miércoles, 19 de septiembre de 2012

Al inicio del curso escolar (18-09-2012)


Las consecuencias de los recortes en educación no son tan claras ni tan determinantes como predicen algunos. Más aún cuando tales consecuencias dependen en gran medida de lo que hagan aquellos que las pregonan, de aquellos que teniendo en sus manos la posibilidad de encauzarlas y dirigirlas se limitan a profetizar catástrofes.
Ni siquiera es correcto decir que estos recortes van a suponer una merma de calidad en la enseñanza pública, porque desde hace más de veinte años se vienen legislando medidas que afectan negativamente a esta enseñanza. Y si en este tiempo, a pesar de ello, se ha mantenido la calidad ha sido gracias al esfuerzo de los mismos que pueden mantenerla ahora.
La diferencia está, más bien, en que los recortes actuales son materiales, mientras que los anteriores afectaron a la esencia de la enseñanza. Y, en este sentido, no cabe duda de que fueron más perjudiciales –y siguen siéndolo- por la dificultad que supone volver a las esencias cuando éstas se han corrompido. En la enseñanza, llevamos tanto tiempo poniendo en primer lugar aspectos secundarios que ya no sabemos de qué trata.
Y digo que me preocupan más estos tics invisibles que los recortes materiales porque el hombre es un ser que se adapta a las dificultades materiales, hasta el punto de que puede crecer como hombre aun cuando disminuya el progreso material que le rodea. Y de esto precisamente, de crecer como hombre, trata la educación. Pero, para ello, es requisito previo el querer. Esto es, la voluntad de todos los agentes implicados en la enseñanza puede invertir la tan pregonada repercusión negativa de las actuales medidas –que no hay que olvidar que son fruto de una crisis económica-. Se trata pues de aunar voluntades y dirigirlas hacia la noble tarea de la enseñanza y el aprendizaje.
Sin embargo, no es tarea fácil. Las cuestiones laborales y políticas planean desde hace tiempo sobre la enseñanza, ensombreciéndola hasta el punto de no distinguir en ella los límites de aquellas. Tampoco resulta beneficiosa la actitud de una sociedad que ha puesto excesivo énfasis en los derechos con el olvido perenne de las obligaciones. (…) Con todo, estoy convencido de que los nubarrones que algunos predicen pueden ser desplazados si los profesores, los padres y los alumnos están en lo que tienen que estar.
¿Cómo va a ser este curso?, no lo sé. Lo único cierto es que el ambiente está algo viciado, que las aguas andan revueltas en España y que muchos van a aprovechar la situación para pescar lo que no podrían en otras condiciones. Ahora bien, de lo que sí estoy seguro es que no es tiempo para la crispación, que es tiempo para sembrar sosiego y de que, como he dicho estos días a mis estudiantes, es tiempo de estudio y educación, entendida ésta como respeto. Por el bien de la enseñanza pública, espero que lo que pueda suceder en las calles no se traslade a las aulas ni pasillos de los centros educativos. Menos aún a los hogares, en donde padres y estudiantes contribuyen a consolidar las tareas de la enseñanza y la educación.

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