En el encuentro “COVID 19, ¿crisis u oportunidad de mejora?”
la profesora I. Enkvist comentó que el cierre de los centros educativos está
sirviendo para reflexionar sobre la esencia de la educación, ayudando a
clarificar a su propios protagonistas el papel que les corresponde. Clarificar
para llegar a lo esencial. Que en el caso de la educación es el aprendizaje del
alumno. Una idea valiosa que es aplicable a otros ámbitos. De hecho, mucho se
ha hablado en estos días sobre repensar la vida, sobre aprovechar la
oportunidad del encierro para clarificar el particular sentido de la vida con
el fin de llegar a su esencia. Para tener, como dice el clásico, “una vida
lograda”.
En el
camino, muchos han perdido a sus seres más querido y, algunos, ni han podido
despedirlos. La muerte se ha hecho presente en una sociedad en la que hablar de
ella estaba prohibido. También otros experimentan la crisis económica aneja,
sufriendo el paro y sus consecuencias. Todo un caudal de dolor que fluirá
durante algún tiempo. Y si hay algo que hacer, pueden decir, es sobrevivir,
dejarse de filosofías y buscar la manera de salir adelante. Cierto, hay que
salir adelante, pero no basta con el voluntarismo. Es necesario algo interior
que fortalezca el ánimo abatido, hace falta esperanza. Una esperanza fiable.
“El
presente, aunque sea un presente fatigoso -escribió Benedicto XVI-, se puede
vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta
y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”. Así pues,
volviendo a Enkvist, hoy es tiempo
oportuno para clarificar esa meta. Una meta segura y grande.
Los
cristianos tienen una meta tan grande que les llena de esperanza, “no es que
conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en
conjunto, no acaba en el vacío”. Llevan siglos anunciándola porque su esperanza
es “siempre y esencialmente para los otros”. Quizás sea oportuno volver a esa
meta que hace vivir de otra manera.
Que nadie se lleve a engaño, aunque
“vivimos en tiempos de locura” (Vintila Horia) también vivimos en tiempos “de
esperanza, en el tiempo de la espera de Dios”.
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