martes, 19 de julio de 2011

Recordando a Antonio Alcolea (12-07-2011)

Mientras que un niño tocaba la guitarra, su abuelo entonaba un canto gitano. Al finalizar, el abuelo le dice: “tú llegarás a ministro”. “¿Cómo será eso?”, preguntó la abuela que escuchaba a la desafinada pareja mientras echaba cubos de agua en la acera para refrescarla. A lo que el abuelo, mirando con cariño a su nieto, respondió sin inmutarse: “mujer, si alguien que se dedicaba a organizar bailes flamencos llegó a ministra, ¿cómo no va a serlo este rapaz que toca la guitarra de oídas?”


Fui testigo del hecho pocas horas después de enterarme por la prensa de que la Organización Médica Colegial (OMC) pretendía votar un nuevo Código de Deontología Médica en el que la práctica del aborto, que hasta ahora era una excepción tolerada, pasaba a ser un derecho en el que el médico debía ser especialmente diligente. De nuevo la Aído, otra vez la mal llamada “salud reproductiva”. Me sorprendió también que ese nuevo código suprima la inclusión del juramento hipocrático, “vieja norma que es la piedra de toque que permite distinguir la deontología en sentido estricto de la adaptación conveniente a las exigencias del poder”, como escribió el profesor de la Complutense J. M. Serrano.


Siete días antes de esta noticia, moría en Albacete el doctor Alcolea Ríos. Contaba más de noventa años, por lo que debí conocerle con poco más de sesenta y cinco. Desde entonces tuve una amistad intensa durante unos diez años que, con el paso del tiempo, quedó en amistad en la lejanía. La última vez que nos vimos todavía me mostraba su agradecimiento y me hablaba con orgullo de sus nueve nietos. Ni cuando lo conocí pensé que tenía más de sesenta, ni que tuviera más de noventa cuando lo vi por última vez. Era un milagro de la naturaleza. Eso decía yo. Pertenecía a la Real Academia de Medicina y Cirugía de Murcia y había sido consejero del Consejo General de la OMC de Albacete. Pero, para mí, joven profesional en aquel entonces, era todo un estímulo por su interés en estar informado de los últimos avances médicos. Lo que más me impresionaba de él era su capacidad para entusiasmarse con las grandes ideas. Y si algún día venía cansado a la reunión de trabajo estaba claro el motivo, había estado de Adoración Nocturna en esas horas malas de la madrugada.


Juntos creamos el “Grupo de Estudios de Actualidad”, mediante el que ofrecíamos charlas a las instituciones de Albacete. De entre los ponentes, el abogado García Carbonell, el doctor Lara y él mismo eran los más demandados. Organizamos también una tertulia semanal en el Milán, más constante que numerosa, que años después de perder contacto todavía él mantenía. Pero entre las muchas cosas que vivimos y hablamos me queda una que, por estar impresa, todavía puedo releer. Fue la polémica que mantuvo con Carlos Malo de Molina a raíz de un artículo de éste en Noticias Médicas de marzo de 1989. Qué buenos ratos pasamos preparando las refutaciones. El artículo de opinión se llamaba “Consideraciones sobre la eutanasia”. Nada más actual en este momento de la España del siglo XXI en el que otra “bailaora” quiere meterla de tapadillo.


En fin, desde un punto de vista cultural, Antonio fue un hombre adelantado a su tiempo, las veía venir. Estaba muy preparado científicamente y era también hombre piadoso. Parecía un niño cuando se arrodillaba ante el Santísimo. Ahora, desde algún lugar -nosotros lo llamamos Cielo- verá al completo la trascendencia que tuvieron sus pequeñas actuaciones en defensa de la vida, así como la importancia que tiene el que haya hombres y mujeres que las perpetúen. Y al ver que los hay se alegrará. .Descansa en paz, amigo Antonio.

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