domingo, 29 de julio de 2018

Galileo, 1616 (VIII)*



                Si hasta aquí Galileo se había enfrentado a los filósofos aristotélicos, la carta a Castelli iba a abrir otro frente: el de los teólogos. Si bien los primeros nunca lo cuestionaron (aunque decían que carecía de “modestia filosófica”), ya que era evidente que conocía bien a Aristóteles y porque, sobre todo, era el filósofo del Gran Duque, no sucedió lo mismo con los teólogos. Para los teólogos era un aficionado y no iban a respetar sus injerencias. Menos aún que les enseñara a interpretar las Sagradas Escrituras.
                Sin embargo, la tormenta no se desató hasta diciembre de 1614, por lo que puede decirse que durante la mayor parte del año Galileo no perdió tiempo en polémicas. Es cierto que estuvo unos meses enfermo, hasta el punto de que Welser (que morirá en ese verano) escribe a uno de sus amigos: “sería una pena que terminara sus días sin haber explicado muchos bellos conceptos acerca de las cosas celestiales que estaba sacando a la luz”.
Pero, aun sabiendo que estaba enfermo, la gente no dejaba de consultarle. Le pedían consejo para las lentes del telescopio, le contaban sus observaciones celestiales desde Nápoles, le preguntaban sobre el peso del aire respecto del agua, le hablaban del libro sobre las Manchas Solares, de la controversia con Apeles (seudónimo de un jesuita) sobre dichas manchas, le nombraban posibles traductores (como don Diego de Urrea), volvían al tema de los cuerpos flotantes y le comunican la muerte de Papazzoni (a quien Galileo consiguió plaza de filósofo en Pisa), le enviaban libros, Castelli le pasaba medidas sobre el paralaje del sol y le hablaba de su prestigio en la Universidad, Conti le hacía sugerencias sobre pasajes del Génesis, le escribían sobre la defensa del copernicanismo, de las opiniones de Tycho Brahe, Magini -ante su propia enfermedad- le daba consejos (“es necesario que se mire a sí mismo, evite el movimiento de los viajes y, sobre todo, cuídese de los buenos vinos y del coito, … , no descuidándose como lo hice yo”), le transmitían saludos del jesuita Grienberger (sucesor de Clavius), le contaban que su amigo Cremonini empezaba a estar mal visto en Roma, le pedían noticias sobre “las palomas” e, incluso, le daban consejos sobre cómo actuar con ellos: “deja ir a las palomas -escribe Castelli-que, por sí mismas, se convertirán en cuervos”.
Narraban anécdotas, como la de Castelli en febrero: en una clase, un sacerdote dijo que “la tierra no puede moverse porque cada mañana, cada mañana, cada mañana (insistía), cuando se levanta de la cama ve la puerta de la habitación tal como la había dejado por la noche”. O la del príncipe Cesi en marzo: un fraile de Nápoles ha escrito una obra teológica en la que califica como “perjudiciales” sus últimos descubrimientos. Y no se corta Cesi cuando concluye: “primates peripatéticos”.
Algunos le dan el pésame por el triste fallecimiento de su amigo Salviati (muerto el 22 de marzo en Barcelona), quien representó en Florencia lo que su amigo Sagredo en Venecia: apoyo económico y buen interlocutor científico. Galileo escribió, en su Villa de La Selve, sobre las manchas solares y a él le dedicó su Historia y demostraciones en torno a las manchas solares, publicada en 1613 en Roma bajo los auspicios de la Accademia dei Lincei. Salviati fue también el nombre que dará a su alter-ego en su obra más polémica. Sus amigos de la Accademia le buscan un sucesor y un pintor que pueda hacer un retrato. Curiosamente, Salviati escribió el 13 de enero su última carta a Galileo comunicándole su viaje a España y presentándole a un filósofo de “los nuestros” (B. Baliani), el mismo que posteriormente escribe a Galileo poniendo en valor su método: “probado con demostraciones geométricas muy sutiles, sin las cuales la filosofía no se merece el nombre de ciencia, sino de opinión”.
Es el 21 de diciembre cuando se vislumbra que sus enemigos no están parados. Ese día, el joven dominico Tommaso Caccini (del mismo convento que Niccoló Lorini), en un sermón de la cuarta semana de Adviento, aprovechó el comentario del “milagro del Sol” de Josué para, desde el púlpito de la iglesia de Santa María Novella de Florencia, denunciar el sistema copernicano como contrario a las Escrituras, denigrar a los matemáticos en general y a los galileanos en particular. Aunque bien es verdad que no mencionó al astrónomo sino a los “galileanos”. No era la primera vez que el tal Tommaso jugaba al sensacionalismo -cuenta Drake- pues ya había sido reprendido por una intervención poco prudente desde un púlpito en Bolonia.    
De ello tiene noticia Galileo por una carta de Castelli del 31 de diciembre. Le comenta que hasta al padre Lorini le ha parecido un exceso el ataque de Tommaso. Castelli se queja también de lo difícil que es enseñar matemáticas en Pisa, donde atacarlas se ha convertido en un carnaval. Lamenta que no siendo capaces de entender “nuestras razones” no sean, al menos, reverentes. Pero sea como sea, le comunica su esperanza en poder revivir “este estudio de las matemáticas, ya casi muerto”. “Pero paciencia, concluye Castelli, estas impertinencias no son ni la primera ni serán las últimas”.
En efecto, no será las última impertinencia, la primera batalla seria contra el copernicanismo acaba de empezar. (Continuará)

(*) El artículo VII está en agosto de 2017

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