martes, 19 de abril de 2011

Semana Santa (19-04-2011)

Hoy es Martes Santo y, desde el domingo, el paso de las cofradías hace que la gente se aglutine en las aceras a la espera. Tradición y devoción, sin saber dónde acaba la una y comienza la otra. Cultura que invoca a nuestras raíces, piedad que llama a la puerta de los corazones. Memoria gráfica de un acontecimiento que cambió la faz de la tierra. Con él se inicia la historia de la Cruz, que el domingo próximo la convertirá en motivo de esperanza.


Una viuda toca con sus nudillos a la puerta de mi casa –porque el timbre no funciona- trayendo cuatro torrijas, uno de los dulces de este tiempo. “Si sois galgueros…”, dice. Y como lo soy se lo agradezco. Pero es más valioso el detalle, que se haya acordado de nosotros mientras las hacía. Me deshago en palabras de agradecimiento, pero a ella le basta la aceptación. Dicen que hay más felicidad en dar que en recibir. Pero, ¿qué se siente cuando lo que se da es la propia vida?


Las imágenes de Cristo y su Madre recorren las calles de Albacete en unos pasos que los años engrandecen. No sé si será por la crisis, pero este año veo más espectadores. Quizá sea una impresión subjetiva, pero lo que no es subjetivo es que hace dos mil años el Cristo entregó su vida por los hombres, por todos. Fray Ejemplo, que dirían mis amigos franciscanos. Y, como en aquellos días, también hay hoy quien le hace burla. Queriendo herir a sus seguidores se ceban en él. Y es verdad que se nos puede pedir más, pero no menos como algunos pretenden. Como escribió recientemente Martín Ferrand, “¿qué energúmenos son esos que, en pleno siglo XXI, propugnan el culto del odio a las creencias ajenas?”


Al fondo de la calle se descubren ya las luces de los coches de policía que abren camino a la procesión. Delante, como avanzadilla, el vendedor de pipas y chuches hace su agosto. El paso de la procesión es lento y los niños que esperan junto a sus padres se inquietan. Pero bastará una bolsa de pipas para entretenerlos. Eso o algunos niños más con los que jugar en la calzada. El redoble de tambores se hace mayor. Las cornetas se turnan. Es la música de siempre, la que mueve corazón y sentimientos, la que predispone al silencio. Aparentemente nada ha cambiado, pero no debe ser así cuando hoy se aceptan las manifestaciones religiosas únicamente si son culturales. Cuando toda una comunidad de convicciones pretende ser alejada de la vida pública. Más aún cuando toda una Constitución defiende esta libertad para participar en la libertad de todos.


Me viene a la cabeza Sajarov, el eminente físico ruso. Había conseguido evidentes avances en armas termonucleares y brindó porque ninguna de esas armas fuera utilizada jamás sobre ciudades. Pero el director de las pruebas, un alto oficial, le respondió que no era asunto suyo el cómo se deberían emplear. “Ningún hombre –respondió Sajarov- puede rechazar su parte de responsabilidad en aquellos asuntos de los que depende la existencia de la humanidad”. Ningún hombre, amigo, ningún hombre.


Rozo las capas de los nazarenos, que custodian el paso. Miro los ojos del Cristo y me digo: hay que continuar cultivando y defendiendo las evidencias morales esenciales como un auténtico bien común. Sin ellas, las instituciones no pueden durar ni surtir efecto.

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