domingo, 6 de octubre de 2024

Para entender el mundo de hoy (IV)

 

 

En los anteriores artículos hemos visto la necesidad de intentar entender el mundo de hoy para poder transformarlo, la pretensión institucional de olvidar la aportación del cristianismo a la construcción de Europa y, por último, la contribución de la fe como guarda de la razón. Llega ahora la necesidad de poner fecha y contenido al origen de las ideas que hoy prevalecen.

Aunque nada surge de modo espontáneo, de hoy para mañana, que todo necesita de un periodo de incubación, si hubiera que poner fecha al origen de las ideas actuales no dudaría en situarlo en el siglo XVIII. Ideas que se acentuarán en el siglo XIX, que se desestabilizarán en la primera mitad del siglo XX y que, reconvertidas en su segunda mitad, son las que dominan este comienzo del siglo XXI.

Es a finales del siglo XVIII cuando dos acontecimientos, la independencia de EE. UU. y la revolución francesa, devolverán al presente un sistema de gobierno ausente durante más de dos mil años: la Democracia. Pero es también el siglo de la Ilustración (hija del Renacimiento y de la Reforma alemana). Con ella surge el liberalismo político y la creencia en el progreso indefinido de la humanidad, como efecto directo e inmediato de la “ilustración” del pueblo [RCG]. Es también el origen de las religiones políticas y la base de la modernidad ideológica (liberalismo, nacionalismo, marxismo, positivismo y cientifismo) que hoy padecemos. Por todo esto, como escribió Yepes Stork, entender el presente es entender la Ilustración. Y al revés, no entender la Ilustración es no entender el presente.

No es aventurado afirmar que el presupuesto fundamental del que derivan las ideas ilustradas es la pérdida del sentido trascendente de la vida, o sea, la secularización del pensamiento [RCG]. Ya, Blake, en aquel tiempo, afirmará que la Ilustración es un oscurecimiento del espíritu. No olvidemos que el encuentro del cristianismo con el filosofar griego (al que cristianizó), invirtió los términos haciendo del hombre una criatura de Dios y como tal, llamado a la trascendencia [LS], sustituyendo así el inmanentismo clásico por el pensamiento trascendente.

Esta secularización tiene doble cara: por un lado, la positiva desclericalización del mundo teocrático medieval, es decir, la autonomía del poder político con respecto a la religión; y, por otro lado, la secularización fuerte, es decir, el proceso por el cual el hombre rompe con Dios y se erige como centro de todo, y rechazando el culto a Dios erige el de la Humanidad, lo que Mariano Fazio llama “religiones sustitutivas”, recordando la tesis del historiador británico Christopher Dawson: toda civilización se sustenta en los pilares de la religión [POS]. De hecho, la revolución francesa, como más tarde Compte, sustituirá a Dios por la Razón, la Cruz por el árbol de la Libertad, la Gracia de Dios por la Razón del Hombre y la Redención por la Revolución. Toda una nueva religión.

Con este punto de partida (el olvido de Dios), es fácil comprender que el pensamiento moderno se centre en el hombre, en la antropología. Pero es un hombre que, al vivir su vida, no cuenta ya con un criterio objetivo, una norma o un fin que le oriente. Que es el drama del hombre actual. (Continuará).