Europa es y será siempre un tema de análisis y preocupación. Pero, cuando
todo parece ir bien (¿todo?), cualquier pretensión de corregir su deriva suele
sentar mal. Sucede también con otros temas. Por eso, lo que voy a escribir aquí
no era “noticia” decirlo antes. Hoy, sin embargo, la guerra que tiñe de rojo a
Ucrania obliga a volver la mirada hacia Europa, su origen, su historia, su
identidad. ¿Cuál es su presente y hacia dónde camina?, he aquí la cuestión.
Quizás esta pregunta
debiera ser respondida por especialistas y hasta fuera necesario organizar un
congreso para contestarla. Lloverían ponencias y comunicaciones, pero
¿sacaríamos algo en claro? Quizás sí, quizás no, quizás hasta dependiera de quién
ponga el dinero para su organización o para el posterior desarrollo de sus
conclusiones.
Desde luego que, en
solo un mes, el presente de Europa parece haberse distanciado grandemente de su
pasado inmediato. En efecto, la aparición efectiva y real de un posible enemigo
ha estrechado los lazos entre los 27 países que componen la UE. Hasta la tan
denostada Polonia es hoy bendecida, subvencionada y celebrada por su acogida a
los refugiados de la guerra.
La amenaza ha
llegado a las fronteras de Europa y puede servir de excusa para despertar en
ella algunas cuestiones que se mantenían aletargadas. La alianza atlántica, tan
criticada por los progres de nuestro país, ha vuelto a ser deseada y aplaudida.
Algunos suspiran ahora por ver a Sánchez junto a Biden y Jonhson en algún yate.
Miramos a EEUU de nuevo. Ni los atentados y amenazas islamistas, ni la crisis
del 2008, ni la crisis migratoria, ni la pandemia, habían unido tanto.
Hasta ayer, Europa
había conseguido la unidad económica y casi monetaria, disponía de un
Parlamento y un sistema judicial que imponía. Todo parecía ir sobre ruedas. Se
deleitaba en sí misma. Pero, como diría André Frossard, le faltaba un alma, que
es el principio de unidad de todo ser vivo. O, más bien, había renegado de su
alma y, en consecuencia, estaba construyendo una unidad ficticia.
Esa alma tiene que
ver con la cultura, y la cultura europea actual ha descarrilado (Habermas). Más
aún, no ha salido de la vía en busca de un cambio, sino de una “ruptura” con
todo lo anterior. No ha sido un simple cambio de agujas, sino un
descarrilamiento intencionado.
Entre los elementos
que han influido en esta ruptura está el relativismo cultural, la negación de la
posibilidad de conocer la verdad y, por tanto, la afirmación de que todo vale o
todo tiene el mismo valor. Le acompaña el positivismo jurídico que no legisla
teniendo en cuenta lo que es bueno y lo que es malo, sino en función del número,
de la mayoría. O, peor aún, en función de la ideología del momento impuesta por
una minoría. Los Derechos Humanos se han convertido en derechos personales a la
carta, cada cual los reinterpreta según sus necesidades, su bienestar o sus
propias debilidades.
Se da la paradoja de
exaltar la Naturaleza y, a la vez, negar al hombre su verdadera naturaleza. La
ideología de género se encarga de ello. Una ideología marxista que cambia
obrero por mujer, empresario por varón. Biología y ciencia por ideología, que
se impone en el sistema educativo desde la más tierna infancia. El paradigma de
la defensa a ultranza del inocente ha sido sustituido por “el cuerpo es mío y
yo decido”. La vida en el vientre de la madre no tiene valor. Incluso hay
vientres de alquiler, todo puro comercio. La vida del enfermo y del anciano se
ha puesto en manos del criterio de otro. El suicidio es aceptado so capa de
eutanasia. La familia y el matrimonio ya no se entienden de manera única, toda unión
acordada la suple, la duplicidad de sexos ya no conforma su esencia. Se ha
cambiado el significado de las palabras, éstas se han vuelto locas y, cuando
las utilizas, no sabes ya a qué atenerte.
Durante los últimos
años, Europa -tan centrada en la cuestión económica- ha frivolizado sobre el
hombre, su antropología y su esencia. Incluso profetiza sobre la extinción de
la raza humana tal como la conocemos, y se entusiasma con la aparición de un
nuevo tipo de hombre (¿les suena?). También lo hizo sobre la guerra, haciendo
partícipes a una mayoría de un pacifismo ingenuo e infantil. Ha coqueteado con
el comunismo, e incluso hay países como España en los que gobierna. Se ha hecho
una política agraria y energética de tiempos de paz, desaprovechando los
propios recursos y haciéndose dependiente del exterior, como si del exterior no
pudiera venir nada malo. En fin, parece que lo económico lo invade todo, sólo
se puede dialogar sobre ello, dejando a un lado lo que hace posible un alma
común.
Por todo esto y más hay
quien habla de la decadencia de Occidente con acierto. Pero, como vemos, los
enemigos de Europa -como en toda civilización- no están sólo fuera, sino
también en su interior. Ésta se había construido sobre los pilares de las
culturas griega, romana, judía, germánica y eslava, todas ellas traspasadas por
la Cristiandad. Y apoyadas sobre valores cristianos surgieron las revoluciones
de siglos atrás contra el propio cristianismo, que fue como pegarse un tiro al
propio pie, a su propio cimiento. Por eso digo que el mal está dentro. Falla el
concepto de libertad, falta la idea de un Creador, hasta la confianza en la
razón ha sido sustituida por ideologías.
Acabo.
Si me preguntan por
su futuro, sólo me atrevo a decir que no basta con ponerse en pie de guerra, no
basta la unidad frente al enemigo exterior, es necesario no romper con la
cultura que convirtió a Europa en una gran civilización, unirse en la defensa
de los valores que la llevaron a progresar. Defender al ser humano, biológica y
espiritualmente, su razón y su trascendencia. Repensar lo que hace libre al
hombre -varón y hembra-, así como el origen de esta libertad. Reconocer los
límites del hombre, los límites del obrar. Insuflar en cada ciudadano europeo un
auténtico sentido de la vida que le permita esperar de ella algo valioso. Recobrar
la esperanza, volver a ambicionar el compromiso de extender la cultura que la
hizo grande. Hace falta volver a la sabiduría sin dejarse embaucar por un plato
de lentejas.
Muchas gracias Javier,
ResponderEliminarno pude escucharte por problemas con meet, pero me ha gustado mucho tu reflexión sobre Europa y la sociedad europea.
me