En estos días
se cumple un nuevo aniversario de la Ley del aborto, la ley Aído. Una ley que
el PP pretende cambiar pero que, hasta que lo haga, se seguirá cobrando unos
trescientos muertos diarios, lo que supone algo más de cien mil al año. Y me
preguntaba a qué podría comparar tal barbarie. Por otro lado, me había
propuesto recomendar para el verano la lectura del libro “Requiem por
Nagasaki”, de Paul Glynn; un libro para gente dispuesta a pensar, muy a
propósito para aquellos que afirman que la crisis económica tiene su origen en
una crisis de valores. Adecuado también para asomarse al diálogo entre ciencia
y fe.
No es una
novela, es una biografía, la del doctor Takashi Nagai, profesor pionero en
radiología en el Hospital Universitario de Nagasaki y cuyo busto se eleva hoy,
en su honor, en una de las plazas de aquella Universidad.
Ateo por
influencia de alguno de sus maestros, se convirtió al cristianismo con la ayuda
de la lectura de los “Pensamientos” de Pascal que vio materializados en la vida
de la que sería su esposa, Midori, convencida cristiana proveniente de la
antigua tradición de conversos de los tiempos de san Francisco Javier. Una
conversión apoyada también en la reflexión sobre los veintiséis mártires
cristianos que encabezados por el jesuita san Pablo Miki fueron ajusticiados en
la Nagasaki de 1541, así como en las sucesivas persecuciones que debieron
sufrir los cristianos japoneses hasta principios del siglo XX. Pero fue en su
visita a la catedral de Urakami, en la noche de Navidad de 1932, cuando tuvo la
intuición de que “Alguien” estaba llamando a su puerta.
Destacado
científico, cuando supo por boca de su Jefe de departamento (sólo eran dos en
ese departamento) que Ernest Lawrence, de la Universidad de California, tenía
un ciclotrón con el propósito de hacer trasmutación atómica, Nagai se puso a
estudiar los átomos, la radiación y la posibilidad de la energía atómica, hasta
llegar a ser un especialista en las teorías de la estructura atómica y la
fisión nuclear. Conocimientos que le permitieron vivir como conejillo de indias
en una pequeña choza situada en la zona de mayor radiación tras la explosión de
la bomba atómica que cayó en Nagasaki el 9 de agosto de 1945.
Hasta el
capítulo 19, siguiendo los pasos y los pensamientos de este doctor que estuvo
en varias guerras, como la de Manchuria, el libro da una visión del Japón poco
conocida en Occidente. Por fin, desde dicho capítulo y hasta el final (hay 31),
se describe la explosión atómica y sus consecuencias. Pero no cabe aquí el
eslogan facilón de “¿nuclear?, no, gracias”. Ya he dicho que es un libro para
pensar y si aquella masacre, en la que murieron 72000 habitantes de una ciudad
de unos 200000, quedando muchos otros flagelados por las consecuencias de la
radiactividad, es un hecho que nos lleva a pensar en el misterio de iniquidad,
en el misterio de la existencia del mal, del mal que hace el hombre al propio
hombre, también hay que destacar que en el libro se muestra la solución que
aporta Nagai a este misterio.
Pero eso lo
tendrán que leer ustedes. A mi sólo me resta hacer la comparación de la que
hablaba al principio. La Ley Aído, la Ley del aborto actual, equivale a que
cada año sean dos las bombas atómicas que caigan en nuestro país. ¡Qué masacre!
No están las cosas para tomárselas con tanta dilación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario