La nueva tiranía no es otra que
la tiranía de lo políticamente correcto. Sus juicios (y prejuicios) se
extienden a la sociedad en forma de normas que inicialmente obligan en el
ámbito público para acabar imponiéndose en el privado.
Paradójicamente, esta tiranía
tiene su inicio en el relativismo. Y de todo tiene el mismo valor se pasa a
sólo tiene valor lo mío. Continúa con la manifestación de las “masas”, el
número, que recorre las calles de modo físico o virtual. Los medios de comunicación
la hacen presente un día sí y otro también. El político de turno ve la “masa”
convertida en número de votos. Y, finalmente, un pretendido intelectual sale en
su defensa mostrándose como referencia.
¿Qué queda en el camino? La
opinión de los otros. Pero, sobre todo, la libertad de muchos. Lamentablemente
no es un proceso que afecte sólo a los adultos, sino que la barrida de libertad
afecta también a los niños, a los más inocentes. Porque, como bien saben los
vascos y los catalanes en el ámbito independentista (que no es el que aquí
contemplo), el éxito del invento está en insuflar el cambio desde la escuela,
desde la más tierna infancia.
Estos profetas de lo
políticamente correcto se propusieron liberar al hombre del autoritarismo y
emanciparle de una tradición que consideran opresora, pero nos están imponiendo
sus dogmas y lanzando nuevos anatemas. No hay hogueras, pero ya hay pena de
cárcel en varios países y comunidades autónomas.
Estimado lector, si observa su
proceder, apreciará una eminente obra de ingeniería social (nada científica) que
no resuelve nada, tan solo crea discordia, división. Ponga su barba a remojar (si
es hombre) o apéese de este tren totalitario si no quiere perder su libertad o
que la pierdan sus hijos. Y, como botón de muestra, la asignatura
afectivo-sexual que quiere imponer el Gobierno de Castilla La Mancha.
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