Ahora que en España se habla de modificar la
ley del aborto (Ley Aído), no es raro encontrar noticias en los medios de
comunicación que guardan relación con ella.
Hace un mes, los promotores del aborto
aprovecharon la muerte de Savita Halappanavar (28.X.2012) para inclinar la
balanza a su favor. Decían que había fallecido porque los médicos del Hospital
Universitario de Galway (Irlanda) se habían negado a realizarle un aborto. Lo
que nunca dijeron es que el juez (Ciaran MacLoughlin) que instruyó la
investigación concluyó afirmando que no había habido negligencia médica y que
la muerte se había producido por septicemia y por E.coli ESBL de la madre,
siete días después de que esta solicitara el aborto.
Tampoco dijeron que el aborto le fue denegado
porque no apreciaron “grave y sustancial peligro para la madre”, ni que dos
días después de solicitarlo procedieron al parto forzoso habida cuenta de que
el bebé había fallecido de modo natural.
Tampoco dirán que Irlanda, donde está autorizada
la intervención médica para salvar la vida de una mujer embarazada cuando corre
peligro, aunque pueda causar la muerte del niño no nacido, tiene una de las
tasas de mortalidad materna más baja del mundo, 6 muertes por 100.000 niños
nacidos vivos, mientras que en otros países donde el aborto es a petición es de
21, como en USA, o de 12, como sucede en Inglaterra.
También en estos días algunos medios de
comunicación españoles están colaborando con la campaña organizada por la
“Agrupación ciudadana por la despenalización del aborto” de El Salvador
haciéndose eco de los datos aportados por esta asociación sobre el llamado caso
“Beatriz”. Una colaboración que presumo va dirigida a sensibilizar a parte de
la opinión pública para que no sea modificada la Ley Aído. Colaboración, pues,
interesada. No en la situación de Beatriz, que es sólo un instrumento, sino en
la continuidad de la Ley Aído.
Beatriz es una mujer salvadoreña de 22 años,
enferma, que tiene ya un hijo de 18 meses. Pues bien, al conocer que el hijo
que ahora lleva en el vientre padece anencefalia, un grupo de abogados presentó
una solicitud en nombre suyo en la que exponían que Beatriz estaba en riesgo
inminente de muerte, estaba entonces embarazada de 18 semanas. Ante esta
solicitud, un equipo multidisciplinar estudió el historial médico de la
paciente llegando a una conclusión unánime: no corría peligro la vida de la
madre.
Ahora está embarazada de 27 semanas, pero
desde hace 9 se está vendiendo a la población algo que no es verdad, que corre
peligro su vida. Pero, es más, según dice el Director del Instituto de Medicina
Legal de El Salvador, los grupos pro-aborto le están sometiendo a gran presión
y “le han dicho que tiene riesgo de morir si no aborta, lo cual no es cierto”.
“Se está manipulando a la chica”, concluye el citado director (que es
psiquiatra).
Por otra parte, cuando este caso salió a la
luz, la asociación bioética recomendó el parto inducido, no el aborto. Algo que
es posible desde la semana 24 y de lo que Beatriz ya tiene experiencia pues su
hijo mayor nació a las 26 semanas de gestación.
Pero, en este caso, ¿cuál es el verdadero
problema? No lo es la madre. Es el hijo que lleva en su vientre. Tiene una
malformación cerebral con ausencia parcial de cerebro, cráneo y cuello
cabelludo. De modo que, si el niño no nace muerto, fallecerá algunas horas o
días después de su nacimiento (en la mayoría de casos). Esto es, la madre no
corre ningún peligro y el niño fallecerá pronto por causas naturales.
Ante esto, algunos medios de comunicación y
las asociaciones pro-aborto solicitan que sea abortado. Pero, ¿es mejor
matarlo, troceándolo en el vientre de su madre o quemándolo mediante una
inyección salina, que dejarlo que fallezca de forma natural?
Mi respuesta es no. Además de que se le ahorrarán a
Beatriz las frecuentes consecuencias físicas y psicológicas que conlleva el
aborto provocado, hay que recordar que abortar a un niño porque no viene bien
se llama eugenesia. Y ya sabemos las consecuencias que ella tiene, como nos
iremos enterando de otras nuevas que ya son realidad, pero se ocultan. No somos
dueños de la vida ni de la muerte. Hay un tiempo para vivir y un tiempo para
morir.
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