martes, 19 de julio de 2011

Una foto (19-07-2011)

Tiene la fotografía tal fuerza que aún ocupa hoy un puesto relevante. En medio de una civilización en la que predomina la imagen en movimiento, las cámaras fotográficas siguen compitiendo con los visores más sofisticados. Una imagen, sólo una imagen, sigue valiendo más que mil palabras. Evoca un tiempo pasado, denuncia una injusticia, transgrede la intimidad, puede ser considerada una obra de arte y tantas cosas más. Hasta la aparentemente más impersonal, desnuda los sentimientos de su autor. Está ligada siempre a una reflexión.


Las hay que provocan risa. Y podemos reír ante ellas sin necesidad de conocer a los personajes. Como lo hacemos ante aquellas en las que somos nosotros los protagonistas. Lo que es muy saludable pues, a veces, nos tomamos demasiado en serio y, de vez en cuando, viene bien reírse de uno mismo. Incluso compartimos esas fotografías y esas risas con familiares y amigos. Lo que ayuda a que esas sesiones interminables, que gracias a un pen-drive podemos ofrecer en una televisión, no se conviertan en un peñazo. No hay nada que tema más que alguien me diga “un día os venís a casa y os enseñaremos las fotos del viaje”.


Hay fotografías, en cambio, que sólo se contemplan en la intimidad. Con ellas se trata de recordar a alguien o algo que ha tenido importancia en la propia vida. Son las que salen a la luz en el PowerPoint de la jubilación o cuando alguien pasa a ser un personaje importante. Y como no siempre hay alguien que tenga tiempo para hacer un PowerPoint para una jubilación, pues es más cómodo regalar un reloj o unos pendientes junto a la comilona de turno, como tampoco es frecuente eso de llegar a ser personaje célebre, son fotos que perduran hasta la tercera generación, a lo más. Salvo que haya un descendiente preocupado por el árbol genealógico, lo que no suele ser frecuente en esta sociedad que abomina del pasado.


Están también esas fotografías que nos recuerdan el hambre, la guerra, la esclavitud y demás miserias del presente, tan antiguas como nuestros primeros antepasados. Fotos de una Humanidad que parece que ha avanzado poco, al menos en humanidad. Denuncian el egoísmo del superhombre, así como el sustrato de su bienestar.


En fin, hay muchos tipos de fotos. Y si antes se guardaban en un álbum, aquellas que tenían razón de intimidad o razones familiares, o se exponían en una revista por el interés general, hoy en cambio se exponen todas. Basta echar una mirada en internet para ver que estoy en lo cierto. Las redes sociales no se pueden entender sin la fotografía. Lo que es comprensible, ya que estamos en una sociedad que ha olvidado escribir, del mismo modo que ha olvidado contemplar en el sentido clásico. Y los jóvenes, ingenuamente, cuelgan sus fotos o las de sus amigos. Y dejan de ser amigos porque cuelgan sus fotos. Y empiezan las peleas y las amenazas.


El domingo pasado vi una foto en el dominical de El País que fue tomada hace casi un mes. En ella aparecía María Dolores de Cospedal en la procesión del Corpus de Toledo. Una foto que me gustó cuando la vi en nuestro periódico y que me sigue gustando. Pero que no debió de hacer ninguna gracia al comentarista del pie de foto de El País. Era el conocido escritor Juan José Millás, del que no he leído nada y del que, por razón de lo que escribe, no pienso leer nada pues veo que nada me va a aportar. Aunque evidentemente tiene su público y es de esperar que tampoco a él le importe nada el que yo le lea. Pero, amigo, leí su nombre después de haber leído su pie. Que si no hubiera sido tal, quizás ni hubiera leído su nombre.


Veo en la foto a nuestra nueva presidenta, de la que tanto esperamos, cumpliendo con la tradición secular, una tradición que en este caso trae más cosas buenas que malas. Con peineta, porque es la costumbre (la misma que llevan las altas dignatarias o las esposas de los altos dignatarios cuando visitan al Papa, y Cristo es más que el Papa), y que, además, le sienta muy bien. No es de oro, como las que llevan las mujeres en muchas de las fiestas de España, es tan solo un ornamento propio de un lugar y un momento determinado. Adorna su cuello con perlas de “majórica” -dice JJMillás-, y yo no sé si lo son o no, pero le favorecen. Si lo son, es una prueba más de sinceridad, no como esos progres que parecen unos adefesios pero llevan ropa de marca, cara, con la que engañan a la masa.


Veo una cara hermosa, con un carácter fuerte y una voluntad férrea que, si le dejamos hacer, es capaz de sacarnos de esta postración en la que nos han dejado los amigos de Juan José Millás.


Lo que da de sí una foto.

Recordando a Antonio Alcolea (12-07-2011)

Mientras que un niño tocaba la guitarra, su abuelo entonaba un canto gitano. Al finalizar, el abuelo le dice: “tú llegarás a ministro”. “¿Cómo será eso?”, preguntó la abuela que escuchaba a la desafinada pareja mientras echaba cubos de agua en la acera para refrescarla. A lo que el abuelo, mirando con cariño a su nieto, respondió sin inmutarse: “mujer, si alguien que se dedicaba a organizar bailes flamencos llegó a ministra, ¿cómo no va a serlo este rapaz que toca la guitarra de oídas?”


Fui testigo del hecho pocas horas después de enterarme por la prensa de que la Organización Médica Colegial (OMC) pretendía votar un nuevo Código de Deontología Médica en el que la práctica del aborto, que hasta ahora era una excepción tolerada, pasaba a ser un derecho en el que el médico debía ser especialmente diligente. De nuevo la Aído, otra vez la mal llamada “salud reproductiva”. Me sorprendió también que ese nuevo código suprima la inclusión del juramento hipocrático, “vieja norma que es la piedra de toque que permite distinguir la deontología en sentido estricto de la adaptación conveniente a las exigencias del poder”, como escribió el profesor de la Complutense J. M. Serrano.


Siete días antes de esta noticia, moría en Albacete el doctor Alcolea Ríos. Contaba más de noventa años, por lo que debí conocerle con poco más de sesenta y cinco. Desde entonces tuve una amistad intensa durante unos diez años que, con el paso del tiempo, quedó en amistad en la lejanía. La última vez que nos vimos todavía me mostraba su agradecimiento y me hablaba con orgullo de sus nueve nietos. Ni cuando lo conocí pensé que tenía más de sesenta, ni que tuviera más de noventa cuando lo vi por última vez. Era un milagro de la naturaleza. Eso decía yo. Pertenecía a la Real Academia de Medicina y Cirugía de Murcia y había sido consejero del Consejo General de la OMC de Albacete. Pero, para mí, joven profesional en aquel entonces, era todo un estímulo por su interés en estar informado de los últimos avances médicos. Lo que más me impresionaba de él era su capacidad para entusiasmarse con las grandes ideas. Y si algún día venía cansado a la reunión de trabajo estaba claro el motivo, había estado de Adoración Nocturna en esas horas malas de la madrugada.


Juntos creamos el “Grupo de Estudios de Actualidad”, mediante el que ofrecíamos charlas a las instituciones de Albacete. De entre los ponentes, el abogado García Carbonell, el doctor Lara y él mismo eran los más demandados. Organizamos también una tertulia semanal en el Milán, más constante que numerosa, que años después de perder contacto todavía él mantenía. Pero entre las muchas cosas que vivimos y hablamos me queda una que, por estar impresa, todavía puedo releer. Fue la polémica que mantuvo con Carlos Malo de Molina a raíz de un artículo de éste en Noticias Médicas de marzo de 1989. Qué buenos ratos pasamos preparando las refutaciones. El artículo de opinión se llamaba “Consideraciones sobre la eutanasia”. Nada más actual en este momento de la España del siglo XXI en el que otra “bailaora” quiere meterla de tapadillo.


En fin, desde un punto de vista cultural, Antonio fue un hombre adelantado a su tiempo, las veía venir. Estaba muy preparado científicamente y era también hombre piadoso. Parecía un niño cuando se arrodillaba ante el Santísimo. Ahora, desde algún lugar -nosotros lo llamamos Cielo- verá al completo la trascendencia que tuvieron sus pequeñas actuaciones en defensa de la vida, así como la importancia que tiene el que haya hombres y mujeres que las perpetúen. Y al ver que los hay se alegrará. .Descansa en paz, amigo Antonio.