¿Hacia dónde camina nuestro mundo?, me
pregunto sin desesperanza. ¿Hasta cuándo sobrevivirán los nuevos paradigmas?,
¿qué hay de verdad en eso que llaman políticamente correcto?, ¿a dónde nos
conduce esa pérdida generalizada del sentido trascendente de la vida?
El aborto como derecho, la manipulación de
embriones humanos y de células embrionarias, la desaparición del modelo secular
de familia, la neutralidad del Estado como excusa para neutralizar las
distintas opciones que caracterizan la sociedad civil, la falta de respeto a lo
sagrado, el mercantilismo atroz, la libertad desligada de la responsabilidad,
los derechos separados de los deberes, la sexualidad desligada del amor y de
todo compromiso, la política emancipada de la moral, la naturaleza despojada de
finalidad, la acción y la felicidad como únicas metas, la razón empírica como
único instrumento, la certeza en sustitución de la verdad.
Nuestro mundo ha recogido generosamente todos
los errores del pasado y, merced a la técnica y la falacia, incluso los ha
superado, además de justificado. Y, es que, el subjetivismo los justifica todo.
Bueno, no todo, porque no sabe o no contesta a la cuestión primordial del
sentido de la vida. Es una huida hacia algún sitio, sin saber cuál, que olvida
el deseo de verdad que hay en el hombre y que contribuye a que el misterio de
su existencia personal resulte un enigma insoluble
Cada vez estoy más convencido de la labor de
gigantes llevada a cabo por sólo unos pocos. Nuestra malograda sociedad está
apuntalada por ellos, la resistencia que ofrecen es garantía de que esto no se
va a venir abajo. Que sean pocos no es un problema, siempre ha sido así, son el
fermento que transforma la masa.
Pero, como digo, nuestra situación no es muy
diferente a la de tiempos pasados. La historia no es lineal y, aunque podamos
visualizarla como un vector que recorre el tiempo, cada periodo de la historia
ha tenido sus propios avatares. En su contexto, cada periodo ha tenido que
superar retos de la misma altura que los actuales. Y ha sido sólo al final de
cada etapa cuando hemos advertido que la solución venía de unos pocos.
Regresé de Alemania el día de san Benito
abad, patrón de Europa. Pensaba en la coincidencia de fechas, ¿casualidad o
causalidad? En cualquier caso, era un motivo para pensar en la figura de san
Benito quien en la primera mitad el siglo VI había abandonado Roma huyendo de
la vida licenciosa de la ciudad. Aparentemente evadido del mundo, la vida
monástica que propagó contribuyó a cristianizar Europa haciendo posible la
nueva civilización post-romana. La vida de oración litúrgica, el estudio y el
trabajo fueron sus pilares. El Evangelio, su inspiración. Cristo, su modelo.
Pero no vivimos del pasado. El siglo XX estuvo
repleto de personas que se han hecho célebres en el actual y cuya influencia se
consolidará con el paso del tiempo, ¡cuán gigantescas son sus figuras! Y, entre
ellos, otra multitud sobresale calladamente en nuestro siglo. Héroes en un
mundo de antihéroes, mártires en un mundo que los silencia, santos en medio de
una vida aparentemente anodina.
Decía Juan Pablo II que Dios había creado al
hombre como un “explorador” que, apoyándose en Él, se dirige siempre hacia lo
que es bello, bueno y verdadero. Y no me cabe la menor duda de que este espíritu
de “explorador” pervive en muchos hombres y mujeres de nuestro siglo. Gente
que, abiertos al misterios de la Revelación, permiten que la razón entre en el
ámbito de lo infinito haciéndola capaz de descubrir posibilidades de
comprensión hasta hoy insospechadas.
No consigo ver hacia dónde vamos, pero sí veo multitud
de estrellas reflejando la Luz que ilumina el camino de la Humanidad. Con esto
me basta.
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