Ayer fue festivo en la Universidad, se celebraba a santo Tomás de Aquino, su patrón, aunque el acto académico tuvo lugar el día anterior. Hubo un tiempo en el que también fue patrono del Bachillerato, pero ahora se ha puesto de moda el “día de la enseñanza”, un día que fluctúa en el calendario escolar al arbitrio del que lo elabora. Una muestra más de la desorientación de esta educación que se mueve sin hitos, sin modelos, sin propuestas valiosas.
Tomás de Aquino, Alberto
Magno, Francisco de Sales, Dom Bosco, Juana Lestonnac, José de Calasanz, Vicente
de Paul, Luisa de Marillac, Francisco Coll, padre Poveda, …, todos ellos
contribuyeron a engrandecer la enseñanza mediante una educación integral que
trataron de hacer accesible al pueblo. Nombres propios que elevaron el nivel
cultural de su entorno, hasta cruzar los océanos, y que contribuyeron a la llegada
de la democracia, pues ésta es inviable sin cierto nivel cultural. De hecho,
las democracias modernas -fruto de la Ilustración- hunden sus raíces en la
cristiandad, pues los que las defendieron -por mucho odio que tuvieran a la
Iglesia del momento- son hijos de la tradición y de la cultura cristiana. Libertad,
igualdad, fraternidad, son palabras que se repiten en las cartas de san Pablo
dieciocho siglos antes. “La igualdad y los derechos de las personas, la
soberanía de los pueblos, el concepto de autoridad como servicio al bien común
y no como simple dominio o imposición, la igualdad de todos ante la ley, todo
esto, nace históricamente de la experiencia cristiana y de los valores morales
del cristianismo”, escribió Mons. F. Sebastián..
En este sentido, hay dos aspectos que hacen actual a
Tomás de Aquino: la confianza en la razón y su concepto de realidad. Ya
Chesterton lo definió como “el más racional entre los hijos de los hombres”, a
la vez que sintetizó su filosofía en la frase “un cerdo es un cerdo”, esto es,
la realidad existe, no es un invento de nadie, ni siquiera de los que la
perciben distintamente (E. Gómez, G. Letelier). Dos aspectos -razón y realidad-
que se unen en el deseo que tiene todo hombre de conocer por medio de la
inteligencia. Conocer lo que la cosa es, y no hay mayor placer que conseguirlo
o, al menos, intentarlo.
La realidad es pues razonable, se puede conocer.
Quizás no de modo absoluto, pero sí en parte, que de aquí a que sea
inalcanzable -como pretenden algunos- hay todo un abismo. Debemos confiar en la
razón, tal como propuso Julián Garde -rector de la UCLM- al decir que es misión
de los científicos e investigadores “hallar la verdad y darla a conocer”. Esta
actitud, la de buscar la verdad, lo que la cosa es, la realidad, actualiza al
Aquinate y hace necesario su método en una sociedad que ha destrozado la
palabra -base de la democracia griega, porque con las palabras pensamos- y
donde el pretendido diálogo no es más que una conversación entre besugos
ideológicos. Pero lo peor, ya lo he dicho, es la actitud de concebir como
inalcanzable la realidad.
En ausencia de estos valores, alumbramos dos peligros: el totalitarismo al que lleva la falta de confianza en la razón, y la “dictadura del relativismo” a la que nos ha conducido la negación de la realidad. Sirvan estos apuntes para una posterior profundización.
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