Los hitos que, como faros, jalonan el camino de la Humanidad son
combinación de hechos y personas. Y, sin duda, una de ellas es Edith Stein. De
origen judío y conversa al catolicismo, discípula y colaboradora predilecta de
Husserl en la filosofía fenomenológica, luchó por los derechos de la mujer en
la vida pública, ejerció de enfermera durante la primera Guerra Mundial e
intentó en vano conseguir una cátedra universitaria –debido a la arraigada costumbre
de negar la docencia universitaria a las mujeres- por lo que tuvo que dedicarse la enseñanza
secundaria, a la vez que escribía artículos para revistas internacionales e
impartía conferencias incluso en universidades.
Gran defensora de su intimidad, silenciosa observadora, sincera y leal, siempre
dispuesta a prestar mediación cuando se la solicitaban, Edith combatió las
dificultades con una brillante inteligencia que supo acompañar de un esfuerzo
continuo y de un carácter sencillo y servicial con el que atraía a aquellos que
trataba, enseñaba o a los que, simplemente, participaban como oyentes en sus
frecuentes conferencias, llenas de público hasta rebosar. Cinco años duraría su
actividad de conferenciante, que se añadió a su intenso trabajo diario y le
llevó a viajar por Alemania, Austria y Suiza.
Excelente profesora de la que se valía el propio Husserl para acercar hacia
sí a los jóvenes universitarios, tuvo que replegarse poco a poco de toda su
actividad ante la emergencia del nazismo que fue acorralándola hasta su muerte
por asesinato en la cámara de gas el 9 de agosto de 1942, día de su llegada al
campo de concentración de Birkenau, cuando contaba 51 años.
Pero si hoy recuerdo su figura no es por las trabas debidas a su condición
de mujer, ni tan siquiera por haber sido víctima de una de las ideologías totalitarias
del momento, sino porque su vida y escritos traen al presente algunas de las
esencias olvidadas por nuestra generación. Razón por la que animo a mis
lectores a que conozcan alguna de sus obras o biografías que, traducidas al
castellano, pueden encontrar en las editoriales Monte Carmelo, BAC y Palabra.
Con todo lo dicho, he guardado para el final lo que llamó primeramente mi
curiosidad: el tratarse de una intelectual que por medio de su ciencia llega a
la fe católica. Buscó como filósofa –mediante un estudio serio y científico- la
más profunda significación de este mundo, el sentido de la vida, y la encontró
en que es hechura de un Creador que sacrifica a su Hijo en la Cruz por amor a
los hombres, a cada uno de ellos.
Los estudios de psicología con el profesor Stern le mantuvieron en el
ateísmo hasta el encuentro con Max Scheler que le mostró que los fenómenos
religiosos contribuyen esencialmente a la comprensión de la persona humana. Con
palabras de Edih: “nos recomendaba continuamente considerar cada cosa con
mirada libre de prejuicios, expulsar cualquier tipo de anteojeras. Me puso por
vez primera en contacto con un mundo que, hasta entonces, desconocía por
completo. Me desveló un campo de fenómenos ante los que yo no podía permanecer
ciega. Cayeron las limitaciones de los prejuicios racionalistas en los que me
habría criado sin saberlo, y de repente el mundo de la fe apareció ante mi”.
Aunque sería el profesor Adolf Reinach el que acabaría influyendo decididamente
sobre ella. (…)
El 14 de octubre de 1933 ingresó en el Carmelo de Colonia, pero la persecución nazi le hizo cambiar dos veces de Carmelo, hasta que el 2 de agosto de 1942 fue arrestada en el de Echt (Holanda). Durante todo ese tiempo siguió investigando y carteándose con otros filósofos. En una de esas cartas, con lenguaje sencillo, incluso elemental, se lee: “¿Podría decidirse a llamarme sor Benedicta, tal como ahora estoy acostumbrada? Cuando oigo que me llaman señorita Stein, debo pensar de quién se trata”. Toda una lección de alta espiritualidad de quien será conocida por sor Benedicta Teresa de la Cruz, doctora de la iglesia.
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