domingo, 13 de marzo de 2011

Del enojo al miedo pasando por el temor (08-03-2011)

Del enojo al miedo pasando por el temor

Lo he leído en Más allá de la medida, un libro de ediciones Gens que recibí de una Directora General de la Junta, no recuerdo ahora su nombre. Se trata de una colección de microrrelatos seleccionados entre los finalistas al I Premio Internacional de Microrrelatos “Museo de la Palabra” convocado por la Fundación César Egido Serrano en el 2009. El que voy a referirme lleva por título Mascó su enojo y está escrito por la argentina Isabel Ali.

Un hombre pateó enojado el suelo y alzó una piedra que arrojó con rabia al agua. Después arrojó otra piedra contra un árbol. Pero no obtuvo otra respuesta que una sucesión de círculos concéntricos en el agua y un murmullo de hojas que caían. A continuación, su enojo le llevó a alzar una piedra más y arrojarla al cielo. Tras un silencio abismal, escribe la autora, un “granizo golpeó su cuerpo mientras en el aire sonaba la ira de Dios”. Lo que me suena a aquello de “quien toma la espada, a espada morirá” (Mt 26, 52), expresión que dicen era ya conocida entre los romanos. O aquella otra de “quien a hierro mata a hierro muere”. Y no digo que no pueda ser esta la intención de la autora pero, en cualquier caso, no es ahora la mía.

Mi interés por este microrrelato es doble. Por un lado, me permite enunciar una evidencia de la sociedad actual: el poco miedo que esta tiene de Dios. Vive como si no existiera y, cuando considera su existencia, le echa la culpa de todo lo malo, le insulta o utiliza su nombre en vano. Y, es que, ¿en qué mente cabe que después de arrojarle una piedra, de palabra, obra u omisión, pueda Dios contestar: “Bien, ya me has dado. Ahora me toca a mí”? ¿Dónde está el granizo que golpea nuestro cuerpo? Y, si lo hay, ¿dónde queda eso de que Dios es amor? O, lo que es lo mismo, que si quieres arroz Catalina, porque yo te voy a poner lentejas digas lo que digas y hagas lo que hagas. En cualquier caso, lo que parece claro es que existen diferencias entre descargar el enojo sobre cosas materiales o hacerlo sobre Dios, aunque sólo sea por la posibilidad de réplica de este.

Pero también este microrrelato me lleva a la cuestión sobre la que reflexionaba estos días a raíz de la lectura de El librero de Varsovia, de Michael D. O`Brien. Y me dirán que podría pensar en otras cosas cuando Castilla-La Mancha está a la cabeza de España en destrucción de empleo, y les responderé que de nada sirve pensar en eso mientras sigan gobernándonos los mismos.

Así que volvamos a mi reflexión. Una reflexión en torno al miedo a Dios, que toma pistas del llamado temor de Dios. “¿Existe un miedo santo, compatible con la confianza en Dios?”, se preguntaba el protagonista. Lo que le lleva a hacer una enumeración de distintos miedos: el miedo a que la Gestapo se entere de que tiene escondido a un judío evadido del gueto, el miedo de Moisés ante la zarza ardiente, el miedo que sienten las personas cuando se ven amenazadas por los desastres naturales o por ataques de un enemigo, el temor de los apóstoles en el monte Tabor. Para concluir, y si no lo hace él sí lo hago yo, que “si Dios era en verdad puro amor, entonces el significado que se daba a la palabra temor en el Antiguo Testamento no se correspondía con el miedo que sienten las personas”. En efecto, tiene que ser así, me decía. Esto justificaría la afirmación de los antiguos padres de la Iglesia sobre que “el temor de Dios es el primer peldaño que hay que subir para alcanzar el Amor de Dios”. Pero, ¿en qué consiste ese temor? ¿Cuál es la razón de ese temor que sintió Zacarías, que experimentaron los pastores en la Nochebuena y hasta la propia Virgen María en la Anunciación?
Y al formular esta pregunta advierto que no debo poner en el mismo saco el temor que puede sentir cualquier hombre (varón y hembra) con el temor que sintió María. Claro está que se enfrentan a lo mismo, están ante lo mismo. Pero son dos tipos distintos de temor. El contenido del primero proviene de la vergüenza ante lo mucho que uno ha recibido y lo poco que ha dado. El alma queda desnuda ante el creador y se da cuenta hasta de su desnudez física, como Adán y Eva en el Paraíso. Una desnudez que él mismo ha causado a pesar del creador. Es un temor que aspira a la misericordia. Que desaparece con el propósito de conversión. El de María, en cambio, proviene de la humildad de la que se ha sabido siempre en deuda con el creador por mucho que le ha correspondido. Pero a lo que yo iba hoy es al primer tipo de temor. Pues es el que guarda relación con el miedo que esta sociedad puede tener a Dios. Ahora sé que es un deslumbramiento que, instantáneo, muestra al hombre tal como es en comparación con su creador. Pero no es miedo, solo deslumbramiento que pone a cada uno en su lugar y le mueve a cambiar. El miedo paralizante, en cambio, es cosa de los demonios. Ahí está la diferencia.

1 comentario:

  1. Saludos, Javier.
    He encontrado mi nombre por aquí con una búsqueda de Google. Un honor que tomaras mi micro para tu exposición. Un gran abrazo.
    Isabel Ali
    www.isaali.com.ar
    susurrodelasierra@yahoo.com.ar

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