sábado, 22 de diciembre de 2012

Villancicos y paz


El domingo pasado asistí a un festival de villancicos organizado por la asociación cultural Encella. La pequeña cantidad alcanzada con los tres euros de cada entrada iba destinada a alguna ONG. No es nada novedoso, siempre han existido festivales benéficos porque siempre el hombre ha estado rodeado de otros más necesitados. No es la crisis actual una excepción para los que ya eran pobres, la novedad está en lo fácil que es hoy hacerse pobre. Que nunca se sabe cuándo le tocará a uno.
No sabe uno cuándo lo que es una posibilidad se convertirá en un hecho. Cuándo recorrerá la espalda ese sudor frío provocado por la palabra despido. Extraña sensación que describía un amigo a quien el despido cogió por sorpresa. Desde entonces –dice- estoy vacunado para cualquier cosa. Lo dice ahora que ha encontrado trabajo, como afirmando que todavía puede suceder cualquier cosa. Cualquier cosa negativa claro, porque ahora sólo se espera lo peor. Somos presas del pesimismo. 
Es curioso, hubo un tiempo en el que nunca pensábamos en el desastre y ahora, en cambio, es el desastre el motivo de nuestra desazón. No estaba en nuestra agenda, no aparecía en el guión de nuestra vida. Ahora, por el contrario, toda agenda está llena de pensamientos sombríos, toda vida parece seguir el guión de la desesperanza. Y, ¡ay, del que se salga de este lúgubre sentimiento! Cuidado con aquel que habla de esperanza, dicen. O es del partido del Gobierno o es un ingenuo, eso dicen. Lo dicen los que alimentan al vulgo de desesperanza, son profetas del desastre.
Pero, volvamos a la sabiduría adquirida por mi amigo tras el sudor frío que recorre su espalda, la misma sabiduría de los millones de españoles que atraviesan por su misma situación, la sabiduría del que ha descubierto que en la vida hay cosas esenciales y otras secundarias. Lástima que sean contempladas con meridiana claridad sólo cuando la contradicción llama a la puerta. Me lo apunto. Nunca se sabe. Pero qué suerte si con la llegada de éstas advertimos que de alguna manera estábamos en lo esencial, que conservábamos lo esencial. De alguna manera. Porque de alguna manera se volverá a salir adelante. Y, es que, entre lo esencial está la esperanza. Como lo está la caridad de tantos que la practican con generoso desinterés. Dan y se dan. Qué difícil, ¿verdad? Tantos años intentándolo y ¡tantas reticencias! Pero son muchos los que dan y se dan. Hay esperanza y hay caridad.
Volvamos también a los villancicos, una de las tradiciones propias del tiempo de Navidad. Los aprendimos en la escuela y en el hogar familiar. Canciones sencillas que hablan de un niñito que ha nacido en un portal, de una ventana para ver al Niño en la cuna, de una burra que va hacia Belén, de campanas y regalos, requesón, manteca y miel, de Reyes Magos que vienen, de un chiquirritín metidito entre pajas, ….
Pero el primer villancico de la historia no fue cantado por hombre alguno, sino por ángeles. El cardenal Ratzinger decía en una meditación que los ángeles son los “evangelistas” de la Navidad. “Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”, es la letra del primer villancico. Benedicto XVI ha sugerido recientemente otra traducción para la última parte: “paz a los hombres en quienes él se complace”. Y se pregunta: “¿Quiénes son los hombres en los que Dios se complace? Y ¿por qué?” Preguntas que obvio porque divergen del tema del artículo, pero que siempre me han interesado, sobre todo después de la lectura de cierto texto de José María Pemán.
En cual quiere caso, lo cierto es que este cántico, o primer villancico, ayuda a entender de qué trata la Navidad porque contiene un término clave: la paz. En la tierra paz: ese es el objetivo de la Navidad. Pero, como seguía explicando el cardenal Ratzinger en su meditación, este villancico supone un primer elemento sin el cual no puede haber una paz duradera: la gloria de Dios.
Y esta es la doctrina de Belén sobre la paz: la paz entre los hombres proviene de la gloria de Dios. Así que la gloria de Dios no es un asunto privado, sino una cuestión de orden público. Y, en este sentido, como condición suficiente para la paz, se convierte en motivo de esperanza para todos.
Acabo como empecé, con el festival de villancicos, cuyas letras me conmueven hasta convencerme de estas otras palabras del cardenal Ratzinger: “En el pesebre y en la cuna se erige la gloria de Dios en este mundo.  Allí donde haya hombres que sigan a su Dios comienza también una nueva humanidad y, aunque sea de manera fragmentaria, se inicia asimismo la paz sobre la tierra”. 

jueves, 13 de diciembre de 2012

Primera Jornada Universitas (11-12-2012)


En el campus de la UCLM de Albacete ha surgido un grupo de estudio, reflexión y debate integrado por investigadores, profesores y estudiantes de diversas ciencias que, bajo el nombre Universitas, se ha propuesto buscar la verdad, “esa que –según el profesor Óscar Dejuán- sitúa en la debida perspectiva las verdades particulares de cada ciencia y confiere sentido profundo al quehacer universitario”. Un grupo abierto a todos y, quizás por ello, el nombre de “universitas” que Alfonso X el Sabio definiera como “ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes”, lo que es a su vez una buena definición de Universidad.
No cabe dudad que este objetivo choca con el escepticismo –fruto de un relativismo generalizado- que predomina en nuestra sociedad. Más aún si se tiene presente la sofisticada especialización a la que desembocan los distintos estudios. Pero es precisamente por esto, porque el saber se ha desintegrado en multitud de saberes, por lo que el proyecto “Universitas” cobra mayor significado. Urge conocer hacia dónde conducen estos saberes y cuál es su aportación a la meta del hombre. Cuál es su relación con la verdadera sabiduría y en qué medida contribuyen a que el hombre la alcance. Por idéntico motivo, la huida del escepticismo se torna en un reto para la razón, en un estímulo. Debe haber algo que “sea así y no de otro modo”, como roca firme, como principio universal, que no sea indiferente y, si lo hay, toca a la razón descubrirlo.
Cualquier ciencia plantea interrogantes que van más allá de su método, más allá de la estructura racional de la materia que describen. La mera pregunta sobre por qué existe el dato al que aplican su método es una de ellas. Son preguntas que trascienden a la propia ciencia de los hechos y que, por tanto, pertenecen a otros ámbitos del pensamiento que es donde deben ser resueltas. Preguntas que llevan a indagar sobre el ser, lo bueno, lo bello y lo verdadero. Permanecer escéptico ante ellas lleva, como dice Platón en su Fedón, a renunciar a la verdad de la existencia, sufriendo una gran pérdida. Y, si por el contrario, si como es el caso que nos ocupa, la búsqueda de respuestas se convierte en un reto, ¿qué mejor lugar que la Universidad, avanzando de forma interdisciplinar?
Muchos pueden ser los enfoques con los que intentar responder a tales interrogantes, pero ha sido la perspectiva del humanismo cristiano –el mismo que tan bien interpretaron Tomas Moro, Luis Vives o Erasmo, entre otros- la elegida por el grupo de estudio Universitas. Algo lógico si se tiene en cuenta que su origen responde al encuentro que Benedicto XVI mantuvo con jóvenes profesores universitarios en la Basílica de San Lorenzo de El Escorial.
Desde su inicio, se han sucedido reuniones y seminarios que en sus primeros nueve meses de existencia han estado centrados en el diálogo entre ciencia y fe, trabajos y reflexiones que tendrán como colofón la Primera Jornada Universitas que, bajo el lema “Ciencia, razón  y fe”, tendrá lugar el próximo viernes 14 de diciembre en la Facultad de Educación de la UCLM en Albacete.
Desde las 9 de la mañana, investigadores de renombre, profesores y estudiantes universitarios impartirán conferencias sobre temas tan variados como “Del origen del universo al hombre” o “El lugar de la voluntad en el conocimiento”, y compartirán mesa redonda sobre “científicos ejemplares”. Continuará por la tarde con la conferencia “Búsqueda de Dios y confianza en la razón” y la mesa redonda que lleva por título “La visión trascendente del hombre, ¿ayuda o perjudica la actividad investigadora?”
Buen comienzo para buscar esa Verdad transversal que da sentido, unifica y trasciende las verdades particulares de cada ciencia. 

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Una analogía (06-12-2012)


En matemáticas hay unos números que no fueron considerados como tales hasta el siglo XIX. Tienen que ver con la raíz cuadrada de un número negativo y, cuando aparecían en un cálculo, eran descartados porque no cabía imaginar un número con cuadrado negativo. No obstante y a pesar de la aparente falta de sentido, cada vez más físicos y matemáticos los aceptaron porque aplicados a problemas reales permitían llegar a soluciones reales. En dos palabras: tenían utilidad. No estaban al comienzo de un problema, ni en su final. Surgían en su desarrollo y, paradójicamente, sólo al admitirlos podía llegarse a la solución del mismo. Eran como un puente entre dos realidades, pero un puente imaginario. Se llamaron números “imaginarios” y, como dijo alguno, salvaron muchas vidas, pero esto sería otra historia.
Los traigo a colación porque deseaba hacer una analogía (en parte igual y en parte diferente) entre ellos y esa otra dimensión humana que es la espiritual. Y, aún más, entre ellos y la fe en Dios. Porque uno de los problemas más acuciantes de esta sociedad es que se niega a los jóvenes la posibilidad de contar con Dios. Y, en esta analogía, es muy válido eso de contar.
Uno puede vivir como si Dios no existiera, allá él; pero en cuanto responsable de la formación de otros, no puede negar esta opción. Aun considerándola como una hipótesis, sería inaceptable silenciarla. Más aún en un mundo donde los niños están expuestos, cada día, al bombardeo de todo tipo de teorías, la mayoría de las cuales no resisten más de cincuenta años.
El hecho de que conociendo a Dios el hombre tiene la posibilidad de descubrirse a sí mismo, su propio origen, su destino, la grandeza y la dignidad de la vida humana, no es algo a menospreciar. Y ante los problemas de muchos jóvenes –como los de tantos otros adultos-, la fe puede aportar un “saber” que da sabor a la vida, “un gusto nuevo de existir, un modo alegre de estar en la vida”. Por tanto, negar a la juventud el que incluya a Dios en su propia álgebra es cerrar un puente que, en ocasiones, es el único que permitirá llegar victorioso a la solución de los problemas más acuciantes de la vida ordinaria.
Y visto así, la difusión de tal hipótesis –llámenla como quieran- no puede reducirse a ámbitos estrechos y reducidos. Es una cuestión tan esencial que exige que todo joven sea ilustrado sobre ella. Forma parte de la educación integral y, al obviarla, ésta se quedar coja, casi como lo está en estos momentos. Coja.
Como sucede con los números complejos, la fe en Dios extiende un puente invisible entre las realidades de la vida. Nos permite pasar de una a otra. Si se acepta, se puede llegar hasta el final. En caso contrario, los problemas persisten y, en algunos, la desesperación se torna en odio.  Es la irracionalidad del que se cree racional. Es la pertinacia del que no quiere tener en cuenta el método que ha servido a otros. A los mejores. A los sencillos de corazón por muy simple o abstracta que sea su mente.
Que Dios o Jesucristo, que es el dios de nuestros padres, encierra muchos misterios es una realidad. Pero el misterio no es irracional. Es “sobreabundancia de sentido, de significado, de verdad”. Es la intuición –como dicen los matemáticos- que no somos capaces de formalizar. Pero no el fogonazo, no. El misterio es -más bien- luz continua, sobreabundancia de luz que deslumbra la razón.
¿Cómo pueden unos números imaginarios ser de tan utilidad? ¿Cómo puede Dios servirnos la solución, cualquier solución? Acéptalos y verás; búscalo y verás.

sábado, 1 de diciembre de 2012

El tercer libro (27-11-2012)


El jueves pasado recibí la primera felicitación navideña. Escribir una felicitación con un mes de antelación puede parecer un exceso, pero es también un recordatorio sobre la inminencia del acontecimiento. Así que, lejos de considerarlo un despropósito, lo entiendo como un aviso a navegantes. Despierta, se acerca la luz, renueva tu esperanza y prepárate para que esa Noche Santa –Nochebuena- no te coja por sorpresa, para que la cena no oculte lo que la motivó. O algo así.
También el pasado jueves compré el libro de Benedicto XVI, La infancia de Jesús, que tanto juego ha dado a algunos articulistas cuando todavía no lo habían leído. Y no me preocupan tanto los comentarios de algunos descreídos articulistas como las preocupaciones suscitadas entre algunos cristianos. A los primeros, ni les va ni les viene el que haya o no animales o pesebre, de hecho hace tiempo que sustituyeron la imagen de la gruta de Belén por paisajes nevados donde niños angelicales construyen muñecos de nieve o patinan sobre cuchillas.
Lo que me preocupa, como digo, son los cristianos, porque sus preocupaciones no son más que la demostración de una realidad: la escasa formación en su propia fe.  No es que quiera decir que no hayan leído un libro de teología en su vida, sino que ni siquiera han leído los evangelios. Y esto último sí que es preocupante. Que un articulista descreído se entere ahora de que el buey y la mula no aparecen en ningún pasaje de los evangelios es comprensible, a la vez que muestra lo atrevida que es la ignorancia. Pero que lo desconozca un cristiano es cosa más seria.
Ahora bien, lo más irrisorio de esta situación –si algo cómico hay en ella- es que se habla sin haber leído el libro y, más aún, que ni a los propios afectados se les ocurre leerlo para salir de dudas. Paradójicamente, mientras que se habla de lo difícil que es tener fe en la palabra revelada, no se duda en aceptar la palabra de cualquiera. Hoy basta un sofista que haya leído alguna página de un libro para crearnos la duda. Qué bien nos va a venir este Año de la Fe para que –como dice Benedicto XVI-  descubramos de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios y el Pan de Vida, a la par que redescubrimos los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada. Por cierto, en la página 77 pueden leer: “Ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y el asno”. Quédense tranquilos.
Quien haya leído con anterioridad las meditaciones del cardenal Ratzinger sobre la Navidad (en la editorial Herder pueden encontrar un librito que contiene varias de ellas), descubrirá que el libro sigue el mismo esquema en lo referente a la Natividad. Sólo que ahora incide más en las cuestión exegética aportando las opiniones de exégetas varios. Hay, en su forma, más pretensión por ilustrar la mente que por caldear el corazón. Se ve más al profesor renombrado que al sacerdote.
Pero quien lea el libro descubrirá por qué son conocidos como misterios la Encarnación y el Nacimiento. Y cuando acaben de leerlo entenderán mejor el hilo que une aquellos misterios al misterio de la Cruz. Desde entonces, les será imposible contemplar apresuradamente los misterios gozosos del Santo Rosario. Una joya para los cristianos, un buen libro para los descreídos.
Bendita polémica que va a contribuir a que se conozca nuestra fe, que no depende de bueyes, ni de asnos, que es “don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona en lo más íntimo”. Por cierto, debo dejarles, no vaya a ser que se acaben los bueyes y los asnos en las tiendas y no pueda completar mi belén. Falta un mes, pero hay que preparase.