jueves, 5 de julio de 2012

De vuelta con los mosquitos y la reválida (03-07-12)


En mi tierra, tan llena de marjales, eran abundantes los mosquitos. En las noches de verano y a la luz de la bombilla que iluminaba el porche de las casas, los mosquitos se cebaban con los tertuliantes mientras las palomillas circundaban el foco eléctrico. Por suerte, los murciélagos no cesaban de volar en líneas continuas, aunque con puntos no derivables, a la caza de todo insecto volátil.  Ahora un punto anguloso, después uno de retroceso y siempre algún mosquito menos. Durante el día, se veían muchas libélulas examinando la superficie del agua y posándose sobre los juncos. Los niños jugábamos a cogerlas por sus alas para atarles después un hilo de coser por el abdomen. “No aprietes tanto”, decía alguno; pero el encanto de la libélula se acababa cuando la capturabas, desde entonces su vuelo ya no era el mismo. También en las frescas fuentes de las montañas colindantes a las que nos acercábamos de excursión, se multiplicaban los renacuajos escondidos entre el verdín y no era raro ver un sapo, ese primo deforme de las ranas. 
El verano era fauna y deporte, imaginación y enredo. Juegos entre las primeras olas de la mar, pesca de tellinas y carreras en la piscina, mientras los padres cumplían con su horario de trabajo, porque entonces había trabajo y se podía soñar en prosperar. Casi a media noche y derrengados de tanto jugar volvíamos a la tertulia con los primos mayores. Hablaban ellos y sus amigos mientras los pequeños escuchábamos. Todavía recuerdo la noche en la que llegó la noticia del aprobado de la reválida a parte de algunos de ellos. Aquella noche la palabra reválida quedó grabada para siempre en el cajón de los temores. Tener estudios era esencial, aprobar era una obsesión, el estudio llenaba la vida durante nueve meses y la reválida parecía el obstáculo a los sueños. Y llegó la reválida y la selectividad, y todo pasó. El secreto estaba en trabajar, como trabajaban los padres para que los hijos fuesen más que ellos. La obsesión de mi abuela era que sus hijos no fueran agricultores.
(…) He vuelto este fin de semana a los mosquitos y a la reválida. Los mosquitos, que habían desaparecido en estos últimos años, han vuelto por sus fueros porque –me dicen- “ya no hay dinero para fumigar”. Y lo peor es que ya no estamos acostumbrados a ellos. Y algo análogo pasa con la reválida. Muchos han perdido la costumbre de estudiar para pasar de curso. Pero si los mosquitos pueden ser un inconveniente, no sucede lo mismo con la reválida. Quien quiere algo debe esforzarse por conseguirlo.
La situación actual de España requiere un cambio de mentalidad. Hay que acabar con el “todo gratis por mi cara bonita”.  Ayudemos al que no tiene mientras demuestre competencia y esfuerzo; tracemos pasarelas para su rectificación, pero no olvidemos que “ya no hay dinero para fumigar”. Y si te pica, te rascas o estudias. Lo primero, lo de rascarse, es una solución momentánea que acaba siendo perniciosa; lo segundo, lo de estudiar, empieza siendo tarea laboriosa y se convierte, a la larga, en la mejor solución. Bienvenida sea la selección por el trabajo bien hecho. 

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