En un chiste
de JM Nieto (ABC, 4.7.2015) aparece una de sus ratitas, arrodillada en un banco
de iglesia, que reza ante la imagen del Crucificado. Aparece el dibujo como
tomado desde detrás de la cruz, por lo que la ratita está mirando hacia arriba.
Tres son los bocadillos que, aunque ininterrumpidos, muestran su pensamiento.
En el
primero, aparece la exclamación propia del asombro que acompaña a todo
descubrimiento. Es el “Eureka” arquimediano evolucionado en el tiempo: “¡Ji,
jí; No me había dado cuenta!”. Hay moderación en la exclamación, es una auto-felicitación
por lo bajini, es respeto por el lugar en el que está. El “ji-jí” es todo eso y
más, todo mental y algo de mala leche. Como en el chiste del chino, “ya me
culalé”. El “Eureka” de Arquímedes parece más inocente. Pero todo se arregla
con el “No me había dado cuenta”. La felicidad del de Siracusa, de la que
participa la ratita, carece de la humildad de esta. Tanto tiempo dando vueltas
a lo mismo -parece decir- y sólo ahora, aquí, delante del Crucificado, en medio
de mi oración, me he dado cuenta. Y, es que, a veces todo se soluciona mirando
a lo alto. Cristo está elevado sobre una cruz y, desde lo alto, contempla todo
detalle. Y cuando tú miras con Él, miras también desde lo alto, contemplas todo
detalle.
El segundo,
como en toda viñeta de prensa, hace relación a la actualidad. Es lo que ocupaba
la cabeza de la ratita durante tanto tiempo. Es el argumento. El pasado hecho
presente por las circunstancias. La intolerancia de la que se erige modelo de
tolerancia. El sectarismo violento de la nueva casta. En este bocadillo se lee:
“Los que entran en una capilla y gritan con odio creen que interrumpen la
oración…”. La falta de respeto a lo sagrado, al pensamiento ajeno, los
cristianos considerados como ciudadanos de segunda por aquellos que aborrecen
de toda jerarquía. La blasfemia ante lo que más del 75% de españoles dice
creer. El odio, y esto es muy fuerte. El odio con el que gritan. El sujeto de
su odio, un ser al que le basta advertir un épsilon de amor (por pequeño que
sea) para perdonar. El lugar del odio.
No hay lugar para ellos, no hay diferencias cualitativas entre los espacios. Se
visten y desvisten –dirá el profesor Higinio Marín-, comen y descansan sin
diferenciar el salón de la cocina, sus habitaciones del baño o los pasillos;
entran o salen de clase sin modificar su compostura, su tono de voz, su
conversación. Viven como si estuvieran solos. Actúan como si el otro no tuviera
entidad e importancia suficiente.
Y, por fin,
el desenlace. La idea feliz que hace exclamar “¡Ji, jí!”. La idea que proviene
de la Cruz, que no es sólo un madero, sino que tiene rostro, que tiene a un
Dios que te habla. La idea que transforma al chiste en un icono de caridad, a
la ratita en un ser creíble, al lugar en un espacio más allá de lo común. La
idea que soluciona todo, que es llave de toda puerta. La misma para el
sacrilegio que para la persecución y asesinato de cristianos, la que da
esperanza ante los nuevos dogmas sociales tan ajenos a la verdadera naturaleza
humana, la que ante la falta de paz exterior permite la paz interior y, por
ende, la felicidad. Pero, digamos ya que contiene ese tercer bocadillo. Digamos
qué causa el “Eureka” evolucionado. Si el anterior terminaba con unos puntos
suspensivos, este comienza del mismo modo y dice así: “…pero es la oración la
que interrumpe los gritos de odio”. Es la Buena Noticia y yo no me atrevo a
añadir nada más.
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