martes, 19 de enero de 2010

El drama de Haití (19-12-2010)

El drama de Haití

Mientras una parte del mundo llora por Haití, la otra parte -a la que la guerra y la hambruna ha secado sus lágrimas- sigue gritando desconsolada a la espera de que alguien se interese por ella. El drama de Haití es algo que hay que solucionar con presteza, pero no será el último, como no es el único. El río de generosidad emanado ante tamaña catástrofe debe seguir fluyendo hasta llegar al último rincón de la tierra. Porque abrir los ojos sólo después de la catástrofe no es suficiente.

Preocupados por el futuro, que se aventura sombrío con la amenaza del cambio climático, podemos perder de vista el presente. Hoy hay que ayudar a Haití, como ayer hubo que hacer lo propio en otras naciones. Pero mañana no es dentro de cien años y las actuaciones a largo plazo no pueden impedir las que son urgentes ahora. Después del drama de Haití, vendrá otro drama que ya se está gestando. Es más, que ya lo es, pero que parece no ser porque todavía carece de desenlace.

Cientos de cadáveres apilados o desperdigados por el suelo, pillaje y rapiña. Hedor a podredumbre, insalubridad, carencia de alimentos básicos. Muerte y desorden. El gran absurdo: la vida de unos que vale poco para otros. En algunos lugares es fácil perder la vida, no por causas naturales sino por egoísmos humanos.

Con lo de Haití, la televisión y la prensa ha mostrado la realidad de una parte del mundo. Cada cadáver es un ser humano; padre, madre, hombre, mujer, niño o niña. Una historia acabada. Pero un ser humano. Ya no hay en él belleza que atraiga o gesto alguno que lleve a considerarlo individualmente. Presenta un rictus de dolor que nos mueve a compasión y nos coloca, frente a frente, ante una de las pocas verdades de esta vida: también los hombres mueren. Y lo hacen entre cientos, entre miles, de forma que ese ser personal e individual que creíamos ser, y que nuestro yo había enaltecido, se derrumba ante el hecho de aparecer como uno más. Otra realidad de la vida: lo poco que somos.

Cuando al finalizar una charla el jueves pasado, ya conocido el desastre, alguien me preguntaba: ¿causalidad o casualidad?, no tuve duda al afirmar: ¡causalidad! Pero una causalidad de la que desconozco la causa. Para mi es incomprensible el motivo por el que muere tanta gente inocente. Pero no es el azar. Porque este mundo no se mueve por azar. Ni siquiera la ciencia se mueve por azar. El azar –decía el famoso matemático Poincaré- no es más que la medida de nuestra ignorancia. Tampoco es cosa de dioses enfadados y caprichosos. El drama de Haití es una realidad que esconde una verdad ante la cuál no puede permanecer el hombre indiferente. Y toca a cada hombre descubrirla. Creo que tiene que ver con el sentido de la vida. La fe nos puede ayudar, pero también la razón.

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