sábado, 22 de diciembre de 2012

Villancicos y paz


El domingo pasado asistí a un festival de villancicos organizado por la asociación cultural Encella. La pequeña cantidad alcanzada con los tres euros de cada entrada iba destinada a alguna ONG. No es nada novedoso, siempre han existido festivales benéficos porque siempre el hombre ha estado rodeado de otros más necesitados. No es la crisis actual una excepción para los que ya eran pobres, la novedad está en lo fácil que es hoy hacerse pobre. Que nunca se sabe cuándo le tocará a uno.
No sabe uno cuándo lo que es una posibilidad se convertirá en un hecho. Cuándo recorrerá la espalda ese sudor frío provocado por la palabra despido. Extraña sensación que describía un amigo a quien el despido cogió por sorpresa. Desde entonces –dice- estoy vacunado para cualquier cosa. Lo dice ahora que ha encontrado trabajo, como afirmando que todavía puede suceder cualquier cosa. Cualquier cosa negativa claro, porque ahora sólo se espera lo peor. Somos presas del pesimismo. 
Es curioso, hubo un tiempo en el que nunca pensábamos en el desastre y ahora, en cambio, es el desastre el motivo de nuestra desazón. No estaba en nuestra agenda, no aparecía en el guión de nuestra vida. Ahora, por el contrario, toda agenda está llena de pensamientos sombríos, toda vida parece seguir el guión de la desesperanza. Y, ¡ay, del que se salga de este lúgubre sentimiento! Cuidado con aquel que habla de esperanza, dicen. O es del partido del Gobierno o es un ingenuo, eso dicen. Lo dicen los que alimentan al vulgo de desesperanza, son profetas del desastre.
Pero, volvamos a la sabiduría adquirida por mi amigo tras el sudor frío que recorre su espalda, la misma sabiduría de los millones de españoles que atraviesan por su misma situación, la sabiduría del que ha descubierto que en la vida hay cosas esenciales y otras secundarias. Lástima que sean contempladas con meridiana claridad sólo cuando la contradicción llama a la puerta. Me lo apunto. Nunca se sabe. Pero qué suerte si con la llegada de éstas advertimos que de alguna manera estábamos en lo esencial, que conservábamos lo esencial. De alguna manera. Porque de alguna manera se volverá a salir adelante. Y, es que, entre lo esencial está la esperanza. Como lo está la caridad de tantos que la practican con generoso desinterés. Dan y se dan. Qué difícil, ¿verdad? Tantos años intentándolo y ¡tantas reticencias! Pero son muchos los que dan y se dan. Hay esperanza y hay caridad.
Volvamos también a los villancicos, una de las tradiciones propias del tiempo de Navidad. Los aprendimos en la escuela y en el hogar familiar. Canciones sencillas que hablan de un niñito que ha nacido en un portal, de una ventana para ver al Niño en la cuna, de una burra que va hacia Belén, de campanas y regalos, requesón, manteca y miel, de Reyes Magos que vienen, de un chiquirritín metidito entre pajas, ….
Pero el primer villancico de la historia no fue cantado por hombre alguno, sino por ángeles. El cardenal Ratzinger decía en una meditación que los ángeles son los “evangelistas” de la Navidad. “Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”, es la letra del primer villancico. Benedicto XVI ha sugerido recientemente otra traducción para la última parte: “paz a los hombres en quienes él se complace”. Y se pregunta: “¿Quiénes son los hombres en los que Dios se complace? Y ¿por qué?” Preguntas que obvio porque divergen del tema del artículo, pero que siempre me han interesado, sobre todo después de la lectura de cierto texto de José María Pemán.
En cual quiere caso, lo cierto es que este cántico, o primer villancico, ayuda a entender de qué trata la Navidad porque contiene un término clave: la paz. En la tierra paz: ese es el objetivo de la Navidad. Pero, como seguía explicando el cardenal Ratzinger en su meditación, este villancico supone un primer elemento sin el cual no puede haber una paz duradera: la gloria de Dios.
Y esta es la doctrina de Belén sobre la paz: la paz entre los hombres proviene de la gloria de Dios. Así que la gloria de Dios no es un asunto privado, sino una cuestión de orden público. Y, en este sentido, como condición suficiente para la paz, se convierte en motivo de esperanza para todos.
Acabo como empecé, con el festival de villancicos, cuyas letras me conmueven hasta convencerme de estas otras palabras del cardenal Ratzinger: “En el pesebre y en la cuna se erige la gloria de Dios en este mundo.  Allí donde haya hombres que sigan a su Dios comienza también una nueva humanidad y, aunque sea de manera fragmentaria, se inicia asimismo la paz sobre la tierra”. 

jueves, 13 de diciembre de 2012

Primera Jornada Universitas (11-12-2012)


En el campus de la UCLM de Albacete ha surgido un grupo de estudio, reflexión y debate integrado por investigadores, profesores y estudiantes de diversas ciencias que, bajo el nombre Universitas, se ha propuesto buscar la verdad, “esa que –según el profesor Óscar Dejuán- sitúa en la debida perspectiva las verdades particulares de cada ciencia y confiere sentido profundo al quehacer universitario”. Un grupo abierto a todos y, quizás por ello, el nombre de “universitas” que Alfonso X el Sabio definiera como “ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes”, lo que es a su vez una buena definición de Universidad.
No cabe dudad que este objetivo choca con el escepticismo –fruto de un relativismo generalizado- que predomina en nuestra sociedad. Más aún si se tiene presente la sofisticada especialización a la que desembocan los distintos estudios. Pero es precisamente por esto, porque el saber se ha desintegrado en multitud de saberes, por lo que el proyecto “Universitas” cobra mayor significado. Urge conocer hacia dónde conducen estos saberes y cuál es su aportación a la meta del hombre. Cuál es su relación con la verdadera sabiduría y en qué medida contribuyen a que el hombre la alcance. Por idéntico motivo, la huida del escepticismo se torna en un reto para la razón, en un estímulo. Debe haber algo que “sea así y no de otro modo”, como roca firme, como principio universal, que no sea indiferente y, si lo hay, toca a la razón descubrirlo.
Cualquier ciencia plantea interrogantes que van más allá de su método, más allá de la estructura racional de la materia que describen. La mera pregunta sobre por qué existe el dato al que aplican su método es una de ellas. Son preguntas que trascienden a la propia ciencia de los hechos y que, por tanto, pertenecen a otros ámbitos del pensamiento que es donde deben ser resueltas. Preguntas que llevan a indagar sobre el ser, lo bueno, lo bello y lo verdadero. Permanecer escéptico ante ellas lleva, como dice Platón en su Fedón, a renunciar a la verdad de la existencia, sufriendo una gran pérdida. Y, si por el contrario, si como es el caso que nos ocupa, la búsqueda de respuestas se convierte en un reto, ¿qué mejor lugar que la Universidad, avanzando de forma interdisciplinar?
Muchos pueden ser los enfoques con los que intentar responder a tales interrogantes, pero ha sido la perspectiva del humanismo cristiano –el mismo que tan bien interpretaron Tomas Moro, Luis Vives o Erasmo, entre otros- la elegida por el grupo de estudio Universitas. Algo lógico si se tiene en cuenta que su origen responde al encuentro que Benedicto XVI mantuvo con jóvenes profesores universitarios en la Basílica de San Lorenzo de El Escorial.
Desde su inicio, se han sucedido reuniones y seminarios que en sus primeros nueve meses de existencia han estado centrados en el diálogo entre ciencia y fe, trabajos y reflexiones que tendrán como colofón la Primera Jornada Universitas que, bajo el lema “Ciencia, razón  y fe”, tendrá lugar el próximo viernes 14 de diciembre en la Facultad de Educación de la UCLM en Albacete.
Desde las 9 de la mañana, investigadores de renombre, profesores y estudiantes universitarios impartirán conferencias sobre temas tan variados como “Del origen del universo al hombre” o “El lugar de la voluntad en el conocimiento”, y compartirán mesa redonda sobre “científicos ejemplares”. Continuará por la tarde con la conferencia “Búsqueda de Dios y confianza en la razón” y la mesa redonda que lleva por título “La visión trascendente del hombre, ¿ayuda o perjudica la actividad investigadora?”
Buen comienzo para buscar esa Verdad transversal que da sentido, unifica y trasciende las verdades particulares de cada ciencia. 

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Una analogía (06-12-2012)


En matemáticas hay unos números que no fueron considerados como tales hasta el siglo XIX. Tienen que ver con la raíz cuadrada de un número negativo y, cuando aparecían en un cálculo, eran descartados porque no cabía imaginar un número con cuadrado negativo. No obstante y a pesar de la aparente falta de sentido, cada vez más físicos y matemáticos los aceptaron porque aplicados a problemas reales permitían llegar a soluciones reales. En dos palabras: tenían utilidad. No estaban al comienzo de un problema, ni en su final. Surgían en su desarrollo y, paradójicamente, sólo al admitirlos podía llegarse a la solución del mismo. Eran como un puente entre dos realidades, pero un puente imaginario. Se llamaron números “imaginarios” y, como dijo alguno, salvaron muchas vidas, pero esto sería otra historia.
Los traigo a colación porque deseaba hacer una analogía (en parte igual y en parte diferente) entre ellos y esa otra dimensión humana que es la espiritual. Y, aún más, entre ellos y la fe en Dios. Porque uno de los problemas más acuciantes de esta sociedad es que se niega a los jóvenes la posibilidad de contar con Dios. Y, en esta analogía, es muy válido eso de contar.
Uno puede vivir como si Dios no existiera, allá él; pero en cuanto responsable de la formación de otros, no puede negar esta opción. Aun considerándola como una hipótesis, sería inaceptable silenciarla. Más aún en un mundo donde los niños están expuestos, cada día, al bombardeo de todo tipo de teorías, la mayoría de las cuales no resisten más de cincuenta años.
El hecho de que conociendo a Dios el hombre tiene la posibilidad de descubrirse a sí mismo, su propio origen, su destino, la grandeza y la dignidad de la vida humana, no es algo a menospreciar. Y ante los problemas de muchos jóvenes –como los de tantos otros adultos-, la fe puede aportar un “saber” que da sabor a la vida, “un gusto nuevo de existir, un modo alegre de estar en la vida”. Por tanto, negar a la juventud el que incluya a Dios en su propia álgebra es cerrar un puente que, en ocasiones, es el único que permitirá llegar victorioso a la solución de los problemas más acuciantes de la vida ordinaria.
Y visto así, la difusión de tal hipótesis –llámenla como quieran- no puede reducirse a ámbitos estrechos y reducidos. Es una cuestión tan esencial que exige que todo joven sea ilustrado sobre ella. Forma parte de la educación integral y, al obviarla, ésta se quedar coja, casi como lo está en estos momentos. Coja.
Como sucede con los números complejos, la fe en Dios extiende un puente invisible entre las realidades de la vida. Nos permite pasar de una a otra. Si se acepta, se puede llegar hasta el final. En caso contrario, los problemas persisten y, en algunos, la desesperación se torna en odio.  Es la irracionalidad del que se cree racional. Es la pertinacia del que no quiere tener en cuenta el método que ha servido a otros. A los mejores. A los sencillos de corazón por muy simple o abstracta que sea su mente.
Que Dios o Jesucristo, que es el dios de nuestros padres, encierra muchos misterios es una realidad. Pero el misterio no es irracional. Es “sobreabundancia de sentido, de significado, de verdad”. Es la intuición –como dicen los matemáticos- que no somos capaces de formalizar. Pero no el fogonazo, no. El misterio es -más bien- luz continua, sobreabundancia de luz que deslumbra la razón.
¿Cómo pueden unos números imaginarios ser de tan utilidad? ¿Cómo puede Dios servirnos la solución, cualquier solución? Acéptalos y verás; búscalo y verás.

sábado, 1 de diciembre de 2012

El tercer libro (27-11-2012)


El jueves pasado recibí la primera felicitación navideña. Escribir una felicitación con un mes de antelación puede parecer un exceso, pero es también un recordatorio sobre la inminencia del acontecimiento. Así que, lejos de considerarlo un despropósito, lo entiendo como un aviso a navegantes. Despierta, se acerca la luz, renueva tu esperanza y prepárate para que esa Noche Santa –Nochebuena- no te coja por sorpresa, para que la cena no oculte lo que la motivó. O algo así.
También el pasado jueves compré el libro de Benedicto XVI, La infancia de Jesús, que tanto juego ha dado a algunos articulistas cuando todavía no lo habían leído. Y no me preocupan tanto los comentarios de algunos descreídos articulistas como las preocupaciones suscitadas entre algunos cristianos. A los primeros, ni les va ni les viene el que haya o no animales o pesebre, de hecho hace tiempo que sustituyeron la imagen de la gruta de Belén por paisajes nevados donde niños angelicales construyen muñecos de nieve o patinan sobre cuchillas.
Lo que me preocupa, como digo, son los cristianos, porque sus preocupaciones no son más que la demostración de una realidad: la escasa formación en su propia fe.  No es que quiera decir que no hayan leído un libro de teología en su vida, sino que ni siquiera han leído los evangelios. Y esto último sí que es preocupante. Que un articulista descreído se entere ahora de que el buey y la mula no aparecen en ningún pasaje de los evangelios es comprensible, a la vez que muestra lo atrevida que es la ignorancia. Pero que lo desconozca un cristiano es cosa más seria.
Ahora bien, lo más irrisorio de esta situación –si algo cómico hay en ella- es que se habla sin haber leído el libro y, más aún, que ni a los propios afectados se les ocurre leerlo para salir de dudas. Paradójicamente, mientras que se habla de lo difícil que es tener fe en la palabra revelada, no se duda en aceptar la palabra de cualquiera. Hoy basta un sofista que haya leído alguna página de un libro para crearnos la duda. Qué bien nos va a venir este Año de la Fe para que –como dice Benedicto XVI-  descubramos de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios y el Pan de Vida, a la par que redescubrimos los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada. Por cierto, en la página 77 pueden leer: “Ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y el asno”. Quédense tranquilos.
Quien haya leído con anterioridad las meditaciones del cardenal Ratzinger sobre la Navidad (en la editorial Herder pueden encontrar un librito que contiene varias de ellas), descubrirá que el libro sigue el mismo esquema en lo referente a la Natividad. Sólo que ahora incide más en las cuestión exegética aportando las opiniones de exégetas varios. Hay, en su forma, más pretensión por ilustrar la mente que por caldear el corazón. Se ve más al profesor renombrado que al sacerdote.
Pero quien lea el libro descubrirá por qué son conocidos como misterios la Encarnación y el Nacimiento. Y cuando acaben de leerlo entenderán mejor el hilo que une aquellos misterios al misterio de la Cruz. Desde entonces, les será imposible contemplar apresuradamente los misterios gozosos del Santo Rosario. Una joya para los cristianos, un buen libro para los descreídos.
Bendita polémica que va a contribuir a que se conozca nuestra fe, que no depende de bueyes, ni de asnos, que es “don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona en lo más íntimo”. Por cierto, debo dejarles, no vaya a ser que se acaben los bueyes y los asnos en las tiendas y no pueda completar mi belén. Falta un mes, pero hay que preparase. 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Excelencia (20-11-2012)


En su España Invertebrada, dice Ortega que “existe en la muchedumbre un plebeyo resentimiento contra toda posible excelencia”. Afirmación que sigue siendo válida en un país donde sólo pronunciar dicha palabra hace arquear las cejas o mirar con sospecha al que la emplea.
“Y luego de haber negado a los hombres mejores –continúa Ortega- todo fervor y social consagración, se vuelve a ellos y les dice: No hay hombres.” Que es lo que pasa todavía, que después de descalificar la superior calidad o bondad de alguien o de algo que lo hace digno de aprecio tenemos el cinismo de quejarnos de que “no hay hombres”. ¿Cómo va a haberlos si han sido degradados precisamente por su excelencia o por aspirar a ella? Gracias debemos dar porque, a pesar de las trabas, surgen jóvenes y menos jóvenes con alguna excelencia. Y mucho tenemos que pensar sobre el esfuerzo de éstos, sobre lo que habrán pasado en sus vidas para lograrla o mantenerla. Ellos sabrán, porque facilidades no han tenido, ni tienen.
En este último año, no obstante, el Gobierno ha hablado sin tapujos de excelencia en la enseñanza. La propone entre sus fines. Quizás porque el Informe Pisa nos la niega continuamente, quizás porque están convencidos de que no hay manera de enseñar cuando las metas y objetivos propuestos no son lo suficiente elevados. Que para quedarse cortos siempre hay tiempo. Quizás porque se habla demasiado de nuestras carencias, que “no hay hombres” para esto o para aquello, quizás porque el tiempo urge la aparición y emulación de los mejores, de las mejores.
Dice el profesor Antelo Montero en su artículo “En búsqueda de excelencia académica” (tecleen en internet excelencia académica) que la excelencia humana adquiere básicamente cuatro formas: “Excelencia en el desempeño, que es físico; excelencia en la creación o realización, que es arte; excelencia en el pensamiento, que es intelectual; y excelencia en el carácter o integración social, que es moral”.
Y, después de leer esto, me sorprendo cuando algunos manifiestan su estupor al oír hablar de excelencia. ¿Qué padres no desearían proponer a sus hijos las formas de excelencia citadas? Más me sorprendo cuando quienes exigen calidad no tienen rubor en denostarla, sin advertir que la excelencia y la calidad están estrechamente ligadas. Esto es, piden calidad y niegan la excelencia, que es lo mismo que intentar comer sin querer abrir la boca. Quizás porque temen que sus hijos se queden fuera, quizás porque miden a sus hijos por lo que ellos son, quizás porque los temen perder si la persiguen y alcanzan, quizás porque no comprenden su significado, quizás.
He dicho que la excelencia y la calidad están estrechamente relacionadas, pero esto no significa que sean equivalentes. La excelencia implica calidad, pero no lo contrario. La excelencia es la suprema calidad. Es como el turrón, hay de calidad y de calidad suprema, que es el excelente. Pero no todos entienden de turrones. Y esto mismo sucede con la excelencia, que no todos entienden de ella. Que hay quienes no son capaces de entenderla porque no forma parte de su vida, porque por las razones que sean nunca se la han planteado. Algo que sería lógico en el caso del turrón pues a mayor calidad mayor precio. Pero que no es lógico cuando lo que se plantea es una enseñanza pública guiada por la idea de excelencia. Porque una de las exigencias de la misma será la igualdad de oportunidades. Que todos los jóvenes puedan aspirar a ella. O que, al menos, cada uno alcance su propia excelencia. Que es lo que el Gobierno está planteando. Que desde un conjunto de valores de distinta índole los jóvenes alcancen su individual excelencia para que, de entre los que lo consigan, surja la excelencia objetiva que permita a la sociedad tener modelos a los que imitar y en los que apoyarse.
Ejemplos de honestidad, de trabajo intelectual, de entrega a los demás. Unamuno hablaba de héroes, poetas y santos. Llámenlos como quieran, pero como decía Galileo en el prólogo a uno de sus Diálogos, “quien más altas tiene las miras en mayor grado se diferencia”. Y aquí, en este tiempo, se necesita gente diferente a la mediocridad acostumbrada. Gente que tire para arriba sin espectáculo, que genere como piedra echada al agua círculos concéntricos de excelencia. Negar esta realidad es quedarnos como estamos y permitir que sean los hijos de otros y no los nuestros los que se beneficien de ella. Y permitir que las diferencias se perpetúen por la cerrazón de algún plebeyo resentido sería inadmisible. 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

"Llámeme sor Benedicta" (13-11-2012)


Los hitos que, como faros, jalonan el camino de la Humanidad son combinación de hechos y personas. Y, sin duda, una de ellas es Edith Stein. De origen judío y conversa al catolicismo, discípula y colaboradora predilecta de Husserl en la filosofía fenomenológica, luchó por los derechos de la mujer en la vida pública, ejerció de enfermera durante la primera Guerra Mundial e intentó en vano conseguir una cátedra universitaria –debido a la arraigada costumbre de negar la docencia universitaria a las mujeres-  por lo que tuvo que dedicarse la enseñanza secundaria, a la vez que escribía artículos para revistas internacionales e impartía conferencias incluso en universidades.
Gran defensora de su intimidad, silenciosa observadora, sincera y leal, siempre dispuesta a prestar mediación cuando se la solicitaban, Edith combatió las dificultades con una brillante inteligencia que supo acompañar de un esfuerzo continuo y de un carácter sencillo y servicial con el que atraía a aquellos que trataba, enseñaba o a los que, simplemente, participaban como oyentes en sus frecuentes conferencias, llenas de público hasta rebosar. Cinco años duraría su actividad de conferenciante, que se añadió a su intenso trabajo diario y le llevó a viajar por Alemania, Austria y Suiza.
Excelente profesora de la que se valía el propio Husserl para acercar hacia sí a los jóvenes universitarios, tuvo que replegarse poco a poco de toda su actividad ante la emergencia del nazismo que fue acorralándola hasta su muerte por asesinato en la cámara de gas el 9 de agosto de 1942, día de su llegada al campo de concentración de Birkenau, cuando contaba 51 años.
Pero si hoy recuerdo su figura no es por las trabas debidas a su condición de mujer, ni tan siquiera por haber sido víctima de una de las ideologías totalitarias del momento, sino porque su vida y escritos traen al presente algunas de las esencias olvidadas por nuestra generación. Razón por la que animo a mis lectores a que conozcan alguna de sus obras o biografías que, traducidas al castellano, pueden encontrar en las editoriales Monte Carmelo, BAC y Palabra.
Con todo lo dicho, he guardado para el final lo que llamó primeramente mi curiosidad: el tratarse de una intelectual que por medio de su ciencia llega a la fe católica. Buscó como filósofa –mediante un estudio serio y científico- la más profunda significación de este mundo, el sentido de la vida, y la encontró en que es hechura de un Creador que sacrifica a su Hijo en la Cruz por amor a los hombres, a cada uno de ellos.
Los estudios de psicología con el profesor Stern le mantuvieron en el ateísmo hasta el encuentro con Max Scheler que le mostró que los fenómenos religiosos contribuyen esencialmente a la comprensión de la persona humana. Con palabras de Edih: “nos recomendaba continuamente considerar cada cosa con mirada libre de prejuicios, expulsar cualquier tipo de anteojeras. Me puso por vez primera en contacto con un mundo que, hasta entonces, desconocía por completo. Me desveló un campo de fenómenos ante los que yo no podía permanecer ciega. Cayeron las limitaciones de los prejuicios racionalistas en los que me habría criado sin saberlo, y de repente el mundo de la fe apareció ante mi”. Aunque sería el profesor Adolf Reinach el que acabaría influyendo decididamente sobre ella. (…)

La vida de Edith Stein fue -como la de muchos hombres- un vivir a los pies de la Cruz, pero sólo cuando se atrevió a levantar la mirada hacia el crucificado cambió su vida. El día de Año Nuevo de 1922 recibió el bautismo, tenía 31 años, lo que no le impidió seguir con todas sus actividades a las que sumaba ahora la Misa diaria. 

El 14 de octubre de 1933 ingresó en el Carmelo de Colonia, pero la persecución nazi le hizo cambiar dos veces de Carmelo, hasta que el 2 de agosto de 1942 fue arrestada en el de Echt (Holanda). Durante todo ese tiempo siguió investigando y carteándose con otros filósofos. En una de esas cartas, con lenguaje sencillo, incluso elemental, se lee: “¿Podría decidirse a llamarme sor Benedicta, tal como ahora estoy acostumbrada? Cuando oigo que me llaman señorita Stein, debo pensar de quién se trata”. Toda una lección de alta espiritualidad de quien será conocida por sor Benedicta Teresa de la Cruz, doctora de la iglesia. 

jueves, 8 de noviembre de 2012

El ministro Wert y el esfuerzo (06-11-2012)


Cuando hay y ha habido tantas cosas reprobables, me subleva la pretendida reprobación al ministro Wert. Los mismos que nos han metido en un Sistema Educativo –y ya es el segundo- que se ha demostrado un fiasco, poniendo trabas a un nuevo intento por mejorarlo. Ridículo. Los que han llevado a la enseñanza pública al borde del precipicio, pretendiendo que todo siga igual. E incapaces de criticar con argumentos válidos la nueva reforma, la toman con la persona del ministro. El intelecto rebajado al insulto, la racionalidad oscurecida por el instinto. Querían reprobarlo por sus formas, pero faltaron a ellas.
Si nuestros congresistas fueran serios, le deberían haber exigido más. Pero, más en la misma dirección emprendida por él. Deberían haberle felicitado y expresado su apoyo, a la vez que solicitado una mayor reforma. Ensalzado, que no reprobado. Pero no fue así, sino al contrario. Por suerte, tenía a su lado a su partido, que es mayoría en la cámara.
Durante años hemos oído hablar a los gobernantes de la importancia del esfuerzo, pero eran incapaces de concretar medidas que avalaran sus palabras. Por fin, llega uno que acompaña lo que dice con las medidas que propone y todos se ponen las manos en la cabeza. Cinismo, puro cinismo el que destilaba la pretendida reprobación.
Digámoslo claro, en esta sociedad falta espíritu de sacrificio –de manera singular en nuestros gobernantes- y tal actitud ha calado en las aulas. ¿Qué pensábamos cuando para salir de la crisis se decía que había que tomar medidas duras? ¿Pensábamos que eran palabras para los otros? ¿Qué otros?
Lo mismo sucede en las aulas. ¿Cómo puede comprender un niño que hay que esforzarse cuando su compañero que no pega palo al agua pasa igualmente de curso o titula con dos materias suspensas? ¿Cómo puede darse el mismo título a aquel que se deja dos materias desde el principio que al que va a por todas?  ¿Y cuándo fue esto reprobado? ¿Cómo puede mantener la beca un universitario con sólo una asignatura aprobada? ¿Por qué hay que conceder becas al alumnado de un PCPI y no hay dinero para el alumnado que persevera con su esfuerzo en la ESO?
Pero también los padres tenemos nuestra culpa. ¿Cómo decir que es cara la matrícula en la Universidad cuando ha comprado a su hijo un iPhone? ¿Quién está extendiendo por ahí la mentira de que no hay becas? Lo que sucede es que ahora, como debía haber sido siempre, las becas se darán al que pruebe su esfuerzo. Qué cara de escepticismo se les pone a algunos padres cuando se les dice que su hijo debe estudiar todos los días aproximadamente tres horas. Y ¿qué decir de esos padres en huelga porque “dicen” que a sus hijos les ponen muchos deberes? (…)
Todos nos hemos contagiado de esta falta de exigencia. Lo académico se ha deteriorado en beneficio del sentimentalismo. Los conocimientos a favor de las actitudes. ¿Sabían que hubo un tiempo en el que se aconsejaba que para titular en la ESO bastase la opinión de una mayoría, independiente de los resultados académicos, que pensara que el niño o la niña podía ser un buen ciudadano? Todo lo objetivo al traste, sólo importaba la vaga impresión personal, lo subjetivo.
Y, por fin llega un ministro que dice que hay que valorar el esfuerzo de una manera concreta y todos a la calle. Pero, ¿quién se esfuerza si nunca pasa nada? Ojalá usted sea de esos, pero no sucede en general. Menos aún entre niños.
Tengo para mí que la reforma del ministro Wert se queda corta; entre otras cosas, todavía se mantiene en su borrador la titulación en la ESO con dos suspensas. Pero creo que también él es consciente de ello, como creo que tiene en frente a un lobby muy potente que no le permite ir más allá, tal como se ha podido comprobar estos días en el Congreso. Tiempo que hubiera sido bien empleado de haberle exigido una reforma menos light. Una reforma que ahora, y desde aquí, yo le suplico. Con todo, agradezco su trabajo por recuperar el sentido del esfuerzo. Los hombres valoramos más lo que más cuesta y ya es tiempo de valorar el estudio, la enseñanza, y, en general, el saber.

martes, 30 de octubre de 2012

Un espíritu que debe ser recuperado (30-10-2012)


En la segunda mitad del año 1918, cuando toda Alemania parecía derrumbarse y el pesimismo era el sentimiento preponderante, la filósofa Edith Stein escribía a su hermana Elsa: “todo lo que hay de trágico en la hora presente, y que no pretendo enmascarar, constituye el espíritu que debe ser recuperado”,
Ahora, cuando España parece derrumbarse y el pesimismo se ha apoderado de la gente, esas palabras cobran actualidad. En distinto lugar, por causas distintas y entre gente diferente, las palabras de Edith Stein siguen teniendo un valor inestimable. Anuncian una posibilidad que se da a la persona, a cada persona de manera individual e independiente. Una posibilidad que va de abajo a arriba, del yo a la sociedad para que esta pueda ser transformada. Una posibilidad que trata de recuperar en lo trágico de la vida una parte del espíritu que habíamos perdido o, al menos, olvidado. Y, en cuanto trágico, nada tiene que ver con simples añoranzas, pues no esconde la tragedia motivos para ellas. ¿De qué se trata, entonces? Creo que se trata, más bien, de recuperar el sentido de la historia.
Somos protagonistas de una crisis. Podemos pensar que nada tenemos que ver con sus causas, pero lo único cierto es que no sabemos cómo pararla, que se viene sobre nosotros después de haber pisado a muchos. Hemos llegado a un punto en el que podemos -por sus consecuencias- hasta rechazar el curso de nuestra propia historia, pero ésta avanza inexorablemente. Será un hito en la historia de los siglos venideros, enunciada quizás como la primera crisis del segundo milenio y analizada en comparación con la de principios del siglo pasado. Aquella se dio entre guerras, la actual ha seguido a un tiempo de paz. En cualquier caso, ni hubo ni hay consuelo para muchos.
Frente a ese pesimismo que algunos han experimentado en su propia carne y que otros, por motivos ideológicos, siembran y alientan entre la gente, se alza la posibilidad descrita por Edith Stein: encontrar en lo trágico del momento el espíritu que debe ser recuperado. “No encerrarse –escribirá más adelante en la misma carta- en el pequeño tramo de vida que puede abarcarse con la propia mirada y, sobre todo, no quedarse en lo que aparece claro en la superficie”. Mirar a la historia, eso es.
Cada cual sabe lo que debe ser recuperado, no será lo mismo para todos, pero habrá muchas coincidencias. Recuperar algo de entre lo trágico supone la relación de ese algo con el sacrificio, sacrificio personal, que de eso se trata.  
Estamos, como ante cualquier crisis, en un momento decisivo del desarrollo del espíritu humano. Y ese espíritu no es una entelequia, es el resultado de la suma de aquellos valores que hacen a los hombres más humanos. De eso se trata, en suma, de recuperar lo que la historia enseña, de aquello cuya omisión o comisión lleva a la tragedia y de aquello que permite salir de la misma.
Porque los problemas de Europa, así como los de nuestra España, no se resuelven sólo con cambios económicos. Hace falta un cambio más profundo, hasta las honduras de la mente. Un cambio de mentalidad. Que es, sin lugar a dudas, el más difícil. La unión fiscal puede resolver el problema temporalmente, pero no basta para salvar a Europa, porque la vieja Europa permanecerá herida en sus adentros, en sus convicciones, hasta que no sea capaz de recuperar lo que la hizo grande. Algo que tiene más que ver con el espíritu que con la materia, pero que transforma a ésta.
No obstante y sin que esto sirva de excusa para no hacer nada, más bien al contrario, como signo para un esfuerzo esperanzado, pienso que –como escribiera Salvarani glosando a Edith Stein- tenemos la suerte de que “la vida y la historia sólo están levemente en las manos del hombre”. Esto sí que es un consuelo. 

jueves, 18 de octubre de 2012

Cambio revolucionario (16-10-2012)


Alexandre Grothendieck (1928) es un matemático de reconocido prestigio al que se le concedió en 1966 la Medalla Fields, el equivalente matemático del Premio Nobel. Y es posible que hubiera ido a recogerlo si el premio no hubiera sido entregado en la Unión Soviética. También rechazó el Premio Crafoord de la Academia Sueca de las Ciencias, dotado muy bien económicamente, porque «dado el declive en la ética científica, participar en el juego de los premios significa aprobar un espíritu que me parece insano». Les cuento estos hechos para introducir gradualmente una de sus decisiones más conocidas: abandonarlo todo e irse a vivir de incógnito a algún pueblo de los Pirineos. Aunque lo de los Pirineos lo supe después, que lo que yo sabía es que había abandonado las matemáticas y se había ido a criar gallinas. Un cambio verdaderamente revolucionario.
Y esto es, creo, lo que necesita la educación actual, un cambio revolucionario, pues se trata de dar la vuelta (una revolución exactamente) a la perspectiva actual. Ya teníamos que haberlo hecho antes pero entonces poseíamos demasiado dinero para pensar en lo esencial. En esa vuelta, lo de arriba –aquello de lo que partíamos hasta ahora- debe pasar abajo y lo de abajo –lo que es el sustrato de toda ´buena educación- debe subir arriba. No quiero decir que este sustrato no estuviera presente anteriormente, pero si lo estaba es claro que se ocultaba entre demasiada metodología de despacho, mucha burocracia, algunos tics psicológicos y otro tanto de tecnología mal utilizada.
Los centros educativos no surgieron para resolver el problema laboral de los adultos, tampoco se originaron para entretener a la juventud, menos aún para mantener vigilados a los niños mientras sus padres trabajan. No son escuelas de oficios, ni todos los conocimientos que imparten deben ser de utilidad inmediata. Los centros educativos surgen para formar a los jóvenes en su doble dimensión; en la personal, para que cada uno de ellos llegue a ser lo que tiene que ser y, en la social, para que todos ellos contribuyan al bien común. Sólo una sociedad culta, escribirá Ganivet, puede llegar a ser una sociedad libre.
Dar y recibir formación, lo que con mayor propiedad se resume en el binomio enseñanza-aprendizaje, es la tarea por excelencia de los miembros de la comunidad educativa. Todo lo demás debe ser dirigido hacia ello o está fuera de lugar. Y, en esta tarea, la mitad del camino se realiza en el hogar. La otra mitad se alcanza en el centro educativo y depende, en gran medida, de la actitud del alumnado; porque el profesorado –que sería el tercer elemento- tiene en España una formación que supera en mucho los conocimientos que debe impartir.
La revolución que propongo es una vuelta a los motivos originales que inspiraron los centros educativos, a la esencia de la propia enseñanza. La vuelta a los papeles auténticos que se encomiendan a los distintos miembros de la comunidad educativa.
El profesorado no puede disiparse con reivindicaciones laborales que le colocan a la altura de esos funcionarios que no quieren ser. Menos aún movilizar al alumnado para que participe en esas reivindicaciones. Los padres deben mostrar a los hijos la importancia de aprender, algo que no se logra sin esfuerzo y respeto al profesorado. Y esta es la principal revolución, porque la crisis educativa no responde a carencias materiales sino que es, más bien, una falta de estudio esforzado. A lo que se suma un cínico escepticismo por parte de algunos padres y profesores frente a la importancia de la adquisición de conocimientos. Actitud  que se contagia por ósmosis a hijos y alumnado. Cínico escepticismo que forma parte del relativismo general que profesa explícitamente parte de nuestra sociedad e, implícitamente, el resto.
Recuperadas las esencias, sólo cabe hacer lo que se pueda con lo que se tiene, con imaginación y creatividad. Contar más con lo que somos que con lo que tenemos o ponen a nuestra disposición, que es casi nada o, a lo más, mucho menos que antes.
Finalmente, me pregunto si todo esto será posible. Los cambios, aunque sean organizativos y coyunturales –como son las medidas del Real Decreto tan vituperado-, son siempre difíciles de asimilar. Pero el principal obstáculo no proviene del cambio sino de la demagogia política que lleva años desangrando nuestra educación. 

sábado, 13 de octubre de 2012

Año de la fe (09-10-2012)


“Fuego/ Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob,/ no de filósofos, ni de sabios./ Certeza, certeza, certeza, sentimiento, alegría, paz./ Dios de Jesucristo/ …”, son palabras del Memorial de Pascal, un poema místico y quizás el más célebre texto de ese gran científico, que me vienen a la cabeza al recordar que el próximo jueves, 11 de octubre, comenzará el “Año de la fe” promulgado por su santidad Benedicto XVI.
Fuego que purifica las imágenes y los conceptos demasiado humanos de Dios, fuego que simboliza también el ardor de la caridad y que recuerda el “Incendium amoris” de san Buenaventura o la “Llama de amor viva” de nuestro san Juan de la Cruz. No es un dios abstracto, sino concreto, el de Abraham, Isaac y Jacob, el que en Jesucristo sufre por salvar a los hombres, Dios de carne y hueso.
Certeza que no es solo racional, no solo luz, sino también emoción experimentada aunque solo sea por una vez. Conmoción afectiva y sicológica, aunque sólo sea por un instante. Y basta el instante para superar la soledad con la que nos prueba el silencio de Dios. Basta el instante para conocer que en medio de toda la propia miseria siempre podemos encontrar un pequeño, a veces infinitésimo, agujero de luz en el que reside la paz que da la certeza. El conocimiento no se borra, a lo más se olvida. Y siempre hay un momento de luz en el que todo retorna.
Alegría que, repetida cinco veces en el Memorial, es su nota predominante. “Pascal –escribirá Yves Chiron- desea conservar el recuerdo de una paz que, por fin, ha encontrado (certeza, paz). Ha experimentado esta paz dejándose atravesar por el fuego de la Palabra de Dios y su Amor”. La misma que le lleva a la alegría, “lágrimas de alegría”, escribirá Pascal. Algo que no olvidará y que no quiere olvidar, motivo por el que se recose periódicamente el Memorial en el interior del jubón. Así recordará que tiene que “seguir siendo fiel a las gracias recibidas”. Igual que nosotros, ¿verdad?
He aquí a un científico importante, a un matemático célebre, al que momentos antes de su muerte y preguntado por el confesor que lo atendía por los principales misterios de la fe, respondió: “Sí, señor, creo todo eso y con todo mi corazón”.
Benedicto XVI, hace ahora un año, escribió una carta (Porta Fidei) que podría o debería marcar los hitos del caminar en este año. Descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, releer de manera apropiada los textos del Concilio del que en esta fecha celebramos el cincuentenario de su apertura, convertir la fe en ese nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre, redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe, abandonarse en la fe para poseer la certeza sobre la vida propia, intensificar la celebración de la fe en la liturgia, hacer que el testimonio de los creyentes sea cada vez más creíble, usar el Credo como oración cotidiana, llevar a la oración el Catecismo, tener la mirada puesta en Jesucristo, intensificar la caridad, … En definitiva y tal como dijo en sus últimos días el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: “busca la fe con la misma constancia que cuando eras niño”.
“Confiemos –escribirá al final de su carta Benedicto XVI- a la Madre de Dios, proclamada bienaventurada porque ha creído, este tiempo de gracia”

jueves, 4 de octubre de 2012

Para que no se repita (02-10-2012)


En Bachillerato tenía un profesor de literatura -de esos que dejan huella en el alma del alumno- que describía la periodicidad de las etapas literarias afirmando la recurrencia cíclica al naturalismo.  Lo de la periodicidad no nos era ajeno, sabíamos que muchas cuestiones de la Física habían sido resueltas gracias a ella y parecía normal considerarla. Pero en mi infancia, tan próxima a algunos de los acontecimientos más nefastos del siglo como la Guerra Incivil española y la segunda Guerra Mundial, a ninguno se nos ocurría pensar que estas tragedias pudieran repetirse. Lo malo, en cuanto depende de los hombres, no podía repetirse o, al menos, eso pensábamos algunos. Ya desde primaria, algunos maestros nos habían enseñado a olvidar y a aprender de aquellos males con el fin de sacar bienes. Aquello –nos decíamos-, nunca podrá repetirse. Qué poco conscientes éramos entonces de que a lo largo de nuestra vida los cambios sociales iban a poner a prueba nuestra decidida afirmación. De que íbamos a ser nosotros los que, con nuestros actos y palabras, decidiríamos si el mal se repite.
Desde hace meses se vienen sucediendo en España algunos hechos que obligan a mirar al pasado. El desprecio a la propiedad privada y a la autoridad pública del grupo de andaluces del alcalde Gordillo, la violencia de los mineros en Madrid, la más reciente de los ácratas a las puertas del Congreso, las huelgas en contra de los recortes, el apoyo de los sindicatos al juez prevaricador y el posible referéndum de autodeterminación de Cataluña, entre otras, son reminiscencias de un tiempo que dio paso a otro más oscuro. Y, ante esto, uno se pregunta: ¿volverá a repetirse el mal? ¿Volverá el odio a abrirse paso entre los españoles?
Como si los españoles no nos bastáramos para hablar mal de España, la prensa extranjera, especialmente la norteamericana y la inglesa, disfruta exagerando el panorama. Parece que los defensores del orden y la paz mundial se alegren con nuestro desorden. Un desorden menor si se presta atención al detalle, pero suficiente para aquellos que desean crear alarma. Su lectura nos hace dudar sobre si vivimos en España o en Grecia.  Y quizás sea esto lo que pretendan insinuar al mundo, que somos otra Grecia. Por suerte, desde dentro, la cosa cambia. Las protestas están localizadas tanto geográfica como socialmente. Son los mismos grupos de siempre, los anti-sistema y los que han perdido el poder, los que quieren sacar beneficio de una época de crisis económica débil en valores. No tienen soluciones, además de que algunos de ellos fueran responsables de esta debacle. Y esto lo sabemos los españoles. Como sabemos que esto es España y no Grecia.
Pero no se trata aquí de atribuir a alguien de fuera la causa de nuestros males. Que eso es lo que hacen los gobernantes de la autonomía catalana y los políticos perversos. Mi propósito, más bien, es constatar que están sucediendo cosas que pensábamos que no podrían volver a repetirse en nuestra historia y que, en otro tiempo, no nos llevaron a buen puerto. Y, junto a esa constatación, recordar aquella afirmación de nuestra infancia: que aquello no vuelva a repetirse, conscientes ya de que somos nosotros –cada uno, independientemente de sus circunstancias- los que, con nuestras acciones y palabras, decidimos el día a día. No es el azar, ni la predeterminación, el que hace nuestro camino, sino la libertad de que gozamos, la misma a la que abdicamos cuando nos dejamos llevar por la masa.
Esperemos estar a la altura de las circunstancias. Hay mucho lobo suelto.

jueves, 27 de septiembre de 2012

San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia (25-09-2012)


El Siglo de Oro español fue tiempo de ilusión y esperanza, algo que se echa en falta en la España de hoy. Un tiempo aquél de santos y de héroes, cuyo recuerdo han intentado pervertir algunos historiadores, más preocupados en poner el énfasis en las sombras –incluso distorsionando los hechos- por mucho que estas fueran menores que sus luces.
Por suerte, la realidad se impone y cada poco tiempo surgen motivos que ayudan a comprender mejor la grandeza de aquellos personajes. San Juan de Ávila fue uno de ellos y, cinco siglos después, su vida y obra le ha merecido el título de Doctor de la Iglesia. Sacerdote, cuyo testimonio y escritos son representativos de toda una época, destacó por su espiritualidad sacerdotal capaz de generar un estilo de sacerdote que marcó los siglos posteriores al XVI y que hoy se presenta, de nuevo –pues ya era Patrono del clero secular español-, como modelo a imitar. Metido de lleno en un siglo de reforma y convencido de que la renovación de la Iglesia pasaba necesariamente por la renovación del sacerdote, impulsó un estilo caracterizado por su doctrina eminente. El estilo del sacerdote santo y sabio.
Nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), hijo de familia cristiana y rica, pues poseía una mina de plata, fue enviado a estudiar Leyes a la Universidad de Salamanca, de la que volvió defraudado y sin título. Vivió entonces dedicado a la oración y la penitencia, hasta que por consejo de un franciscano pasó a la Universidad de Alcalá de Henares donde se graduó con honores destacando sobre el resto de sus compañeros, entre los que cabe mencionar a Domingo de Soto y Tomás de Villanueva. Ordenado sacerdote cuando ya habían fallecido sus padres, repartió la mina de plata entre los pobres y, tras su primera Misa, celebró el acontecimiento invitando a doce menesterosos. Convencido de la misión evangelizadora de la Iglesia quiso sumarse a los ya 15000 sacerdotes que habían partido hacia el nuevo mundo, topándose con la negativa del arzobispo de Sevilla que le obligó –bajo pena de excomunión- a quedarse en Andalucía, “sus indios –le dijo- están en el sur de España”. Comenzó entonces una labor de predicación a la que se le fue sumando el apoyo de otros tantos sacerdotes.
Un hecho marcó un antes y un después en su vida: el proceso al que fue sometido por la Inquisición. Proceso que duró dos años, de 1531 a 1533, pasando uno de ellos en prisión. Le acusaban de algunas afirmaciones hechas en su predicación, aunque no era nada nuevo pues siempre vivió marginado y bajo sospecha a causa de su ascendencia judía. Durante el proceso tuvo oportunidad de mostrar su fidelidad a la Iglesia y adquirió un conocimiento profundo de la cruz de Cristo que mantendrá presente a lo largo de su vida. Debido a las graves y duras acusaciones, el proceso pintaba tan mal que alguien susurró “está tan mal que sólo puede estar en manos de Dios”, a lo que el santo contestó “que no podía estar en mejores manos”.
En la cárcel empezó a escribir su obra más famosa, “Audii filia”, dirigida a Sancha Garrido y también la carta 64 de su “Epistolario”. El proceso concluyó con jolgorio y alegría después de que la defensa presentara a cincuenta y cinco testigos que replicaron a los cinco denunciantes.
En 1535 se afincó en Córdoba, dedicó 20 años a la predicación, fundó quince Colegios Mayores y Menores, así como la Universidad de Baeza, la primera Universidad andaluza de aquél tiempo. Sus últimos quince años los pasó en silencio, retirado en Montilla con dos de sus discípulos, dedicado a contestar las cartas que le llegaban. Destaca la correspondencia que mantuvo con san Juan de la Cruz,  santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, san Pedro de Alcántara, san Juan de Ribera o san Francisco de Borja, entre otros. Solicitada su participación en el Concilio de Trento se limitó, ya enfermo, a enviar un memorándum sobre la figura del sacerdote que sirvió de directriz a los miembros conciliares. Murió en Montilla (Córdoba), el año 1569.
Más de seiscientos años después de su muerte, el próximo siete de octubre, cuatro días antes del inicio del Año de la Fe proclamado por su santidad Benedicto XVI, la Iglesia volverá a proponer su figura. “Para que todos volvamos a invertir en eternidad –dirá don Santiago Bohígues, autor de una de las tesinas sobre san Juan de Ávila- y para que se seleccione y forme bien a los sacerdotes promocionando la santidad entre ellos”. 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Al inicio del curso escolar (18-09-2012)


Las consecuencias de los recortes en educación no son tan claras ni tan determinantes como predicen algunos. Más aún cuando tales consecuencias dependen en gran medida de lo que hagan aquellos que las pregonan, de aquellos que teniendo en sus manos la posibilidad de encauzarlas y dirigirlas se limitan a profetizar catástrofes.
Ni siquiera es correcto decir que estos recortes van a suponer una merma de calidad en la enseñanza pública, porque desde hace más de veinte años se vienen legislando medidas que afectan negativamente a esta enseñanza. Y si en este tiempo, a pesar de ello, se ha mantenido la calidad ha sido gracias al esfuerzo de los mismos que pueden mantenerla ahora.
La diferencia está, más bien, en que los recortes actuales son materiales, mientras que los anteriores afectaron a la esencia de la enseñanza. Y, en este sentido, no cabe duda de que fueron más perjudiciales –y siguen siéndolo- por la dificultad que supone volver a las esencias cuando éstas se han corrompido. En la enseñanza, llevamos tanto tiempo poniendo en primer lugar aspectos secundarios que ya no sabemos de qué trata.
Y digo que me preocupan más estos tics invisibles que los recortes materiales porque el hombre es un ser que se adapta a las dificultades materiales, hasta el punto de que puede crecer como hombre aun cuando disminuya el progreso material que le rodea. Y de esto precisamente, de crecer como hombre, trata la educación. Pero, para ello, es requisito previo el querer. Esto es, la voluntad de todos los agentes implicados en la enseñanza puede invertir la tan pregonada repercusión negativa de las actuales medidas –que no hay que olvidar que son fruto de una crisis económica-. Se trata pues de aunar voluntades y dirigirlas hacia la noble tarea de la enseñanza y el aprendizaje.
Sin embargo, no es tarea fácil. Las cuestiones laborales y políticas planean desde hace tiempo sobre la enseñanza, ensombreciéndola hasta el punto de no distinguir en ella los límites de aquellas. Tampoco resulta beneficiosa la actitud de una sociedad que ha puesto excesivo énfasis en los derechos con el olvido perenne de las obligaciones. (…) Con todo, estoy convencido de que los nubarrones que algunos predicen pueden ser desplazados si los profesores, los padres y los alumnos están en lo que tienen que estar.
¿Cómo va a ser este curso?, no lo sé. Lo único cierto es que el ambiente está algo viciado, que las aguas andan revueltas en España y que muchos van a aprovechar la situación para pescar lo que no podrían en otras condiciones. Ahora bien, de lo que sí estoy seguro es que no es tiempo para la crispación, que es tiempo para sembrar sosiego y de que, como he dicho estos días a mis estudiantes, es tiempo de estudio y educación, entendida ésta como respeto. Por el bien de la enseñanza pública, espero que lo que pueda suceder en las calles no se traslade a las aulas ni pasillos de los centros educativos. Menos aún a los hogares, en donde padres y estudiantes contribuyen a consolidar las tareas de la enseñanza y la educación.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Gritando no morir (04-09-2012)


Giuseppe T. de Lampedusa, cuyo trabajo esencial consistió en la crítica literaria, publicó una sola novela, “El Gatopardo”. Aunque no es de extrañar que hubiera escrito  infinidad de páginas para consumo propio, pero esta reflexión la dejo para los eruditos. He pensado en Lampedusa después de conocer a Vicente Martínez, autor del libro “Gritando no morir” (ediciones QVE).
Vicente, como aquél, ha dedicado muchas horas a la creación literaria, pero sólo ha publicado este libro. Es un hombre sencillo que, en rebeldía contra una sociedad que considera errática, escribe para sentirse bien consigo mismo. Lo que sumado al hecho de que todos los beneficios del libro están destinados a una ONG, refuerza su actitud ante una sociedad afanada en la búsqueda del éxito, la fama y el dinero. Pero no quiero hablar de Vicente, quien gusta en defender su intimidad y al que conozco poco, sino de su libro que me ha parecido encomiable.
Cuando por azar cayó en mis manos, desconfié de lo que podría encontrar en él. Su título me prevenía sobre la posibilidad de que fuera un ensayo repleto de lugares comunes y lleno de ese sentimentalismo tan a la moda. Sólo su lectura me sacó de la confusión. Se trata de una novela llena de humanidad, realismo y, sin embargo, esperanzadora, cuyo hilo conductor es el amor paterno-filial que convierte al protagonista en un luchador por la vida.
Decía Víctor Frankl que cuando “alguien tiene un motivo para vivir siempre encuentra un cómo”. El protagonista de la novela de Vicente Martínez tenía más de un motivo para vivir y, aunque su vida fuera la de un menesteroso que padece la crueldad del prójimo, una vida que algunos llamarían indigna o, más suavemente, injusta, encuentra que gritando “no morir” le sirve de aliento y motor para hallar el cómo en cada instante. Como los versos de Blas de Otero: “y yo de pie, tenaz, brazos abiertos, gritando no morir”.
La leí de un tirón. Más sosegadamente la primera parte, contemplando escenas reales que todos hemos visto alguna vez en la calle y que ayudan a su credibilidad. Escenas narradas sin acritud, sin querer echar nada en cara de nadie, más bien con poesía, con ternura, magnífica ternura. Hasta llegar a las páginas en las que la realidad se vuelve novela, ficción, fantasía, rica en acción, que impulsan al lector a no dejar el libro hasta llegar al final, hasta conocer cómo acaba.
En sus páginas se cruzan las miserias y las grandezas humanas con la naturalidad que le son propias. Personajes reales llenos de odio y dulzura, de violencia y afecto. Y, como trasfondo, la familia.
Vicente escribe: “entró en la cocina y preparó un café bien fuerte. El aroma de la cafeína se expandió. Otra vez tuvo la sensación de un calor nuevo. Familia. Había olvidado la palabra. Quizás el calor nuevo era la familia. Paz. Bienestar.” Y yo, como le dije, me quedé con las últimas palabras: quizás ese bienestar que algunos dicen haber perdido no haya desaparecido por completo, quizás todavía se pueda encontrar en la familia, quizás sea la familia su auténtica esencia. Pequeña hacia afuera, grande para adentro. La familia. Tan cerca de nosotros que ni la veíamos. ¡Oh!, cuán lejos se hayan del acierto aquellos que llaman sociedad del bien-estar a lo que realmente es una sociedad de la comodidad.
Lampedusa publicó una sola novela, esperemos que Vicente Martínez publique alguna más. Que su delicada vista, amenazada por las tareas de su profesión, le permita deleitarnos una noche más. “Vivir. Saber que soy piedra encendida, …”. Eso.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Escuelas diferenciadas y mixtas (27-08-2012)


Por mucho que le doy vueltas no encuentro ningún tipo de perversión o trauma en estos chicos y chicas –de más de cincuenta años- con los que hoy comparto mesa. Todos ellos estudiaron en escuelas diferenciadas; los chicos en colegios de chicos y las chicas en los correspondientes a su sexo. Nada raro si pensamos en la edad que tienen. Era lo normal en aquella época, como ahora lo es la educación mixta (coeducación la llaman). Antes había muchos colegios diferenciados y pocos mixtos, mientras que ahora sucede lo contrario.
Nada tendría que comentar si no fuera porque desde hace algún tiempo hay quienes pretenden dejar fuera del modelo público -el subvencionado y gratuito- a la escuela diferenciada. Una discusión que se plantea, como todo en España, precisamente cuando en muchas de las grandes democracias se está promocionando la escuela diferenciada. Y, es que, en España siempre llegamos tarde, cuando los demás están de vuelta.
En el caso de la educación, esta polémica se debe quizás a la razón de origen que algunos quisieron imponer a la educación pública, como alternativa enfrentada a la educación religiosa, algo que los años debía de haber borrado pero que algunos mantienen por creerse poseedores de tal educación, pues es la única forma de que la aplicación de sus ideas les salga gratis.  No obstante, ahora, la mayoría de los colegios religiosos son mixtos, como lo son gran parte de los privados. Entonces, ¿qué argumentos quedan para mantener la polémica? Más aún, si como se sabe, los centros concertados resultan tan económicamente rentables al Estado, ¿qué motivos hay para no subvencionar con fondos públicos a los centros de educación diferenciada?
Siempre ha habido una gran reticencia a subvencionar los centros que no son de iniciativa estatal, precaución lógica y necesaria e, incluso, justa si se permitiera la desgravación fiscal a aquellas familias que eligen libremente otro tipo de centros. Una reticencia que se subsanaría, como en otras naciones, mediante una evaluación periódica de los resultados académicos de los centros que soliciten la subvención. Pero la cuestión va más allá, no es sólo cuestión económica, lo es ideológica principalmente. Tiene que ver con la ideología de género.
No hay estudios pedagógicos serios que justifiquen la preferencia por la escuela mixta. Más bien, al contrario, recientes investigaciones y, sobre todo, experiencias concretas, están llevando a muchos países desde Estados Unidos hasta Australia a la vuelta de la escuela diferenciada. Tampoco la UNESCO ve discriminación en este tipo de centros siempre que “ofrezcan facilidades equivalentes en el acceso a la enseñanza". Y esto tampoco es problema pues todos conocemos el riguroso proceso de admisión que se lleva a cabo en los centros financiados con fondos públicos.
Sobre el papel, la única pega es la vigente ley de educación (LOE, 2006) cuyo legislador profesaba la ideología de género. Tan obsesionado estaba que llegó a crear un Ministerio de Igualdad. Pero esto no es más que un formalismo para impedir que echen por tierra su dogma de la escuela mixta. Tampoco es una pega contundente pues hoy hay otra mayoría absoluta que quizás piense que, ante lo opinable, es mejor no poner puertas a la libertad. ¿Por qué impedir la oferta de los dos tipos de escuelas? ¿Por qué imponer una y no otra?
Miro de nuevo a mis contertulios. Alegres, sencillos, sin complejos, cada cual con sus problemas, ellos y ellas, poseedores de los mismos derechos, respetuosos con los demás –si no se ponen pesados-. Todos estudiamos en escuelas diferenciadas, era lo normal.

miércoles, 22 de agosto de 2012

"¡Qué buena es la vida!" (21-08-2012)


Así, con la exclamación que encabeza este artículo, finaliza el libro de Philippe Pozzo di Borgo, Intocable (Ed. Anagrama), que ha inspirado la película con el mismo título. Una exclamación que no tendría el mismo valor si no fuera porque el que la realiza es tetrapléjico. “Tetra”, se llama a sí mismo. Y, es que, Philippe Pozzo di Borgo, vástago de los duques Pozzo di Borgo y de los marqueses de Vogué, quedó tetrapléjico en junio de 1993 por un accidente en parapente. Tres años después moría de cáncer su esposa Béatrice a la que amaba con locura. “Después del accidente me asaltan los pensamientos. Después de la muerte de Béatrice, los dolores”, se lee en el libro. Y más adelante: “Casi veinticinco años de vida en común, una dicha increíble”.
El libro no tiene desperdicio. En tono desenfadado, lleno de humor, con reflexiones profundas -nada de moralina-, a veces con lenguaje poético, Pozzo di Borgo va narrando su vida y desentrañando sus sentimientos. Unos sentimientos que son consecuencia del descubrimiento de “un mundo que nunca había mirado de muy cerca, el del sufrimiento”. Porque, como nos sucede a muchos, “nunca habíamos pensado en el desastre”. Pero lejos de hundirse en el desastre surge en él un nuevo modo de mirar la vida. Contempla hasta lo más pequeño con ojos distintos y encuentra en los otros, en la familia de manera especial, el motivo para vivir. El libro es, por tanto, un libro que lleva a la esperanza que él define como “el puente que nos lleva de la bóveda luminosa de los recuerdos a la eternidad”.
He recordado este libro después de leer que la justicia británica ha rechazado la petición de “suicidio asistido” efectuada por T.N., tetrapléjico como Pozzo di Borgo. Los jueces que han visto el caso han estimado que la ley es clara: “La eutanasia voluntaria –es decir, buscada intencionalmente- es un asesinato”. La foto de T.N. me ayudó a imaginar a Pozzo di Borgo en su silla, aunque ya tenía una idea por las veces que había visto en televisión al físico Hawking, tetrapléjico como ellos, para promocionar unos libros que muchos han comprado y pocos han entendido. Pero al contrario de lo que sucede con las imágenes de ambos, las palabras de T.N. (“me entristece que la ley quiera condenarme a una vida de creciente indignidad y miseria”) representan el polo opuesto de Pozzo di Borgo. Nada tienen que ver con el sentido esperanzador con el que éste ve la vida, metido hasta el cuello –como aquél- en el dolor.
Al traer aquí estos casos paralelos no es mi intención realizar un juicio comparativo -¿quién soy para hacerlo?-. Sólo me mueve el deseo de mostrar dos actitudes diferentes ante una misma realidad en la que la carga emocional es tan fuerte que puede hasta nublar el entendimiento. Lo que sí pretendo es llamar la atención sobre el hecho de que la petición de T.N. no pasaría de ser una llamada desesperada más de alguien que lo está pasando mal –muy mal, si se quiere- y que, en lugar de muerte, lo que necesita es cariño, algo en lo que los humanos son expertos cuando se lo proponen, si no fuera porque detrás de esta petición hay gente interesada en aprovecharse de su estado para sacar adelante una ley permisiva con la eutanasia. Estos casos extremos, ya divulgados por la filmografía española en aquella película protagonizada por Javier Bardem, calan en la opinión pública obnubilando la razón frente al sentimentalismo predominante, ayuno de principios, reflejo de sus propias omisiones, incapaz para encontrar significado al dolor, desorientada ante el lugar que éste ocupa en la vida.
La eutanasia –como bien saben los holandeses- da pie a la eugenesia, algo que refleja con exactitud el siguiente chiste de Luc Tesson, que encajaría muy en el libro de Pozzo di Borgo. En la primera viñeta, una afectuosa enfermera pregunta a un hombre de edad que guarda cama: “¿Quiere que aliviemos sus sufrimientos?, ¿quiere acabar su vida con dignidad?, ¿con asistencia médica?” El enfermo responde con un sí a las tres preguntas. En la viñeta adjunta se ve a la enfermera comentar al médico: “Quiere la eutanasia”. La cara del enfermo que les está oyendo es, como no podía ser de otro modo, de chiste, todo un poema. Él no se refería a eso.
¡Qué miedo me da esa sensiblería popular! Para salvar la dignidad deciden quitar la vida cuando es ésta, precisamente, la cuna de aquella, Por favor, menos “piedad peligrosa” y más amor y dedicación a los demás. 

jueves, 16 de agosto de 2012

Herida en la noche (14-08-2012)


Paso la velada en un chalet de una urbanización privada donde, en otro chalet próximo, se graba un programa para la MTV. Un reality-show con alcohol, sexo y drogas, versión española cuyo correspondiente norteamericano ha tenido gran audiencia. Me entero porque me lo cuenta uno de los invitados a la velada. El mismo al que hace unos minutos se le ha presentado su hija de dieciséis años, con unos zapatos de tacones que la colocan a la altura de Pau Gasol, para decirle que se iba a la discoteca. La niña, toda de bonita, ha dicho que no le apetecía ponerse tacones, pero “como todas sus amigas se los iban a poner…”. ¿Verdad que les suena el argumento?
De vuelta a casa, cruzo por lugares que me recuerdan a la niña bonita. Un parque abarrotado de coches con los maleteros abiertos cuyos jóvenes propietarios, medio tumbados en los capós o sentados en el bordillo de la acera, sostienen vasos de plástico con bebidas alcohólicas. Chicos y chicas que confraternizan con un poco de ginebra entre sus labios. Y que, minuto tras minuto, irán perdiendo un poco de sensatez y mucho de voluntad. Los chicos con el torso al descubierto, las chicas casi. Más adelante, decenas de jóvenes se agrupan a la entrada de una discoteca. En las escaleras de los edificios contiguos se repiten escenas como las anteriores. Me permito añadir la del joven que vomita o la de las niñas que consuelan a otra que llora desesperada. Son las primeras horas de la madrugada. “Como todas sus amigas”, algunas llegarán a casa al amanecer. Pero no me pregunten cómo.
Esta “herida en la noche” es una de las caras de nuestra sociedad del bienestar, una de las pocas que persisten. Imagino al grupo de niñas bonitas, con sus tacones, en el interior de la discoteca. En grupo, así entran; con risas que delatan que se sienten miradas. La música, una música estridente hace que tengan que levantar la voz. Y, mientras buscan algún lugar en el que situarse, la mirada se cruza con otras miradas; curiosas unas, interesadas otras. ¿Qué tomamos?, se dicen. ¿Una Coca-Cola?, no digas tonterías, apunta alguna. Aparecen los primeros moscones a los que saben quitarse rápidamente de encima. Trae una de ellas a uno que acaba de conocer y que tiene unos amigos, dice. Es un juego que durará toda la noche. La primera que se incomode, la primera que quiera irse será borrada de la agenda del móvil. Es una experiencia, dicen. No es más que eso, una experiencia. Aunque algunas de ellas no tendrán oportunidad de más porque hay experiencias que engullen a la persona, que la marcan. Mientras que una es dueña de sí misma, la sensación de libertad es clara. Pero hay otras voluntades que superan la nuestra. Otros elementos que enturbian la propia voluntad, la debilitan. Es el momento de escoger entre el grupo o yo. Un grupo que se hizo en la orilla de la mar, con los castillos de arena, con las primeras olas; que se fue forjando a la sombra del edificio jugando al pillao; que empezó pidiendo permiso a los padres para salir a la heladería. ¡Qué años tan felices han pasado mientras se convertían en mujeres! ¿El grupo o yo?
Sin dejar de tener en cuenta la propia miseria, esa parte de la condición humana que nos tira para abajo, y precisamente por ello, se me ocurre que vivimos un tiempo –quizás todo tiempo fuera igual- en el que nos movemos grupalmente. En el que resulta difícil encontrar una persona como tal, no sólo con libertad y entendimiento, sino también con voluntad. Una voluntad que surja de un pensamiento fuerte capaz de decir no a lo que no le conviene. Pero para que así sea debe tener motivos, principios. Pero ¿qué principios puede haber en un mundo en el que todo vale? ¿Dónde está el entendimiento que es capaz de ver los límites de la libertad?
En un mundo en el que se ha pervertido lo natural, no hay manera de encontrar esos límites, porque esos límites los impone la propia naturaleza de persona. Y este es el error de nuestro tiempo, que se ha extendido la voz de que es la cultura y las tradiciones los que imponen los límites para actuar, cuando es la propia naturaleza ahora y siempre la que los impone. Hasta el próximo martes.