Son
las ocho y veinte de la mañana y ya todos los jóvenes estudiantes están en sus
aulas. Estamos en un centro de enseñanza secundaria, como puede leerse en la
placa de la entrada. Visto desde fuera, nadie adivinaría que sólo tiene ocho
aulas. Pero es así, créanlo. Lo he podido comprobar en los diez minutos de que
disponen los mil alumnos para entrar. El director, que hace las veces de
ordenanza, ha tenido la gentileza de dejarme dar un paseo por su interior e,
incluso, ha accedido a que pueda estar presente en alguna de las clases. Le he
dicho que deseaba presenciar una clase de 1º ESO y, aunque ha hecho un gesto un
poco raro, como queriendo decir “tú sabrás donde te metes”, no ha puesto
ninguna pega. Le pregunto si me acompaña, pero se excusa diciéndome que tiene
que controlar las cámaras de vigilancia. Me intereso por esas cámaras y me
enseña doce pantallas. Ocho que proyectan el interior de las aulas, tres que
visualizan los patios de recreo, otra para el Gimnasio y la última para la sala
de profesores. Al preguntarle por la causa que obliga a tener una cámara en la
sala de profesores, me responde que “pronto lo comprenderá”.
Se
va haciendo el silencio en los pasillos, lo que aprovecho para recoger datos
del centro. Dice que son diez profesores, a parte de él. En cuanto a las
especialidades del profesorado, se limita a decir que son “interdisciplinares”.
Intento sonsacarle algo más, pues aunque es muy amable es también muy escueto,
y le pido que me concrete eso de interdisciplinar. A lo que contesta que son
profesores que “sirven tanto para un roto como para un descosido”. Se ve que me
he quedado con los ojos como platos y añade “no se impaciente, enseguida lo
entenderá”. Parece que aquí se sigue la máxima aristotélica de ver es creer,
por lo que paso a interesarme por cosas
menos evidentes. Y, para ganármelo, le pregunto de qué da clases. Responde que
antes daba clases de matemáticas pero que ahora es también interdisciplinar,
aunque se dedica preferentemente a la docencia de nuevas tecnologías. ¿Por
ejemplo?, le pregunto. “Pues a visualizar estas cámaras, controlo también los
timbres de entrada y salida, leo los e-mails que envía la Superdirección,
además de quitar y poner la contraseña de alarma del centro. En fin, un nuevo
tipo de docencia”; concluye.
Llegado
a este punto me invita a pasar al aula de 1º ESO, me acompaña hasta ella y
cierra la puerta con llave después de dejarme entrar. Se excusa de nuevo pues
dice no poder dejar su docencia y no me da tiempo a despedirme. Entro en
silencio en el aula y busco con la mirada al profesor; pero la mirada se me
pierde en la inmensidad de un aula en la que más de ciento cincuenta chavales
miran hacia tres pantallas grandes dispuestas en puntos estratégicos. Puesto
que no logro ver a ningún profesor, me dirijo a un alumno para preguntarle qué
están haciendo. Me dice que a primera hora toca clase de lengua, clase que
imparte por videoconferencia un profesor de la capital. Le pregunto si siempre
están tan atentos y me contesta que “es que hoy salimos nosotros al principio”.
Sí, luego he sabido que antes de cada clase, la videoconferencia saca imágenes
de algunos centros y hoy toca a este. Las imágenes han durado sólo unos
segundos, los únicos en los que el alumnado ha permanecido en silencio.
Después, como si hubieran despertado, algunos se han empezado a levantar y a
sacar sus móviles. La voz del director, pidiendo orden y respeto para los que
quieren trabajar, se oye por el altavoz. Imagino que está ejerciendo su
docencia. Algunos chavales que quieren trabajar se han puesto a increpar a los
revoltosos que han respondido con violencia verbal para pasar luego a tirar
mesas y sillas. Busco con la mirada la cámara y pido con señales al director
que abra la puerta, que quiero salirme, que esto puede resultar peligroso para
un joven reportero.
Aparece
al instante y me dice que le siga a la sala de televisores. Visualiza la sala
de profesores y ordena a Fulanito que acuda al aula de 1º ESO; por la imagen
puede verse que Fulanito parece no percatarse de la llamada. Después de mucho
insistir, Fulanito responde por el micrófono que ya fue ayer, que vaya
Menganita, quien pasa el testigo a otro profesor que parecía que iba a
ausentarse de la sala,… En esos momentos es cuando empiezo a entender lo de la
interdisciplinaridad, pues veo por la otra pantalla que en el aula de 1º ESO
hay más de un roto y un descosido. Por fin toca el timbre de finalización de
las clases, estas se abren automáticamente y los chavales acceden a los
pasillos. Son cinco minutos, me dice el director. Y yo aprovecho para que me
abra la puerta de salida. Me acompaña con la gentileza acostumbrada a lo largo
de la visita y, como un lunático, me va repitiendo “teníamos que ahorrar,
teníamos que ahorrar, teníamos que ahorrar,…” Y vaya que lo han hecho.
Hola Javier...me parece brillante este artículo. Sin embargo, creo que estas situaciones "hipotéticas" que planteas, (que entiendo no las quieren los buenos docentes), algunas veces igual las propiciamos sin darnos cuenta... yo no entiendo (o no quiero) eso de dar "materias afines". Máxime cuando hay un R.D. que así regula RD 1834/2008. Aprovecho para mandarte un abrazo.
ResponderEliminar