lunes, 28 de diciembre de 2020

Madres coraje, madres hasta el extremo

 

Me levanto con la imagen de la matanza de los niños de Belén y sus alrededores mandada por Herodes. Imagen impresa en antiguos cuadros y recreada en algunos belenes. Veo a niños cabeza abajo que tomados por los tobillos son traspasados por cuchillos, espadas o sables. Inocentes con no más de dos años. Pero, pienso más en sus madres que en ellos. Las veo correr tras sus asesinos suplicando clemencia para sus hijos o llorándolos amargamente. Sentadas en el suelo o en alguna piedra gimen desconsoladas mientras estrechan el cuerpo inánime entre sus brazos. Y recuerdo lo que tantas veces he oído: ningún padre o madre debiera ver morir a sus hijos.

Esos cuadros y representaciones me recuerdan siempre el gran pecado de los dos últimos siglos: el aborto. Pero, como dije, no quiero fijarme en los 99149 abortos realizados en España en 2019 (cifra que va en aumento desde 2016), ni siquiera en el número de mujeres que abortaron (11,53 por cada 1000), sino en un tipo particular de mujeres de aquellas que no lo hicieron (un 988,47 por cada mil). Y no lo hago porque quiera pasar página cuanto antes ante tan grande crueldad (aceptada consciente o inconscientemente), sino porque a buen seguro que algunas de estas eligieron libremente salvar la vida del no nacido antes que la propia. A estas madres, allá donde estén ya en el Cielo o ya en la tierra, dedico hoy un recuerdo de homenaje.

Tales madres hacen presente el sentimiento de aquellas otras de Belén que no hubieran dudado en entregar la propia vida a cambio de la de sus hijos. Es más, superan y trascienden ese sentimiento pues no se enfrentan a la imposibilidad de una vuelta atrás sino a la capacidad de decidir entre lo posible. Ellas eligen salvar primeramente al hijo (varón o hembra) que todavía está en sus entrañas, pero que saben ya hijo. Esta es su doble grandeza: saber que es ya hijo (de inocencia sin par, santo inocente) y decidir entregar su vida por él. Aman hasta el extremo.  

Este fue el caso de santa Gianna Beretta (fallecida el 28 de abril de 1962) y de Carla Levati (fallecida el 25 de enero de 1993), médico la primera y ama de casa la segunda. Diagnosticadas de cáncer de útero, ambas decidieron la opción quirúrgica que aseguraba la vida del hijo frente a aquella otra con la que hubieran salvado la vida con toda seguridad. Por ello, fueron consideradas unas heroínas por la mayoría de la gente y acusadas, por una minoría, de desobediencia médica o falta de información. En fin, stultorum infinitus est numerus.

 Por mi parte, en tal día como hoy, día de los santos Inocentes, me encomiendo a ellas y pongo en sus manos la protección de aquellas madres inocentes que a lo largo de la historia tienen que enfrentarse al cruel dilema de salvar la propia vida o la del hijo no nacido.

domingo, 30 de agosto de 2020

Duda y esperanza

 

 

En el templo de los dioses se hizo un hueco la Ciencia y, más adelante, fue levantado un altar al Progreso. La ciencia haría que el progreso fuera imparable. La Humanidad se creía autosuficiente. Pero eran hombres los que la hacían y algunos de ellos, llamados científicos, se dejaron llevar por sus ideologías. Ese fue el caso de Lysenko, cuyos dogmas marxistas aplicados a la agricultura llevó la hambruna a la URSS. Un caso que otrora parecería lejano por lo obsoleto que se mostró el comunismo, pero que hoy se hace actual con su vuelta al poder en España. En efecto, el comité de expertos -Presidente, ministro filósofo y médico-  parece que ha apostado más por el razonamiento político que por el científico. Así, so capa de ciencia, se toman decisiones políticas. En ese comité no rige la ciencia sino las sensaciones e intuiciones, mayormente desacertadas, de sus miembros. Su ciencia no convence. Y, en cuanto al progreso, basta salir a la calle.

En consecuencia, surge la inquietud y la desconfianza, la duda y el pesimismo. Porque cuando la ciencia balbucea y los científicos oficiales merecen desconfianza, se duda. Para botón de muestra, la “vuelta al cole”. Y si humano es equivocarse, más lo es decidir libremente. Sin confianza en la ciencia y en el poder establecido es lógico dudar de la conveniencia de llevar a los propios hijos al “cole”. Una duda que, por situaciones profesionales, no todas las familias se pueden plantear, pero que exige una respuesta individual, tomada en conciencia.

Mis colegas alemanes cuentan que no es fácil impartir o recibir clases con las mascarillas, que las actitudes de algunos ponen de los nervios, pero que asiste a clase todo el alumnado. A día de hoy no sé lo que pasará en España. Pero es claro que no es tiempo de huelgas. Desconfíen de los que las proponen, sean estos profesores o estudiantes. Es, más bien, tiempo de decisiones personales.

Como profesor y padre, volveré-volveremos al “cole”. Pero entendería que otros no lo hicieran. ¿Durante cuánto tiempo? No lo sé. Vivo día a día. Cada día doy gracias a Dios por volver a ver a mi familia, amigos, vecinos y colegas. Como me alegro de la solidaridad y espíritu de servicio renacido a causa de la pandemia. Pido por los fallecidos, especialmente por Antonio con el que ya no compartiré despacho. Y todo, con la esperanza de que Dios escribe recto con renglones torcidos.

lunes, 27 de julio de 2020

El sitio. Los rebeldes del Alcázar*

Escribir un libro sobre los vencedores de la pasada guerra civil española supone correr un riesgo, más aún cuando no son tratados despectivamente: el riesgo de ser silenciado o no ser publicitado por la mayor parte de los medios de comunicación, entre otros. Si años atrás era bastante conocido el hecho de armas del Alcázar de Toledo, hoy en cambio se divulgan en forma novelada otros, predominando las novelas que desdibujan las razones de los rebeldes o, incluso, caricaturizan a sus protagonistas. Por eso, aunque sólo fuera para recordar, dar razones y restituir la fama, ya merece la pena leer esta novela.
Su autor, Fran Ruíz (Algezares, 1963), persona culta y profunda, licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales, se dedica profesionalmente a la formación profesional en un centro de formación que él mismo dirige, lo que justifica la coherente planificación del desarrollo de su novela, así como la calidad argumentativa de sus diálogos. Colabora con el periódico digital El Correo de España con artículos de opinión y tiene en su haber una novela juvenil todavía sin publicar. “El sitio” es pues su opera prima, con ella se estrena ante el gran público.
Como novela histórica, entrelaza magistralmente lo ficticio con lo real. Más de real que de ficticio. Su autor, apoyado en dos personajes de invención, uno por bando, sin maniqueísmos, ha sabido narrar con rigor histórico los acontecimientos diarios que en relación al Alcázar tuvieron lugar en España desde el 13 de julio hasta el 28 de septiembre de 1936, día posterior a la toma de Toledo por las tropas rebeldes del comandante Varela.
Fran Ruíz describe a la perfección esas dos Españas en que el odio, la sinrazón y el asesinato hicieron que parecieran irreconciliables. Su visión general, concretada en el desarrollo bélico del sur de España, le permite hilar los nudos necesarios para soportar una trama cuyo reverso es el alzamiento, sitio y liberación del Alcázar. El autor analiza sesudamente los motivos del encierro, las condiciones legales del mismo, las penurias soportadas por los sitiados, el empeño de los sitiadores, el avance de las tropas rebeldes que luchan por llegar a tiempo a Toledo, el tipo de armamento utilizado, las estrategias de combate, las mentiras de la propaganda comunista, las consecuencias de armar a la mitad de la población contra la otra mitad y las respectivas expectativas del Gobierno de la República y de los rebeldes, lo que evidencia una buena documentación y justifica los seis años de trabajo que le llevó esta novela.
A pesar de su longitud, se lee con facilidad. Escrita con desenvoltura y claridad, más parece una novela de un autor consagrado que la de un principiante. Sus ricos diálogos se combinan con descripciones del entorno y preámbulos a los diversos sucesos narrados. Sus personajes ficticios resultan entrañables y los reales adquieren vida. Con ellos recorre el amplio espectro de sentimientos y actitudes que van desde el odio y el sentimiento unamuniano de desacuerdo con la barbarie, hasta el cumplimiento del deber y el sacrificio desinteresado.
Entendido “El sitio” como la descripción de un suceso heroico, su autor deja a las claras que no es cosa de uno sino de miles de héroes. Algunos de los cuales dejaron su vida lejos del sitio, como el guardia civil Juan González Sánchez, de la comandancia de Albacete, o el capitán Luis Alba, uno de cuyos sobrinos prologa el libro.
         En definitiva, la hazaña no se debió sólo al planteamiento de un coronel de la Escuela de Gimnasia del Ejército (de clarividencia admirable), sino también al alto número de oficiales encerrados, cuya disciplina, valentía y preparación aseguró la intendencia, las comunicaciones y su estrategia. Todos ellos, junto a  los guardias civiles del teniente coronel Romero Basart, refugiados con sus familias por temor a las amenazas en sus correspondientes pueblos, algunos civiles, militares retirados o de vacaciones y falangistas, formaron el entramado humano. Un entramado unido por el amor a España y la fe religiosa, con especial devoción a la Virgen, que dio la razón a su Jefe: ¡el Alcázar no se rinde!   

(*) El sitio. Los rebeldes del Alcázar. Fran Ruíz. SND Editores, 2019, 1088 pág. 39,90 euros.

martes, 14 de julio de 2020

Galileo, 1616 (IX)*



                Me gustaría dejar claro, aunque pueda repetirme, que este debate que involucra a filósofos y teólogos no es contra la persona de Galileo, sino contra la teoría que expone. Los filósofos están contra ella porque echa por tierra parte de la Física de Aristóteles, así como su método. Para ellos, además, lo que está en juego es su pan de cada día, porque ¿qué pasaría si parte de lo que enseñan se demuestra falso? Con los teólogos se añade una cuestión más crucial. Para éstos, si la teoría copernicana era cierta entonces había pasajes de la Escritura mal interpretados y, como consecuencia, ideas tan intuitivas a enseñar, como por ejemplo la centralidad de la figura del hombre en la creación, que iban a necesitar una revisión. Pero, lo que más les molestaba era que Galileo, que no era teólogo, pretendiera darles lecciones -¡a ellos!- de cómo debían interpretarse las Escrituras.
                Con todo, a semejanza de la figura de Adolf Eichman en la obra de Hannah Arendt, donde la acción de un mediocre con poder deviene en desastre, bastó con que surgiera un mediocre, tal como el dominico Tommaso Caccini (39 años), anhelante de fama y posición, para dar inicio al desastre. Y, lejos de ser una anécdota reducida al púlpito, fue todo un principio.
                A comienzos de 1615, no parecía que pudiera tener consecuencias. Hasta el hermano de Caccini, Mateo, le recrimina desde Roma: “qué estupidez dejarse convencer como un palomo por otros palomos [en referencia a Colombe]; por favor, deja ya de predicar sobre estas cuestiones”. Incluso el padre Luigi Maraffi (predicador general de los dominicos en Roma) se disculpaba por carta el 10 de enero: “Enterado del escándalo, he sentido un infinito disgusto”.
No obstante, el príncipe Federico Cesi (director de la Accademia dei Lincei), sabiendo que su amigo Galileo sigue dándole vueltas al modo de interpretar las Escrituras, le escribe el 12 de enero aconsejándole cautela ante “esos enemigos del conocimiento” y le traslada la opinión del cardenal Belarmino sobre Copérnico: lo tiene por “herético”, pues “el movimiento de la tierra es, sin lugar a dudas, contrario a la Escritura” y siempre ha tenido la duda de consultar a la Congregación del Índice para prohibirlo.
Le advierte Cesi del cuidado que debe tener en su posible respuesta a Tommaso porque puede despertar a la Congregación del Índice y, como consecuencia, correr el riesgo de que se  prohíba el Copérnico. Le aconseja centrarse, más bien, en el odio manifestado a las Matemáticas (“arte diabólico”) y a los matemáticos en general, a los que Caccini solicita “expulsar de todos los estados”. Para ello le sugiere que gente de religión amante de las matemáticas y otros catedráticos de Matemáticas de Italia hagan ruido en Roma. Que difundan que las palabras de Caccini lesionan notablemente este saber, pero siempre -insiste- “sin tocar el punto del movimiento de la tierra”. Con el paso de los años, estas consideraciones que dice Cesi escribir “apresuradamente”, se demostrarán acertadas, denotando el profundo conocimiento que poseía el príncipe de la dinámica romana.
En efecto, la caja de los truenos se había abierto. De hecho, Nicolô Lorini (el de “un tal Ipérnico”), pensando que la Carta a Castelli es una réplica a la homilía mencionada (algo absurdo pues distan un año en el tiempo), escribe el 7 de febrero una carta al cardenal Sfondrati, secretario de la Inquisición en Roma, acompañándola con una copia de la Carta a Castelli en la que él mismo ha subrayado algunas frases “sospechosas”.  
No sé qué pensar sobre las intenciones de esta denuncia informal y secreta de Lorini (protagonista también en nuestro artículo V). Quiero pensar que como él dice “es una acción llena de santísimo celo”, “un amoroso aviso entre yo y usted [el cardenal]”, obligado como buen cristiano, como buen hijo de Santo Domingo y por el bien, “en particular, de todos los teólogos y predicadores”.
Sorprende, no obstante, que en diciembre de 1614 le dijera a Castelli que le pareció un exceso el sermón de Caccini y que, ahora, a comienzos de 1615, tome cartas en el asunto. Aparentemente no quiere iniciar ningún proceso pero, como miembro antiguo de la Orden de los Predicadores, es indudable que sería consciente de lo que ocurriría. Quizás, como dice, siente la obligación moral de advertir que “tengan [en Roma] los ojos bien abiertos en materia semejante [interpretación de las Escrituras] por si hay necesidad de algún tipo de corrección”. Como también es cierto que recoge la opinión de los demás religiosos del convento de San Marcos, los cuales “encuentran [en la Carta] muchas proposiciones que son a la vez sospechosas o temerarias”.
Desde luego, habla a su favor el que en su carta no mencione en ningún momento a Galileo y prefiera echar el problema sobre los hombros de los “llamados Galileanos”, a los que califica de “hombres de bien y buenos cristianos, pero un poco obstinados y duros en sus opiniones” que con “bello ingenio dicen miles de impertinencias que siembran por toda nuestra ciudad”. En fin, quiero interpretar la carta de Nicolô Lorini como la de “un hombre celoso de su Fe” y, en consecuencia, lógica y sin pretensiones destructoras.
Para acabar, repasemos lo que echa en cara a esos “galileanos”. Le preocupa que digan cosas tales como: que ciertas maneras de relatar las Sagradas Escrituras son inconveniencias, que en la disputa de los fenómenos naturales se deje la Escritura en último lugar, que sus intérpretes a menudo se equivocan al exponerla, que la Escritura no debería ser forzada para imponer artículos concernientes a la fe, que en las cosas naturales tiene más fuerza el argumento filosófico o astronómico que el sagrado y divino y, finalmente, que cuando Josué mandó al sol pararse debe entenderse que el mandato fue hecho al primer móvil y no al sol en sí mismo. En suma, que  exponen las Sagradas Escrituras a su manera y en contra de la exposición común de los Santos Padres, además de que pisotean toda la filosofía de Aristóteles. (Continuará)

(*) En julio de 2018 está el capítulo anterior.

sábado, 13 de junio de 2020

Mientras tengamos libertad

La crisis del 2008 revalorizó la institución familiar. A su alrededor se atrincheraron los más necesitados. Los hijos vivieron de los padres, los nieto de sus abuelos. Y, en muchos casos, tanto los unos como los otros tuvieron que aliviar su penuria acudiendo a amigos, vecinos o instituciones benefactoras. Doce años después, una crisis de salud pública ha sacudido nuestra endeble estructura laboral y social propiciando otra económica, sufrida ya por muchos. Al dolor por la enfermedad y muerte de seres queridos le sigue el paro y sus consecuencias.
Entre ambas se da, al menos, una semejanza y una diferencia. Se asemejan en que fueron negadas por el Gobierno de turno. Ya porque no las vieron venir o porque convenía negar lo que se avecinaba: ¿error o falta de transparencia?
La diferencia consiste en que si en la primera el Gobierno estaba en sus cosas (su famoso Plan E), ahora no, más bien lo contrario. En ésta, el Gobierno se muestra como poder absoluto. Hasta el punto de cortar y obstruir cualquier iniciativa personal. Requisaba los test adquiridos por empresarios para sus trabajadores, requisaba mascarillas, cerraba los laboratorios privados de análisis de sangre, … Decía hacer test que no hacía, repartía mascarillas que no servían, … Compraba fuera de España material inseguro, mientras que la empresas españolas homologadas se veían obligadas a exportar ese mismo material a países vecinos.
Sin embargo, a la gestión personal no le faltaban manos y conseguía los respiradores que no obtenía el Gobierno, las mascarillas que no llegaban, los test … Manos que siguen alimentando a miles de personas que la crisis económica ahoga ya. Hay consenso en aceptar que estamos saliendo de la crisis sanitaria gracias a la entrega de los propios profesionales de la salud, y que sus consecuencias han sido desinfladas por el trabajo de chóferes, empleados de supermercado, ingenieros, agricultores, ganaderos, así como por la iniciativa privada de grupos de profesionales o amigos y  empresarios comprometidos. La económica ya se verá.
        Por ello y a la vista del intento del Gobierno por ahogar las iniciativas personales haciéndonoslas pasar canutas con sus indicaciones contradictorias y sus timoratas medidas económicas, mi consideración es: mientras que tengamos libertad personal podremos salvar lo que nos rodea. Si dejamos nuestra libertad en manos del Gobierno, cuyo poder puede llegar a ser tan grande como su ignorancia, pronto seremos esclavos. 

jueves, 11 de junio de 2020

La Edad Virtual*


Cada tiempo acusa diferencias respecto del anterior, pero en lo esencial no deja de ser un continuo. Y hasta ahora ha sido siempre así. A pesar de ello, todo hombre, toda mujer, ha percibido su tiempo presente demasiado alejado del anterior. ¿Cuánto de alejado? ¿Tan alejado como para afirmar que supone un cambio de época, una nueva era? Y si es así, ¿cuáles son los elementos que permiten tal diagnóstico? 
                El nuevo ensayo del profesor López Cambronero (Albacete, 1973), con el que pretende comprender el mundo presente y sus consecuencias, apunta en esta dirección. Su afirmación “asistimos a un cambio de época” que nos dirige “hacia un futuro tan distinto que podemos decir que supone, junto con el paso al Neolítico, la mayor crisis -la mayor aventura y el mayor reto- al que se ha enfrentado la humanidad”, es tan llamativa como elocuentes son sus argumentos.
No es un ensayo de filosofía al uso, sino más bien un libro de divulgación de fácil lectura -casi parece una novela policíaca en su comienzo-, lo que no significa que carezca de rigor y profundidad o que sus planteamientos puedan digerirse sin más. Partiendo siempre de situaciones actuales que por poco conocidas resultan originales, el autor sugiere, interroga y postula capítulo a capítulo, yendo de menos a más en un continuo “in crescendo”. Su formación académica (derecho, economía y filosofía) le permite argumentar a partir de aspectos tan diversos como la gestrificación, la turistificación, los años sabáticos, los rosetianos, la cultura genealógica, los escritores de la generación beat, el consumo de drogas, la rutina atávica, el transhumanismo, las redes sociales, el neocapitalismo, la caducidad del conocimiento, el trabajo y el ocio o la RBI  (recta básica individual), entre otros.
                Con todo lo anterior, López Cambronero analiza las posibles consecuencias de los avances tecnológicos, así como los cambios económicos, culturales y sociales, para concluir (tesis) que se está produciendo una reconfiguración de las relaciones del hombre con el espacio y el tiempo que lleva a un cambio de sentido de la vida y de la identidad humana que desemboca en el nuevo hombre, el virtual. Un hombre -resumo con expresiones mayoritariamente del autor- que reniega de toda localización y deambula sin concreción huyendo de la rutina cotidiana. Que desprecia el pasado por atadura, se vuelca en la inconcreción del futuro y, viviendo como si el tiempo no existiera, se siente con el beneplácito para volver a empezar siempre de cero. Que borra toda relación que lo determine y prefiere proyectos desechables que le permitan estar abierto a nuevas posibilidades. Que desinteresado por alcanzar la madurez prefiere permanecer inacabado, estar sin hacer, sin identidad estable, siguiendo la dinámica del capricho. Pero ante el que se alza un obstáculo supremo, su bestia negra: la realidad. Porque, como reza el título del capítulo 7, “¿y si la realidad fuera una mierda de la que resulta imposible escapar?”
El libro está dividido en tres partes en correspondencia con los dos elementos que el autor califica de decisivos en este cambio de época (espacio y tiempo) y su consecuencia: el cambio de sentido de la vida y la aparición del hombre virtual. Cada parte, a su vez, va dirigida a desentrañar su subtítulo: vivir, amar y trabajar en un mundo acelerado. Y, aunque pueda parecer un tópico, ninguna de ellas deja indiferente. Como tampoco resulta indiferente su tono general: descriptivo sin aspavientos, esperanzado, confiado en que un mejor entendimiento del presente contribuye siempre a atemperar los cambios en beneficio del bien común.

(*) Esta recensión del libro (La Edad Virtual. Vivir, amar y trabajar en un mundo acelerado. 168 pág. 17,50 euros. Marcelo López Cambronero. Colección Nuevo Ensayo. Ediciones Encuentro, 2019) está publicada en la revista digital Letras del Parnaso cuyo enlace es:
Edición en pdf: http://www.los4murosdejpellicer.com/EdicionesyPortadasPD/Edicion63%C2%A9.pdf . 
Edición on line: https://issuu.com/jpellicer/docs/edicion63_ 

domingo, 31 de mayo de 2020

Tiempos de locura y esperanza


En el encuentro “COVID 19, ¿crisis u oportunidad de mejora?” la profesora I. Enkvist comentó que el cierre de los centros educativos está sirviendo para reflexionar sobre la esencia de la educación, ayudando a clarificar a su propios protagonistas el papel que les corresponde. Clarificar para llegar a lo esencial. Que en el caso de la educación es el aprendizaje del alumno. Una idea valiosa que es aplicable a otros ámbitos. De hecho, mucho se ha hablado en estos días sobre repensar la vida, sobre aprovechar la oportunidad del encierro para clarificar el particular sentido de la vida con el fin de llegar a su esencia. Para tener, como dice el clásico, “una vida lograda”.
                En el camino, muchos han perdido a sus seres más querido y, algunos, ni han podido despedirlos. La muerte se ha hecho presente en una sociedad en la que hablar de ella estaba prohibido. También otros experimentan la crisis económica aneja, sufriendo el paro y sus consecuencias. Todo un caudal de dolor que fluirá durante algún tiempo. Y si hay algo que hacer, pueden decir, es sobrevivir, dejarse de filosofías y buscar la manera de salir adelante. Cierto, hay que salir adelante, pero no basta con el voluntarismo. Es necesario algo interior que fortalezca el ánimo abatido, hace falta esperanza. Una esperanza fiable.
                “El presente, aunque sea un presente fatigoso -escribió Benedicto XVI-, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”. Así pues, volviendo a Enkvist, hoy es tiempo  oportuno para clarificar esa meta. Una meta segura y grande.
                Los cristianos tienen una meta tan grande que les llena de esperanza, “no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío”. Llevan siglos anunciándola porque su esperanza es “siempre y esencialmente para los otros”. Quizás sea oportuno volver a esa meta que hace vivir de otra manera.
Que nadie se lleve a engaño, aunque “vivimos en tiempos de locura” (Vintila Horia) también vivimos en tiempos “de esperanza, en el tiempo de la espera de Dios”.

sábado, 1 de febrero de 2020

La mujer del saco



Antes, a los niños se les asustaba con el hombre del saco. “Que viene el hombre del saco y te llevará”, decían. Y en las noches cerradas ningún niño se atrevía a salir del hogar, ni a traspasar los límites de la luz de la lumbre. Ahora, en la posmodernidad, sabemos que el del saco no era un hombre, sino una mujer. La “mujer del saco”, debiera decirse. Incluso conocemos su nombre. Su frase, “no podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres”, la ha desenmascarado y ha puesto sobre aviso a los padres. Y, es que, la “mujer del saco” no se lleva sólo a los niños sino también aquello que los padres enseñaron a sus hijos. No centra su interés en el cuerpecillo de los niños, no se regodea en su sangre sino en su mente, en su pensamiento. Es la posmodernidad.
Paradójicamente, un Gobierno autollamado progresista vuelve hacia atrás, a la etapa de Zapatero. ¿Se acuerdan de la  depuesta Educación para la ciudadanía? ¿De qué sirvió que el Tribunal Supremo dijera que “en una sociedad democrática, no debe ser la Administración educativa -ni tampoco los centros docentes, ni los concretos profesores- quien se erija en árbitro de las cuestiones morales controvertidas”?  Porque a su futura ley de educación no le interesan tanto las matemáticas, la historia, el griego y demás materias, como la introducción de la ideología del momento, que es la “de género”, tan de moda y tan subvencionada.
Ante tal esperpento, más propio de Skinner que de Valle-Inclán, sorprende su actitud pertinaz y prepotente. Parece el personaje de El Roto que, en una de sus viñetas, decía: “Desde arriba me asomo al abismo para escupir a los de abajo”. ¿Se imaginan lo que dirían estos pregoneros de ideologías si algún gobierno obligara a sus hijos a estudiar religión? Ellos, en cambio, no dudan en imponer un pensamiento que no es científico, en el que no hay consenso social y que no comparten ni las feministas radicales.
Si el remedio contra el hombre del saco era permanecer en el hogar, contra la mujer del saco se me antoja muy diferente.