miércoles, 25 de diciembre de 2013

El misterio de la Resurrección

Resumen de mi intervención del 25 de noviembre en la parroquia de San Francisco de Asís de Albacete, dentro de las conferencias preparatorias a la Coronación Canónica de Nuestra Señora de la Esperanza, la Virgen de la Macarena del 14 de diciembre.

No es fácil distinguir qué aspectos de nuestra vida son iluminados por una sola de las verdades que profesamos. Y si esto puede decirse de cada una de ellas, ¿cómo no decirlo del misterio de la Resurrección que lo empapa todo, que da sentido a nuestra Fe e ilumina todas las demás verdades?
Pero, aún así, debemos interrogarnos sobre ello y preguntarnos: ¿qué aspectos de nuestra vida diaria son iluminados -o deberían ser iluminados- por el misterio de la Resurrección?

LA VIDA ETERNA

La primera consecuencia de esta verdad de Fe es creer en nuestra propia resurrección, lo que nos lleva a pensar en una vida futura que será eterna.
Esta promesa de la vida eterna sugiere que estamos de paso, que la vida presente es un peregrinaje y que hay que llenar las alforjas con lo único que es capaz de traspasar el umbral de la muerte natural, el amor.
Así pues, las únicas joyas que debemos ambicionar, el único tesoro, son aquellos actos de amor verdadero, muchas veces ignorados, ocultos en su mayoría. Actos de entrega y servicio, de dolor ofrecido.
Lo dijo Jesús: “Cuando venga el Hijo del hombre (…) dirá a los que están en su derecha: venid, benditos de mi padre, a tomar posesión del reino, que os está preparado desde el principio del mundo. Porque yo tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era peregrino, y me hospedasteis; estando desnudo, me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; encarcelado, y vinisteis a verme”.
La Resurrección, pues, con la promesa de la vida futura, alumbra lo que tiene valor verdadero para nuestra vida. Nos da la clave para interpretar el mundo. Cualquier otra clave, como la fama, el poder, el prestigio, el dinero, el bienestar, la seguridad y demás insinuaciones del tiempo que nos ha tocado vivir, sólo conseguirá que andemos errantes entre sombras.
Ahora bien, la realidad de la vida eterna no consiste sólo en alumbrar la vida presente, sino que es también la realidad del Cielo. Y, aún más, si la vida eterna es una verdad consoladora es porque existe el Cielo.
Hoy echo de menos que no se educa a los cristianos en esta realidad. Parece un cuento destinado a que los niños sean buenos, una verdad que no quieren contemplar ya los adultos. Y, sin embargo, es un consuelo, como también es la única meta por lo que vale la pena vivir.
Se habla mucho de “educar para la vida”, pero ¿para qué “vida” educamos a nuestros hijos? ¿No es verdad que muchas veces confundimos la buena educación con los resultados académicos, que confundimos su objetivo con el de conseguir una colocación rentable o socialmente prestigiosa? ¿No es verdad que se da poca importancia a la asignatura de religión y que, incluso, algunos no matriculan a sus hijos en ella?
Amigos míos, para nosotros, los cristianos, educar para la vida es educar para el Cielo, pues como dijo san Ireneo: “la vida del hombre consiste en la visión de Dios”.
Se cuenta que santa Teresa de Jesús, cuando corría con su hermano en brazos buscando el martirio en tierra de moros, susurraba a oídos de éste: “Rodrigo, ¡el Cielo, para siempre, para siempre!, ¡para siempre!”  ¡Cómo se clarifica todo con esa palabra! Y la repito otra vez: Cielo; y muchas veces: Cielo, Cielo, Cielo, …

EL PODER DE NUESTRO DIOS

Pero esta verdad consoladora, esta vida futura gozando de la presencia de Dios, no debe ocultar el significado que, en sí mismo, encierra el misterio de la Resurrección. Un significado que hemos obviado actualmente pues la Resurrección es en primer lugar una afirmación del poder de nuestro Dios.
A los primeros cristianos, a aquellos que venían del paganismo, lo que más les sorprendía de su nueva religión -aparte del amor de Dios- no era tanto la promesa de la vida futura -quizás porque pensaban que era inminente- como el poder y la grandiosidad de Dios.
Nosotros solemos olvidar en la vida ordinaria este poder y, a lo más, parece que lo recordamos después de cada catástrofe. Si dios existe y es todopoderoso, decimos, ¿por qué no ha evitado tal o cual hecho?
Vivimos tiempos en los que todo parece ser obra del hombre: el mundo, la civilización, la cultura, la ciencia, la técnica, todo parece proceder de las leyes de la naturaleza y de la iniciativa del hombre.
Sin embargo, decía Juan Pablo II, ante la Resurrección, el hombre debe detenerse y confesar sinceramente lo que él mismo no es capaz de hacer. Y, es que, la Resurrección supera la capacidad del hombre. Ante ella, o aprende a pronunciar la palabra Dios o busca todo tipo de explicaciones para no aceptar de hecho este conocimiento.
Considerar el poder de Dios lleva a entender su amor.
La misma Navidad, el nacimiento de Jesús en Belén no pasaría de ser eso, un nacimiento más, si no fuera porque es un Dios el que se anonada, que se hace hombre-niño por amor a los hombres. La grandeza de Dios se esconde en un humilde pesebre.
Ese mismo poder, que se transforma todo en amor, es el que da realce a la pasión de Jesús. En el hecho del Hijo de Dios crucificado se estrella todo intento de la mente de construir solo mediante argumentos humanos una justificación suficiente del sentido de la existencia, desafía toda filosofía. Para lo que Dios quiere ya no es posible la mera sabiduría del hombre sabio. Pues, para revelar el misterio, Dios elige lo que la razón considera «locura» y «escándalo».
Amigos míos, no podemos reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas. La lógica de Dios no es la nuestra. Si conociéramos el poder de Dios...
Y tú y yo siempre con la misma queja: “¿Quién nos apartará la piedra de delante de la entrada?” Pero, ¡si Cristo ha vencido a la muerte! Es cierto que Tú y yo, solos, no podemos con esas piedras que ciegan nuestra esperanza diaria, pero con Él sí podemos. Con palabras de san Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

CRISTO VIVE

Por último, no podemos olvidar que resucitar significa volver a la vida y, en consecuencia, Cristo sigue vivo, está entre nosotros.
El Papa Francisco, en su primera encíclica, nos echaba en cara que “pensamos que Dios sólo se encuentra en el más allá, en otro nivel de la realidad, separado de nuestras relaciones concretas”..
Esta es una realidad que no podemos olvidar: Cristo vive. Diariamente está a nuestro lado. No sólo porque está en el Sagrario con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad. Ni tan sólo porque lo podemos tratar en la oración.
Sino que Cristo está también presente en los hombres y mujeres que nos rodean; sale a nuestro encuentro diariamente en nuestros hermanos; en la realidad de los pobres materiales y los pobres de espíritu; de los que nos parecen pesados y cansinos; de los que no entienden que la vida es un don y, entre aquellos que nos muestran su amor. Ahí Dios se hace presente, con la misma pregunta que hizo a Pedro: “¿me quieres?” Y si me quieres, nos dice, cuida de los que te rodean.
Esta es la grandeza de la vida ordinaria, que no es tan chata como podemos pensar, ni tan aburrida o monótona, ¿cómo puede serlo si sale diariamente a nuestro encuentro?
Cristo sigue a nuestro lado y cubre de infinita dignidad al ser humano, a todo hombre o mujer, desde el concebido hasta el viejo demente, desde el de cuerpo atlético o mente privilegiada hasta el enclenque físico o mental.
Su presencia sigue embelleciendo el mundo y recordando que la vida, cualquier vida, merece la pena ser vivida.

DESPEDIDA

Acabo con la oración de Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi, no sin antes daros las gracias, cofrades, por pasear en la Semana Santa de Albacete, año tras año, a nuestra Señora de la Esperanza. Gracias por vuestra catequesis popular.
Y esta es la oración:

Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Libertad de ... (Parte II)

Segunda parte del resumen de mi conferencia del pasado 28 de junio con motivo de la presentación de la Fundación Diocesana de Enseñanza Virgen de los Llanos.  

La Iglesia en la enseñanza

Si del anterior epígrafe se deduce la exigencia de una pluralidad educativa, respetuosa con la Constitución y con los requerimientos académicos que el Estado exige, quisiera presentar ahora aquella que, a mi parecer, más se aproxima a la formación integral que requiere el educando.
Por aquí debería haber empezado, pero es un hecho objetivo que la Iglesia, cada vez que plantea una acción educativa, tiene necesidad de recurrir a la libertad para recordar su derecho. Y, al contrario, cuando es cualquier otra institución la que lo propone no sólo se le supone el derecho sino también su capacidad para ejercitarlo. Así están las cosas. Cuando son otros los emprendedores, basta que expliquen lo que se proponen. A la iglesia, en cambio, se le exige que primero justifique su derecho a emprender.
Amigos míos, no nacimos ayer. No fue ayer cuando empezamos a enseñar, tenemos detrás una tradición y una experiencia de siglos. “La Iglesia ha creado y fomentado en todos los siglos una ingente multitud de escuelas e instituciones en todos los ramos del saber.
Hasta en aquella lejana Edad Media, en la cual eran tan numerosos (alguien ha llegado a decir que hasta excesivamente numerosos) los monasterios, los conventos, las Iglesias, las colegiatas, los cabildos, junto a cada una de estas instituciones había un hogar escolar, un hogar de instrucción y educación cristiana. A todo lo cual hay que añadir las universidades esparcidas por todos los países.
No ha habido edad que no haya podido gozar de este maravilloso espectáculo. En todos los tiempos, la Iglesia ha sabido reunir alrededor de sí centenares y millares y millones de alumnos en su misión educadora”.
Pero, es que, además, “las escuelas públicas surgieron primeramente -nótese bien lo que decimos- por iniciativa conjunta de la familia y de la Iglesia, sólo después y mucho más tarde por iniciativa del Estado”.
Basta recordar a San José de Calasanz, fundador de la primera escuela popular cristiana. A Santo Domingo de Guzmán, San Ignacio de Loyola, San Felipe Neri, San Vicente de Paul, Santa Luisa de Marillac, San Juan Bautista de la Salle, Don Bosco, al padre Poveda, al padre Manjón, …, entre otros.
Por tanto, la historia de la educación, en general, y de la escuela de iniciativa social, en particular, no puede escribirse sin reconocer el papel fundamental de la Iglesia Católica en extender el concepto de enseñanza para todos, muy especialmente para los más necesitados.
Miremos en nuestra propia Albacete, ¿no son el Colegio Diocesano, el Colegio del Ave María o los hermanos y hermanas (sores) paúles los que se dedican a los más necesitados en los barrios más pobres?
Pero remontémonos más, vayamos a los primeros siglos del cristianismo. En un tiempo en el que el conocimiento parecía reservado a unos pocos perfectos, los cristianos de la primera época (Ireneo, Tertuliano, Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes, los Padres Capadocios, Dionisio el Areopagita y, sobre todo, san Agustín, entre otros) extendieron como verdad universal a todo hombre y mujer la posibilidad de conocer, la confianza en la razón.
Y llegado aquí, conviene dejar claro a qué educación me refiero, “la educación -escribió Pio XI- consiste esencialmente en la formación del hombre tal cual debe ser y debe portarse en esta vida terrena para conseguir el fin sublime para el cual ha sido creado”; y añade: “es por tanto de la mayor importancia no errar en materia de educación, de la misma manera que es de la mayor trascendencia no errar en la dirección personal hacia el fin último”.
Fíjense, Laplace pudo decir a Napoleón que “Dios” era una hipótesis que no necesitaba, anécdota que habrán oído muchos de nuestros hijos y que viene a afirmar lo contrario de lo que les hemos enseñado en casa, mientras que yo vuelvo a recordar aquí que “La revelación abre un horizonte de novedad, introduce en la historia un punto de referencia del que no se puede prescindir”. Introduce una verdad universal y última que induce a la mente a no pararse nunca.
Y este es parte del contenido que yo exijo a la educación, que se le recuerde al educando que Dios, respetando la libertad humana, obliga a la mente a abrirse a la trascendencia. «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres».
Y en esta apertura está el conocimiento de la Revelación cristiana que, en el decir de Juan Pablo II, es la estrella que libra al hombre de la mentalidad inmanentista y de las estrecheces de una lógica tecnocrática. Porque es la última posibilidad que Dios ofrece para encontrar en plenitud el proyecto originario de amor iniciado con la creación.
Es bien sabido que la Iglesia ha enseñado siempre, y sigue enseñando, que los progresos científicos y técnicos y el consiguiente bienestar material que de ellos se sigue son bienes reales y deben considerase como prueba evidente del progreso de la civilización humana.
Pero la Iglesia enseña igualmente que hay que valorar ese progreso de acuerdo con su genuina naturaleza, esto es, como bienes instrumentales puestos al servicio del hombre, para que éste alcance con mayor facilidad su fin supremo, que no es otro que facilitar su perfeccionamiento personal, tanto en el orden natural como en el sobrenatural.
Progreso material y espíritu no están reñidos sino que se dan la mano; pero el desconocimiento de Dios y su Revelación al que está sometido el educando de hoy sigue haciendo válidas aquellas palabras de Pio XII: «La obra maestra y monstruosa de esta época, ha sido la de transformar al hombre en un gigante del mundo físico a costa de su espíritu, reducido a pigmeo en el mundo sobrenatural y eterno».
Amigos míos, en la educación, debemos tener siempre presentes las palabras que gustaba repetir al beato Juan XXIII: deseo ardientemente que resuene como perenne advertencia en los oídos de nuestros hijos el aviso del divino Maestro: “¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?”
Esto quiere decir que, además de que el ambiente en los centros educativos deba ser estimulante y que se pueda construir en ellos semilleros de talentos originales, premiando a quienes hacen planteamientos intelectuales inesperados (sentido y orientación que desconoce la actual educación en España), tiene que haber -repito- una orientación hacia la trascendencia que desde hace dos mil años recoge la tradición cristiana.
Y, al decir esto, me viene a la cabeza el humanismo cristiano (pero, ¡que sea cristiano!). No encuentro un planteamiento más atractivo. Recordar a Tomás Moro, a mi paisano Juan Luis Vives y a Erasmo, me trae a la cabeza lo que aspiro en la enseñanza: a la sabiduría. Una sabiduría que, como decía Pascal, debe conducir a la Caridad (sin complejos).
Que nuestra Señora de la Enseñanza, MATER VERITATIS, tenga a bien mover los corazones de los hombres para que no olviden la mejor educación, la que proviene de aquel que “todo lo hizo bien”.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Libertad de enseñanza y el papel de la Iglesia (parte I)

Resumen de mi conferencia del pasado 28 de junio con motivo de la presentación de la Fundación Diocesana de Enseñanza Virgen de los Llanos.  

Quiero manifestar mi apoyo a don Enrique Encabo, Presidente de la Fundación, y a todas las personas que trabajan con él, pues me parece admirable la labor educativa que realizan.
Algún cajaliano podría decir que hay que tener mucha fuerza de voluntad para llevar adelante lo que aquí se proponen, pero todos sabemos que no basta la fuerza de voluntad, que lo que impregna esta labor es el Amor de Dios, la Caridad (digámoslo sin complejos), pues sin ella serían insuficientes los principios de trabajo y perseverancia de los que hablaba don Santiago Ramón y Cajal. Al menos, para la mayoría de los mortales.
El trabajo de esta Fundación está en la línea de la emergencia educativa que postuló Benedicto XVI y de esa nueva concienciación de las familias sobre su “derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos” (DUDH, art. 26.3), así como de “la libertad de creación de centros docentes” que reza nuestra Constitución (art. 27,6).
Estos tres elementos (emergencia educativa, derecho preferente de los padres y libertad de creación de centros) van a ser los ejes del sistema de referencia en el que me voy a mover. Cualquier punto que trate aquí, va a dar por supuestas estas coordenadas.
Pero, sobre todo, esta Fundación es consecuencia de la exigencia evangélica “Enseñad a todas las gentes” (Mt 28,19) que no hay poder terreno que pueda legítimamente obstaculizar o impedir. Se trata de una misión universal.

Libertad de enseñanza

Junto a la invitación a hablar, me sugirieron que lo hiciera sobre la libertad de enseñanza, por lo que mi primera reflexión fue: ¿cómo es posible que, en pleno siglo XXI, haya que hablar de ello?, ¿todavía estamos ahí?, ¿qué se me escapa? Porque tengo para mí que siempre que hay que invocar la libertad para la realización de algo es porque o no se da o porque está en peligro.
En este país, ¿hay libertad de enseñanza?, ¿está en peligro?, ¿qué hay de todo esto?Independientemente de que nuestra Constitución (art. 27.1) afirme que “Todos tienen derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza.”, no puedo dejar de hacerme las siguientes preguntas:
  1. ¿Tienen los padres libertad para decidir el tipo de educación que desean para sus hijos? (Lo que no incluye sólo si los padres pueden impartir un determinado tipo de educación, sino si todos los que colaboran en esa educación imparten la misma educación que aquellos).
  2. ¿Pueden los padres elegir libremente el centro educativo en el que escolarizar a sus hijos? (Que es un modo de elegir el tipo de educación)
  3. ¿Tienen las personas físicas y jurídicas libertad para crear y dirigir centros educativos y dotarlos de un ideario o proyecto educativo propio?
 (A estas tres preguntas podría añadir las relativas a la libertad del educando para recibir la educación que quiere y la libertad de cátedra del profesorado, pero no voy a tratarlas aquí.)
Mi respuesta a todas ellas es NO. Y la justificación de mi negación está en que en España se prima un tipo de escuela sobre las demás. Lo que implica también que se prima a unos ciudadanos en perjuicio de otros.
En España hay unos ciudadanos de primera, cuyos hijos reciben gratis la educación, y unos ciudadanos de segunda que o la pagan de su bolsillo o tienen que mendigar a la Administración correspondiente el dinero para costearla.
Lejos de toda perspectiva constitucional, hay padres que no pueden plantearse un tipo distinto de educación a la que ofrece la uniformada escuela pública. Y si bien es cierto que en toda ciudad pueden verse distintos modelos de centros educativos, la realidad es que tales minoritarios centros sólo sirven para mostrar al exterior la gran mentira de una pluralidad que no existe, que no es real. Porque, si no se ofrecen como alternativa, si no se puede optar a ellos en las mismas condiciones que a los otros, es que no existen. No, al menos, para la libertad.
            El éxito de la escolarización obligatoria hasta los 16 años que tanto se pregona es el éxito para unos pocos que han conseguido que sus ideas y concepciones del hombre y el mundo se impongan a una mayoría. Es el éxito del amaestramiento. Porque el derecho a la educación no es el derecho a tener un “pupitre”, sino el derecho a un tipo de educación. (¡Usted deme la educación que quiero, el pupitre lo pongo yo!).
Hoy, que tanto gustan algunos en ofrecer estadísticas comparativas sobre el gasto público que en educación realizan otros países, ¿se ha preguntado alguno de ellos sobre la pluralidad educativa real que hay en aquellos países?
Amigos míos, hasta ahora nos hemos rascado el bolsillo para dar a nuestros hijos la educación que queríamos, pero el aire fresco de la libertad de educación que viene cruzando los Pirineos anuncia que ha llegado el tiempo de luchar con argumentos para que dicha libertad, que pregona nuestra Constitución, se convierta en una realidad.


(Continuará)

domingo, 3 de noviembre de 2013

Ver para creer, creer para ver

Ver es creer, decía Platón. Quien cree ve, escribe Francisco en su primera encíclica. Pero para un mundo que proclama la experiencia sensible como justificación de todo conocimiento, la segunda afirmación puede parecer excesiva. Demasiada aventurada para jugarse la vida o, al menos, demasiada arriesgada para dejar en sus manos el camino de la propia vida. Y, aún así, tengo para mí que esta segunda implicación completa a la primera, la salva, hasta llegar a formar entre ambas una auténtica equivalencia. Negar una de ellas, sea cual sea, es alejarse de la verdad.
La verdad, palabra que ha perdido hoy su significado original, ha estallado en verdades, se ha descompuesto en partículas divergentes. Ha sido reducida -escribirá el Papa Francisco- a la autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para la vida de cada uno, por la sencilla razón de que la posible existencia de una verdad común da miedo. La verdad, tu verdad, ¡qué bien las distinguía el poeta de Castilla!
Con todo, a pesar del miedo, del temor a las exigencias, de los límites de la razón, de la inconstancia del corazón, el hombre sigue pudiendo ser definido como aquél que busca la verdad (Juan Pablo II). O, como decía Aristóteles, todos los hombres desean saber. Y, es que, el juicio conforme a la verdad corresponde a la sabiduría.
Pero, y vuelvo al inicio, no hay manera de conocerla si se busca sólo en lo sensible, en lo que la vista alcanza, en lo medible. Pues hay una parte de ella que brota de esa otra realidad, la invisible, que la completa. Esto es, hay diversas formas de verdad: las que se apoyan en evidencias inmediatas o confirmadas experimentalmente, las filosóficas y las religiosas. Todas ellas contribuyen a que la razón alcance su fin que no es otro que la verdad en el sentido absoluto.  
Y aún más, la implicación “quien cree ve”, a pesar de lo que pueda parecer de partida, es norma común del proceder de todo hombre. De hecho, las verdades creídas son mucho más numerosas que las adquiridas mediante constatación personal. Por ello afirmaba Juan Pablo II que el hombre, ser que busca la verdad, es también aquél que vive de creencias. Creencias que surgen de la confianza en el conocimiento de otras personas.
En este sentido cabe situar el conocimiento peculiar de la fe, un conocimiento que procede de la vida luminosa de Jesús, cuya revelación abre un horizonte de novedad e introduce en la historia un punto de referencia del que no se puede prescindir. Una relación personal y una concepción sublime del mundo y del hombre que atrajo ya desde el siglo primero.

Es esta la verdad del amor, que abarca lo visible y lo invisible, que se desvela en un encuentro personal y que tiene necesidad de “liberarse de su clausura en el ámbito privado para formar parte del bien común”.

sábado, 31 de agosto de 2013

"¡Mirar!"

Cada tarde, hacia las ocho, el niño cogía su bicicleta y se alejaba pedaleando. “Ahora vengo”, gritaba; sin dar tiempo a preguntar “de dónde”.
Le seguí una tarde, sin que pareciera importarle. Pedaleamos hacia la escollera del puerto, la del faro. Y cerca de él, a la sombra de una pequeña construcción, dejamos las bicicletas para sentarnos en uno de los bancos de piedra.
“Y ahora, …, ¿qué hacemos?”, le dije. “¡Mirar!”, contestó.
Y miré el mar de aguas oscuras que agitado por el viento se me figuraba lleno de poder; miré el golfo en toda su amplitud, con las playas y edificios de sus orillas y las viejas montañas a su espalda; miré la montaña más alta, la de las antenas de repetición, la que en días de poniente se alcanza a ver la isla de Formentera; miré el puerto con sus barcos, almacenes y grúas. Y todo lo que ví me pareció grandioso, de una belleza sorprendente.
 “Hoy hay temporal”, me dijo el niño, como adivinando mi vértigo ante aquella inmensidad en movimiento. Vértigo que -pensé- pudo ser la sensación que llevó a los primeros hombres a llenar el mundo de dioses. El mar y sus dioses. La aparente pequeñez del hombre ante la grandeza de la Naturaleza. La fragilidad humana ante el poder de lo incontrolable e imprevisible. También ahora, donde una mayoría sólo sabe de pronósticos, mientras que sólo unos pocos conocen los métodos de cálculo. Creemos saber, pero seguimos en manos de unos pocos. Vivimos más de la fe en otros que de nuestros propios conocimientos. Y, cuando decimos “¿a dónde llegará el hombre?”, más bien debiéramos decir ¿a dónde nos llevarán esos pocos hombres?
Hay algo en el corazón del hombre que lo ha llevado siempre a la trascendencia, y la maravilla de la Naturaleza ha contribuido a ello. Pero, una vez dominada ésta, sangrada hasta sus profundidades, el hombre ha dejado de mirar afuera para concentrarse en sí mismo. Nunca como ahora el hombre se ha sentido tan rey de su destino. Rey con súbditos en un mundo que presume de ciudadanía. La admiración ante lo que le rodea se ha tornado en admiración por sí mismo.
Por suerte, frente a ese mar turbulento está la costa. Siempre se puede encontrar la costa, esa otra infinitud que limita a la primera. La costa supone la tierra firme, la seguridad. Siempre hay una orilla a la que recurrir. Dios, Cristo resucitado es esa orilla. Cristo, Dios en el tiempo, esperándonos en la orilla. Esperándonos Dios que es padre, maestro, amigo. Esperándonos con una misericordia que no tiene límites, como se figura a los ojos esa inmensidad de las tierras de la Mancha, mi tierra adoptiva. Hijos adoptivos de Dios, por la gracia.  
Esto pensaba hasta que las primeras luces aparecieron en la costa y los últimos pescadores recogían sus cañas. Entonces, el niño decidió volver. Durante los primeros kilómetros, la visión contemplada llenaba mi espíritu. Poco a poco, el calor y la humedad iba borrando de la mente aquella maravilla. El pensamiento se volvió práctico: dificultad de pedaleo, necesidad de agua fría, deseos de piscina, … Volvía el hombre vulgar, el que olvida hasta lo maravilloso, el que se sumerge en mar turbulento de las opiniones. Pero con la confianza de que, desde ese día, la orilla, la costa, ya no fuera sólo una multitud de granos de arena, ni ruido de olas que se rompen, sino un lugar de encuentro en el que el Amigo espera.

“¡Mirar!”, me dijo el niño. 

miércoles, 14 de agosto de 2013

¿Hacia dónde?

¿Hacia dónde camina nuestro mundo?, me pregunto sin desesperanza. ¿Hasta cuándo sobrevivirán los nuevos paradigmas?, ¿qué hay de verdad en eso que llaman políticamente correcto?, ¿a dónde nos conduce esa pérdida generalizada del sentido trascendente de la vida?  
El aborto como derecho, la manipulación de embriones humanos y de células embrionarias, la desaparición del modelo secular de familia, la neutralidad del Estado como excusa para neutralizar las distintas opciones que caracterizan la sociedad civil, la falta de respeto a lo sagrado, el mercantilismo atroz, la libertad desligada de la responsabilidad, los derechos separados de los deberes, la sexualidad desligada del amor y de todo compromiso, la política emancipada de la moral, la naturaleza despojada de finalidad, la acción y la felicidad como únicas metas, la razón empírica como único instrumento, la certeza en sustitución de la verdad.
Nuestro mundo ha recogido generosamente todos los errores del pasado y, merced a la técnica y la falacia, incluso los ha superado, además de justificado. Y, es que, el subjetivismo los justifica todo. Bueno, no todo, porque no sabe o no contesta a la cuestión primordial del sentido de la vida. Es una huida hacia algún sitio, sin saber cuál, que olvida el deseo de verdad que hay en el hombre y que contribuye a que el misterio de su existencia personal resulte un enigma insoluble
Cada vez estoy más convencido de la labor de gigantes llevada a cabo por sólo unos pocos. Nuestra malograda sociedad está apuntalada por ellos, la resistencia que ofrecen es garantía de que esto no se va a venir abajo. Que sean pocos no es un problema, siempre ha sido así, son el fermento que transforma la masa.
Pero, como digo, nuestra situación no es muy diferente a la de tiempos pasados. La historia no es lineal y, aunque podamos visualizarla como un vector que recorre el tiempo, cada periodo de la historia ha tenido sus propios avatares. En su contexto, cada periodo ha tenido que superar retos de la misma altura que los actuales. Y ha sido sólo al final de cada etapa cuando hemos advertido que la solución venía de unos pocos.
Regresé de Alemania el día de san Benito abad, patrón de Europa. Pensaba en la coincidencia de fechas, ¿casualidad o causalidad? En cualquier caso, era un motivo para pensar en la figura de san Benito quien en la primera mitad el siglo VI había abandonado Roma huyendo de la vida licenciosa de la ciudad. Aparentemente evadido del mundo, la vida monástica que propagó contribuyó a cristianizar Europa haciendo posible la nueva civilización post-romana. La vida de oración litúrgica, el estudio y el trabajo fueron sus pilares. El Evangelio, su inspiración. Cristo, su modelo.
Pero no vivimos del pasado. El siglo XX estuvo repleto de personas que se han hecho célebres en el actual y cuya influencia se consolidará con el paso del tiempo, ¡cuán gigantescas son sus figuras! Y, entre ellos, otra multitud sobresale calladamente en nuestro siglo. Héroes en un mundo de antihéroes, mártires en un mundo que los silencia, santos en medio de una vida aparentemente anodina.
Decía Juan Pablo II que Dios había creado al hombre como un “explorador” que, apoyándose en Él, se dirige siempre hacia lo que es bello, bueno y verdadero. Y no me cabe la menor duda de que este espíritu de “explorador” pervive en muchos hombres y mujeres de nuestro siglo. Gente que, abiertos al misterios de la Revelación, permiten que la razón entre en el ámbito de lo infinito haciéndola capaz de descubrir posibilidades de comprensión hasta hoy insospechadas.
No consigo ver hacia dónde vamos, pero sí veo multitud de estrellas reflejando la Luz que ilumina el camino de la Humanidad. Con esto me basta.

lunes, 3 de junio de 2013

Manipulaciones pro-abortistas

Ahora que en España se habla de modificar la ley del aborto (Ley Aído), no es raro encontrar noticias en los medios de comunicación que guardan relación con ella.
Hace un mes, los promotores del aborto aprovecharon la muerte de Savita Halappanavar (28.X.2012) para inclinar la balanza a su favor. Decían que había fallecido porque los médicos del Hospital Universitario de Galway (Irlanda) se habían negado a realizarle un aborto. Lo que nunca dijeron es que el juez (Ciaran MacLoughlin) que instruyó la investigación concluyó afirmando que no había habido negligencia médica y que la muerte se había producido por septicemia y por E.coli ESBL de la madre, siete días después de que esta solicitara el aborto.
Tampoco dijeron que el aborto le fue denegado porque no apreciaron “grave y sustancial peligro para la madre”, ni que dos días después de solicitarlo procedieron al parto forzoso habida cuenta de que el bebé había fallecido de modo natural.
Tampoco dirán que Irlanda, donde está autorizada la intervención médica para salvar la vida de una mujer embarazada cuando corre peligro, aunque pueda causar la muerte del niño no nacido, tiene una de las tasas de mortalidad materna más baja del mundo, 6 muertes por 100.000 niños nacidos vivos, mientras que en otros países donde el aborto es a petición es de 21, como en USA, o de 12, como sucede en Inglaterra.
También en estos días algunos medios de comunicación españoles están colaborando con la campaña organizada por la “Agrupación ciudadana por la despenalización del aborto” de El Salvador haciéndose eco de los datos aportados por esta asociación sobre el llamado caso “Beatriz”. Una colaboración que presumo va dirigida a sensibilizar a parte de la opinión pública para que no sea modificada la Ley Aído. Colaboración, pues, interesada. No en la situación de Beatriz, que es sólo un instrumento, sino en la continuidad de la Ley Aído.
Beatriz es una mujer salvadoreña de 22 años, enferma, que tiene ya un hijo de 18 meses. Pues bien, al conocer que el hijo que ahora lleva en el vientre padece anencefalia, un grupo de abogados presentó una solicitud en nombre suyo en la que exponían que Beatriz estaba en riesgo inminente de muerte, estaba entonces embarazada de 18 semanas. Ante esta solicitud, un equipo multidisciplinar estudió el historial médico de la paciente llegando a una conclusión unánime: no corría peligro la vida de la madre.
Ahora está embarazada de 27 semanas, pero desde hace 9 se está vendiendo a la población algo que no es verdad, que corre peligro su vida. Pero, es más, según dice el Director del Instituto de Medicina Legal de El Salvador, los grupos pro-aborto le están sometiendo a gran presión y “le han dicho que tiene riesgo de morir si no aborta, lo cual no es cierto”. “Se está manipulando a la chica”, concluye el citado director (que es psiquiatra).
Por otra parte, cuando este caso salió a la luz, la asociación bioética recomendó el parto inducido, no el aborto. Algo que es posible desde la semana 24 y de lo que Beatriz ya tiene experiencia pues su hijo mayor nació a las 26 semanas de gestación.
Pero, en este caso, ¿cuál es el verdadero problema? No lo es la madre. Es el hijo que lleva en su vientre. Tiene una malformación cerebral con ausencia parcial de cerebro, cráneo y cuello cabelludo. De modo que, si el niño no nace muerto, fallecerá algunas horas o días después de su nacimiento (en la mayoría de casos). Esto es, la madre no corre ningún peligro y el niño fallecerá pronto por causas naturales.
Ante esto, algunos medios de comunicación y las asociaciones pro-aborto solicitan que sea abortado. Pero, ¿es mejor matarlo, troceándolo en el vientre de su madre o quemándolo mediante una inyección salina, que dejarlo que fallezca de forma natural?
Mi respuesta es no. Además de que se le ahorrarán a Beatriz las frecuentes consecuencias físicas y psicológicas que conlleva el aborto provocado, hay que recordar que abortar a un niño porque no viene bien se llama eugenesia. Y ya sabemos las consecuencias que ella tiene, como nos iremos enterando de otras nuevas que ya son realidad, pero se ocultan. No somos dueños de la vida ni de la muerte. Hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir. 

lunes, 20 de mayo de 2013

Sobre la posible nueva Ley de Educación


No es la ley que yo esperaba pero, aún así, es mejor que la que hay. No encuentro motivos para que no se ponga en marcha, pero sí descubro aspectos que debería mejorar.
Resuena en ella la cultura del esfuerzo, tan olvidada en los últimos años, a la vez que atiende a los dos extremos del alumnado: a los que queriendo no pueden y a los que pudiendo no les dejaban avanzar. Es pues una ley más próxima a la realidad que la actual. Quizás porque, como se puede leer en su preámbulo, los cambios que propone están basados en evidencias. La evidencia de una alta tasa de abandono escolar temprano y de una falta de equidad que llevaba a igualar en la desidia y la mediocridad por temor a la excelencia. Con la futura nueva Ley, vuelve la recompensa al trabajo esforzado, a la vez que abre pasarelas entre las distintas trayectorias formativas para que “ninguna decisión de ningún alumno sea irreversible”. Con ella, saber y oportunidades se dan la mano. Rompe con la falsa idea de asimilar el derecho a la educación al derecho a la escolarización, subrayando la importancia del conocimiento y el espíritu de iniciativa, que ahora llaman espíritu emprendedor.
Una de sus novedades son las evaluaciones externas al final de cada etapa, que sus críticos retrotraen a las “antiguas reválidas” como si fuera una vuelta a los tiempos pasados, pero lo cierto es que veinte países de la OCDE realizan estas pruebas a sus alumnos y su implantación evidencia una mejora de “al menos dieciséis puntos de acuerdo con los criterios de PISA”.
Otras novedades sumamente interesantes son la creación de la Formación Profesional Básica a la que pueden acceder los alumnos de quince años o aquellos que los cumplan el año natural en curso y los “programas de mejora del aprendizaje y el rendimiento” a los que se pueden acceder ya desde la primera repetición dificultando así la posibilidad de fracaso escolar. Esto es, el alumnado va a disponer de la diversidad de aprendizaje a menor edad que ahora, disponiendo a la vez de pasarelas. Novedades que no sólo benefician circunstancialmente a todo el alumnado, sino que también lo beneficia de cara a su futuro al facilitarle la posibilidad de alcanzar un trabajo en una sociedad cada vez más exigente con la formación.
Con todo, deja muchas cosas sin concretar y demasiadas puertas abiertas al arbitrio de las autonomías, algo que no comparto por mi tendencia a devolver la Educación al Estado. Como tampoco comparto la excesiva optatividad que mantiene en los bachilleratos, menor que en la actualidad pero excesiva a mi modo de ver. Y en esta línea, no comprendo cómo el Griego no es una materia troncal “obligatoria” en el bachillerato de Humanidades, como lo tendría que ser también la Física y la química en el bachillerato de Ciencias.
En cualquier caso, si tenemos en cuenta la recomendación de la OCDE sobre la conveniencia de plantear las reformas de manera constante sobre un marco de estabilidad general según se van detectando insuficiencias o surgen nuevas necesidades, no cabe dudad que esta nueva Ley (modificación limitada de la LOE) puede resultar un marco de estabilidad para empezar a hacer algo serio. Otra cosa es que lleve razón la OCDE.

lunes, 22 de abril de 2013

Obsesión


No es por la fe, sino por la razón por la que se llega a la conclusión de que el aborto voluntario es un mal para la humanidad. Detrás del derecho a la vida del concebido hay una sucesión numerosa de derechos que se justifican en función de éste. La imagen de las fichas de un dominó puestas de pie una detrás de otra es una buena imagen. Al empujar la primera, caerán todas las demás. Cuando se da luz verde al aborto, caen todos los derechos humanos que le siguen. Cae hasta la mujer. La que junto con el concebido es, en muchas ocasiones, la otra inocente.
Separar la razón del debate es lo que pretenden algunos cuando para mantener la Ley Aído invocan los acuerdos Iglesia-Estado. O admites pulpo como animal de compañía o me llevo el juego. Toda una ofensa a la razón, además de una muestra de desprecio hacia aquellos que, perteneciendo a otra religión o careciendo de ella, defienden la vida del concebido. Porque pensar que los únicos defensores del concebido son los católicos es, por lo menos, un reduccionismo.
Apuntan, como ya se vislumbraba al final de la anterior legislatura, a la libertad religiosa. Y más en concreto a la de los católicos, que para más inri son mayoría. Y todo porque temen que les sea adversa la razón de número que permite legislar a la Democracia. Saben que son menos en la cámara baja y que pueden perder. Pero ni les importa la razón, ni el número cuando este no les es favorable. Que es como decir que les importa poco la Democracia. No hay paz en las calles cuando ellos pierden. Comienza un tiempo de acoso. Y esto dice mucho en contra de la alta estima que dicen tener a la Democracia.
Pero es más, ¿creen que los defensores del derecho a la vida del concebido van a abdicar de su razón para conservar los acuerdos Iglesia-Estado? Acaso, ¿deja de moverse una parte del cuerpo mientras que intentan inmovilizarle la otra? Evidentemente, no. Forcejeará con todas sus fuerzas hasta mover el cuerpo entero.
La única atadura que acepta la libertad es la de la responsabilidad que implica el bien común. Pero este no es como un barco a la deriva, desorientado a merced de fuerzas extrañas que lo llevan de aquí para allá. Tiene su norte, el anclaje necesario y los aparatos suficientes para llevarlo a buen puerto, entre los que destaca el valor absoluto de la persona humana.
El Derecho a la vida es el primer derecho. Cuando este se obscurece, se nublan los otros. Sin él, el valor de la persona humana queda cogido como por alfileres. Porque, si se tira por la borda al inocente, ¿quién no irá detrás? Todo lo que vemos o sobre lo que se puede ejercer algún poder, puede ser empleado como medio. Sin embargo, sólo el hombre (varón y hembra) es fin en sí mismo. Utilizarlo como medio es cosificarlo. Y este pensamiento kantiano expresa la cima de la ética occidental.
Pero no nos perdamos en digresiones. No es la sinrazón la que lleva a algunos a cuestionar la libertad religiosa para obtener el aborto voluntario, que es lo que representa de facto la Ley Aído. Es la obsesión. La obsesión por quitarse de en medio a los que no piensan como ellos. Primero a los católicos, después al resto.

lunes, 15 de abril de 2013

Los nuevos hobbits


Cuando Gandalf el Gris se presentó ante Bilbo para proponerle una aventura, éste no dudó en responder que ni él ni ningún otro hobbit de la Comarca estaría dispuesto a acompañarle. Los hobbis amaban la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra; gustaban de los placeres de la mesa, de la cerveza y de las reuniones familiares entre el humo de una buena pipa. Pero si hoy es un pueblo conocido es precisamente porque primeramente Bilbo y, después, Frodo, Sam, Merry y Pippin, salieron de la Comarca, más allá del Brandivino, para participar en la gran epopeya de la Tierra Media. Y si hoy los hobbits siguen disfrutando de la paz y la tranquilidad es porque éstos últimos decidieron arriesgar su seguridad.
Los años de Bienestar nos han hecho un poco hobbits. En general, nos hemos afianzado en el terruño y hemos desterrado cualquier proyecto que supusiera alejarnos de nuestra rutinaria y local comodidad. Al fin y al cabo, siempre había alguien que nos cubría las espaldas. Mi propia generación, ya aburguesada, fue tratada entre algodones por su generación precedente, una generosa y sacrificada generación que habiendo conocido la precariedad no estaba dispuesta a que se repitiera en sus descendientes.
En aquellos días era difícil encontrar a alguien que no tuviera parientes o conocidos que emigraran en busca de trabajo. En mi tierra lo hicieron preferentemente a Francia, aunque también los hubo quienes fueron a Alemania, Suiza e, incluso, a New York, Venezuela o a la Argentina. Todavía llegan cartas de los descendientes de aquellos que se quedaron. Como llegan los cuestionarios que darán fe de vida de aquellos que volvieron y continúan cobrando sus pensiones. Pero mi generación tuvo la suerte de ver cómo disminuyó, hasta desaparecer, el drama de la emigración. Como ha conocido también su contrario, el drama de la inmigración.
No obstante, han bastado cincuenta años, desde aquellos sesenta, para que la historia se repita en parte. Y motivos no faltan. Con los últimos datos, el tanto por ciento de jóvenes de entre 15 y 29 años que ni estudia ni trabaja es el 21,1 en España, el 15,4 en la UE y el 9,7 en Alemania.
Evidentemente, entre estos “nini” hay muchos que estarán echando currículos mientras perfeccionan su saber, aunque por no realizar estudios oficialmente reconocidos no pueden dejar de formar parte de la citada estadística. En cualquier caso, son jóvenes que nunca han tenido un primer empleo y que viven del apoyo familiar. Uno más en la familia en un momento en el que cada vez un mayor número de ellas se encuentra en situación precaria.
Surge, de nuevo, la cuestión de la emigración, con la diferencia de que ahora la mayoría de los jóvenes cuestionados tienen estudios y cualificaciones profesionales superiores. Además de que, precisamente, es la posesión de alguna cualificación lo que lleva aparejado toda oferta. Lo otro es el idioma.
No es el mismo drama de antes. No es embarcarse hacia lo desconocido sin oficio ni beneficio. Nuestros jóvenes conocen idiomas, algunos de ellos han disfrutado de un Erasmus y han tenido la experiencia de vivir en otros países europeos. Sólo tienen que responder a unas ofertas que les obligarán a dejar el terruño, a la familia, …, durante un tiempo al menos. Y vuelve el drama, si no para ellos, sí para sus familias. Y si se van, se preguntan, ¿volverán? Mi hermano no volvió.
El mundo ha cambiado, no es esto lo que esperábamos. Queríamos a nuestros hijos cerca, queríamos jóvenes preparados para levantar el país. Y, ahora, hijos jóvenes preparados se van lejos a dar lo que aquí han aprendido. Y esto es una manera de contemplar lo que sucede. La mejor manera de escribir un drama.
Pero hay otra forma de ver las cosas. La que contempla la realidad del momento. Aquí hay un drama no escrito, sino viviente. Gran parte de una generación preparada puede perder la oportunidad de ejercer algún oficio. Si salir fuera supone salir del drama, hay que salir. Si, además, esa salida se hace con la intención de volver, mejor que mejor. Vendrán como agua de mayo.
Salir conlleva aprender un idioma, conocer nuevas culturas, perfeccionar el propio oficio, aprender de la mentalidad empresarial de otros países, hacer currículum. Pero, sobre todo, trabajar y aprender a vivir con los propios medios. Traer dinero a casa, independizarse, hacerse un hombre o una mujer, madurar.
¿Quién, a los veintitantos años, no ve en todo ello una oportunidad? Pues si hoy escribo esto es porque los hay. La comodidad no sólo nos ha hecho como hobbits, sino que también nos ha impulsado a educar a nuestros hijos para serlo. Por suerte, de vez en cuando surge un Bilbo o un Frodo o, mejor aún, un Sam. 

lunes, 8 de abril de 2013

Desahogo ante el homo-móvil


Cuando la mejor manera de presentar un trabajo era escribirlo a máquina, todos soñábamos con algo distinto. Y llegaron los ordenadores de sobremesa, a los que siguieron los portátiles. Un buen instrumento de trabajo que se convirtió en poco tiempo en almacén de juegos. Y, como consecuencia, una nueva forma de perder el tiempo tanto para mayores como para niños. Y lo peor es que no se perdía el tiempo con otro sino con una máquina.
Con la llegada de internet a los hogares las posibilidades se multiplicaron. El ordenador se convertía en un gran instrumento de trabajo, no sólo individual sino también colectivo, a la vez que daba la posibilidad de perder el tiempo también colectivamente.  Con el móvil o la tablet sucede algo parecido. Nuevas tecnologías que simplifican complicadas situaciones de la vida, pero que conllevan un riesgo, el de su uso desordenado.
Esto es, la tecnología que está pensada para el avance humano, puede también atontar a muchos humanos, como lo hizo la televisión. Hacerles perder humanidad. Es como un arma de dos filos y, en este sentido, su uso adecuado necesita una educación previa, no un manual de funcionamiento, sino sobre su verdadero fin. No obstante, hay que reconocer que no es tarea fácil pues la gama de posibilidades de cada nuevo “aparato” es tan variada y extensa, como difícil de prever. Además de que el ser humano es libre hasta para equivocarse.
Dicho lo anterior, he de reconocer que con este artículo sólo pretendo un desahogo. El del que ve que hay cosas que no funcionan como deben y se siente impotente. El desahogo del que ve cosas buenas que van quedando atrás y que no puede traerlas de nuevo sin la ayuda de los demás. Algo que tiene que ver con la deshumanización del hombre (varón y hembra) debido a la aceleración del individualismo acérrimo que el mal uso de la tecnología propicia.
Veamos algunas situaciones:
La televisión encendida y los niños sentados en los sillones con sendos móviles. Cabeza medio inclinada sobre el móvil que mantienen a media altura con una mano. Entra el padre con un libro y apaga la televisión. Todos levantan la cabeza protestando. Ninguno miraba, asegura el padre. Pero seguíamos el contenido, replican ellos. ¿No es mejor concentrarnos en una cosa?, dice el padre. ¡No!, responden todos. Y abandona el salón porque no puede concentrarse en la lectura por culpa de las tonterías que se dicen en la televisión. Sale como un derrotado. Sabe que no es la primera derrota y que él ha contribuido a ella.
Una madre, contenta por tener en casa a sus hijos (hijas) y amigos (amigas) entra en su salón. Los niños se han reunido con los amigos. Hay silencio. No se hace al entrar ella, sino que ya lo había antes. Los encuentra a cada uno ensimismado con su móvil. La cabeza medio inclinada sobre el móvil que mantienen a media altura con una mano. Unos chatean con amigos que no están allí, otros se distraen con juegos. Están juntos pero aislados. Ni la wii ha conseguido unir intereses. ¡Qué bien os lo pasáis!, exclama la madre. Todos levantan la vista, sonríen con una sonrisa sardónica y vuelven a su anterior posición. La madre abandona el salón con una sensación extraña. Echa de menos aquellos días en los que tenía que entrar para decir que se callaran o que no hicieran tanto ruido porque abajo vivían.
Un padre sale a dar una vuelta, saca al perro que sus hijos le pidieron que comprara con tanto interés y al que, ahora, sólo él y su mujer hacen caso. A lo lejos se acerca una pareja que destaca por su altura. Cuando están cerca comprueba que no se dicen nada, tanto el joven como la joven hablan por el móvil. Cabeza medio inclinada sobre el móvil que cada uno mantiene a media altura con una mano. ¡A buenas horas hubiera yo desperdiciado un rato con mi novia!, piensa el padre. Aunque quizás -piensa- no sean novios. Pero, ¿y la educación? ¿Cómo puede ir alguien al lado de un amigo o amiga y desaprovechar la ocasión de hablar?
Un profesor universitario contempla a sus alumnos entrando con el móvil. Llegan en grupos pero cada uno a la suya. Cabeza medio inclinada sobre el móvil que mantienen a media altura con una mano. La mochila a la espalda. Cuando llegan a sus respectivas mesas lo apagan, aunque es cierto que a algunos hay que recordárselo. Llega el parón del periodo de dos horas seguidas y el alumnado sale con prisa del aula encendiendo el móvil. El profesor sale del aula para beber y los ve en silencio apoyados en las paredes, o en lo que sea, con la cabeza medio inclinada sobre el móvil. Lo mismo sucederá al finalizar la segunda hora. Les dice: se ve que tenéis muchas cosas importantes que tratar con gente de otros lugares. Sonríen y siguen comprobando los mensajes que les han entrado con el whatsapp.
Una profesora de Instituto avanza por uno de los largos pasillos, quitándose de encima al alumnado que parece no verla. Delante de un aula un estudiante habla por un móvil. Se acerca y le pide que se lo entregue, como manda el protocolo de las normas de convivencia. El estudiante se niega. Otros estudiantes aparecen en escena, curioseando. La profesora le recuerda la norma y se lo vuelve a pedir amablemente. El estudiante se excusa diciendo que creía que nadie le veía. La profesora le recuerda que su obligación es pedírselo y que la de él es entregárselo. Que si desea llamar a alguien puede hacerlo desde el teléfono de Jefatura de Estudios y que, además, si alguien desea llamarle puede hacerlo al teléfono fijo para que de inmediato le busque un conserje. El estudiante se niega. ¿Qué hacer?
Los ejemplos pueden multiplicarse. Ustedes mismos conocen situaciones en las que suena el móvil en el momento y lugar menos adecuado. Quizás hasta han leído el lenguaje vulgar con el que se comunican. Quizás hayan recibido a una visita que deja la conversación porque le ha sonado el móvil y debe contestar. Quizás hayan entrado a un restaurante y visto cómo, mientras los adultos conversan, los niños están cada uno con su móvil (a veces, hasta los adultos). Cabeza medio inclinada sobre el móvil que mantienen a media altura con una mano. Quizás,… Perdonen, debo dejarles, me está sonando el móvil.

sábado, 6 de abril de 2013

Apuntes sobre la creación


Llueve como anteayer. “No se equivocan ya”, me dicen, en referencia a los meteorólogos. Tal como predijeron, ayer salió un sol hermoso y pudimos hacer la travesía programada. El agua caída corría por las veredas; su sonido y frescor alegraba la caminata. Nunca había visto tanto caudal en ese riachuelo que se unirá al Jándula en unos kilómetros. Hoy, en cambio, nos refugiamos en el porche del hotel La Mirada o en sus espacios interiores.
No recuerdo un domingo de Resurrección como este. Con lluvia y niebla que impide ver el santuario de la Virgen de la Cabeza que, a menos de un kilómetro y sobre un cerro, parece haber desaparecido. Sólo las campanas que llaman a Misa de doce confirman su presencia. Espero que escampe y que la mañanita de niebla pueda transformarse, como dicen en Albacete, en tarde de paseo.
Aprovecho el mal tiempo para escribir. Como bibliografía, un libro de Joseph Ratzinger[i] pues toda salida al campo me lleva a reflexionar sobre la Creación. Además de que la tengo fresca pues en la noche del sábado, en la celebración de la Vigilia Pascual, la primera lectura traía el relato del Génesis sobre ella. “En el principio Dios creó el cielo y la tierra”, así empieza el “eco de la historia de Dios con su pueblo”, “el empeño de Dios por hacerse progresivamente comprensible al hombre” que es, al mismo tiempo, “la expresión del esfuerzo humano por comprender progresivamente a Dios”.
Se sabe que creación y evolución no se contraponen, que ambas hipótesis son compatibles. Ni siquiera la teoría del Big Bang, enunciada por el sacerdote católico Lemaître y desarrollada en un principio por el premio Nobel George Gamow, contradice la creación de la nada pues no hay modelo físico convincente para el primer diez elevado a menos 33 segundo del universo. Mutación y selección pudo ser el camino, pero la intervención de un Dios creador en el origen, y en la continuidad del Universo, es la hipótesis racional que “aclara más y mejor todas las demás teorías”. Así lo sugiere el orden de la Naturaleza que inspira las leyes científicas. Mutación y selección “dirigidas” por tanto, en contra del azar con el que dogmatizaba Monod.
En la citada Vigilia, memoria de la madrugada del primer domingo de resurrección, el que luce por sí mismo, el que ilumina a los demás domingos, también a aquel “séptimo día” (el Sabbat de los judíos) en el que Dios descansó, los sacerdotes trinitarios que concelebraban regalaron un librito[ii] a los participantes. Transcribo los dos primeros renglones: “Creer en Dios no consiste en creer que Dios existe. Creer en Dios es creer que Dios interviene en la historia y en mi vida”. Y esta es la dirección que tomo. No entro en cuestiones existenciales, ni pierdo el tiempo con el dios relojero. La cuestión es: ¿cómo este relato del Génesis interviene en la historia?, ¿de qué manera esta imagen, bella, sencilla y grandiosa a la vez, enseña verdades esenciales a una civilización que vislumbra las más lejanas galaxias y descompone la materia en partes infinitesimales?
Fue en el exilio babilónico -dirá Ratzinger- cuando la Creación se convirtió en el tema dominante, en la tabla de salvación del pueblo elegido. Habiendo perdido la tierra prometida y su Templo, habiendo desaparecido el pueblo del mapa, sólo cabía pensar que su Dios era un dios débil. La fe había quedado vaciada de contenido. Pero fue por medio del relato de la Creación como empezaron a conocer el nuevo rostro de Dios.
No era el Dios de una sola tierra, sino que lo era de todas. En sus manos estaban todos los pueblos. Era el Creador de todo, en quien residía todo poder. Había que confiar en él. El origen del Universo no era el resultado de una lucha entre fuerzas enfrentadas, sino el resultado de una decisión libre de Dios. Se ajustaba a un plan ordenado que hablaba de la sabiduría de Dios. Los astros y los animales no eran dioses, sino criaturas creadas por él y, por tanto, no había motivo para temerlos. La Razón de Dios entregaba así el Universo a la razón del hombre.
Por otro lado, Dios les había manifestado su amor al crearles a su imagen y semejanza. Sin necesidad alguna, por su propia libertad, les había creado y, además, como él. Y si, al término de cada día, el Creador repetía como estribillo: “vio Dios que era bueno”, después de crear al hombre y a la mujer cambió notablemente: “vio Dios cuanto había hecho, y todo era MUY bueno”, lo que entrañaba la bondad de todo lo creado y, especialmente, la del propio hombre. Era un Dios bueno que creaba algo bueno.
Finalmente, con la santificación del séptimo día mediante el descanso, el pueblo judío entrevió la señal de alianza entre Dios y el hombre. Había que liberarse de la esclavitud de los quehaceres, contemplar las maravillas del poder divino, participar de su serenidad y libertad. Casi puede decirse que “la Creación estaba dirigida hacia el Sabbat”. Un día de adoración que, a diferencia de otras religiones, contiene en sí misma una moral.
Han pasado milenios y aquel primer mensaje del Creador sigue siendo válido, un Dios poderoso, sabio, que actúa libremente con amor y bondad infinita, cuya delicia es estar con los hijos de los hombres. Pero la intervención de Dios no ha cesado y hay que leer el Antiguo Testamento a la luz de Nuevo para que la imagen bíblica de la Creación alcance su forma definitiva y equilibrada: “En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios …” (ver Jn 1, 1-3). Somos “hechura suya, creados en Cristo Jesús para las obras buenas, que Dios preparó para que por ellas caminemos” (Ef 2, 10). Pero esto lo dejamos para otro momento.
Salgo de Andújar con agua por todas partes, cruzo los nuevos túneles de Despeñaperros que llevan a los campos inundados de Ciudad Real.  Me maravillo ante la obra de ingeniería tanto como ante la precisión de las predicciones meteorológicas. Es la razón humana que participa de la Razón de Dios. Inundaciones. La Naturaleza que sigue sus leyes. Muerte. Consecuencia del pecado que cambió la creación original. Y por fin, la resurrección de Cristo que renueva la creación “pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (Col 1, 20). Y nosotros, esperando “nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia” (2 Pe 3, 13).


[i] Creación y pecado. EUNSA, 2005.
[ii] Mensajeros de Cristo Redentor. Biografía popular en el año jubilar trinitario 2013.