Aunque esperé como siempre
hasta el último suspiro, el tema de hoy estaba cantado. Venía impuesto por la
fecha. Es la dictadura del número. En este caso, de los números 13, 5 y 100. De
no haber sido así, ¿cómo atreverme a escribir sobre una Madre que es madre de
todos? Pero estaba cantado y esta era su letra: “el 13 de mayo la Virgen María
bajó de los cielos a Cova de Iría”.
Han pasado cien años desde aquel
domingo de 1917 cuando en Fátima, en medio de una Europa que libraba su Primera
Guerra Mundial, la Virgen María se mostró por vez primera a tres niños: Lucia
(femenino de Lucio), Jacinta y Francisco. Junto a las apariciones de Guadalupe
(Méjico) y Lourdes (Francia), la de Fátima conforma la tríada de las
reconocidas oficialmente por la Iglesia Católica. A Fátima han peregrinado, con
especial cariño y devoción, los últimos Papas. El Papa Francisco está hoy allí.
Millones de peregrinos lo hacen anualmente. Jacinta y Francisco van a ser
canonizados. Fátima ya no es aquella pobre aldea del concejo de Ourém, sino
toda una ciudad moderna.
Releo ahora aquella historia. ¡Contrasta
tanto con la de ahora! Dios presente en la vida de unos niños que rezan el Rosario
mientras hacen labores de pastor. Niños que muestran un temor respetuoso ante
lo desconocido. Nada del sabor de la aventura. Que intuyen lo sagrado y conocen
la postura a tomar. Nada de me aburro o me canso. Que conocen la importancia de
ir al Cielo. Nada de fama y éxito. Una historia de ternura y de piedad auténtica,
de alegría interior en medio de la austeridad y la carestía.
Entre la actividad ordinaria,
lo extraordinario se deja ver y oír. Dios elige lo más necio para confundir a
los sabios, otra vez unos pastores. Lo más débil para confundir a los fuertes,
ahí están los niños. Y el desenlace es el mismo, tanto hace cien años como
ahora. Los sabios y los fuertes claman a una: es una locura, fantasías de
niños, no se lo digáis a nadie, sois malos. Se añade ahora: desprecio a la
virginidad, denuncia al que hable de Dios a los niños, relativismo moral,
silencio sobre el premio y el castigo, ocultamiento de la muerte, del Cielo, el
Infierno o el Purgatorio.
El sentido de lo sagrado hace
solemne cada uno de los encuentros. Y, primero el Ángel de la Paz (que ven ya
en 1915), después la Virgen, poco a poco, van anunciando el mensaje. Unos niños
lo transmitirán a hombres y mujeres. Una visión del mundo con otros ojos. Palabras
que, de nuevo, piden a un mundo que las cosas vuelvan a su lugar. Un benévolo
plan: recapitular las cosas en Cristo, las de los cielos y las de la tierra. Porque
hay una realidad: el hombre ofende a Dios con sus pecados. Como consecuencia:
una llamada a la conversión y a la reparación. Como remedio: rezar el Rosario y
acudir a la intercesión del Corazón Inmaculado de María. Como resultado de toda
esta reparación: la Paz en el mundo.
Pero los niños desempeñan
también un papel. Deberán sacrificarse por los pecadores, deberán rezar el Rosario.
Es cuando esta tierna historia se llena de dolor. Un dolor por amor, pero
dolor. Es la hora del sacrificio. Explique esto a sus hijos y verá por dónde le
salen. ¿Quién se atreve a hablar de dolor o sacrificio en esta época de
sentimentalismo inconsecuente? Como si de la varicela se tratara, que sólo se
pasa una vez. Y, junto al sacrificio personal, la incomprensión de los seres
queridos. También la gente, la ciudadanía, el pueblo, pide una prueba. El Sol
baila durante diez minutos, esta es la prueba. Miles de personas la presencian.
¿Qué queda de ello? ¿La curiosidad por los “secretos” de Fátima? El secreto que
proclama la Virgen es su visión del mundo. Si quiere saber más, lea “Cien años
de luz”, publicado recientemente por la editorial Palabra.
Le dejo, me voy a rezar el
Rosario por las intenciones del Papa del que espero poder leer mañana sus
palabras de hoy. Le recuerdo que el jueves pasado empezó la novena a la Virgen
de los Llanos, nuestra patrona. Nos vemos.
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