Enseñanza y
educación son hoy dos palabras que se utilizan indistintamente para referir lo
mismo. Pero, por más que lo intento, no consigo darles el mismo significado.
Tengo para mí
que enseñar es distinto a educar. Se enseña al que no sabe y se educa a
cualquiera. Lo primero está relacionado con el aprendizaje de un oficio o de un
saber de tipo intelectual; lo segundo, en cambio, guarda relación con ese
llegar a ser lo que uno debiera ser. La enseñanza tiene que ver con los saberes
prácticos, aunque estos sean de tipo intelectual como he dicho; la educación hace
relación al ser. La primera, es una actividad limitada por el contenido y la
capacidad del que aprende. La segunda es finura de espíritu y, en cuanto tal,
ilimitada para el que se la proponga como tarea. Se enseña con la palabra, se
educa con la vida. Para enseñar hay que saber algo, para educar hay que saber
vivir. El derecho para enseñar lo da un título, el derecho para educar está
implícito en la condición de padre o de madre.
El Estado
realiza una tarea elogiable al promover una enseñanza básica para todos los
jóvenes, pero traspasa los límites de sus funciones –cometiendo abuso de poder-
cuando se erige como educador de aquellos en detrimento del derecho fundamental
que tienen los padres. Y aunque sea una realidad –triste realidad- que haya
padres que no educan, no es motivo suficiente para apropiarse del derecho de
educar a los hijos de quienes sí lo hacen. Que haya padres que no eduquen es un
problema que el Estado debe intentar resolver, pero la solución no puede consistir
en quitar un derecho fundamental al resto de padres y madres.
Es cierto que,
a veces, la frontera que separa la educación de la enseñanza (o instrucción) es
tan tenue que resulta difícil distinguir hasta para el que se ha propuesto llevar
a cabo tal separación. El profesor Víctor García Hoz hablaba de pedagogía
invisible y nosotros podríamos hablar de educación invisible para designar a
aquella que se da sin propósito de darla. Hasta llegar al límite de que
cualquiera educa aun sin proponérselo. Y en esta línea, Maritain decía que, aun
no habiendo una matemática cristiana, el maestro que esté animado por una
sabiduría cristiana despertará en el estudiante -sin necesidad de palabras-
algo que trasciende las matemáticas y cuya raíz primera está en el Intelecto
divino. Ideas estas que muestran la dificultad para separar la educación de la
enseñanza (o instrucción) y que inducen a preguntarnos: si esto pasa cuando nos
proponemos tal separación, ¿qué será cuando no la hagamos?
Mas la
cuestión es otra; pero, ¿qué digo?, no hay tal cuestión. Hay un hecho. El hecho
de que un Gobierno ha intentado educar a los jóvenes en una determinada
dirección haciendo caso omiso de la que pretenden sus padres e, incluso, contradiciendo
a éstos. Y aun salvando la buena intención de ese Gobierno Estatal, el hecho es
grave porque el fin no justifica los medios. Al hacerlo, se ha arrogado un
derecho que no le compete, a la vez que ha dejado de desempeñar el propio: ser
garante de que ese derecho sea efectivo para el que lo ostenta.
No obstante,
hay que reconocer que son muchas las familias a las que ha pasado desapercibida
esta intromisión, que es también usurpación. Y que, además, algunas de ellas
–muchas, por cierto- han convertido dicha intromisión en el estandarte de lo
que comúnmente llamamos enseñanza pública.
Sin advertir que esa materia, que toman como bandera de sus ideas, es también
de uso obligado en las otras enseñanzas, sean concertadas o privadas. Así
como a otros jóvenes que, estudiando en la pública,
no comparten esas ideas.
De modo que el
pensamiento de unos se impone sobre el de otros, hasta el punto de que es aquél
el que se presenta como correcto. Cayendo así en el pensamiento único, base de
todo totalitarismo. El que no piense igual que nosotros debe ser reeducado
–dirán- o descalificado y apartado de cualquier responsabilidad pública. Por el
contrario, algunos estilos de vida, los que vienen reflejados en la materia de
Religión, forman parte de la optatividad
del sistema educativo. Y si bien esto último nos parece justo, por la misma
razón debe parecernos injusta la imposición de ese confesionalismo estatal que se pretendía y que aún hoy defienden
con dientes los que no entienden de libertad de pensamiento.
Me dirán que
el nuevo Gobierno ya ha decidido que desaparezca la Educación para la ciudadanía, materia con la que se pretendía
imponer una determinada ideología, una cuadriculada y dogmática manera de
pensar, pero permítanme que humildemente les replique diciendo que no es
suficiente. Pensaba que, al fin, podíamos acabar con este tipo de materias,
pero con la nueva materia que se plantean se abre una puerta para mantener el
adoctrinamiento, además de que no es necesaria pues todo lo relativo a la
Constitución española ya se imparte en las materias de Ciencias Sociales e
Historia.
En definitiva,
creo que los Gobiernos cometen un error al introducir en la enseñanza básica materias
ajenas a las disciplinas humanísticas o científicas clásicas. Error que
proviene de confundir la educación con la enseñanza (o instrucción). Nuestros
jóvenes tienen más necesidad de lectura
comprensiva, que les permitirá entender para reflexionar con posterioridad,
que de tanta información coyuntural. Como contrapartida, las familias no deben
esperar que los Colegios o Institutos realicen la tarea que a ellas les está
asignada.
*Artículo que publiqué en www.religionenlibertad.es el 21 de febrero de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario