jueves, 17 de febrero de 2011

¿Para siempre? (15-02-2011)

¿Para siempre?

Ayer fue el “día de los enamorados” e imagino que los mayores recordarán aquellas medallas que hace años se anunciaban por televisión con la inscripción “hoy te quiero más que ayer pero menos que mañana”. Pero no me pregunten cómo se anuncian hoy porque no veo la televisión. Aquel eslogan significaba “para siempre”, “hasta que la muerte nos separe”. Era la promesa entre los novios, la confirmación del compromiso de amor entre los esposos; era también negocio, ¿cómo no?

Nos reíamos de aquella iniciativa empresarial, de su aspecto superfluo. Pero hoy vemos que ha calado, que la gente participa de la fiesta. Y todos los comercios, aun los más diversos, tienen su forma peculiar –algunos, bastante peregrina- de recordarnos la fecha. Un corazón, una flecha y un angelote son sus ingredientes básicos. El resto, depende de la imaginación de cada comerciante. Mientras que lo esencial, la promesa de amor, el amor perdurable, se deja en manos de cada pareja. Y es esto, precisamente, lo que no ha calado. El día para hacer promesas continúa, lo que ha desaparecido es el tiempo de su cumplimiento.

¿Por qué hay tantos matrimonios rotos ¿Por qué hay tantos jóvenes que se separan al año de casarse? ¿Por qué el mayor porcentaje se da entre aquellos que, antes de casarse, habían ya cohabitado? Si dos enamorados quieren estar todo el tiempo juntos, ¿qué es lo que les lleva al desamor? Quizás la clave esté en la esencia de ese enamoramiento: ¿qué me enamora del otro? ¿Qué hay en el otro que me llena de amor? ¿Qué es? ¿Es tan fuerte como para permanecer unidos hasta que la muerte nos separe? O, en todo caso, eso que veo en el otro y me enamora, ¿vale por una promesa de fidelidad? ¿Vale “eso” el compromiso que voy a adquirir?

Por suerte, el amor no es tan racional. Como decía Antonio Machado, es difícil que el corazón y la razón se pongan de acuerdo; pero han de ponerse de acuerdo, añadía. Y como no es tan racional es más propio de los espíritus jóvenes. De los que no calibran ni miden sus pasos, que es otro tipo de racionalidad. Pero los jóvenes de hoy no están por el compromiso desinteresado, como tampoco lo están sus mayores. ¿Es que, acaso, no se separan tanto mayores como jóvenes?

Creo que la palabra fidelidad nos asusta. Parece que con el tiempo nos pueda obligar a comulgar con ruedas de molino. Pero no es el tiempo un discontinuo y quizá en saberlo esté la clave. Recuerdo que leyendo Momo, de Michel Ende, me impresionó la idea con la que Beppo el barrendero acometía todos los días su tarea. Había toda una avenida inmensa repleta de hojas caídas, pero él no se fijaba en lo que le quedaba sino en lo que iba haciendo. Creo que con la fidelidad pasa algo parecido, no es cuestión de ver lo que queda sino lo que hay cada día. Gustave Thibon, en su libro La Crisis moderna del amor dice algo parecido: “la verdadera fidelidad no consiste en la detención del cambio, consiste en impregnar de eterno el cambio”. Es cada instante lo que cuenta y hay cosas que hay que impregnarlas de eternidad, como hay otras para las que no merece la pena hacerlo. Los caprichos, por ejemplo, llaman al cambio y al olvido, impregnarlos de eternidad conlleva la ruina y el desenamoramiento.

En cualquier caso, plantearse continuamente la fidelidad no es buen síntoma. Es algo así como plantearse diariamente si debo ir al trabajo. Es algo enfermizo, de un egoísmo enfermizo. La cuestión del “para siempre” es algo más sencillo, que no siempre fácil, y creo que el planteamiento que hizo en su día Tomás Moro es bien elocuente: “porque te amé te hice mi esposa y porque eres mi esposa te amo”.
Bueno, les dejo, que vamos a merendar lo que queda de la tarta con forma de corazón que compró ayer mi esposa. Dulces días y hasta el próximo martes.

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