La ley escrita es un continuo de
derechos y obligaciones que facilitan la vida en sociedad y el realizarse de la
propia persona. Entre esos derechos, el de participación es uno de los que
permite evaluar la preocupación social de sus individuos. Entendiendo aquí,
claro, que la participación pueda ser efectiva; porque en caso contrario, si
fuera tan sólo un modo de terapia de grupo ante algo ya decidido de antemano,
mejor “apaga y vámonos”.
Como cualquier derecho, el de
participación también está regulado por ley. En qué, quiénes, cómo, cuándo y
sus límites. Lo que garantiza el conocimiento de las reglas de juego y su
alcance. A la vez que descarta injerencias y a posible visionarios (que no es
poco).
Participar implica acción. Que no es sólo la
emisión de un voto, sino la intervención en la toma de decisiones, la
influencia mediante la palabra, la argumentación, la dedicación de tiempo en la
búsqueda de la solución y de su modo de difusión (que eso es la democracia: un
complejo problema de optimización que busca el máximo). Esto es, el derecho a
la participación lleva a la par su obligación: acción, palabra, pensamiento,
oratoria, tiempo. No es como otros derechos; como, por ejemplo, el de jubilación,
cuya obligación se da con anterioridad o como el derecho a una pensión justa,
que lleva una obligación posterior de declarar a Hacienda. Y en este sentido,
para muchos, participar es más un fastidio que un derecho en sentido propio o,
a lo más, es un derecho que no se ejerce hasta que no haya más remedio.
Ahora bien, una recta conciencia
ciudadana no puede hacer dejación de este derecho. El que tenga algo que
ofrecer al bien común no puede dejar los cauces de participación ordinaria en
manos de otros. No hablo de elecciones, sino de estar allí donde se cuece todo.
En las AMPAS, en los Consejos Escolares, en las Asociaciones de vecinos, en los
sindicatos, en las asociaciones empresariales, en los mass media, en las redes
sociales, … Tomar la iniciativa da una posición de ventaja. Estar a la
defensiva es un palo poliédrico.
Dime, ¿cómo fue que te acostaste
una noche pensando que estabas educando a tus hijos y, a la mañana siguiente,
viste que eran otros los que les habían educado?
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