En algún momento que no logro recordar,
Benedicto XVI llamó la atención sobre la necesidad de una catequesis sobre la
Creación. La consideraba un tema prioritario para el hombre de hoy. Y algo de
ello hay en el segundo capítulo de la encíclica Laudato si’ del Papa Francisco. Una petición del entonces Papa que
se me ha hecho presente después de leer una conferencia de Romano Guardini: Sobre el sentido cristiano del conocimiento.
Vivimos un tiempo en el que la mayoría
de los cristianos no piensan de manera cristiana. A menudo, no lo hacen ni
cuando piensan en cosas cristianas. Dura y certera afirmación que señala una de
las causas del retroceso del cristianismo en Europa, continente en el que se da
la gran contradicción de que la mayor parte de su gente se proclama cristiana pero
que -como continente- no gusta ya del tal apelativo y hasta niega que estuviera
un día en las raíces de su origen.
No es que haya una sola manera de
pensar en cristiano pues, como escribe el Papa Francisco en la exhortación
apostólica Amoris Laetitia, mientras
que el Espíritu no nos lleve a la verdad completa es posible “que subsistan
diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina cristiana o
algunas consecuencias que se derivan de ella”. Por tanto, cuando escribo que no
piensan en cristiano estoy diciendo que no lo hacen de ninguna manera.
Recuerda Guardini que la palabra
“convertíos” de Jesús no se refiere sólo al hacer, sino también al pensamiento.
También el pensamiento se ha de convertir. Pero “no en el sentido de que el
hombre deba tener pensamientos relativos a la fe cristiana, sino que debe
pensar cristianamente sobre el mundo”. Pensar en cristiano llamamos a esto. Porque
parece que cuando el cristiano piensa el mundo lo hace como el que no cree.
¿Cómo piensa el mundo aquel que no
cree? Lo piensa como naturaleza; esto es, como algo que está ahí y en lo que el
hombre está inserto. Algo “sobre lo que el hombre no puede preguntar qué hay
detrás o qué hay más allá”. Como un universo frío -escribe Guardini- regido por
fuerzas mudas, por el que vuela una bolita (Tierra) en la que en un determinado
momento apareció un moho (vida) y por la que se mueven unos seres diminutos
(hombres); una bolita que dura sólo unos momentos, pues se enfría, el frío
congela la vida, y todo se ha acabado.
En tal estado de la cuestión, Guardini
sugiere una primera conversión, un giro básico del pensamiento para “no pensar
el mundo como naturaleza, sino como obra, obra de Dios”. Y al llegar aquí
recordé a Benedicto XVI y la Creación. No es pues un tema más para los niños
que van a catequesis con vistas a recibir la primera Comunión, sino el punto de
apoyo de todo pensamiento cristiano adulto con vistas a “adentrase en la luz
que alberga el mundo, por obra del Creador”.
No es de extrañar que el hombre de hoy
mantenga cierta aversión a la palabra creación. A menudo, maestros
ideologizados o tan solo ignorantes la contraponen a la palabra evolución y,
por este motivo, ya desde la juventud, muchos cristianos consideran la Creación
sólo para sus cosas de fe, pero no para enfrentarse al mundo; la fe se
convierte en una isla que permite hacer afirmaciones pero que no sirve para
pensar el mundo. El conocimiento deja así de ser cristiano.
En la encíclica citada, el Papa
Francisco también recuerda que decir creación es más que decir naturaleza,
“porque tiene que ver con un proyecto de amor de Dios donde cada criatura tiene
un valor y un significado”. Y apunta de nuevo hacia la primera conversión que
sugería Guardini. “La mejor manera de
poner en su lugar al ser humano (…) es volver a proponer la figura de un Padre
creador y único dueño del mundo”. Una propuesta que deja claro que la mejor
manera de hacer las cosas es hacerlas pensando en cristiano. Y la Creación es
un hecho esencial en este pensamiento.
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