Las
consecuencias de los recortes en educación no son tan claras ni tan
determinantes como predicen algunos. Más aún cuando tales consecuencias
dependen en gran medida de lo que hagan aquellos que las pregonan, de aquellos
que teniendo en sus manos la posibilidad de encauzarlas y dirigirlas se limitan
a profetizar catástrofes.
Ni
siquiera es correcto decir que estos recortes van a suponer una merma de
calidad en la enseñanza pública, porque desde hace más de veinte años se vienen
legislando medidas que afectan negativamente a esta enseñanza. Y si en este
tiempo, a pesar de ello, se ha mantenido la calidad ha sido gracias al esfuerzo
de los mismos que pueden mantenerla ahora.
La
diferencia está, más bien, en que los recortes actuales son materiales,
mientras que los anteriores afectaron a la esencia de la enseñanza. Y, en este
sentido, no cabe duda de que fueron más perjudiciales –y siguen siéndolo- por
la dificultad que supone volver a las esencias cuando éstas se han corrompido. En
la enseñanza, llevamos tanto tiempo poniendo en primer lugar aspectos
secundarios que ya no sabemos de qué trata.
Y
digo que me preocupan más estos tics invisibles que los recortes materiales
porque el hombre es un ser que se adapta a las dificultades materiales, hasta
el punto de que puede crecer como hombre aun cuando disminuya el progreso
material que le rodea. Y de esto precisamente, de crecer como hombre, trata la
educación. Pero, para ello, es requisito previo el querer. Esto es, la voluntad
de todos los agentes implicados en la enseñanza puede invertir la tan pregonada
repercusión negativa de las actuales medidas –que no hay que olvidar que son
fruto de una crisis económica-. Se trata pues de aunar voluntades y dirigirlas
hacia la noble tarea de la enseñanza y el aprendizaje.
Sin
embargo, no es tarea fácil. Las cuestiones laborales y políticas planean desde
hace tiempo sobre la enseñanza, ensombreciéndola hasta el punto de no
distinguir en ella los límites de aquellas. Tampoco resulta beneficiosa la
actitud de una sociedad que ha puesto excesivo énfasis en los derechos con el
olvido perenne de las obligaciones. (…) Con todo, estoy convencido de que los
nubarrones que algunos predicen pueden ser desplazados si los profesores, los
padres y los alumnos están en lo que tienen que estar.
¿Cómo
va a ser este curso?, no lo sé. Lo único cierto es que el ambiente está algo
viciado, que las aguas andan revueltas en España y que muchos van a aprovechar
la situación para pescar lo que no podrían en otras condiciones. Ahora bien, de
lo que sí estoy seguro es que no es tiempo para la crispación, que es tiempo
para sembrar sosiego y de que, como he dicho estos días a mis estudiantes, es
tiempo de estudio y educación, entendida ésta como respeto. Por el bien de la
enseñanza pública, espero que lo que pueda suceder en las calles no se traslade
a las aulas ni pasillos de los centros educativos. Menos aún a los hogares, en
donde padres y estudiantes contribuyen a consolidar las tareas de la enseñanza
y la educación.
Enhorabuena por la reflexión, atinada y cierta, buena navegación este curso, saludos!
ResponderEliminarMuchas gracias, Agustín. Que nos guíe la Estela Maris.
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