martes, 11 de abril de 2017

Galileo, 1616 (IV)

Pasea Galileo por los jardines de Villa delle Selve, la casa de su amigo Salviati, el banquero. No tiene residencia fija. Y hasta finales de 1613 estará en continua itinerancia. Ahora en la Selve, después en Villa di Marigniolle. Se lo permite su nueva situación profesional. Ya han pasado aquellos años de docencia que incluía clases particulares para ganarse un sobresueldo. Ha hecho grandes esfuerzos para sacar adelante a su familia (su amante Marina Gamba -a la que dejó en Padua- y sus tres hijos: Virginia, Lidia y Vizencio), así como para pagar las dotes de sus hermanas (especialmente de la menor, Lidia) y el traslado de su hermano Michelangelo a Polonia.
Pero ahora, en Florencia, con una paga mejorada, dedica su tiempo a la investigación, la correspondencia y el debate. Dueño de su tiempo, ni siquiera reside en la corte, sólo está obligado (“siempre que os llamemos”) cuando es requerido por el Gran Duque que, conocedor de su carácter impulsivo, le ha encargado poner por escrito su teoría hidrostática. Sabe que las palabras de un debate se las lleva el viento, mientras que lo escrito queda para siempre. La seriedad de un tratado es el contrapeso del orador convincente, que eso era también Galileo.
Comienza el año 1612 con la desaparición de una figura cuya presencia y consejo hubiera podido alterar el desenlace de nuestra historia. El 6 de febrero muere a los 73 años el jesuita alemán Christoforo Clavius (ya citado) con cuyo nombre se registra uno de los cráteres más grandes de la Luna. Iniciador de la tradición científica jesuítica, ocupó la cátedra de Matemáticas del “Collegio Romano” desde 1567 e introdujo las matemáticas en su plan de estudios.
Como vimos, desde 1587 Galileo había tomado a Clavius como referencia científica, su “referee”. Enojado por la falta de conocimientos matemáticos de sus adversarios, Clavius era su aliado perfecto, podía entender lo que para otros era imposible. Además, ganar la aprobación de Clavius era asegurarse el apoyo de sus pupilos. Por su parte, Clavius había apoyado a Galileo “casi” desde el principio y hasta le había quitado de encima a algunos moscones. Cosa distinta era que Clavius antepusiera el sistema de Tycho Brahe (al que consideraba el nuevo Ptolomeo) al de Copérnico. Por otro lado, Galileo, que era un católico ferviente -nunca nadie le echó en cara que no lo fuera, ni siquiera después de 1633-, se sentía confiado cada vez que trataba con Clavius sobre las posibles consecuencias de sus descubrimientos. No resultando extraño suponer que, en diversos momentos, los consejos de este hubieran frenado el ímpetu de nuestro protagonista.
En Villa delle Selve, mientras se recupera de una leve enfermedad, Galileo escribe su tratado sobre hidrostática. Publica una primera edición en mayo y una segunda en diciembre con tal éxito que se agotan las dos ediciones. Como señala Drake, apoyado en el principio de Arquímedes y en otros dos extraídos de su mecánica, explica por vez primera porqué un pesado madero puede flotar en poca agua. Es un tratado repleto de variados y atractivos experimentos que rebaten la objeción de delle Colombe. En un tiempo en el que se debate sobre la posibilidad de que la física deje de ser aristotélica, se especula si el hecho de haberlo escrito en italiano responde al interés de desvincularse de los aristotélicos o, más bien, de llegar a un público más amplio. Sin descartar el deseo de hacerlo accesible a los estudiantes, de la misma manera que lo hiciera Juan de Herrera cuando en 1584 solicitaba al embajador español en Venecia: “Si el Copérnico se hubiera traducido en vulgar, se me envíe uno”.  Evidentemente los aristotélicos publicaron réplicas al tratado. Y Galileo pasó tiempo estudiándolas, sólo descansó cuando su discípulo Castelli decidió escribir la contra-réplica. Este año de 1612 iba a ser intenso.
Se ha hablado mucho sobre la nueva ciencia que surge con Galileo, pero eso es una visión que se tiene a posteriori. En aquel momento no se tiene conciencia de ello. Se está “inventando” la ciencia tal como hoy la conocemos, pero no se siente la necesidad de definir lo que la ciencia es. En la acción de los que la inician se da un cambio de paradigmas, pero sólo al final se sabrá que construyeron toda una Catedral.
Ya desde el siglo XIV, con Buridán y Oresme, se pone en duda la física que se conforma con los argumentos de autoridad de Aristóteles y son muchos los que procuran que sus afirmaciones estén corroboradas por los experimentos. A la vez, las matemáticas dejan de ser una cuestión abstracta, casi platónica, para pasar a ser un instrumento de la nueva física. “Los errores -escribe Galileo- no residen, pues, ni en la abstracción ni en la concreción …, sino en el hecho de que el contable no sepa hacer bien las cuentas”. Y esta es la objeción principal de Galileo a los que no le entendían: el bloqueo principal está en su desconocimiento de las matemáticas. Lo mismo en la física que en la astronomía. Era ésta ya una opinión que se hacía común. La afirmación del español García Céspedes, que aparece en su obra Regimiento de navegación (1606), resume muy bien el sentir de Galileo: “en las cosas físicas, el que quiera porfiar siempre halla un deslizado por donde se huir; por lo que nos acogeremos a los argumentos matemáticos, en donde han de confirmar la verdad, sin tener réplica alguna”.

Pero la cabeza de Galileo estaba también en otras cosas. El 7 de julio recibe la respuesta del cardenal Carlo Conti (Prefecto de la Congregación del Índice) a la pregunta con la que cerramos el anterior artículo. En ella expone que el Universo no es -como enseñaba Aristóteles- imperecedero. En cuanto al movimiento de traslación de la Tierra, agrega que no contradice la Biblia y cita la argumentación del jesuita Ioannis Lorini en su Commentarii in Ecclesiasten (1606, Eclesiastés 1, 4). Sin embargo, respecto al movimiento de rotación, censura al agustino español Diego Zúñiga (1536-1600) por sostener que está más acorde con la Biblia (In Job commentaria, 1584). Entre líneas, apela a la prudencia siempre que haya que interpretar la Biblia recordando que el escritor sagrado se servía del lenguaje vulgar de su tiempo, a la vez que recomienda no hacer interpretaciones si no es necesario. Sobre esto de no buscar interpretaciones parece que Galileo no le va a hacer caso. (Continuará)

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