Giuseppe
T. de Lampedusa, cuyo trabajo esencial consistió en la crítica literaria, publicó
una sola novela, “El Gatopardo”. Aunque no es de extrañar que hubiera
escrito infinidad de páginas para
consumo propio, pero esta reflexión la dejo para los eruditos. He pensado en
Lampedusa después de conocer a Vicente Martínez, autor del libro “Gritando no
morir” (ediciones QVE).
Vicente,
como aquél, ha dedicado muchas horas a la creación literaria, pero sólo ha
publicado este libro. Es un hombre sencillo que, en rebeldía contra una
sociedad que considera errática, escribe para sentirse bien consigo mismo. Lo
que sumado al hecho de que todos los beneficios del libro están destinados a
una ONG, refuerza su actitud ante una sociedad afanada en la búsqueda del
éxito, la fama y el dinero. Pero no quiero hablar de Vicente, quien gusta en
defender su intimidad y al que conozco poco, sino de su libro que me ha
parecido encomiable.
Cuando
por azar cayó en mis manos, desconfié de lo que podría encontrar en él. Su
título me prevenía sobre la posibilidad de que fuera un ensayo repleto de
lugares comunes y lleno de ese sentimentalismo tan a la moda. Sólo su lectura
me sacó de la confusión. Se trata de una novela llena de humanidad, realismo y,
sin embargo, esperanzadora, cuyo hilo conductor es el amor paterno-filial que convierte
al protagonista en un luchador por la vida.
Decía
Víctor Frankl que cuando “alguien tiene un motivo para vivir siempre encuentra
un cómo”. El protagonista de la novela de Vicente Martínez tenía más de un
motivo para vivir y, aunque su vida fuera la de un menesteroso que padece la
crueldad del prójimo, una vida que algunos llamarían indigna o, más suavemente,
injusta, encuentra que gritando “no morir” le sirve de aliento y motor para hallar
el cómo en cada instante. Como los versos de Blas de Otero: “y yo de pie,
tenaz, brazos abiertos, gritando no morir”.
La
leí de un tirón. Más sosegadamente la primera parte, contemplando escenas
reales que todos hemos visto alguna vez en la calle y que ayudan a su
credibilidad. Escenas narradas sin acritud, sin querer echar nada en cara de
nadie, más bien con poesía, con ternura, magnífica ternura. Hasta llegar a las
páginas en las que la realidad se vuelve novela, ficción, fantasía, rica en
acción, que impulsan al lector a no dejar el libro hasta llegar al final, hasta
conocer cómo acaba.
En
sus páginas se cruzan las miserias y las grandezas humanas con la naturalidad
que le son propias. Personajes reales llenos de odio y dulzura, de violencia y
afecto. Y, como trasfondo, la familia.
Vicente
escribe: “entró en la cocina y preparó un café bien fuerte. El aroma de la
cafeína se expandió. Otra vez tuvo la sensación de un calor nuevo. Familia.
Había olvidado la palabra. Quizás el calor nuevo era la familia. Paz.
Bienestar.” Y yo, como le dije, me quedé con las últimas palabras: quizás ese
bienestar que algunos dicen haber perdido no haya desaparecido por completo,
quizás todavía se pueda encontrar en la familia, quizás sea la familia su
auténtica esencia. Pequeña hacia afuera, grande para adentro. La familia. Tan
cerca de nosotros que ni la veíamos. ¡Oh!, cuán lejos se hayan del acierto
aquellos que llaman sociedad del bien-estar a lo que realmente es una sociedad
de la comodidad.
Lampedusa
publicó una sola novela, esperemos que Vicente Martínez publique alguna más. Que
su delicada vista, amenazada por las tareas de su profesión, le permita
deleitarnos una noche más. “Vivir. Saber que soy piedra encendida, …”. Eso.
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