miércoles, 28 de julio de 2010

Una de vampiros (27-07-2010)

Una de vampiros

Ver cine en familia es entrañable y poder hacerlo en casa es, además, económico. Desde luego que no es comparable con el espectáculo que ofrece una sala de cine, pero ayuda a hacer familia, que de eso se trata. La dificultad estriba en elegir la película adecuada, aquella que puede gustar tanto a pequeños como a mayores. Dificultad que casi siempre resuelven los menores, porque son los que menos ceden, y a cuya solución contribuye también la extensa filmografía de películas para pequeños con las que disfrutan los mayores.

Otra cosa es cuando son unas quinceañeras las que eligen la cinta. Porque el riesgo de tener que contemplar escenas de adultos interpretadas por niños y niñas de Instituto resulta demasiado evidente. Lo romántico cede a lo sensual, la sensiblería suple a lo que es verdadero, la frivolidad refleja un mundo que no es el nuestro y el aparato lacrimógeno redondea una situación insustancial a la que da visos de esencial, cuando hay muchas otras cosas en las qué soñar y por las qué vivir a esas edades. Y en estos pensamientos andaba yo después de escuchar que la película propuesta era Crepúsculo, la primera de la saga de la que en estos días ya está en cartelera la tercera parte: Eclipse.

Y si hasta entonces había pensado que a los chicos les gusta todo lo que tiene que ver con monstruos, ahora empezaba a tener claro que a las chicas les encanta los vampiros, que son otro tipo de monstruos que la pantalla presenta más sofisticados y, a ser posible, rubios y con ojos azules. No era así en mi tiempo o al menos no era así el Christofer Lee (Drácula) que me firmó un autógrafo en la escalinata del Hotel Los Robles de la playa de Gandía cuando yo contaba unos diez años, ni tampoco el Drácula de Coppola de los años noventa. Pero se ve que los vampiros siguen una ley de la evolución más acelerada que suaviza sus semblantes y los hace atractivos, lástima que no suceda lo mismo con los humanos pues se ve cada espécimen por la playa.

Y vi la película. Vi Crepúsculo y me gustó, no tanto por la protagonista que me parecía torpe, tímida, insegura y desagradecida, por lo que no acabo de entender los enamoramientos que suscita. Me gustó por los valores humanos que el padre de la familia de vampiros inculca a los suyos. Ese autodominio que, guiado por la compasión, procura no hacer mal a los humanos. Y esa lucha por conseguir tal autodominio. Conoce el mal que es capaz de hacer y lucha por evitarlo. Su poder no lo pone a su servicio sino al servicio de los demás.
Pero lo que más dio para hablar con los míos fue el amor caballeresco de que hacen gala los dos jóvenes protagonistas. No necesitan “hacer el amor” para mantenerse unidos. Se miran, se hablan, procuran estar el máximo tiempo juntos, se protegen. Lo que no les impide seguir sus estudios, mantener otras amistades o tener diversas aficiones. Un vampiro que por amor se comporta como un caballero y una humana que por el mismo motivo no le importa convertirse en vampira. Difícil pareja que, sin embargo, encaja a la perfección mediante un amor que tiene más de espiritual que de corporal. Eso sí que es una relación difícil bien llevada. Y ese amor es el que creo que debía extenderse entre nuestra juventud. No se trata de mezclar vampiros con seres humanos, sino de que algunos humanos dejen de ser vampiros en el amor. En el amor y en otras tantas cosas. Que a los quince años se dé, en general, el enamoramiento es algo normal. Lamentablemente, el amor caballeresco, en cambio, no es normal en nuestra sociedad. Pero ya hablaremos más de todo ello después de que mis niñas me lleven a ver Eclipse.

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