Está claro que si los cristianos no hablamos de nuestros
hermanos perseguidos y asesinados no lo hará nadie. Por eso no quiero acabar el
año sin un recuerdo hacia ellos. Un recuerdo extensivo también hacia aquellos
hombres, mujeres y niños que por motivos de raza o religión sufren la falta de
libertad, el dolor de la persecución e, incluso, la muerte.
De manera especial, fijo mi atención en aquellos cristianos
de Oriente Medio que desde hace veinte siglos pueblan aquellas tierras. Cristianos
que en el decir de Mons. Amel Nona (obispo caldeo de Mosul, sucesor de Mons.
Paulos Faraj, secuestrado y asesinado en 2008 por radicales islamistas), tenían
la importante y bella misión de “educar a los demás, a la sociedad, en los principios
y en los valores de la vida”. Una misión que desde el Líbano a Siria, Irak y
Pakistán, kilómetro a kilómetro, se hacía menos pública, pero no por ello menos
eficaz.
Consciente de que nada de lo que pueda escribir tendrá la
fuerza y profundidad de las palabras con las que el Papa Francisco recuerda la
inhumana persecución que sufren estos cristianos y con las que, a su vez, les
exhorta a permanecer en la Fe poniéndolos como ejemplo de vida para el resto de
los cristianos, no puedo por ello dejar de hacerlo aunque sólo sea porque los
protagonistas in situ claman a sus hermanos de Occidente que no se olviden de
ellos, tanto en lo material, como en lo espiritual.
Recojo aquí esta llamada que lanzan, en el mejor de los
casos, desde algún campo de refugiados circundado por la hambruna, la
enfermedad infecciosa y el bombardeo del Estado Islámico. Traigo aquí el último
estertor de ese cristiano (mujer, hombre o niño) abatido por un disparo en la
nuca a manos de un fundamentalista islámico. El dolor de la mujer violada. El
desconcierto y desesperación que supone sufrir una injusticia y ver que los que
deben defenderlos se camuflan bajo dialécticas incomprensibles. Recojo aquí los
villancicos de Navidad con los que, a pesar de los pesares, estos cristianos siguen
alabando al Dios hecho hombre. Recojo sus miedos, junto a la sonrisa de esos
niños y niñas que en medio de tanta brutalidad siguen afincados en la verdadera
esperanza. Recojo sus oraciones y, mientras escribo, me uno a ellas. Traigo
también aquí sus necesidades materiales, alimentos y medicinas, y tomo nota de
la cuenta corriente de alguna organización que tiene la valentía de
proporcionárselas.
La vida es un don, como lo es la vida en Cristo. Regalos de
inmenso valor que Occidente ya no sabe apreciar. La ternura del Niño de Belén,
que celebramos los cristianos en estos días, eleva estos dones a lo más alto.
Nacer para vivir en Cristo es la más alta de las cimas y la única que vale la
pena. Una Buena Noticia que debe ser dada a conocer por toda la Tierra. Todo lo
demás es secundario. Y esta es la lección que nos enseñan nuestros hermanos,
los cristianos perseguidos y asesinados en Oriente Medio.
Sin olvidar que su presencia en aquellas
tierras es bueno tanto para aquellos que conviven con ellos, como para los que
estamos más lejos, pues aunque puedan parecer un grano de mostaza, que es la
más pequeña de todas las semillas, su fidelidad les convierte en un inmenso árbol
al que los pájaros del cielo vienen a cobijarse en sus ramas. Occidente y
Oriente Medio son esos pájaros necesitados de cobijo. Las ramas en las que se cobijan
no son otras que la sangre de Cristo y de sus mártires
No hay comentarios:
Publicar un comentario