El intercambio epistolar del año 1613 muestra a
un Galileo en plena edición y promoción de su libro sobre las manchas solares.
Resuelve continuas dudas del impresor, concreta la notación matemática y aclara
los dibujos. Recibe numerosas cartas de amigos, príncipes y cardenales que
agradecen haberlo recibido. Y hasta le convencen de que lo publique también en
latín (versión que estará preparada en agosto), para que lo entiendan en
Alemania (de donde partió la polémica) y el resto del continente.
Pero también aparecen
comentarios sobre su disputa con Colombe. En febrero, su amigo Cigoli le dice “no sé si es más descarado que ignorante”.
También Castelli, habla del “escrito vil”
de Colombe que “le agita cada hora”.
Por otra parte, su amigo el jesuita Grienberger (sucesor de Clavius), le
escribe varias veces para consultarle un problema sobre el espejo hiperbólico
que solicita traslade a Kepler, a la vez que añade: “no se sorprenda de mi silencio sobre sus escritos: no tengo tanta
libertad como usted” (ya que el general de la orden, Claudio Aquaviva,
había dado instrucciones escritas para que no alimentaran polémicas).
El 29 de junio, Galileo se
entera por carta de la muerte de Cigoli. Murió de “fiebre maligna” el 8 de
junio. En mayo había recibido su última carta. Llora su muerte y relee sus
cartas hasta percatarse del valor profético de algunos renglones: “perchè il tempo é breve”, le dice en
una; “perchè fugge il tempo”, en
otra. ¿Presentía Cigoli tan cercana su muerte? Llora a aquel que hizo la
primera representación artística de “su” Luna; a su alumno de perspectiva; al
que pintó, en la cúpula de la capilla paulina de Santa María la Mayor en Roma, a
la Virgen apoyada en una Luna con cráteres.
Pero a la tristeza por la
muerte de uno de sus discípulos le sobrevino la alegría del progreso de otro.
En efecto, gracias a su recomendación al Gran Duque, el benedictino Benedetto
Castelli, que había sido su pupilo desde 1604 en Padua, obtiene el cargo de
profesor de matemáticas en Pisa. Será su discípulo preferido, su gran
colaborador. Lo tratará siempre como a un hijo predilecto. Recíprocamente,
Castelli siempre se sentirá orgulloso de ser su “discípulo, hijo y servidor
obligado”. Merece la pena entretenernos con él; sigamos sus pasos hasta finales
de 1613, pues marcarán los de su maestro.
Castelli llega a Pisa un
domingo y el miércoles 6 de noviembre ya está escribiendo a Galileo. Cuenta
que, de inmediato, la tarde de su llegada, fue a presentarse al rector de la
Universidad Arturo Pannocchieschi d’Elci (miembro de la “Liga de las palomas”)
quien, después de recibirle con mucho afecto, lo primero que le dijo es: no entre a opinar sobre el movimiento de la
Tierra. Castelli respondió que le obedecerá porque lo mismo le ha aconsejado Galileo, su maestro, quien en sus 24
años de enseñanza nunca ha tratado esa materia. Confundido ante la
respuesta, el rector añadió que, si en la digresión de algún otro tema sale
éste, puede explicarlo enfatizando que es sólo probable. Pero Castelli, que
será también un genio, le replicó que no lo haría sin un permiso expreso de él.
Acaba la carta hablándole de los profesores a los que había conocido. Le
volverá a escribir con más detalle una semana después, el día 13, contento por “una
audiencia como la que nunca había visto”, no sólo de escolares sino también de
doctores, donde muchos asistentes deben permanecer de pie. Con todo, un pequeño
número de aristotélicos tratará de hacerle la vida imposible en Pisa.
No quiero dejar pasar que el
mismo día 6 el rector escribe a Galileo y, como de pasada, le dice haber
conocido “con mucho gusto” a Castelli a quien en consideración a aquél está
dispuesto siempre a servir. Y no he querido obviar esta carta porque desmonta
cualquier interpretación maniquea. El rector, que asociado con Colombe,
participa de la crítica al planteamiento galileano no deja de manifestar su
admiración hacia él. La autoridad intelectual de Galileo era indiscutible. Incluso
se declara “amico suo”. Pero el prestigio de Galileo no es óbice para que cada
cual defienda su parcela. Los aristotélicos la suya, Galileo la nueva ciencia.
¿Pero qué era eso de la nueva ciencia, cuando sólo estaba en sus albores,
frente a tantos siglos de peripatéticos?
Habrá que esperar a diciembre
para que todo se precipite. El domingo, día 14 del mes, Castelli escribe a
Galileo sobre el debate que tuvo en la Corte el jueves anterior. Ese jueves fue
invitado a la mesa del Gran Duque Cósimo II, en compañía de la Gran Duquesa
Cristina (madre de Cósimo), la Archiduquesa (esposa de aquél), d. Niccolò Arrighetti
(compañero de estudios de Galileo, primer biógrafo de Salviati y futuro Cónsul
de la Academia Fiorentina), el duque Paolo Giordano (Orsini) y el filósofo
aristotélico Dr. Boscaglia. Cósimo se sintió muy satisfecho por el trabajo de
Castelli en la Universidad pasando después a interesarse por los satélites
Mediceos de los que la Gran Duquesa precisó que era necesario que fueran reales
y no un engaño del telescopio, lo que confirmó el Dr. Boscaglia. No obstante,
en determinado momento, Boscaglia susurró al oído de la Gran Duquesa que todos
los descubrimientos de Galileo eran ciertos salvo la hipótesis del movimiento
de la Tierra que era imposible pues contradecía a las Sagradas Escrituras.
Cuando ya iba a abandonar el
Palacio, Castelli fue invitado en calidad de teólogo a la sala de la Gran
Duquesa, donde ya estaban los citados invitados, con el propósito de aclarar la
contradicción entre el movimiento de la Tierra y el pasaje bíblico de Josué que
afirma que el Sol se detuvo. El debate, en el que Boscaglia permaneció callado,
duró dos horas. Castelli, que tuvo a favor al resto de tertulianos, salió satisfecho
por su disertación y así se lo hace saber a Galileo. E, incluso, llega a intuir
que las preguntas que le hacía la Gran Duquesa estaban pensadas para que él se
luciera. Termina con las alabanzas que había recibido la figura de Galileo y anunciándole
que d. Arrighetti le trasladaría de palabra sus argumentaciones.
Como respuesta, Galileo
escribirá a Castelli su famosa carta de 21 de diciembre de 1613 que era, en realidad,
un comentario sobre la justa manera de entender las Sagradas Escrituras. Con
ella empieza una nueva historia. (Continuará)
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