martes, 20 de abril de 2010

Mediocridad (20-04-2010)

Mediocridad

Estamos en manos de los mediocres y, lo que es peor, les dejamos hacer. Les hemos dado autoridad, la nuestra, para que la ejerzan en nuestro nombre, y con ella juegan a ser dioses.

Deciden sobre la vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Reinventan la Historia según su memoria, que además de subjetiva es corta. Revientan las familias, para olvidarse después de sus miembros. Azuzan a las mujeres contra los hombres, como antes a los obreros contra los burgueses. Fomentan las religiones minoritarias para deshacerse de la mayor. Mienten en público sobre la crisis económica, para confesarla después en privado. Cruzan fronteras, en nombre de la democracia, para aliarse con los dictadores. Echan en cara a unos lo que permiten a otros. Prepotentes con los propios ciudadanos, ocupan las últimas filas en el debate internacional. Se empecinan contra el que presenta razones, dejando campar a sus anchas al irracional. Entienden la Universidad como plaza roja, la escuela como adoctrinamiento. Utilizan la seudociencia para legislar medidas a largo plazo, porque no son capaces de solucionar los problemas presentes. Establecen observatorios para controlarlo todo, para dirigir a los mortales hacia lo políticamente correcto. Prefieren la cantidad a la calidad, la razón de utilidad a la razón de ser. Provocan fuegos para mantenernos ocupados. Procuran la división y el enfrentamiento. Derrochan energía en lo secundario y se olvidan de lo esencial. Juegan con nosotros a parecer que decidimos, para hacer siempre lo que ellos ya habían decidido. Y nosotros les dejamos hacer.
Pero, ¿dónde están los hombres y mujeres de talento? ¿En las aulas, en sus despachos, en sus cátedras, en sus empresas, en sus libros, en sus tertulias, parapetados acaso tras sus familias? ¿Dónde están cuando más los necesitamos? ¿Dónde están los hombres y mujeres honrados que no ambicionan el cargo sino la posibilidad de estar en el momento oportuno para aportar soluciones? ¿Dónde están?

Dicen que los hay, que muchos de ellos están ya en primera línea. Que es cuestión de esperar, de no impacientarse. Pero yo veo mucha vulgaridad, mucha mediocridad. Y, sobre todo, poca claridad de acción. Mucha tibieza y poca energía. Mucho titubeo y, también, mucho complejo.

Pero lo que decimos de los políticos se puede aplicar al resto. No podemos ser tan cínicos que pensemos que la mediocridad es sólo condición de los que nos gobiernan. Los políticos son hijos e hijas de su tiempo y, algunos, además, son como veletas. Así que renovar la clase política implica renovar el tiempo, renovar una sociedad que pasó del esfuerzo a la comodidad. Y no hay enemigo mayor para una democracia que la comodidad. De manera que cada uno de nosotros, ajenos al oficio de la política, tenemos también parte de la solución. Es más, la solución pasa por nosotros. Empieza en uno mismo, continúa en la familia y llega hasta donde la libertad no puede separarse de la responsabilidad; esto es, abarca todo lo que nos ocupa.

No es de extrañar, por tanto, que mucha gente con talento esquive la política, pues ¿a quién le gusta bailar al son de los mediocres? Tenemos, pues, lo que nos merecemos o, al menos, lo que merece una mayoría.

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