En nuestros
días se realizan periódicamente pruebas a nivel internacional que evalúan la
salud de la “educación” (término que no me parece apropiado). De sus resultados
se extraen conclusiones generales que dan luz sobre algunos aspectos discutidos
con anterioridad. Conclusiones que los estudiosos dan a conocer y a las que
conviene converger de manera general. Entre las más citadas están los informes
de la OCDE, PISA y, cómo no, el conocido Informe Mc Kenzie sobre los sistemas
de excelencia escolar. Pues bien, ninguno de ellos concluye que el número de
alumnos por aula sea un factor determinante para la calidad de la enseñanza. De
manera que podría pensarse que el debate está cerrado. Pero no, no lo está,
porque todo debate sobre la enseñanza debe tener en cuenta su principio, que no
es otro que el estudio, algo que no consideran muchos de estos informes.
No hay nada
más fácil que enseñar a cien alumnos que quieren aprender, como no hay nada más
difícil que intentar enseñar a un alumno que no quiere estudiar. Y esta
afirmación, que parece dar la razón a la insignificancia del número de alumnos
por aula, introduce el factor clave por el que la ratio puede ser indiferente.
Que, como he dicho anteriormente, no es otro que el estudio. Esto es, tanto si
los alumnos son estudiosos como si no lo son, los resultados son independientes
del número de ellos. Ahora bien, un grupo clase está formado por alumnos que
quieren estudiar y otros que no quieren, así que la cuestión no es tan
sencilla.
Los grupos de la
ESO tienen de todo: alumnado dispuesto al esfuerzo, alumnado que viene de
cursos anteriores con ninguna asignatura aprobada, alumnado que repite con
todas suspensas, alumnado disruptivo y alumnado con necesidades educativas
especiales, algunos de los cuales tienen medicación por motivos neurológicos.
Todo un cajón de sastre al que han contribuido los teóricos con sus dogmas de
integración y heterogeneidad. Y que hace que el número de alumnos por aula sí
sea un factor importante. Decir lo
contrario es carecer de experiencia en el aula o haber tenido la suerte de que
su hijo o hija no haya pasado por grupos con tales características; algo que
deben agradecer al azar y nada más, que no a la normativa. Muchos padres y
profesores podrían contar cientos de anécdotas que echan por tierra esa idea de
que la ratio de alumnos por aula no influye en la calidad de la enseñanza. Y
todas estas anécdotas tienen el mismo comienzo, el de unos jóvenes que no
quieren estudiar y a los que el tiempo añade la falta de respeto a los demás,
ya sean compañeros o profesorado.
Entonces,
¿todo va a empeorar? No necesariamente. Porque frente a la mala situación
económica, que ha llevado a las autoridades a tomar esta medida, se alza la
calidad humana del profesorado y las familias. La profesionalidad de los
primeros y un mayor compromiso en el estudio de los hijos por parte de los
segundos son la clave de esa calidad que no se quiere perder. Sólo lograremos
salvar estas dificultades temporales si, entre todos, conseguimos que el
estudio y la cultura sean valores en alza que se antepongan a cualquier otro
valor de carácter material. Sólo un estudio esforzado y una cultura profunda
pueden deshacer ese espejismo de la merma de calidad.