tinieblas que cegaban mi corazón y oscurecían mi mente, aquellas que traen la desesperanza ante las dificultades de la vida, aunque éstas sólo sean teóricas. Quizás las más temidas, pues las prácticas se disipan actuando. Pero el diálogo mantenido me sacó del ensimismamiento, se desvanecieron las nubes y hasta el cielo me pareció más azul. Era una tarde de primavera.

Tras la despedida, me acordé del Sapo de Kenneth Grahame, personaje de su libro “El viento entre los sauces”, un libro catalogado de infantil o juvenil que, como tantos libros con la misma catalogación, muestra las esencias de la vida de manera sencilla y accesible, tan sencilla y accesible que a los adultos nos parecen una simplicidad, y quizás sea este el motivo por el que nunca estamos en lo esencial. Es fácil atribuir el carácter de simple a lo sencillo. Y, así, por la sencillez de su evidencia, hasta el Teorema de Bolzano puede resultarnos simple.

Su Sapo es un personaje que pasa del desánimo al optimismo con gran rapidez. Sólo participa de los extremos. Cuando lo justo es que la tensión entre ambos lleve al equilibrio. Ante la dificultad, el Sapo dice: “esto es el final de todo”. Superada la prueba, el Sapo se hincha de orgullo y engreimiento y avanzando con la cabeza bien alta se dice: “¡qué sapo más listo soy!, ¡seguramente no hay en todo el mundo un animal que iguale mi inteligencia!” Evidentemente, ni es tan sabio, ni tan tonto, su problema es que no se conoce bien. Desconocimiento que le lleva al desequilibrio y que devuelve al primer plano la máxima socrática “conócete a ti mismo”. Algo que no es del todo sencillo o, más bien, es tarea complicada. Porque, por ejemplo, ya desde niños se nos hace creer que somos lo que no somos. Y así crecemos, minusvalorando lo que hacen los demás y elogiando lo propio. Conscientes de que llegaremos más lejos, hasta que la realidad se planta. Pero aún así, algunos creen que el parón no se debe a que no pueden sino a que no quieren, desaprovechando toda oportunidad para conocerse mejor.

Ahora bien, en una sociedad en la que todo se clasifica y encasilla –todo, hasta las personas-, al desconocimiento propio se une también el ajeno. Estamos con unos y despreciamos a otros no en función del propio conocimiento que tenemos de ellos, sino en función de prejuicios que otros han establecido. ¡Qué vergüenza cuando descubrimos que estábamos equivocados! ¡Cuánto tiempo perdido odiando! Porque la vida da muchas vueltas, sobre todo cuando uno se toma como tarea personal el conocerse y conocer a los demás.

Vuelvo la mirada a la librería, a sus anaqueles. Hay dos libros de Chesterton, ejemplo de polemista y de sentido común, dos cosas incompatibles para algunos. Pero mi mente estaba en el diálogo mantenido. Le había dicho: “es que no tenemos tiempo para todo”. Contestó: “Sí que tenemos, lo que no sabemos es aprovecharlo”.