martes, 27 de diciembre de 2011

El buey y el asno (27-12-2011)

No hay belén que se precie en el que falte el buey y el asno o, como decimos en España, la mula y el buey. Y esta proximidad a la cuna de Jesús los ha hecho idóneos como protagonistas de muchos cuentos de Navidad. Recomiendo, para hijos o nietos, el libro Cuentos de Adviento de Gabriela Kast, donde pueden encontrar un relato sobre ellos.


Para mi generación, el asno se convirtió en una figura cercana y tierna gracias a Platero y yo, obra publicada por primera vez el día de Navidad (¡qué casualidad!) de 1914. En el capítulo 116 (Navidad), Juan Ramón Jiménez habla de unos niños pobres y tristes que no tienen Nacimiento ni candela para calentarse, a los que les ofrece a Platero. “Se lo doy, para que jueguen con él”, escribe el poeta. No sé cómo se juega con un asno; a lo más sé lo que es subir a sus lomos. Lo hacía sobre el burro que mi abuelo guardaba en el corral; el mismo que le acompañaba al bancal y volvía cargado de hortalizas. Montaba en él a la ida y, sujetándolo por el ronzal, le acompañaba andando a la vuelta. No recuerdo, en cambio, ninguna historia de bueyes.


He dicho que el buey y el asno están presentes en muchas representaciones navideñas y debo añadir, sin embargo, que no existe ni un solo pasaje evangélico en el que aparezca el buey y el asno junto a Jesús en aquella primera Navidad. Entonces, ¿de dónde proviene esa costumbre de poner el buey y el asno? Proviene del primer belén de la historia, el que hizo san Francisco de Asís en Greccio para la Nochebuena de 1223. Fecha en la que la fiesta de la Navidad “adquirió la calidez humana que la convirtió en la fiesta más humana de la fe”, que no la primordial. Fue en aquella Nochebuena en Greccio cuando aparecen por vez primera el buey y el asno. Cuenta Celano, su primer biógrafo, que Francisco había dicho: “Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno”. Y este fue el motivo, idea de un hombre que llamaba a su cuerpo “Hermano asno” y que estaba convencido de que el secreto de la vida estaba en ser personaje secundario.


Pero detrás de esta costumbre piadosa hay algo más, tras ella se esconde lo que muchos siglos atrás uno de los protagonistas del Adviento, Isaías, había anunciado: “conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo, Israel no conoce, mi pueblo no entiende”. Palabras en las que los Padres de la Iglesia ven el anuncio profético del nuevo pueblo de Dios formado por judíos y gentiles.


El cardenal Ratzinger, en su meditación El buey y el asno en el pesebre, publicada en alemán en 1997 y en castellano en 2005 por la editorial Herder, nos hace reflexionar sobre aquellas palabras de Isaías, así como en el significado de la presencia de aquellos animales. Dice Ratzinger que “ante Dios, todos los hombres éramos como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre nos abrió los ojos de modo que ahora podemos entender la voz del dueño”, la voz del Señor. Y al preguntarse quiénes fueron los que le entendieron en aquella primera Navidad, señala en primer lugar al buey y al asno. Por el contrario, no le reconocieron Herodes y, con él, toda Jerusalén, tampoco le entendieron los eruditos, la gente con renombre, los conocedores de la Biblia, ni los especialistas en exégesis. Una enumeración que engarza perfectamente con la homilía de Benedicto XVI en la misa del gallo del pasado sábado: “si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón ilustrada. Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios”.


En fin, parece que la cita de Isaías sigue siendo un juicio sobre la ceguera presente. Y, en un mundo en el que la virtud de la sencillez está en desuso, conviene volver al camino de “esa extrema sencillez exterior e interior que hace al corazón capaz de ver”. Ver y reconocer lo que el buey y el asno vieron y reconocieron en aquel establo. Porque, como escribió Sartre, “en este establo se levanta una nueva mañana…. En este establo ya ha amanecido”. Y la razón la apunta Rilke: “Si no fueras la misma sencillez, ¿cómo podría suceder lo que ahora alumbra la noche?”


Estimado lector: ¡feliz Navidad y que la Paz abunde en tu año nuevo!

lunes, 12 de diciembre de 2011

Una exigencia inscrita en la razón (13-12-2011)

Este artículo no contiene ninguna reflexión sobre lo que hoy es actualidad, así que estimado lector (lectora) puede usted pasar de esta columna, no quiero obligarle a que me acompañe en mi atrevimiento. Hace algunas semanas tomé algunas notas que hoy he decidido desarrollar. Deseoso de profundizar en la realidad invisible, tan silenciada hoy, volví a plantearme algunos de los interrogantes más viejos formulados por el hombre: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, y ¿a dónde voy? Y al hacerlo, se me figuraba que formaba parte de un grupo de chiflados, porque ¿quién, en su sano juicio, dedica tiempo a estas cuestiones? ¿El parado?, ¿el funcionario al que le han bajado, otra vez, el sueldo además de aumentarle las horas de trabajo?, ¿el comerciante que no vende a pesar de bajar los precios?, (…) Quizás, pero normalmente se dice que el que se hace tales preguntas o es un chiflado o es un privilegiado. ¿Cómo perder el tiempo –dirán algunos- en cuestiones tan poco prácticas? Necesitamos soluciones y no más preguntas, dirán otros. Y, así, de un plumazo nos cargamos el saber teórico. El “conócete a ti mismo” de Sócrates, el “sólo entre el que sepa Geometría” de Platón, el “noverim me” de Agustín, (…), se posterga en beneficio de lo práctico. Sólo caben los objetivos controlables, que es el camino del pragmatismo. Pacto fiscal para conservar el euro, pero ¿qué ideas unirán a los que hacen uso común de esa moneda?


Con todo, ya por chiflado o por privilegiado o por ser un hombre vulgar que busca dar sentido a su existencia, me aferré a aquellas preguntas a las que otros, sucesivamente, han recurrido a lo largo de la historia conscientes de que sus respuestas determinan el sentido de cada generación. Pues el que no se las plantea acaba viviendo según las respuestas de otros, inconscientemente, involuntariamente, pero hacen su vida según otros.


El mero hecho de que estas preguntas se repitan generación tras generación sugiere la idea de que hay algo en el hombre (en la mujer) que le empuja a buscar la verdad sobre su existencia y el mundo. Quizás porque en nuestra razón llevamos inscrita la exigencia de descubrir lo que vale y permanece siempre. Y digo en “nuestra razón” porque no veo fuera de ella nada que sea permanente. Ni siquiera las estrellas, fulgor de algo extinguido en el pasado. Hasta me sorprende tener que situar esta inquietud en la razón. Porque, ¿qué hace que la razón –tan corta y finita- se plantee continuamente la infinitud, la permanencia en el tiempo?


Cuenta Papini que a quien dijo saber el secreto de la inmortalidad se le replicó que lo guardara bien hasta que conociera el secreto de la felicidad. Y bien que le daría la razón la Sibila que pidió a dios la inmortalidad, pero olvidó pedirle la juventud, de manera que cuando a sus trescientos años fue visitada por Eneas estaba hecha una pasa. Pero me he desviado del tema, situándome en el final sin haber precisado el origen: ¿quién soy, ¿de dónde vengo?


He dicho que parece estar inscrito en la razón la exigencia de buscar lo que vale. Y no puedo pensar que algo valioso deje de serlo en algún momento; esto es, lo que considero valioso, lo que definimos como tal, debe resistir la impronta del tiempo o no lo es. No puede ser valioso lo que dependa de la cultura del momento, del lugar o el tiempo. No lo es, al menos, en el sentido que doy a esa palabra. Aquello que permanece siempre como tal. Exigencia que reduce la amplitud del campo de los valores.


Ahora bien, ¿los valores son evidentes? Ya he dicho que son razonables, se llega a ellos por la razón, pero esto no implica que sean evidentes. Volvemos a la realidad invisible. No se `pueden tocar, ni medir, pero la ausencia de los que son esenciales se hace notar en la propia existencia. Y lo que puede ser más paradójico, no son democráticos pero contribuyen a la buena marcha de la democracia. Esto es, no necesitan de mayorías para perpetuarse en el tiempo, pero el hecho de ser tenidos como tales por las mayorías beneficia a estas.(…)


Estimado lector o lectora que desoyó mi advertencia inicial, hasta aquí mi atrevimiento o, al menos, el que cabe en un periódico. Es martes y trece.

martes, 6 de diciembre de 2011

Sobre las últimas medidas (07-12-2011)

Albacete es una ciudad de servicios repleta de funcionarios por lo que la bajada de sueldos de éstos repercutirá en aquellos. Algo tan simple de ver que hace pensar en que la situación económica que atravesamos es tan difícil que no queda más remedio. El menos tres por ciento del bruto, que dicen, es para algunos el menos seis coma veintinueve, pudiendo variar a más o menos según el complemento. Pero, claro, si dejamos hacer a los otros que eran menos serios y lo bajaron todavía más, ¿cómo no dejaremos hacer a estos que parecen más honrados? Aunque ya sé que esta pregunta nada dice sobre la cuestión de fondo, que la medida afectará a todos los albacetenses, sean o no funcionarios. Pero sale al paso de esos que ahora dicen defender la sociedad del bienestar sin advertir que ellos mismos fueron los primeros que contribuyeron a destruirla. Pero no trataremos aquí de ello, prefiero hacerlo sobre lo que afecta a educación.


Y como al perro flaco todo son pulgas se suma ahora, para aquellos que tengan hijos en edad de escolarización obligatoria, el desembolso obligado por la compra de los libros de texto. Algo que era de esperar pues ya en este curso los niños trabajan con libros que han pasado en los años anteriores por otros cuatro propietarios, con lo que se ha alargado el periodo que establecía la ley. Pero, no se asusten todos, pues la medida contempla la gratuidad para aquellos que no sobrepasen ciertas rentas. Y si esto último me parece bien, algo que siempre se ha conocido por el nombre de beca, todavía me parece corto. Pues si uno de los valores que más han caído en la educación escolar es el del trabajo esforzado parece lógico que pueda este ser estimulado con medidas que premien al que trabaja. Y una de ellas puede ser la de la gratuidad de libros. Si un alumno que acaba con matrícula en segundo de bachillerato tiene matrícula gratuita en primero de Universidad, ¿por qué no se puede establecer una tabla de calificaciones que den derecho a la gratuidad de libros para el curso siguiente? Algo que debería contemplarse a la par que el recorte de beneficios a las editoriales. Pero sobre libros de texto podremos hablar en otra ocasión.


Por otro lado, nada he oído sobre el beneficio económico que tiene el alumnado de los Programas de Cualificación Profesional Inicial, pero entiendo que será suprimido, pues el mero hecho de que existan estos programas es un premio para tal alumnado y supone un buen desembolso para la Administración.


Con todo, hay otra inversión escolar más preocupante. En los últimos años se ha hecho un gran desembolso en nuevas tecnologías. Las aulas se han llenado de pantallas, cañones, ordenadores y pizarras digitales. Y parte del profesorado ha concebido su metodología con este apoyo. Y digo que es preocupante porque no sabemos si seguiremos contando con dinero para seguir generalizando estos medios o, por el contrario, toda la inversión realizada se irá al garete. Pues, si no se cuenta con presupuesto para reparación y reposición, va a pasarnos como a esos países que habiendo hecho acopio de la última tecnología del momento la tienen ahora paralizada porque no habían contemplado el presupuesto para su reparación y reposición. Va a pasarnos como aquellos payeses de los que decía Josep Pla que presumían por tener bañera en el cuarto de baño, pero que sólo la utilizaban para llenarla de macetas. Al paso que vamos, las pantallas y cañones de las aulas van a acabar sirviendo sólo para colgar los adornos de Navidad.


Confío en que esto no será así, que aquí no va a pasar, que aquí la educación se contempla como algo prioritario, pero como nadie de los que “deben saber algo” dice nada y los que “no deben saber nada” dicen tanto, no tengo más remedio que preocuparme cada vez que se hace una inversión en nuevas tecnologías.
En fin, que las cosas deben estar tan mal que ya parece que solo queda la aplicación literal del adagio de Hobbes: “primum vivere, deinde philosophare”. Y, para conseguirlo, habrá que sustraer dinero a los de siempre.