jueves, 5 de mayo de 2011

Coincidencias (03-05-2011)

Aunque lo sugieran algunos, estos artículos no son una crónica de nuestro tiempo. Aún así, hay acontecimientos que deben quedar reflejados. Y el de la beatificación de Juan Pablo II es uno de ellos. Celebrada el domingo de la Divina Misericordia –segundo domingo de la Pascua cristiana-, que en este año ha coincidido con el día del trabajo, uno de mayo, tuvo lugar en la plaza de San Pedro del Vaticano ante más de un millón de personas y fue seguida, además, por otros tantos millones a través de la televisión.


Conocida la devoción que Juan Pablo II tenía a la Divina Misericordia, a la que dedicó su segunda encíclica (Dives in misericordia, 1980), la elección de ese día ha sido toda una muestra de cariño hacia su persona. A la vez que conlleva una invitación implícita para ahondar en el misterio de la misericordia divina. Para que, según el decir de M. F. Kowalska, arrojemos profundamente el ancla de nuestra confianza en “el abismo de Su misericordia”. Que es una manera de recorrer el misterio pascual.


Lo que sí resulta sorprendente, por decir algo distinto a casualidad, es que ese domingo coincidiera con el primer día del mes de la Virgen que es, a su vez, el día de san José obrero y día del trabajo. El cálculo de la probabilidad de esta coincidencia lo dejo al lector o lectora como ejercicio propuesto.


El amor de Juan Pablo II a la Virgen es conocido por todos y parece, más bien, un detalle de nuestra Madre para con él. Destacar aquí su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (2002) con la que quedaron establecidos los “misterios de luz”. También fue grande su devoción a San José al que dedicó su exhortación apostólica Redemptoris custos (1989). Y con respecto al día del trabajo se me ocurren dos comentarios.


Por un lado, mostró siempre gran capacidad y espíritu de sacrificio en su trabajo, hasta el punto de que cabe afirmar que la muerte le cogió trabajando. La oración también exige trabajo. Trabajó, pues, hasta su muerte, fiel al espíritu que marcó en su tercera encíclica (Laborem exercens,1981). Y no es que no hubiera conocido el pico y la pala. Repito: hasta su muerte. A pesar de los consejos que algunos periódicos anticatólicos le daban para que se retirase, algo que él mismo se planteó al cumplir ochenta años tal como queda explícito en su testamento, siguió con su encargo petrino hasta la muerte. Lo que aprovechó el Espíritu Santo para dar otra lección: no sólo el Papa puede tener ochenta años sino que, además, su sucesor los tendrá. Y vino Benedicto XVI con más de ochenta.


Por otro lado, que la beatificación del hombre que contribuyó de manera decisiva a la caída del telón de acero y que vivió más de treinta años bajo la dictadura comunista, coincida con el día en el que salen a la calle cientos de banderas rojas que, de manera más sofisticada, pretenden la consecución de aquellos mismos objetivos totalitarios, resulta por lo menos chocante. En Polonia llaman a Juan Pablo II el “beato de los obreros” y el pasado domingo se suspendió toda manifestación para no distraer la atención de la ceremonia de beatificación. En España no se suspendió, y así les fue.


En fin, muy poca crónica y algo para pensar, incluida bibliografía. Hasta el próximo martes.

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