martes, 3 de agosto de 2010

De vacaciones (03-08-2010)

De vacaciones

Por fin, las vacaciones. Vida en familia en la que priva ocupar el tiempo libre de los hijos a la vez que se buscan las colas de tiempo para la lectura, el estudio y la escritura de aquello que uno no ha leído, no ha estudiado o no ha escrito a lo largo del curso. Tiempo de paseos y de encuentros con amigos que casi no se han visto en todo un año. Conversaciones que dejamos sin acabar y que hoy continúan en el mismo punto en el que fueron abandonadas. Baños en el mare nostrum que alivian las vías respiratorias, suavizan las durezas del cuerpo y nos devuelven al tiempo perdido de la infancia con sus juegos en la arena, la lucha con las olas y la recogida de pechinas con las que preparar un plato sabroso, pero escaso, para el aperitivo. Efecto, todo ello, de una sociedad de bienestar de la que hoy participan algunos menos. Tiempo de ocio al que se accede, paradójicamente, mediante el trabajo y que lo convierte en una cuestión esencial. Más aún cuando éste no garantiza las necesidades básicas y se hace difícil de conseguir.

¡Qué lejos están aquellos tiempos en los que Adán y Eva se paseaban por el paraíso sin hacer nada! Hoy no se puede vivir sin hacer nada. ¡Qué lejos también aquella idea de que el trabajo es un castigo! Pues hoy millones de hombres y mujeres luchan por conseguirlo. ¡Bendito castigo!, dirían algunos. La cuestión del trabajo es paradójica. Los que lo tienen se quejan, los que no lo tienen se afanan por encontrarlo. De manera que a la cuestión esencial del trabajo se suma hoy la de crear empleo. Empleo para sobrevivir y, si es posible, para alcanzar el bienestar perdido. Lo que nos devuelve a una realidad: las cosas buenas no son imperecederas por sí mismas. Hay que luchar continuamente por su mantenimiento.

Crecimos en la sociedad del bienestar y llegamos a pensar que podíamos vivir como ricos, que teníamos crédito suficiente para tirar siempre hacia delante, cuando la realidad ha resultado distinta e, incluso, cruel. Sólo los ricos pueden vivir como ricos. Lo que teníamos había sido producto del sacrificio y sólo con el sacrificio se puede mantener. El problema, ahora, está en que no se sabe hacia dónde dirigir el sacrificio. Hacen falta hombres y mujeres con ideas e iniciativas capaces dirigir la capacidad de esfuerzo tan propia tanto de las nuevas generaciones como de los nuevos parados. Propuestas novedosas e inversiones arriesgadas que apuesten por nuevos tipos de empresas y oficios para ocupar mercados vírgenes.

Y el papel del Estado es el de subsidiar, colaborar para que todo ello vaya adelante. No podemos permitir que el Estado, y donde dice Estado cabe leer Ayuntamiento, sea la más poderosa empresa. Es lamentable que el mayor número de empleos generados en este año sea el de empleados públicos. De esta forma no se sale de la crisis. Al fin de vacaciones. Tiempo de conversaciones que dejamos sin acabar el verano pasado y que hoy continúan en el mismo punto en el que fueron abandonadas: creación de empleo, aumento del número de parados, asesores que dejan el Ayuntamiento para pasar a pertenecer a otras empresas públicas. ¿A ver quién torea estos toros? No serán los catalanes, desde luego.

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